Dragut
Bovino de alcurnia
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«Mi hija está en pecado ante los ojos de Dios y de los hombres. La querría haber matado yo misma, pero no me dejaron. Se la entregué a la gente del pueblo.No sé adónde la llevaron ni quiénes o cómo la mataron»
Esta es la declaración que ha hecho Bigum Nesa, a la sazón madre de Amina (brutalmente lapidada, como sabéis, hace cerca de un mes), ante los investigadores afganos encargados de esclarecer el caso.
De momento ya hay 17 detenidos y no se descarta que sean muchos más.
Y es que si la primera piedra, impulsada por un brazo de fanatismo religioso, de posesión despechada, de ignorancia endémica, de egoista ceguera y de cómplice y sofisticada indiferencia occidental, si esa primera piedra, digo, impactó contra Amina, la segunda piedra fue a parar directamente a la mesa del parlamento afgano.
No puede ser para menos; el actual gobierno de Afganistán se encuentra ahí gracias a una intervención patrocinada por los Establos Unidos de América del Norte bajo dos pretextos "oficiales" de cara al foro internacional: liberar a la mujer afgana del fundamentalismo talibán y atrapar a Bin Laden. El segundo objetivo de la invasión ya se da por fracasado; los gritos de Amina nos han recordado que el primero también.
El gobierno afgano, que pretende a toda costa dar una imagen de que su país está en un tranquilo proceso democratizador, podría haber intentado tapar el asunto de Amina pero en un territorio plagado de periodistas occidentales las noticias vuelan más rápido que las piedras y finalmente ha optado valientemente por tirar de la manta hasta el final, enfrentándose con ello si preciso fuera a los propios Señores de la Guerra (último reducto espiritual de los talibanes convertido en un "noli me tangere" desde la caída del antiguo regimen).
¿Afán de justicia? No exactamente. Más bien parecen perseguir que occidente se lleve la idea de que hay una tímida pero inequívoca intención de que el gobierno afgano pretende respetar y hacer respetar los DDHH en su país. Ardua tarea la que tienen por delante, sin duda. Van a precisar un profundo replanteamiento de su sitema jurídico y procesal (no olvidemos que aunque en teoría todas las sentencias de muerte en Afganistán las tiene que firmar el Presidente, al no existir mecanismos de comunicación entre la Administración central y los pequeños entes periféricos ni órganos del gobierno destacados a nivel local, son los mulás (algo semejante al "cura del pueblo") los que hacen las veces de jueces por su profundo conocimiento de las leyes religiosas. Vamos, exactamente como en tiempo de los talibanes.
Por otro lado y coincidieno "curiosamente" con la lapidación de Amina, el parlamento afgano, presionado por el chaparrón de condenas institucionales que le ha caído desde la comunidad internacional, ha emprendido una drástica reforma legislativa que, se espera, terminará con la posible cobertura legal de estas prácticas. Y desde otro frente, diversas Asociaciones Internacionales de DDHH han anunciado su intención de emprender nuevos proyectos educacionales y de formación en el área de Afganistán de forma intensiva.
Pero volvamos a la investigación del caso Amina: entre los 17 detenidos (entre los que figuran el padre de Amina, el padre de su "amante", su tío, distintos líderes religiosos...) se pasan, declaración tras declaración, la pelota los unos a los otros. El jefe religioso local Mohammad Yousuf sostiene que fue el mawlawi Noorulla quien ordenó la lapidación. El malawi sostiene que presenció los 100 latigazos que le fueron propinados al adúltero pero declara no saber qué fue de Amina.
¿Sería muy descabellada aquí la expresión "tiran la piedra y esconden la mano"?
La cara del encargado del Departamento de Seguridad de Badajshán tuvo que ser todo un poema al escuchar la declaración del marido de Amina: "nadie la mató; se murió sola de un ataque al corazón"
Y efectivamente, fue un ataque al corazón pero no sólo al de Amina sino al de todos los que supimos del caso.
La reconstrucción de los hechos dice que Amina se refugió en casa de su amante cuando supo que su antiguo marido había vuelto a la aldea. Que fue sacada de casa de su amante por el tío de éste y llevada a la casa de sus padres. Que de la casa de sus padres fue sacada a rastras y... aquí se le pierde la pista. Tan sólo ternemos una sentencia a morir lapidada y una serie de denuncias y testimonios de testigos protegidos explicándo cómo ocurrió la lapidación. Por lo demás, la aldea es una completa conspiración de silencio.
Ahora van a exhumar el cuerpo de Amina, imagino que para preguntar a los gusanos lo que los otros gusanos (esos 17 que están detenidos) no quieren contar.
Es claro que el gobierno Afgano está actuando, fueran cuales fueren sus motivaciones, con valentía y eficiencia. Está claro que quiere dejar un escarmiento para que los mulás, malawis y demás jefecillos locales comprendan de una vez que el tiempo de los talibanes y de la impunidad ha terminado allí. Bien por ellos.
Sin embargo, si como muchos piden, alguno de estos 17 sujetos fuera condenado a muerte y ejecutado, merecería también mi repulsa: hay conceptos como el del respeto a la vida humana, que deben estar por encima de toda consideración moral, religiosa o jurídica.
Lapidar a los lapidadores no sería un avance en la consecución de los DDHH sino el reconocimiento explícito de la incapacidad de un gobierno para articular unos mecanismos adecuados de justicia implementados en un ordenamiento jurídico progresista y acorde, no a la mentalidad occidental, sino a los Derechos Fundamentales de cualquier persona.
Esté donde esté, sea quien sea.
(Abrazotes)
Esta es la declaración que ha hecho Bigum Nesa, a la sazón madre de Amina (brutalmente lapidada, como sabéis, hace cerca de un mes), ante los investigadores afganos encargados de esclarecer el caso.
De momento ya hay 17 detenidos y no se descarta que sean muchos más.
Y es que si la primera piedra, impulsada por un brazo de fanatismo religioso, de posesión despechada, de ignorancia endémica, de egoista ceguera y de cómplice y sofisticada indiferencia occidental, si esa primera piedra, digo, impactó contra Amina, la segunda piedra fue a parar directamente a la mesa del parlamento afgano.
No puede ser para menos; el actual gobierno de Afganistán se encuentra ahí gracias a una intervención patrocinada por los Establos Unidos de América del Norte bajo dos pretextos "oficiales" de cara al foro internacional: liberar a la mujer afgana del fundamentalismo talibán y atrapar a Bin Laden. El segundo objetivo de la invasión ya se da por fracasado; los gritos de Amina nos han recordado que el primero también.
El gobierno afgano, que pretende a toda costa dar una imagen de que su país está en un tranquilo proceso democratizador, podría haber intentado tapar el asunto de Amina pero en un territorio plagado de periodistas occidentales las noticias vuelan más rápido que las piedras y finalmente ha optado valientemente por tirar de la manta hasta el final, enfrentándose con ello si preciso fuera a los propios Señores de la Guerra (último reducto espiritual de los talibanes convertido en un "noli me tangere" desde la caída del antiguo regimen).
¿Afán de justicia? No exactamente. Más bien parecen perseguir que occidente se lleve la idea de que hay una tímida pero inequívoca intención de que el gobierno afgano pretende respetar y hacer respetar los DDHH en su país. Ardua tarea la que tienen por delante, sin duda. Van a precisar un profundo replanteamiento de su sitema jurídico y procesal (no olvidemos que aunque en teoría todas las sentencias de muerte en Afganistán las tiene que firmar el Presidente, al no existir mecanismos de comunicación entre la Administración central y los pequeños entes periféricos ni órganos del gobierno destacados a nivel local, son los mulás (algo semejante al "cura del pueblo") los que hacen las veces de jueces por su profundo conocimiento de las leyes religiosas. Vamos, exactamente como en tiempo de los talibanes.
Por otro lado y coincidieno "curiosamente" con la lapidación de Amina, el parlamento afgano, presionado por el chaparrón de condenas institucionales que le ha caído desde la comunidad internacional, ha emprendido una drástica reforma legislativa que, se espera, terminará con la posible cobertura legal de estas prácticas. Y desde otro frente, diversas Asociaciones Internacionales de DDHH han anunciado su intención de emprender nuevos proyectos educacionales y de formación en el área de Afganistán de forma intensiva.
Pero volvamos a la investigación del caso Amina: entre los 17 detenidos (entre los que figuran el padre de Amina, el padre de su "amante", su tío, distintos líderes religiosos...) se pasan, declaración tras declaración, la pelota los unos a los otros. El jefe religioso local Mohammad Yousuf sostiene que fue el mawlawi Noorulla quien ordenó la lapidación. El malawi sostiene que presenció los 100 latigazos que le fueron propinados al adúltero pero declara no saber qué fue de Amina.
¿Sería muy descabellada aquí la expresión "tiran la piedra y esconden la mano"?
La cara del encargado del Departamento de Seguridad de Badajshán tuvo que ser todo un poema al escuchar la declaración del marido de Amina: "nadie la mató; se murió sola de un ataque al corazón"
Y efectivamente, fue un ataque al corazón pero no sólo al de Amina sino al de todos los que supimos del caso.
La reconstrucción de los hechos dice que Amina se refugió en casa de su amante cuando supo que su antiguo marido había vuelto a la aldea. Que fue sacada de casa de su amante por el tío de éste y llevada a la casa de sus padres. Que de la casa de sus padres fue sacada a rastras y... aquí se le pierde la pista. Tan sólo ternemos una sentencia a morir lapidada y una serie de denuncias y testimonios de testigos protegidos explicándo cómo ocurrió la lapidación. Por lo demás, la aldea es una completa conspiración de silencio.
Ahora van a exhumar el cuerpo de Amina, imagino que para preguntar a los gusanos lo que los otros gusanos (esos 17 que están detenidos) no quieren contar.
Es claro que el gobierno Afgano está actuando, fueran cuales fueren sus motivaciones, con valentía y eficiencia. Está claro que quiere dejar un escarmiento para que los mulás, malawis y demás jefecillos locales comprendan de una vez que el tiempo de los talibanes y de la impunidad ha terminado allí. Bien por ellos.
Sin embargo, si como muchos piden, alguno de estos 17 sujetos fuera condenado a muerte y ejecutado, merecería también mi repulsa: hay conceptos como el del respeto a la vida humana, que deben estar por encima de toda consideración moral, religiosa o jurídica.
Lapidar a los lapidadores no sería un avance en la consecución de los DDHH sino el reconocimiento explícito de la incapacidad de un gobierno para articular unos mecanismos adecuados de justicia implementados en un ordenamiento jurídico progresista y acorde, no a la mentalidad occidental, sino a los Derechos Fundamentales de cualquier persona.
Esté donde esté, sea quien sea.
(Abrazotes)