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La decisión que lo cambió todo (Primera Parte)

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4 Feb 2018
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Qué tal. Aquí les dejo una historia que había querido contar desde hace varios meses, por fin encontré tiempo para escribirla. Cuando yo leo algo, me gusta entender un poco la historia de las personas involucradas, tal vez hasta entender un poco como piensan y como que es que terminaron donde terminaron. Aquí procuré hacer eso que comento, eso causó que la historia fuera larga, pero creo que vale la pena saber cada detalle. De antemano pido una disculpa por la gramática o las puntuaciones, en verdad intenté cuidar cada palabra, pero tristemente no soy escritor ni nada por el estilo, simplemente una persona que quiso contar esta historia.
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Mi esposa y yo tenemos 10 años de casados, nos casamos jóvenes, justo un año después de salir la carrera. Desde que nos conocimos hubo una chispa que, aunque tardó en pasar a una llama intensa, se ha mantenido constante a lo largo de los años. No digo que seamos la pareja modelo, ni mucho menos, pero siempre había estado más que contento y feliz con la vida que llevo con ella, hasta que llegó ese maldito día, que cambió por completo nuestras vidas.

Danai es del tipo de mujer buena onda, siempre alegre, que no se toma nada personal, aguanta el humor negro y siempre prefiere verle el lado positivo a las cosas. Le gusta practicar los deportes, no para ser campeona mundial, sino porque es muy competitiva. Ella dice que está bajita y se enoja cuando se acuerda, pero para mí tiene una estatura perfecta. Tiene un tono de piel morena clara que me encanta, su pelo es negro y largo. Tiene unos ojos color miel que te hacen ceder tan solo con mirarlos unos segundos. Tiene un rostro de ángel, pero que guarda un cierto rasgo de perversión si logras pasar esa mirada de ternura. Gracias a los deportes tiene unas piernas torneadas y unas nalgas exquisitas, no muy grandes, pero del tamaño y dureza perfecto, que dan ganas apretarlas sólo con verlas. Sus senos están justo como me gustan, caben perfectamente en mis manos y son lo suficientemente firmes para hacerla ver como una diosa sexual con cualquier traje que se ponga.

No me considero un santo, me doy mis gustos volteando a ver una mujer guapa pasar, bien arreglada, con buenas nalgas, en un pantalón bien ajustado, engalanada con un rico perfume, pero jamás en la vida pasé de ahí. Qué fácil sería acercarse a hablar con una de ellas, sobre todo si coincides con ella en algún lugar donde ya se da por sentado que van a convivir, por ejemplo, en el trabajo, el gimnasio o algún club de lo que sea. Después de vivir con una mujer, uno aprende a identificar los gustos generales que todas ellas comparten, que les molesta y que las hace bajar todas sus defensas. Claro que cada mujer es diferente, pero todas comparten cosas en común. Les gusta que les prestes atención cuando te platican algo, aunque sea algo de lo más sencillo, les gusta que notes y les menciones cuando se hicieron algo diferente, les gusta que les digas, de manera agradable, que se ven bonitas o que su nuevo perfume huele muy rico. Si tienen algún problema les gusta que les ofrezcas tu ayuda, tal vez no te la acepten, pero te agradecerán y no olvidarán ese gesto. Esto y un par de cosas más, puestas en práctica en una mujer con la que convives con frecuencia, al final terminan por rendir frutos. No digo que todas cedan, pero alguna seguro que lo hará. Sé que también depende del físico del hombre que se acerque a ellas, pero pasando cierta edad, sobre todo llegando a los 30’s, para las mujeres el físico del hombre ya no es una prioridad.

Aun conociendo todas estas armas, teniendo la confianza y las mañas que uno gana con el pasar de los años, jamás me nació la necesidad de ir a buscar otra mujer con la cual pasar el rato. Mi mujer cumplía con todo lo que yo necesitaba, teníamos una vida excelente durante el día y por las noches teníamos unas sesiones de sexo que nada tenían que envidiarle a la mejor película porno. Danai era una diosa en la cama y aguantaba casi todo lo que se me ocurría hacerle. Con ella me era suficiente y no necesitaba absolutamente nada más. Durante muchos años tuve la certeza de que nunca saldría de mi ir a buscar a otra mujer, pero jamás pensé que un monumento de mujer, que además tenía las pocas cosas que a Danai le faltaban, me fuera ofrecida a solas, en bandeja de plata, con promesa de cero repercusiones, y peor aún, que esta me fuera ofrecida por mi propia esposa.

Lorraine y Danai se conocieron en las clases de spinning. Mientras que Danai iba por que le gustaba como se sentía el ejercicio en su cuerpo, Lorraine iba por que estaba cansada de estar en casa con su mamá y porque al sentirse insegura en la ciudad, no podía practicar el deporte que más le gustaba, que era correr. Se habían mudado recientemente a la ciudad debido a que su abuela estaba enferma y necesitaba quien la cuidara. Ellas venían de un pueblo muy humilde de México, -dicen que, en algún momento, ese pueblo fue colonia francesa, supongo que a eso se debe el nombre de Lorraine y sus todos sus razgos-. En ese pueblo aún se acostumbra que las madres tengan mucho poder de decisión sobre las hijas, esta es la razón por la Lorraine no pudo oponerse a su cambio de residencia, negarse hubiera sido una falta de respeto imperdonable para su madre. No tuvieron que pasar ni dos sesiones de Spinning para que Lorraine y Danai se volvieran amigas, sus personalidades se complementaban muy bien, una de ellas tenía varias problemas personales que la aquejaban, y la otra la hacía olvidarse de sus malos momentos haciendo bromas o sacando alguna puntada que la hacía reír, aunque no tuviera ganas.

Un día Danai me pidió que pasara por ella al terminar las clases de Spinning, ella sabía que no me gustaba ir a ese lugar porque para llegar al cuarto donde están las bicicletas había que cruzar la mitad de un gimnasio donde había sólo hombres metrosexuales levantando una pesa una vez, y mirándose en el espejo tres -Y no es que tenga nada contra las personas que hacen ejercicio, pero yo soy más de ejercitarme en casa, me basta con saberme saludable, pero sin tener que estarme comparando con el “amigo” de al lado para ver quien lo tiene más grande-. Ese día salí a una hora normal de mi trabajo, pero por cosa del destino, el tráfico estaba muy ligero y además me tocaron todos los semáforos en verde, así que llegué 15 minutos antes de la hora que terminaba la clase. Mi teléfono se había descargado, sabía que me iba a aburrir en el automóvil, así que de muy de mala gana me bajé, pasé rápido por el gimnasio y me senté en una banca que estaba en el cuarto de spinning, ahí de menos buscaría algo para distraerme, y vaya que lo encontré. No me considero un morboso, al contrario, procuro ser discreto cuando veo a una mujer que me llama la atención, pero estar en un cuarto con 12 mujeres, más o menos de mi edad, con muy buenos cuerpos, usando unas licras super apretadas, y moviéndose al ritmo de música electrónica, al final termina haciendo mirar a cualquiera. Primero no quería ver, ni falta que hacía, llegué justo cuando estaba una canción muy tranquila y todas estaban sentadas pedaleando de forma ligera, pero así de la nada, la canción se aceleró y todas las mujeres se levantaron de sus asientos, se inclinaron hacia adelante y empezaron a moverse al ritmo del bajo de la canción. Era un espectáculo digno de admirar, así sin darme cuenta, ya estaba inmerso mirando cada uno de esos enormes traseros -Una vez escuché decir a alguien decir que el trasero de una mujer se hace el doble de grande cuando se inclina hacia adelante, vaya que tenía razón-. De entre todas esas nalgas resaltaban las nalgas de Danai, inconfundibles y deliciosas a la vista como siempre, pero a un lado de ella había unas nalgas igual de torneadas que las de ella, pero aún más grandes, ajustadas en unas licras verde limón. Una vez que las vi, ya no pude retirar mi vista, no recuerdo si quiera haber visto un trasero que se me antojara más que el de mi mujer, pero ese día sucedió. Me quedé mirando como idiota durante el resto de la canción, al punto de no notar que la clase había terminado, por suerte espabilé justo antes de que encendieran todas las luces. Nadie se dio cuenta de mi pequeña aventura visual.

Al terminar la clase, Danai se acercó, pero no venía sola, venía acompañada de la mujer con las licras verde limón, se llamaba Lorraine. Ya con las luces encendidas y mirando de cerca, salieron a relucir algunas cosas que no había podido notar a media luz. Era una mujer casi de mi estatura -eso llamó la atención rápidamente ya que no es común encontrarse mujeres que se acerquen a mi 1.80-. Tenía al rededor de 25 años, rubia, el cabello le llegaba arriba de los hombros. Además de las nalgas que me habían hecho perder la razón, tenía una cintura delgada y un par de tetas que hacían muy buen juego con todo ese cuerpo. Esos rasgos no me extrañaban ya que, me dio la impresión de ser del tipo de mujer que en México se conoce como güera de pueblo, son mujeres con todos los rasgos de una persona de estados unidos, pero que nacen en pueblo con descendencia extranjera antigua. Su rostro era lo único que no cuadraba con cuerpo, era muy bonita, eso era innegable, pero parecía ser muy buena, tal vez hasta temerosa. Eso me hizo tener sentimientos encontrados por haberla estado mirando, más aún porque soy 5 años mayor que ella.
 
Última edición:
Adentrarse en la psicología del personaje: gran punto. Buen comienzo.
 
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