Joker
Moderador risitas
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Tenía rato que no me gustaba tanto una columna del maestro Julio Hernández, no solo es un excelente resumen de lo sucedido durante esta semana, sino que, además, es una perfecta crítica hacia lo ocurrido. Un verdadero ejemplo de periodismo nacional, sin lugar a dudas.
Jalogüin felipesco
Convertido abiertamente en instrumento de agresión social y mentira cínica, el aparato policial federal destacado en Ciudad Juárez dio cuenta el pasado viernes de su lógica de guerra: balas institucionales contra protestas estudiantiles, disparo de armas de fuego contra mentadas de madre, detonaciones preventivas frente a los nuevos delitos dignos de paredón que ahora constituyen pintar leyendas en paredes (mientras narcomantas son colocadas tranquilamente) y manifestarse con parte de la cara cubierta (mientras policías y soldados así se mueven, inidentificables, oscuramente tocados). Estado mexicano tan fallido que ayer se anunciaban medidas contra quienes de noche se disfrazaran al estilo del jalogüin o de día o ya en la oscuridad manejaran vehículos con máscaras o distorsiones faciales, y se pedía a los padres de familia que no permitieran a sus hijos salir a pedir dulces más que con luz de sol y acompañados de adultos. Felipe, ¿nos das otra decena de miles de calaveritas? ¿Dulces, o maldad?
Federales implacables ante estudiantes desarmados (o armados con piedras, latas y múltiples proyectiles verbales), a uno de los cuales hirieron de gravedad aunque por fortuna parece estar ya a salvo; prueba tajante de insania gubernamental: agredir a jóvenes en protesta contra la militarización y la violencia policiaca, violar la autonomía universitaria, confirmar en caso extremo la sabida conducta de violaciones y agresiones contra la población en general, herir a los inermes mientras se protege o huye de los impunes sanguinarios desatados, atacar a los jóvenes que protestan por la muerte de decenas de sus coetáneos y por la masacre diaria que allá se vive, en esa urbe fronteriza declarada por el calderonismo mucho más que una locación de El infierno, convertida en síntesis y sentencia del sexenio de la muerte.
Desquiciada mano dura contra estudiantes juarenses, mientras un hijo del jefe Diego es acusado de usar a agentes federales para asuntos conyugales y la toma de dos menores de edad (en Cozumel, David Fernández de Cevallos, acompañado de su hermano Rodrigo y su escolta de policías, arremetió contra su esposa y los padres de ella para llevarse a dos pequeños, de cuatro y un año de edad), mientras los michoacanos protestan de nuevo en las calles en demanda de que el Estado informe de la suerte de una veintena de paisanos que fueron desaparecidos en Acapulco, mientras el mismo Ejército interviene en Tijuana para liberar a tres familiares del poderoso Mayo Zambada que habían sido secuestradas por narcotraficantes contrarios, lo que podría generar una espiral de venganzas de primer nivel, ante lo cual preferible fue pintar con letras verdes conciliatorias que a las familias se les debe respetar; mientras la gerencia católica metropolitana, a cargo del licenciado Rivera, acepta –a fuerza de hechos comprobados, como la capilla construida por un jefe zeta en su tierra natal, con placa conmemorativa– que el poder corruptor del narcotráfico ha penetrado incluso la textura eclesial. Estampas de patología oficial, con la Policía Federal encañonando estudiantes y disparándoles, en una etapa superior de la guerra calderonista verdadera, que es contra la población. Guerra para implantar miedo social, para cancelar derechos y libertades, para encerrar a la gente en sus casas y someterla a la conservación angustiada de sus haberes mínimos, de su precaria seguridad personal: no protestes, no te manifiestes, no hagas caminatas de denuncia, no te opongas, no votes, no guardes esperanza más allá de que hoy no te toque a ti.
Jalogüin felipesco
Convertido abiertamente en instrumento de agresión social y mentira cínica, el aparato policial federal destacado en Ciudad Juárez dio cuenta el pasado viernes de su lógica de guerra: balas institucionales contra protestas estudiantiles, disparo de armas de fuego contra mentadas de madre, detonaciones preventivas frente a los nuevos delitos dignos de paredón que ahora constituyen pintar leyendas en paredes (mientras narcomantas son colocadas tranquilamente) y manifestarse con parte de la cara cubierta (mientras policías y soldados así se mueven, inidentificables, oscuramente tocados). Estado mexicano tan fallido que ayer se anunciaban medidas contra quienes de noche se disfrazaran al estilo del jalogüin o de día o ya en la oscuridad manejaran vehículos con máscaras o distorsiones faciales, y se pedía a los padres de familia que no permitieran a sus hijos salir a pedir dulces más que con luz de sol y acompañados de adultos. Felipe, ¿nos das otra decena de miles de calaveritas? ¿Dulces, o maldad?
Federales implacables ante estudiantes desarmados (o armados con piedras, latas y múltiples proyectiles verbales), a uno de los cuales hirieron de gravedad aunque por fortuna parece estar ya a salvo; prueba tajante de insania gubernamental: agredir a jóvenes en protesta contra la militarización y la violencia policiaca, violar la autonomía universitaria, confirmar en caso extremo la sabida conducta de violaciones y agresiones contra la población en general, herir a los inermes mientras se protege o huye de los impunes sanguinarios desatados, atacar a los jóvenes que protestan por la muerte de decenas de sus coetáneos y por la masacre diaria que allá se vive, en esa urbe fronteriza declarada por el calderonismo mucho más que una locación de El infierno, convertida en síntesis y sentencia del sexenio de la muerte.
Desquiciada mano dura contra estudiantes juarenses, mientras un hijo del jefe Diego es acusado de usar a agentes federales para asuntos conyugales y la toma de dos menores de edad (en Cozumel, David Fernández de Cevallos, acompañado de su hermano Rodrigo y su escolta de policías, arremetió contra su esposa y los padres de ella para llevarse a dos pequeños, de cuatro y un año de edad), mientras los michoacanos protestan de nuevo en las calles en demanda de que el Estado informe de la suerte de una veintena de paisanos que fueron desaparecidos en Acapulco, mientras el mismo Ejército interviene en Tijuana para liberar a tres familiares del poderoso Mayo Zambada que habían sido secuestradas por narcotraficantes contrarios, lo que podría generar una espiral de venganzas de primer nivel, ante lo cual preferible fue pintar con letras verdes conciliatorias que a las familias se les debe respetar; mientras la gerencia católica metropolitana, a cargo del licenciado Rivera, acepta –a fuerza de hechos comprobados, como la capilla construida por un jefe zeta en su tierra natal, con placa conmemorativa– que el poder corruptor del narcotráfico ha penetrado incluso la textura eclesial. Estampas de patología oficial, con la Policía Federal encañonando estudiantes y disparándoles, en una etapa superior de la guerra calderonista verdadera, que es contra la población. Guerra para implantar miedo social, para cancelar derechos y libertades, para encerrar a la gente en sus casas y someterla a la conservación angustiada de sus haberes mínimos, de su precaria seguridad personal: no protestes, no te manifiestes, no hagas caminatas de denuncia, no te opongas, no votes, no guardes esperanza más allá de que hoy no te toque a ti.