tiburonxx
Bovino de la familia
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Andrew Gumbel
Milenio Diario
http://impreso.milenio.com/node/8562720
Hace exactamente diez años, el mundo se despertó para enterarse de que dos adolescentes estadunidenses habían estallado, después de años de soportar agresiones por parte de sus compañeros, los amos deportivos del universo, e iniciado una balacera mortal con armas semiautomáticas en su escuela suburbana. O esa es la versión que se contó.
Los jóvenes eran Eric Harris y Dylan Klebold, y la escuela era Columbine High, al pie de las montañas Rocallosas. El fenómeno indiscutible es que Columbine se convirtió rápidamente en sinónimo del fenómeno pesadillesco —ahora un contagio mundial— de los tiroteos en las escuelas. Fue el ataque escolar más sanguinario, horrendo y vívido hasta ese momento y, hasta hoy, es el episodio que la memoria estadunidense no puede olvidar.
En contraste con otros ataques escolares previos, éste tuvo lugar a media hora de un importante centro de prensa. Los reporteros de la tv de Denver llegaron mientras los hechos sucedían, y las cámaras no dejaron de filmar por una semana. Eso, en retrospectiva, tal vez no haya sido bueno.
Pero lo que estábamos viendo no era lo que creíamos. Cuando llegó la tv, Harris y Klebold ya se habían suicidado. Los disparos esporádicos que se escucharon por tres horas más provenían de equipos de Swat disparando contra puertas de salones cerrados en un esfuerzo dolorosamente lento y torpe por encontrar a los asesinos. Sólo después las autoridades se dieron cuenta de que Harris y Klebold estaban muertos en la biblioteca, junto con diez de sus 13 víctimas asesinadas.
Una gran parte de lo reportado, sin embargo, estaba simplemente mal, tal como fue atestiguado por decenas de miles de documentos oficiales y otra evidencia que finalmente ha salido a la luz después de años de control de las autoridades locales.
Tal como relata Dave Cullen en su libro Columbine, Harris y Klebold tenían muchos amigos, les iba bien en la escuela, no eran miembros de Trenchcoat Mafia, no escuchaban a Marilyn Manson, no eran molestados por sus compañeros, no tenían ningún resentimiento con un grupo específico y no “estallaron” por algún suceso traumático. Todas esas historias fueron el producto de la histeria, la ignorancia y conjeturas erróneas de las primeras horas y días.
La verdad fue más siniestra. Su ambición, planeada por un año y medio y relatada meticulosamente en el sitio web de Harris y los diarios privados de los dos, recuperados después de sus muertes, era hacer explotar toda la escuela. No era contra nadie en particular, sino que odiaban al mundo y pensaban divertirse destruyendo tanto de éste como pudieran.
En otras palabras, no iba a ser una balacera en la escuela, sino algo mucho más grande.
A todo esto, los dos eran bastante diferentes. Harris despreciaba en silencio a la gente que se tomaba tanto trabajo por halagar y no podía esperar a verlos sufrir muertes horribles. En contraste, Klebold era depresivo, perseguido perpetuamente por la idea de que era un fracaso, a pesar de tener una familia amorosa y un entorno privilegiado.
Formaban un par extraño, cada quien alimentándose de los sentimientos del otro. Su planeación fue meticulosa. Primero querían detonar dos bombas de propano en la cafetería, matando no sólo a cerca de 600 estudiantes que hacían su comida temprano, sino a los estudiantes en la biblioteca, en el piso de arriba. Luego, mientras el resto de la escuela escapaba por las salidas, abrirían fuego con armas semiatomáticas en el estacionamiento.
Asumiendo que sobrevivieran a esa fase, algo que no esperaban, estrellarían sus coches, cargados de más explosivo de propano, contra los trabajadores de rescate, equipos de noticias y policía para una conflagración final. Esperaban matar a unas 2 mil personas.
Pero sus bombas caseras no detonaron, y se vieron forzados a improvisar. Ciertamente usaban sobretodos negros largos, no por una afiliación en particular, sino para esconder su arsenal.
El asunto de las simpatías nazis es complicado. Harris se sentía atraído por la manía genocida de los nazis, pero el hecho de que el ataque haya tenido lugar el día del cumpleaños de Hitler fue una coincidencia. Habían decidido llevarlo a cabo el 19 de abril —el aniversario de la toma de Waco, Texas, en la que murieron 76 personas en 1993, y también el aniversario de las bombas en la ciudad de Oklahoma—. Pero el plan se pospuso porque el traficante que les había prometido proveerlos de municiones no se presentó a tiempo.
Fue la primera de muchas decepciones para un par de asesinos que buscaba una infamia mayor a la que lograron. Todo sobre el desastre de Columbine está marcado por el fracaso. El departamento de sheriff sabía que Harris y Klebold habían estado haciendo bombas de tubo y amenazando a sus compañeros. En una ocasión pidieron una orden para registrar la casa de Harris, pero nunca la ejecutaron.
La escuela no reconoció el peligro, aunque una gran parte del veneno de Harris estaba a la vista en su sitio web, y aun cuando Klebold escribió un ensayo dos meses antes del ataque sobre un hombre que mata inocentes y lo disfrutaba. El maestro de Klebold se preocupó, pero las autoridades finalmente creyeron su explicación de que era “sólo un cuento”.
El día de los ataques, los equipos de Swat dudaron tanto en entrar que terminaron ayudando al desastre, permitiendo que un maestro se desangrara hasta morir, cuando una intervención a tiempo le hubiese salvado la vida. El departamento del sheriff fue disfuncional, prefiriendo ocultar lo que había sabido de los asesinos y no contradiciendo la historia de las agresiones.
Los documentos de la investigación fueron liberados en 2006, el resultado de años de demandas legales, pero queda una deposición de los padres de los asesinos que fue tomada en 2003, la cual estará sellada hasta 2027.
De cierta manera, Columbine es diferente a todos los otros tiroteos en las escuelas por su escala. En otros, es tanto un punto de referencia como una inspiración para otros asesinos. Seung Hui Cho, quien mató a más de 30 estudiantes en el Virginia Tech en 2007, llamó “mártires” a Klebold y Harris.
No tienen temor de Ares, me caegulp!gulp!
Milenio Diario
http://impreso.milenio.com/node/8562720
Hace exactamente diez años, el mundo se despertó para enterarse de que dos adolescentes estadunidenses habían estallado, después de años de soportar agresiones por parte de sus compañeros, los amos deportivos del universo, e iniciado una balacera mortal con armas semiautomáticas en su escuela suburbana. O esa es la versión que se contó.
Los jóvenes eran Eric Harris y Dylan Klebold, y la escuela era Columbine High, al pie de las montañas Rocallosas. El fenómeno indiscutible es que Columbine se convirtió rápidamente en sinónimo del fenómeno pesadillesco —ahora un contagio mundial— de los tiroteos en las escuelas. Fue el ataque escolar más sanguinario, horrendo y vívido hasta ese momento y, hasta hoy, es el episodio que la memoria estadunidense no puede olvidar.
En contraste con otros ataques escolares previos, éste tuvo lugar a media hora de un importante centro de prensa. Los reporteros de la tv de Denver llegaron mientras los hechos sucedían, y las cámaras no dejaron de filmar por una semana. Eso, en retrospectiva, tal vez no haya sido bueno.
Pero lo que estábamos viendo no era lo que creíamos. Cuando llegó la tv, Harris y Klebold ya se habían suicidado. Los disparos esporádicos que se escucharon por tres horas más provenían de equipos de Swat disparando contra puertas de salones cerrados en un esfuerzo dolorosamente lento y torpe por encontrar a los asesinos. Sólo después las autoridades se dieron cuenta de que Harris y Klebold estaban muertos en la biblioteca, junto con diez de sus 13 víctimas asesinadas.
Una gran parte de lo reportado, sin embargo, estaba simplemente mal, tal como fue atestiguado por decenas de miles de documentos oficiales y otra evidencia que finalmente ha salido a la luz después de años de control de las autoridades locales.
Tal como relata Dave Cullen en su libro Columbine, Harris y Klebold tenían muchos amigos, les iba bien en la escuela, no eran miembros de Trenchcoat Mafia, no escuchaban a Marilyn Manson, no eran molestados por sus compañeros, no tenían ningún resentimiento con un grupo específico y no “estallaron” por algún suceso traumático. Todas esas historias fueron el producto de la histeria, la ignorancia y conjeturas erróneas de las primeras horas y días.
La verdad fue más siniestra. Su ambición, planeada por un año y medio y relatada meticulosamente en el sitio web de Harris y los diarios privados de los dos, recuperados después de sus muertes, era hacer explotar toda la escuela. No era contra nadie en particular, sino que odiaban al mundo y pensaban divertirse destruyendo tanto de éste como pudieran.
En otras palabras, no iba a ser una balacera en la escuela, sino algo mucho más grande.
A todo esto, los dos eran bastante diferentes. Harris despreciaba en silencio a la gente que se tomaba tanto trabajo por halagar y no podía esperar a verlos sufrir muertes horribles. En contraste, Klebold era depresivo, perseguido perpetuamente por la idea de que era un fracaso, a pesar de tener una familia amorosa y un entorno privilegiado.
Formaban un par extraño, cada quien alimentándose de los sentimientos del otro. Su planeación fue meticulosa. Primero querían detonar dos bombas de propano en la cafetería, matando no sólo a cerca de 600 estudiantes que hacían su comida temprano, sino a los estudiantes en la biblioteca, en el piso de arriba. Luego, mientras el resto de la escuela escapaba por las salidas, abrirían fuego con armas semiatomáticas en el estacionamiento.
Asumiendo que sobrevivieran a esa fase, algo que no esperaban, estrellarían sus coches, cargados de más explosivo de propano, contra los trabajadores de rescate, equipos de noticias y policía para una conflagración final. Esperaban matar a unas 2 mil personas.
Pero sus bombas caseras no detonaron, y se vieron forzados a improvisar. Ciertamente usaban sobretodos negros largos, no por una afiliación en particular, sino para esconder su arsenal.
El asunto de las simpatías nazis es complicado. Harris se sentía atraído por la manía genocida de los nazis, pero el hecho de que el ataque haya tenido lugar el día del cumpleaños de Hitler fue una coincidencia. Habían decidido llevarlo a cabo el 19 de abril —el aniversario de la toma de Waco, Texas, en la que murieron 76 personas en 1993, y también el aniversario de las bombas en la ciudad de Oklahoma—. Pero el plan se pospuso porque el traficante que les había prometido proveerlos de municiones no se presentó a tiempo.
Fue la primera de muchas decepciones para un par de asesinos que buscaba una infamia mayor a la que lograron. Todo sobre el desastre de Columbine está marcado por el fracaso. El departamento de sheriff sabía que Harris y Klebold habían estado haciendo bombas de tubo y amenazando a sus compañeros. En una ocasión pidieron una orden para registrar la casa de Harris, pero nunca la ejecutaron.
La escuela no reconoció el peligro, aunque una gran parte del veneno de Harris estaba a la vista en su sitio web, y aun cuando Klebold escribió un ensayo dos meses antes del ataque sobre un hombre que mata inocentes y lo disfrutaba. El maestro de Klebold se preocupó, pero las autoridades finalmente creyeron su explicación de que era “sólo un cuento”.
El día de los ataques, los equipos de Swat dudaron tanto en entrar que terminaron ayudando al desastre, permitiendo que un maestro se desangrara hasta morir, cuando una intervención a tiempo le hubiese salvado la vida. El departamento del sheriff fue disfuncional, prefiriendo ocultar lo que había sabido de los asesinos y no contradiciendo la historia de las agresiones.
Los documentos de la investigación fueron liberados en 2006, el resultado de años de demandas legales, pero queda una deposición de los padres de los asesinos que fue tomada en 2003, la cual estará sellada hasta 2027.
De cierta manera, Columbine es diferente a todos los otros tiroteos en las escuelas por su escala. En otros, es tanto un punto de referencia como una inspiración para otros asesinos. Seung Hui Cho, quien mató a más de 30 estudiantes en el Virginia Tech en 2007, llamó “mártires” a Klebold y Harris.
No tienen temor de Ares, me caegulp!gulp!