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La Invención del Nacionalismo

Christian01

Bovino Milenario
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25 Jul 2008
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El siguiente es un fragmento de un libro que se encuentra aquí http://www.scribd.com/doc/13228151/Eric-Hobsbawm-Naciones-y-Nacionalismo-desde-1780 y que trata sobre la ilusión ideológica creada en torno de los conceptos de nación y nacionalismo, como si fueran características eternas de las sociedades humanas.
En cambio, son meras consecuencias de la organización de los nuevos estados burgueses en el siglo XIX. Como se sabe, tanto la Revolución Industrial en Inglaterra como la Revolución Francesa marcaron el principio del dominio de la burguesía tanto en el mundo de la producción, como también, progresivamente, en la política, y por supuesto, en la ideología que sustenta este nuevo orden.
En este marco, el nacionalismo ligado al Estado-Nación, novedad histórica organizada en torno a las burguesías más fuertes, se explica como aglutinador de las clases altas y los grupos conservadores de cada país, contra los competidores de otros países en la carrera por extraer trabajo de las clases explotadas, es decir, riqueza material producida por los trabajadores, entre quienes empieza a destacarse como clase emergente el proletariado. Al mismo tiempo este proletariado será objeto de un intento (a la larga exitoso) de desactivación política mediante la inculcación escolar de estos valores nacionales de reciente invención, diluyéndose así la conciencia de clase, expresión de su situación objetiva de explotados. Todo esto está explicado en extenso en las conocidas obras de divulgación de E. Hobsbawm
La Era de las Revoluciones, La Era del Capital, y La Era del Imperio.
Leer La Era de las Revoluciones: http://www.scribd.com/doc/41473561/E-hobsbawm-La-Era-de-Las-Revoluciones-1789-1848
Leer Capítulo 3 de La Era del Imperio: http://www.scribd.com/doc/6779189/Hobsbawm-Eric-La-Era-Del-Imperio-Cap


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Eric Hobsbawm
Naciones y nacionalismo desde 1780



(...) Vemos, pues, que ni las definiciones objetivas ni las subjetivas son satisfactorias, y ambas son engañosas. En todo caso, el agnosticismo es la mejor postura que puede adoptar el que empieza a estudiar este campo, por lo que el presente libro no hace suya ninguna definición apriorística de lo que constituye una nación. Como supuesto inicial de trabajo, se tratara como nación a cualquier conjunto de personas suficientemente nutrido cuyos miembros consideren que pertenecen a una «nación». Sin embargo, que tal conjunto de personas se considere de esta manera es algo que no puede determinarse sencillamente consultando con autores o portavoces políticos de organizaciones que reivindiquen el estatuto de nación para él. La aparición de un grupo de portavoces de alguna «idea nacional» no es insignificante, pero la palabra «nación» se emplea hoy día de forma tan general e imprecisa, que el uso del vocabulario del nacionalismo puede significar realmente muy poco.

No obstante, al abordar «la cuestión nacional», «es más provechoso empezar con el concepto de "la nación" (es decir, con el "nacionalismo" ) que con la realidad que representa». Porque «La "nación", tal como la concibe el nacionalismo, puede reconocerse anticipadamente; la "nación" real sólo puede reconocerse a posteriori». Este es el método del presente libro. Presta atención especial a los cambios y las transformaciones del concepto, sobre todo en las postrimerías del siglo xix. Los conceptos, por supuesto, no forman parte del libre discurso filosófico, sino que están enraizados social, histórica y localmente y deben explicarse en términos de estas realidades.
Para el resto, la posición del autor puede resumirse del modo siguiente.

1. Utilizo el término «nacionalismo» en el sentido en que lo definió Gellner, a saber: para referirme «básicamente a un principio que afirma que la unidad política y nacional debería ser congruente» Yo añadiría que este principio también da a entender que el deber político de los ruritanos* (Ruritania es un país imaginario) para con la organización política que engloba y representa a la nación ruritana se impone a todas las demás obligaciones públicas, y en los casos extremos (tales como las guerras) a todas las otras obligaciones, del tipo que sean. Esto distingue el nacionalismo moderno de otras formas menos exigentes de identificación nacional o de grupo que también encontraremos.

2. Al igual que la mayoría de los estudiosos serios, no considero la «nación» como una entidad social primaria ni invariable. Pertenece exclusivamente a un período concreto y reciente desde el punto de vista histórico. Es una entidad social sólo en la medida en que se refiere a cierta clase de estado territorial moderno, el «estado-nación», y de nada sirve hablar de nación y de nacionalidad excepto en la medida en que ambas se refieren a él. Por otra parte, al igual que Gellner, yo recalcaría el elemento de artefacto, invención e ingeniería social que interviene en la construcción de naciones. «Las naciones como medio natural, otorgado por Dios, de clasificar a los hombres, como inherente ... destino político, son un mito; el nacionalismo, que a veces toma culturas que ya existen y las transforma en naciones, a veces las inventa, y a menudo las destruye:eso es realidad». En pocas palabras, a efectos de análisis, el nacionalismo antecede a las naciones. Las naciones no construyen estados y nacionalismos, sino que ocurre al revés.

3. La «cuestión nacional», como la llamaban los marxistas de antaño, se encuentra situada en el punto de intersección de la política, la tecnología y la transformación social. Las naciones existen no sólo en función de determinada clase de estado territorial o de la aspiración a crearlo —en términos generales, el estado ciudadano de la Revolución francesa—, sino también en el contexto de determinada etapa del desarrollo tecnológico y económico. La mayoría de los estudiosos de hoy estarán de acuerdo en que las lenguas nacionales estándar, ya sean habladas o escritas, no pueden aparecer como tales antes de la imprenta, la alfabetización de las masas y, por ende, su escolarización. Incluso se ha argüido que el italiano hablado popular, como idioma capaz de expresar toda la gama de lo que una lengua del siglo xx necesita fuera de la esfera de comunicación doméstica y personal, sólo ha empezado a construirse hoy día en función de las necesidades de la programación televisiva nacional. Por consiguiente, las naciones y los fenómenos asociados con ellas deben analizarse en términos de las condiciones y los requisitos políticos, técnicos, administrativos, económicos y de otro tipo.

4. Por este motivo son, a mi modo de ver, fenómenos duales, construidos esencialmente desde arriba, pero que no pueden entenderse a menos que se analicen también desde abajo, esto es, en términos de los supuestos, las esperanzas, las necesidades, los anhelos y los intereses de las personas normales y corrientes, que no son necesariamente nacionales y menos todavía nacionalistas. Si he de hacer una crítica importante a la obra de Gellner, es que su perspectiva preferida, la modernización desde arriba, hace difícil prestar la debida atención a la visión desde abajo.

Esa visión desde abajo, es decir, la nación tal como la ven, no los gobiernos y los portavoces y activistas de movimientos nacionalistas (o no nacionalistas), sino las personas normales y corrientes que son objeto de los actos y la propaganda de aquéllos, es dificilísima de descubrir. Por suerte, los historiadores sociales han aprendido a investigar la historia de las ideas, las opiniones y los sentimientos en el nivel subliterario, por lo que hoy día es menos probable que confundamos los editoriales de periódicos selectos con la opinión pública, como en otro tiempo les ocurría habitualmente a los historiadores. No sabemos muchas cosas a ciencia cierta. Con todo, tres cosas están claras.

La primera es que las ideologías oficiales de los estados y los movimientos no nos dicen lo que hay en el cerebro de sus ciudadanos o partidarios, ni siquiera de los más leales. En segundo lugar, y de modo más específico, no podemos dar por sentado que para la mayoría de las personas la identificación nacional —cuando existe— excluye el resto de identificaciones que constituyen el ser social o es siempre superior a ellas. De hecho, se combina siempre con identificaciones de otra clase, incluso cuando se opina que es superior a ellas. En tercer lugar, la identificación nacional y lo que se cree que significa implícitamente pueden cambiar y desplazarse con el tiempo, incluso en el transcurso de períodos bastantes breves. A mi juicio, este es el campo de los estudios nacionales en el cual el pensamiento y la investigación se necesitan con la mayor urgencia hoy día.

5. La evolución de las naciones y el nacionalismo dentro de estados que existen desde hace tiempo como, por ejemplo, Gran Bretaña y Francia no se ha estudiado muy intensivamente, aunque en la actualidad es objeto de atención. La existencia de esta laguna queda demostrada por la escasa atención que se presta en Gran Bretaña a los problemas relacionados con el nacionalismo inglés —término que en sí mismo suena raro a muchos oídos— en comparación con la que se ha prestado al nacionalismo escocés, al gales, y no digamos al irlandés. Por otra parte, en años recientes se ha avanzado mucho en el estudio de los movimientos nacionales que aspiran a ser estados, principalmente a raíz de los innovadores estudios comparados de pequeños movimientos nacionales europeos que efectuó Hroch. Dos observaciones del análisis de este excelente autor quedan englobadas en el mío. En primer lugar, la «conciencia nacional» se desarrolla desigualmente entre los agrupamientos sociales y las regiones de un país; esta diversidad regional y sus razones han sido muy descuidadas en el pasado. A propósito, la mayoría de los estudiosos estarían de acuerdo en que, cualquiera que sea la naturaleza de los primeros grupos sociales que la «conciencia nacional» capte, las masas populares —los trabajadores, los sirvientes, los campesinos— son las últimas en verse afectadas por ella. En segundo lugar, y por consiguiente, sigo su útil división de la historia de los movimientos nacionales en tres fases. En la Europa decimonónica, para la cual fue creada, la fase A era puramente cultural, literaria y folclórica, y no tenía ninguna implicación política, o siquiera nacional, determinada, del mismo modo que las investigaciones (por parte de no gitanos) de la Gypsy Lore Society no la tienen para los objetos de las mismas. En la fase B encontramos un conjunto de precur sores y militantes de «la idea nacional» y los comienzos de campañas políticas a favor de esta idea. El grueso de la obra de Hroch se ocupa de esta fase y del análisis de los orígenes, la composición y la distribución de esta minorité agissante. En mi propio caso, en el presente libro me ocupo más de la fase C, cuando —y no antes— los programas nacionalistas obtienen el apoyo de las masas, o al menos parte del apoyo de las masas que los nacionalistas siempre afirman que representan. La transición de la fase B a la fase C es evidentemente un momento crucial en la cronología de los movimientos nacionales. A veces, como en Irlanda, ocurre antes de la creación de un estado nacional; probablemente es mucho más frecuente que ocurra después, como consecuencia de dicha creación. A veces, como en el llamado Tercer Mundo, no ocurre ni siquiera entonces.
Finalmente, no puedo por menos de añadir que ningún historiador serio de las naciones y el nacionalismo puede ser un nacionalista político comprometido, excepto en el mismo sentido en que los que creen en la veracidad literal de las Escrituras, al mismo tiempo que son incapaces de aportar algo a la teoría evolucionista, no por ello no pueden aportar algo a la arqueología y a la filología semítica. El nacionalismo requiere creer demasiado en lo que es evidente que no es como se pretende. Como dijo Renán: «Interpretar mal la propia historia forma parte de ser una nación». Los historiadores están profesionalmente obligados a no interpretarla mal, o, cuando menos, a esforzarse en no interpretarla mal. Ser irlandés y estar apegado orgullosamente a Irlanda —incluso enorgullecerse de ser irlandés católico o irlandés protestante del Ulster— no es en sí mismo incompatible con el estudio en serio de la historia de Irlanda. No tan compatible, diría yo, es ser un feniano o un orangista; no lo es más que el ser sionista es compatible con escribir una historia verdaderamente seria de los judíos; a menos que el historiador se olvide de sus convicciones al entrar en la biblioteca o el estudio. Algunos historiadores nacionalistas no han podido hacerlo. Por suerte, al disponerme a escribir el presente libro, no he necesitado olvidar mis convicciones no históricas.




http://www.scribd.com/doc/13228151/Eric-Hobsbawm-Naciones-y-Nacionalismo-desde-1780

El autor recomienda las siguientes obras también:
Hroch, Miroslav, Social preconditions of national revival in Europe, Cambridge, 1985. Combina las conclusiones de dos
obras que el autor publicó en Praga en 1968 y 1971.
Anderson, Benedict, Imagined communities, Londres, 1983.
Armstrong, L, Nations befare nationalism, Chapel Hill, 1982.
Breuilly, J., Nationalism and the state, Manchester, 1982.
Colé, John W., y Eric R. Wolf, The hiddenfrontier: ecology and
ethnicity in an Alpine valley
, Nueva York y Londres, 1974.
Fishman, J., ed., Language problems of developing countries,
Nueva York, 1968.
Gellner, Ernest, Nations and nationalism, Oxford, 1983.
Hobsbawm, E. J., y Terence Ranger, eds., The invention of tradi-
tion
, Cambridge, 1983 [hay trad. cat: L'invent de la tradició,
Eumo,Vic, 1989].
Smith, A. D., Theories of nationalism, Londres, 1983
Szücs, Jeno, Nation und Geschichte: Studien, Budapest, 1981.
Tilly, C, ed., The formation of national states in Western Europe,
Princeton, 1975.
 
El nacionalismo ha existido siempre, no es que con la revolución industrial haya nacido, existió antes conforme a que un grupo social -pongamos de ejemplo a Roma- justifica su existencia y su posición económica y moral para suavizar la realidad. En Roma existían tres grupos sociales (Patricios, es decir aristócratas, dueñoas de las tierras de oma por ser sus fundadores; el Pueblo llano, es decir los siervos, ganaderos y agricultores, así como constructores y albañiles; y clientes, que eran extranjeros que alcanzaban riqueza a base de poner dinero para las obras, y que además se casaban con hijas de familias patricias) durante la monarquía, donde no se necesitaba nacionalismo alguno, por que había un rey que era el cual mantenía lacohesión y vigilaba los cambios sociales, tras siete reyes, se costituye la república, ya que se elevan los patricios por sobre el gobierno real y desean ser representados realmente. CXomo pueden recordar en el mito de la fundación de Roma, la madre de Rómulo se casa con Eneas, un griego que regresa de Troya, aquí lo importante es que la Patria (del latín Pater=Padre) es ladescendencia de una latina (de la región de lacio, área de Roma) con un griego, que es nmada más y nada menos que étnicamente (según puntos de vista romanos) los más avanzados del mundo en aquel tiempo, de ahí la fundación de Roma, regresando a los patricios, ellos son eso por que fueron las familias que se reunieron para fundar Roma, es decir Griegos y latinos, el pueblo, son solo migrantes. de ahí nacionalismo, y existe desde antes.
Ahora el nacionalismo actual sucede a partir - eso sí- de la revolución industrial, e incluso antes con la revolución francesa e inglesa, en las cuales, se producen estallidos revolucionarios en los cuales el pueblo confronta a los grupos de poder, estos grupos entonces adoptan los principios básicos de Libertad (a todos los hombres sin importar la casta) Igualdad (lo mismo) y Fraternidad (todos hermanos), pero recordemos que existen grupos de poder confrontados entre sí, llámese Napoleón (Emperador de los franceses, nótese, de los franceses, no de Francia)versus Alejandro I (Zar de Rusia, Rusia como una corona, no como un pueblo), de esos intereses nacen las naciones con esa denominación de pueblo y no como tierras pertenecientes a un gobierno
 
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