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- #1
Gabriela era una chica simpática, de 1.65 m de estatura, de cabellos lacios y negro, ojos del mismo color y piel bronceada; de su cuerpo, puedo decirles que era una versión a escala de Jennifer López, su trasero no era tan exageradamente voluptuoso pero sí, muy apetecible. Entonces, pueden darse una idea de la apariencia y de las formas de Gabi y a decir verdad, es la mujer con el mejor culo que he visto.
Nosotros estudiábamos la misma carrera de técnico paramédico, ella siempre estaba rodeada por hombres y a mí no me llamaba la atención unirme a su club de fans, me contentaba viéndola pasearse por el instituto, con sus jeans apretados y más de un pensamiento morboso cruzó por mi mente y la de muchos. Un amigo, Javier, llegó a ser su pololo, era un tipo divertido pero también mujeriego, Gabi conocía su fama y aun así, lo aceptó, quizás pensaba que su curvilíneo cuerpo cambiaría su promiscuidad y poco me importó, yo tenía una polola y pensé “bien por Javier y que disfrute de ese jugoso culito”.
Poco después, coincidí con ella en un curso, donde debíamos presentar informes casi todas las semanas, yo no conocía a nadie en esa clase y creí que a Gabi le iría mejor, pero al final de la sesión, ella se me acercó y me preguntó si tenía compañero; naturalmente, no me hice ilusiones, pensé que me quería agrupar con algún amigo o amiga suya que estuviera solo y le respondí, sin mayor interés “no, todavía no tengo compañero” y me propuso “bueno, yo tampoco, ¿te parece si lo hacemos juntos?”. Tomé sus palabras en doble sentido, me hubiera abalanzado para hacerlo ahí mismo pero no se refería a eso pero Gabi se dio cuenta de cómo sonó su propuesta y antes que dijera algo, repuso “me refiero al trabajo, no seas mal pensado”, sonriendo pero un poco sonrojada, contestándole y devolviéndole la sonrisa “sí, me parece bien”.
Así nos fuimos haciendo amigos, íbamos a su casa o a la mía a hacer los informes y presentarlos casi a la hora de entrega hasta que casi al final del ramo, Gabi fue a mi casa a terminar un informe y como creímos que nos tomaría tiempo, decidió quedarse. El trabajo no fue difícil, lo terminamos a las dos de la madrugada y pensé que se iría, hasta le ofrecí ir a dejarla a su casa pero Gabi prefirió quedarse.
Nos quedamos conversando en mi pieza, luego le ofrecí una bebida pero me preguntó con una sonrisa coqueta “¿no tendrás un cerveza?”, entonces busqué en mi refrigerador y encontré una botella de ron que se le había quedado a unos amigos, la última vez que vinieron a hacer una carrete. Luego agarré unas copas de la cocina sin hacer ruido porque no quería que se despertara mi compañero de casa y no quería aguarme la fiesta. Con el ron, la conversación fue más amena, nunca habíamos hablado de cosas personales pero esa noche, hablamos hasta de sexo.
Me hizo prometerle que nunca le
contaría a alguien lo que esa noche hablamos y después me haría prometerle que no contara lo que hicimos. Aunque un poco cohibida al principio, luego fue hablando sin complejos y con el ron en la sangre y la conversación sexual, mi pene iba endureciéndose, más aún con Gabi y con su redondo trasero hundiéndose en mi cama, incluso temí que fuera evidente lo tieso que tenía mi entrepierna. Llegó el momento de hablar de Javier y de cómo les iba en la cama y con una copa más de ron y bajo otra promesa solemne de silencio de mi parte, me habló de sus intimidades, diciéndome sin tapujos “bueno, sí, es evidente que ya lo hemos hecho varias veces” y pensé “¡maldito suertudo!, llevan poco tiempo juntos y ya lo hacen como conejos”.
Ella notó mi expresión y me preguntó curiosa “¿por qué esa cara?, ¿acaso no lo has hecho aún con tu polola?”, le contesté “sí lo he hecho, solo que pasaron dos meses antes que fuéramos a la cama”, cuestionándome, sonriendo “¿y por qué tanto?”. Entonces, le respondí “quería estar segura que yo estaba realmente interesado y que no buscaba solo placer”, comentándome sonriendo “vaya, se te habrán hinchado los cocos en esos cinco meses” y riéndome, le contesté “ja, ja, ja, sí pero bueno, valió la pena, a pesar que ella no tenía experiencia”. Más sorprendida, me preguntó “¿qué?, ¿no me digas que tú la desfloraste?”, le respondí “sí, su familia siempre fue sobre protectora con ella”.
Luego, me dijo bromeando “así que tú echaste a perder a esa pobre niña”, comentándole “ja, ja, puede decirse, prefiero decir que sus padres me la cuidaron bien” y añadió curiosa “ja, ja, ja pero vamos, cuéntame más de eso”. Entonces, le platiqué “como dije, ella no tenía experiencia pero la forma cómo se entregó, esa ternura, esa pasión pero bueno, hay cosas que aún no hacemos porque le da vergüenza” y afirmó sonriendo “¡sátiro!, ¡mañoso!, ¿qué cosas le querrás hacer a la pobre chica?”, le contesté “ja, ja, ja, nada malo, tú sabes, hay más de un par de posiciones para hacerlo”.
Por primera vez hablaba tan abiertamente de sexo con esa mujer, a la que quería practicarle más de una posición, no me importaba que fuera polola de un amigo, ni tan amigo, compañero de curso puede decirse. Llegué al punto en que me olvidé que yo también tenía polola y respondió, guiñándome el ojo “tienes razón, creo que Javier no puede quejarse”, diciéndole con cierta envidia “lo tienes satisfecho” y afirmó “sí pero hay algo que todavía no”. Gabi titubeó y se arrepintió de lo que iba a decir hasta que le pregunté curioso “¿qué es lo que todavía no?” y dijo sonrojándose por primera vez en la noche “no, no es nada” pero insistí “vamos, mira que yo te he contado todo”, señalándome “tienes razón, está bien pero...”.
Al instante, le señalé con tedio “sí, por tercera vez te prometo que lo que digas, no sale de aquí” y me respondió, mostrándome un puño juguetonamente “por tu bien, espero que sea así”, insistiéndole “pero vamos, cuéntame, ¿qué es lo que aún no hacen?”. Nuevamente, Gabi titubeó “Javier tiene cierto gusto por el sexo...” y le reiteré “continua”, diciéndome con vergüenza “bueno, él quiere hacérmelo por atrás”, luego tomó más ron. Entonces, le pregunté incrédulo “¿sexo anal?” porque creí que ya lo habrían hecho, viendo el inmenso trasero que ella tenía, cualquiera pensaría en metérselo por allí. Ya más suelta, Gabi me confirmó “sí, sexo anal” y agrego “nunca lo he hecho, ¿pensaste que sí?”, le respondí “como estuviste de acuerdo que hay más de una forma de hacerlo, creí que tú habías hecho eso”, imaginándome atrás de ella, perforándole su aún estrecho ano.
Naturalmente, mi pene estaba más duro que nunca y acomodé mis piernas para disimular mi erección, escuchándola decir “pues no, aún no me he atrevido, mis otras parejas también me lo pidieron pero... como que me dio miedo, no sé qué fijación tienen esos mañosos con mi pobre culito” y quise gritarle “¿culito? pero si tienes un ¡culazo!”. Todos en el instituto fantaseaban con romperle el culo en una buena culeada y ella no se daba cuenta que hasta los más recatados profesores, al menos de reojo, la veían meneando su cola con su coqueto andar.
Entonces, le pregunté, volviendo a mis cabales “¿y por qué el miedo?”, me contestó “porque puede ser doloroso, me gustaría complacerlo, me ha insistido mucho pero...”, cuestionándola “¿pero qué?”, me respondió “no sé, Javier es un poco tosco, con decirte que la primera vez que lo hicimos, me la metió toda de frente, ni siquiera espero que me mojara, es un desesperado”. Quise reírme pero debía comprender a Javier, tanto tiempo estuvo detrás de ella que al tenerla, no se aguantó y se la clavó lo más rápido que pudo, como para que no se le escapara pero no dije más y Gabi continúo quejándose “me dolió pero me hice la tonta, imagínate si acepto que me la meta por ahí, me va a desagarrar mi pobre anito”.
Oyendo lo que ella decía, mi verga estaba por explotar y mi leche casi manchaba mi ropa interior, diciéndole con sorna “ni que Javier la tuviera tan grande”, señalándome “bueno, no es tan grande pero sí la tiene gordita” haciendo gestos con la mano, para darme a entender de qué tamaño era y qué tan gorda la tenía. Obvio, me limite a decir “ah”, quizás con una sonrisa burlona porque me pareció que mi amigo no era tan aventajado como presumía, ella notó mi expresión y me preguntó entre enfadada y curiosa “¿qué?, ¿por qué ese gesto?, ¿cómo es la tuya?”, quise sacármela al momento y mostrársela, total, estaba recontra dura pero me contuve y me limité a decirle “quizás no sea tan gorda pero sí es más larga”, afirmando sonriendo “vaya, bien por tu polola, estará feliz” y le respondí “no puede quejarse”, con cierto orgullo.
De repente, me sorprendió preguntándome “y dime ¿tú ya le has practicado sexo anal?”, le contesté “no, todavía no, como te digo, aún se avergüenza de algunas cosas pero poco a poco, es una tarea que aún tenemos pendiente”, aunque me insistió “pero tú ya se lo has hecho a tus otras pololas”, respondiéndole “sí, a varias, tampoco querían al principio, por vergüenza, por temor al dolor pero al final, lo hicimos y una de ellas se volvió adicta y solo quería que lo hiciéramos por ahí”. Sorprendida y acalorada, me preguntó “¿tanto así?”, al parecer el ron y la conversación no solo me afectaba a mí, podía decir que le comenzaba a picar su vagina, afirmándole “sí y la otra no se hizo mayores problemas después, aceptaba gustosa tener sexo anal”.
Intrigada, me interrogó “¿en serio? y digamos, ¿cómo harías para introducírsela a tu polola?, en una no se la vas a meter toda, como hace el salvaje de Javier”, la veía preguntarme con una curiosidad que iba más allá del querer conocer y con una mano sobre su pecho, parecía que se estaba excitando. Sus ojos me miraban atenta cuando le contesté “no pues tiene que ser de a poco, hay que prepararla bien, sino le va a doler” y bebí más ron, luego ella se terminó su copa y también se sirvió más, preguntándome con interés “y ¿cómo iniciarías a una mujer miedosa?, como yo, por ejemplo”. A esas alturas, creo que yo tampoco me diferenciaría mucho de Javier, con el tremendo trasero de Gabi, quizás la perforaría en una y la cabalgaría salvajemente, para exorcizar el recuerdo de todas las veces que mis ojos siguieron el vaivén de sus caderas.
Conteniendo la saliva, le respondí “bueno...”, ya que el solo pensar que podría inaugurar su culito, se me hacía agua la boca, así que hablé sin mayores preocupaciones, diciéndole “primero usaría algún gel que te ayudara a lubricar y a dilatar tu anito, te untaría el gel y pondría un poco en mis dedos, después mis dedos masajearía tu anito hasta que te relajaras y poco a poco, iría introduciéndote mi dedo meñique”. Ahora era evidente que no era el único excitado, pues la vi morderse los labios y su mano sobre su pecho se movía sigilosa pero con cierto nerviosismo, preguntándome con cierta ansiedad “¿sí? ¿y qué más?”, le contesté “dejaría mi dedo meñique adentro, como para que te acostumbres a tenerlo dentro de ti, luego te lo sacaría y te lo metería lentamente, simulando el acto sexual”.
Al mencionar esto, me pareció ver cómo contraía sus muslos, como imaginándose que en realidad, lo hacía y al parecer, no le fue desagradable, creo que hasta lo disfrutó y dijo, conteniendo su nerviosismo y bebiendo más ron “¿y para qué harías eso?”. Le respondí con voz suave “para ayudar a dilatarte tu anito, después, cuando el dedo meñique entrara y saliera sin mayor resistencia, te lo sacaría e introduciría un dedo más grande, así uno por uno hasta que tu esfínter se acostumbrara y no sufriera cuando, cuando finalmente le introdujera mi pene”, quería darle mayor efecto a mis palabras.
Obvio, surtieron efecto, la vi retorcerse un poco, podría jurar que su conchita se había mojado y dijo, intentando calmarse “no te creo...” y repuse, saliendo un poco de mi excitación “¿por qué?”, me respondió “aún así dolería”, señalándole “tal vez un poco pero no demasiado”, repitiendo con cierto nerviosismo, propio de su excitación “no..., no te creo...”, a lo que repliqué “si no lo has intentado, ¿cómo sabes si te dolería o no?”. Entonces, añadió “bueno..., no sé..., ¿acaso tienes una de esas cremas aquí?” y no lo podía creer, prácticamente me estaba pidiendo que le hiciera una demostración, mi fantasía podría realizarse, ¡ser el primero en romper el por muchos codiciado culito de Gabi! y afirmé “sí, tengo una en mi cajón”, intentando serenarme.
Súbitamente, dijo como arrepintiéndose “¿qué estoy diciendo?”, luego repuso “y ¿cómo?, ¿cómo sería?, ya, bueno, digamos que a manera de prueba, dejo que hagas todo lo que has dicho porque alguna vez tengo que hacerlo” y me reiteró su advertencia nerviosa “mira que si dices algo, te mato, en fin ¿cómo sería?, mejor termina de explicarme”. Era obvio que Gabi estaba súper excitada por lo que le describí pero en este momento, no podía dejarme ganar por mi ansiedad y abalanzarme sobre ella, o espantarla de otra forma, si quería disfrutar de su estrecho ano y tener su enorme culo entre mis manos, tenía que calmarme, tenía que darle el puntillazo final para que cayera y no dudara en dejarme proceder.
Así pues, le contesté “como tu anito estaría completamente lubricado y flexible, mi pene también untado con gel, se deslizaría sin mayor oposición, claro que te lo metería de a poco, considerando que mi pene no es tan grueso, así tu anito sufriría menos, a decir verdad, sería mejor que un pene delgado te ayude a dilatarte tu esfínter”. Enseguida, me comentó “sí, sí, tienes razón, Javier la tiene gorda y sí, si lo dejo a él, me va romper toda, ese loco desesperado pero ¿puedo?”, respondiéndole “dime” y me sorprendió, diciéndome con cierta excitación “¿puedo verla?, muéstramela, no vaya a ser que acepte y resulte que tienes un pene más grueso”, era obvio que había descubierto mi erección y eso la había calentado más aún.
Con nerviosismo, me desabotoné el pantalón y casi disparada, salió la cabeza de mi pene y ella se encargó de sacarme el resto, exclamando sorprendida “vaya, ¡sí es mucho más larga! pero solo un poco más delgada, ¡casi nada!”. Creí que se arrepentiría y maldije mi infortunio, pensando “será otra paja más” pero no fue así, Gabi llegó al punto que no hay marcha atrás, su conchita debía estar empapada y se sobaba su entrepierna disimuladamente, intentando acallar esa picazón que incrementaba en sus intimidades, diciendo, como justificándose “no importa, tengo que saber cómo es, si no es ahora, nunca...”.
No creo que sienta gran remordimiento por serle infiel al aventurero de Javier, que conociéndolo, le habría puesto el gorro a Gabi más de una vez, buscando refugio en sus amigas cariñosas cada vez que le negaba su culito. Además, no me sentía tan culpable, después de que adiestrara el ano de Gabi, sería Javier quien disfrutaría de todo el sexo anal que quisiera con ese enorme trasero, al fin y al cabo, él saldría ganador, así que digamos que le estaba haciendo un favor y me preguntó con ansiedad “¿dónde está la crema?”, le contesté “¿ah?, ¡oh, sí, sí!, por acá la tengo”.
Con el pantalón que se me caía, busqué en mi mesa de noche, donde tenía una provisión de crema para cuando desvirgara el culito de mi polola y pensé fugazmente en ella pero hombre y débil al fin, ante la posibilidad que se presenta una vez en la vida, no me iba a hacer para atrás. Ella se paseaba nerviosa mientras yo, aún más nervioso, buscaba el gel hasta que al fin, lo encontré, Gabi se dio cuenta y sin tener que decirle algo, se fue acomodando en mi cama y me preguntó nerviosa “ay, no sé, ¿cómo me coloco?”, así que tragando saliva, le dije “es mejor que te pongas en cuatro”. Obedientemente, ella se ubicó como una perrita ansiosa, arrodillándose en la cama primero y luego, inclinándose hacia adelante hasta que su cabeza tocó el colchón, con sus codos apoyados en la cama que cubrían su rostro, sentiría un poco de vergüenza, o tal vez no quería que su cara delatara su ansiedad.
La observé por unos segundos, aunque su posición no era como la había imaginado porque su espalda formaba una joroba, aún así, era una imagen digna de recordar y un poco impaciente, Gabi no sabía si bajarse el pantalón deportivo, o dejar que yo lo hiciera, incluso su mano nerviosa hizo más de una vez, el ademán de querer hacerlo pero no se atrevía. Así pues, fui descubriendo lentamente el objeto del deseo de muchos y ante mí, fue apareciendo un bronceado y carnoso trasero, que de solo verlo, casi se me salía todo el semen, aún más observando la diminuta tanga negra que desaparecía entre sus abultadas nalgas y hasta me quedé sin aliento.
Sin dar mayor pie a que Gabi dudara, decidí continuar, tomando su tanguita y se la fui bajando suavemente, sintiendo que su piel se le erizó, quizás por el frío o porque era la primera vez que alguien que no fuera su pololo, la veía así, lo cierto es que al bajarle completamente su tanga, noté que estaba mojada. Al escudriñar un poco en sus intimidades, su lampiña conchita lucía empapada, sus labios vaginales parecían aguardar ansiosos que los penetraran y pensé “algún día” pero no quise distraerme y mis manos recorrieron sus redondas formas mientras ella se retraía un poco, así que continué haciéndolo hasta que la sentí menos tensa. Luego, le separé cuidadosamente sus abultadas nalgas, para verle mejor su arrugado anillo, objeto del deseo de muchos universitarios y de cuanto macho la haya conocido u observado.
Nuevamente, ella endureció sus nalgas y quise darle un palmazo para que las relajara pero opté por acariciárselas y otra vez surtió efecto hasta que la escuché decirme “vamos Chris, apúrate”, quizás hablando para sus adentros pero en el silencio de la noche, pude escuchar su ruego. A continuación, esparcí el frío gel sobre su esfínter, lo que hizo que su piel se pusiera como de gallina y aún así, no se hizo para atrás, se mantuvo firme, ansiosa, esperando que mis dedos hicieran todo lo que dije y me llamó con voz apagada “Chris”, le respondí “¿sí?”, temiendo su arrepentimiento y me susurró “por favor, que solo, que solo sean los dedos, ya sabes, no quiero...”, diciéndole con cierta resignación “entiendo”. Gabi estaba excitada pero consciente, no quería finiquitar su infidelidad pero no me desanimé, tenía esperanzas que mis caricias la hicieran cambiar de opinión.
Al saber que aceptaba sus términos, Gabi se relajó más, incluso su espalda que antes formaba una joroba rígida, ahora se iba distendiendo y ya no ocultaba tanto la cabeza, al tiempo que mis dedos masajeaban su arrugado esfínter y las zonas adyacentes con movimientos circulares, luego, a manera de espiral, de afuera hacia adentro, presionando suavemente al final, de tal forma que su ano se fuera haciendo a la idea que mi dedo iba a penetrarla. Cuando sentí que su estrecho anillo no oponía mayor resistencia, le unté más gel y me embadurné mi dedo meñique, luego mi dedo hizo el mismo recorrido en espiral un par de veces, solo que esta vez, presionaba al final con más fuerza, notando que su ano cedía fácilmente, fue entonces que decidí profanar su pequeña cueva y fue ingresando lentamente mi dedo hasta la uña, escuchándola exclamar “aaahhh...”, algo sorprendida pero a la vez, excitada.
Al instante, Gabi se contrajo, apretando las nalgas y a su vez, su esfínter presionó mi dedo, fue un acto reflejo que poco a poco fue calmando, dejándome proseguir, de manera que mi dedo hacía un corto trayecto de ida y vuelta, sin sacárselo, desde el comienzo hasta el final de la uña y un temblorcillo recorrió su cuerpo. Cuando su cuerpo cedió, mi dedo fue ingresando de a poco, repitiendo la misma operación hasta que su ano se comió gustoso todo mi dedo meñique y se movía algo nerviosa, separando un poco las piernas, como para que sus carnosas nalgas se abrieran y dejaran que mi dedo ingresara sin dificultad. Por momentos, su espalda se arqueaba dejándome observar su esplendoroso trasero en toda su dimensión pero Gabi aún no se atrevía a voltear, para ver cómo desfloraba su hasta hace poco virginal ano.
Pasados unos instantes, mi dedo meñique hacía un recorrido más largo, desde la mitad del dedo hasta el final, hasta donde su arrugado anillo me lo permitía; al principio, las incursiones eran lentas y a medida que su ano se hacía más flexible, se lo fui haciendo con mayor rapidez, simulando la penetración real del acto sexual y al fin, sentí que Gabi comenzaba a disfrutarlo, era momento que otro dedo hiciera su incursión. Así, le saqué mi dedo meñique y observé el descontento que causó en su cuerpo que se había acostumbrado a aquel intruso, enseguida me unté el índice con gel y esparcí más en su pequeño agujero, luego mi dedo repitió las mismas maniobras y todas fueron bien aceptadas por el cada vez más dilatado y flexible ano de Gabi.
Cuando le saqué el dedo índice, fue ella quien siguió su recorrido hacia atrás, para no dejarlo ir pero contuve su trasero con mi mano y Gabi entendió que era el turno de un dedo más grande, el dedo medio y aguardó ansiosa su ingreso. Se lo fui introduciendo lentamente y ella misma hizo el recorrido hacia atrás, insertándoselo más y gimió nerviosa “hhhuuummm”, notando que el nuevo inquilino en su ano era más grande, aunque podía decir que disfrutó cuando mi dedo medio estuvo todo adentro, más aún cuando simulando el acto sexual, su recorrido era más rápido y la veía mover su cabeza nerviosa, tal vez mordiéndose los labios, evitando que algún gemido suyo la delatara por completo.
Cuando mi dedo medio fue pan comido para su goloso ano, decidí introducirle dos dedos a la vez, pues la vi impaciente, aguardando lo que seguía y no escuché alguna queja por mi labor, sus ahogados gemidos y su profunda respiración me lo confirmaban pero tampoco había alguna palabra que dejara de lado aquel acuerdo de solo usar mis dedos en su adiestramiento anal. Así pues, fui introduciéndole mis dedos índice y medio a la vez pero su voluminoso trasero fue escapando, temeroso de esta nueva incursión; sin embargo, cuando los dos estuvieron adentro, su huida se acabó y su cabeza se enterró nuevamente entre las sábanas. Al fin pude verle su rostro, apoyado de lado sobre la cama, cubierto por sus negros cabellos, con sus mejillas encendidas, acaloradas y una mueca de dolor y de placer en sus carnosos labios, además que sus ojos entrecerrados lagrimeaban y la escuchaba quejarse, gemir y suspirar “aaayyy..., hhhuuummm..., aaahhh...”.
No solo yo hacía los movimientos de ingreso y de salida, ella también se unía a mi accionar, moviendo su trasero y dejando que mis dedos le entraran hasta la raíz, incluso se levantaba, con sus manos apoyadas sobre la cama y sus dedos estrujaban las sábanas, transmitiendo su dulce dolor y todo su placer; también arqueaba la espalda y abría más sus muslos, me mostraba todos sus atributos. Ya sin reprimirse, ahora Gabi gemía “hhhuuummm…, ooohhh...”, estaba enloqueciendo y veía su tremendo trasero ir y venir, con su voz disfrutando de mis caricias y su cuerpo estremeciéndose pero no escuchaba algo que me permitiera clavármela de verdad, dejarme de esos inocentes juegos.
Quise apurar la situación, entonces le saqué mis dos dedos y pasaron unos segundos mientras ella aguardaba en silencio hasta que le dije “eso es todo por hoy” y exclamó sorprendida “¿cómo?”, por primera vez volteó completamente y me vio, observándola desde atrás, Gabi estaba en cuatro patas, con su imponente trasero al aire, sus bien formados muslos, su pantalón remangado hasta las rodillas, igual que su colaless, su polera a la altura de sus senos y su rostro excitado, sus cabellos mojados, sus mejillas coloradas y en sus ojos, una expresión de ruego. De nuevo, le reiteré “que es suficiente por hoy” pero me solicitó “no..., vamos un poquito más..., mira que falta un poco”, llegando a tomarme una de mis manos y jalándola hacia su trasero, como para que reiniciara mi faena y exclamó suplicante “vamos...”.
Al principio, me contuve, luego cedí, dejando que su propia mano me dirigiera hacia la raja de su trasero y al verla así, tan sumisa, dominada por mis caricias, disfrutando de aquello que hasta entonces le había negado a otros, incluso que se había negado a sí misma por temor, pensé “¡qué diablos!, no debe faltar mucho para que me pida lo que quiero”. Así pues, agudicé la picazón en su ano, moviendo lentamente mis dedos dentro suyo y con desesperación, ella comenzó a moverse hacia atrás, entonces respondí empujando hacia adelante y mi mano rebotaba contra sus nalgas. Por esto, ella se estremecía y gimoteaba “ay..., hhhuuummm..., qué ricoo..., no aguanto máss..., hhhuuummm”, replicándole angustiado “yo tampoco...”, incluso comencé a acariciarme mi pene, pensando “si no me permite penetrarla, al menos tendré una fenomenal paja con el espectáculo que me da”.
Ella escuchó mi exclamación y sin dejar de moverse, volteó a verme y se sorprendió al ver desenvainada mi tiesa verga, nuevamente se volteó, quizás imaginaba que lo que le proporcionaba placer no eran mis dedos, sino mi pene; esta idea habrá podido más que su conciencia, o que su voluntad y finalmente, el placer que sentía no le dejó más remedio que pedirme desesperada “hhhuuummm, ya no puedo más, hhhuuummm, no puedo máss..., métemela..., vamos..., métemela”. De inmediato, exclamé incrédulo “¿qué?, ¿pero tú...?” y Gabi me recriminó “olvida lo que te dije” e insistió en su pedido “sólo métemela, por favor, hazlo..., vamos..., métemela...” casi gritando, loca de placer.
Como pude, me despoje del pantalón, me subí a la cama y arrodillado, me ubiqué detrás de ella y casi me da un infarto al verme ante semejante panorama, sus enormes caderas y sus redondas nalgas iban estrechándose a medida que llegaban a su cintura, como para tomarle una foto. Al momento, Gabi me suplicó “¿qué esperas?, yaaa..., hazloo..., por favooor..., métemelaaa”, enseguida tomé todo el gel que pude y se lo embadurné, luego me eché el restante y le introduje mis dedos para hacerme espacio, lo que ella disfrutó, al tener nuevamente mis dedos expandiéndole su ano, gimiendo “uuufff, qué bien, qué rico, métemelo..., vamos...”.
De inmediato, le saqué mis dedos y le fui introduciendo la cabeza de mi pene, que ingresó sin mayor dificultad hasta la mitad y de ahí en adelante, forcejeé un poco y con mi excitación, no me di cuenta que no tenía que proceder tan bruscamente y Gabi se quejó “aaauuu..., hhhuuummm..., espera..., hhhuuummm...”. Entendiendo que sus traumas respecto al sexo anal podían volver, le acaricié sus nalgas y su espalda para apaciguarla, luego procedí con mayor suavidad, repitiendo el mismo ejercicio que realicé con mis dedos y su ano fue cediendo, más lentamente que antes pero con mayores gestos de aprobación de su parte, escuchándose “aaayyy..., aaayyy..., sí..., así..., despacito..., hhhuuummm...”.
Cuando mi pene iba por la mitad, Gabi volteó a verme; su rostro lucía excitado pero incrédulo, seguro no podía creer que se la estuvieran clavando por el ano y que lo estuviera disfrutando, de manera que su expresión me excitó y tomándola de la cintura, le empujé un cuarto más de pene, por lo que exclamo con la boca abierta “aaahhhh”, tragando aire y haciendo que su pecho creciera, con una expresión de sorpresa y reproche en su rostro y me excusé “lo siento..., lo haré más despacio...”. Luego, la vi apoyar un codo, cerrar el puño y morderse un dedo para evitar gritar, entonces no me moví, más bien empecé a retroceder lentamente pero Gabi repuso “aaauuu..., no, no, está bien..., continúa..., ooouuu”, cuando recobro el aliento, pues a pesar que le dolía, quería seguir teniéndola adentro, perforándola por primera vez.
Le hice caso y rehíce mi camino..., ahora sus dedos arañaban las sábanas y se quejaba “aaayyy..., me estás rompiendo, aaauuuccchhh”, temí que se arrepintiera y le dije que no le iba a doler pero su ano era muy estrecho, con semejantes culo, no quedaba mucho espacio para su pequeño agujero. Comencé a acariciarla hasta que se relajó, al menos su ano no estrechaba tanto mi pene, que ya me comenzaba a doler y me dijo con voz entrecortada ““sigueee..., aunque me partas..., termina...” y le comenté “está bien”.
Inicié mis movimientos con cierta oposición de su esfínter y le unte más gel como pude, su anito lucía rojo pero poco a poco fue cediendo y con cada ida y vuelta de mis caderas, le iba introduciendo un poco más pero la escuchaba quejarse “no, no..., espera...”; sin embargo, al poco rato, ella misma se contradecía pidiéndome que continuara, diciéndome “está bien..., dame más..., uuufff..., vamos..., hhhuuummm..., ooouuu...” mientras la animaba “ya casi..., ya casi entra toda...”. Cuando al fin pude empujarle mi verga hasta la raíz, ella se desmoronó, sus codos y su cabeza estaban presionando la cama y sus manos haciendo puños..., así soportó la última arremetida, gimiendo “ay..., caraj..., suaveee…”.
Quiso huir pero mantuve mis manos aferradas a su cintura, quería que sintiera toda mi verga dentro suyo, perforándole las entrañas y que se acostumbrara a ser clavada pero me pedía “aaayyyy, aaayyy, suéltameee...” y le insistía “esperaa... que ya va a pasar...”, increpándome “salvaje..., no te diferencias mucho de Javier...”. A eso, le señalé con sorna “a diferencia de él..., te tengo clavada por el ano...” y exclamó con cierto enfado “no por mucho...”, intentando salirse pero nuevamente le empujé mi verga hasta la raíz y sus abultadas nalgas chocaron contra mi ingle, este choque originó un temblor en su carnoso trasero, que se propagó por sus caderas y su columna se contrajo, suspirando “ooohhh...”, hinchando sus pulmones.
De nuevo, intentó huir pero me la clavé otra vez y durante unos segundos, repetimos esa operación que pasó de ser un forcejeo a un incipiente acto sexual y cada shock eléctrico que le producía mi pene perforándola, la hacían desistir de escapar, pues su ano ya más elástico, me permitía ingresar y salir con menor dificultad. Ahora ella no huía, sino empujaba su trasero hacia mí, cada vez con más fuerza y yo también arremetía contra Gabi, de forma tal que el dulce sonido del golpeteo de sus abultadas nalgas contra mi ingle fue uniéndose a sus gemidos que iban en aumento, escuchándola “hhhuuummm...., ahhhh...”. De pronto, me atreví a preguntarle “¿te gusta?” y me respondió “sssííí..., me encanta..., ¿cómo no hice esto antes?, uuuhhh...”, ya súper excitada.
Mis manos en su estrecha cintura guiaban su voluminoso trasero contra mi ingle y veía desaparecer mi largo pene entre sus redondas nalgas, al tiempo que mis movimientos eran cada vez más rápidos y más fuertes y el sudor nos invadía, de manera que sus gemidos, mi respiración, sus nalgas chocando contra mí y la cama chirriando, todos estos sonidos inundaban armoniosamente mi pieza mientras me decía “aaasssííí, asíí..., ay, que reviento..., acábame...”, respondiéndole “ya casi...”, sintiendo mi torrente de leche próximo a salir. En un último empujón, en que le enterré mi musculosa verga hasta el fondo, ella se contrajo toda y su espalda se arqueada a más no poder y desgarrando mis sábanas con sus dedos, fue entonces que mi pene inundó su pequeño agujero con semen hirviendo por primera vez.
“¡Ooohhh!”, fue su última exclamación antes de dejarse caer a un lado, luego que por primera vez, su cuerpo había disfrutado de un salvaje orgasmo proporcionado por el sexo anal, ahora Gabi reposaba recostada de lado y respiraba forzadamente y entre la maraña de sudor y de cabellos, su rostro encendido aún saboreaba todo el placer que le había proporcionado aquella experiencia. Por mi parte, contemplé maravillado sus entreabiertos muslos y por sus nalgas, aún escurría mi blanquecino semen, era para estar satisfecho, aquel monumento de mujer había sucumbido ante mí. Cuando al fin, ella abrió los ojos, me miró incrédula, no dando fe a lo sucedido, no creía que aquello que se negó a hacer durante tanto tiempo, pudiera depararle semejante placer...
En un momento dado, ella me observó con mi expresión satisfecha y mi pecho aún jadeante, con mi pene semi erecto que aún tenía algunos líquidos y en un último arranque pasional, se arrastró entre mis sábanas hasta llegar a mi pene y mamármelo, en agradecimiento por todo el placer que le había proporcionado, sin importar que hacía poco, hubiera estado en su ano, pues su placer había sido estratosférico. Esa chica que más de uno ansió poseer, se convirtió en una especie de ninfómana debido al adiestramiento anal que le di y me la chupaba con gran pasión, se desvivía por acariciármelo y lamérmelo hasta limpiármelo completamente; por mi parte, solo me atreví a acariciarle el cabello y a observar su semidesnudo cuerpo.
Finalmente, ella se hizo a un lado y me dijo suspirando “vaya..., no puedo creer lo que hicimos” y le contesté “yo tampoco” pero como volviendo en sí, luego de un ataque de locura, se apartó un poco, cubriéndose parte de su desnudez con mis sábanas y volvió a su estado racional, ese en el que las culpas y los arrepentimientos tienen lugar, donde mora la conciencia. De repente, me dijo preocupada “júrame que no se lo vas a decir a nadie” y le respondí intentando calmarla “está bien” pero me insistió “¡júramelo!” y le dije “lo juro...” y solo así vi que se tranquilizaba. Hubo un incómodo silencio, no sabíamos qué hacer o qué decir, así que decidí dejarla sola unos momentos e hice un ademán que me iba a salir y no me dijo más.
Fui al baño y me limpié mis partes íntimas, esperando que Gabi se calmara y que al menos, al regresar, parte del bochorno se le hubiera pasado, luego regresé a mi pieza y la encontré quitándose la ropa, inclinándose completamente de espaldas a mí, con todo su enorme trasero luciendo aún mieloso por mi semen. Sus carnosas nalgas me daban un magnífico paisaje y tuve ganas de clavármela de nuevo, parecía una invitación pero noté que quería recoger la sábana que estaba en el piso, luego se cubrió con ella y se asustó al verme en la puerta, observándola, quizás quiso reprocharme algo pero sólo llegó a decirme con timidez “creo que necesito una ducha...”, lo que era obvio, no iba a ir al trabajar con el perfume de mi esperma sobre su redondo trasero y sus bien formados muslos.
Al instante, le dije “claro...” y le di paso para que fuera a la ducha mientras intentaba alejar cualquier recuerdo de lo sucedido porque me daban ganas de entrar a la ducha, aunque dudo que Gabi, ahora menos excitada, me dejara poner en práctica esa idea. Poco después, ella ingresó a mi pieza cubierta por mi polera, diciéndome avergonzada “no había otra cosa qué ponerme, espero que no te importe...”, respondiéndole “no te preocupes, te queda mejor a ti que a mí...” y una tibia sonrisa suya me animó a pensar que las cosas podían volver a su cauce normal, aunque luego, un incómodo silencio nuevamente reinó entre nosotros y entendí que quería un poco de espacio para cambiarse, ya la había visto desnuda y en una pose por demás sugerente pero sin alcohol en la sangre y sin la picazón en sus partes íntimas que antes tenía, seguramente se sentiría más pudorosa, así que me salí, so pretexto de prepararle el desayuno.
Después de desayunar, nos fuimos a nuestros trabajos y en la tarde, presentamos nuestro informe, no sabíamos que teníamos que disertarlo, así que no preparamos algo porque nos la pasamos envueltos en la iniciación anal de Gabi. Expusimos el trabajo como pudimos, imagínense que tan mal nos fue, después de beber mucho ron y de poseer el trasero de Gabi, yo no podía concentrarme mucho y ella estaba igual de distraída que yo; obviamente, el profesor nos puso una mala nota... Al terminar la clase, se desató la pelea y me echo la culpa de nuestro traspié académico, aunque nos iba bien en los otros informes y me hizo responsable si era que se echaba el ramo...
Nosotros estudiábamos la misma carrera de técnico paramédico, ella siempre estaba rodeada por hombres y a mí no me llamaba la atención unirme a su club de fans, me contentaba viéndola pasearse por el instituto, con sus jeans apretados y más de un pensamiento morboso cruzó por mi mente y la de muchos. Un amigo, Javier, llegó a ser su pololo, era un tipo divertido pero también mujeriego, Gabi conocía su fama y aun así, lo aceptó, quizás pensaba que su curvilíneo cuerpo cambiaría su promiscuidad y poco me importó, yo tenía una polola y pensé “bien por Javier y que disfrute de ese jugoso culito”.
Poco después, coincidí con ella en un curso, donde debíamos presentar informes casi todas las semanas, yo no conocía a nadie en esa clase y creí que a Gabi le iría mejor, pero al final de la sesión, ella se me acercó y me preguntó si tenía compañero; naturalmente, no me hice ilusiones, pensé que me quería agrupar con algún amigo o amiga suya que estuviera solo y le respondí, sin mayor interés “no, todavía no tengo compañero” y me propuso “bueno, yo tampoco, ¿te parece si lo hacemos juntos?”. Tomé sus palabras en doble sentido, me hubiera abalanzado para hacerlo ahí mismo pero no se refería a eso pero Gabi se dio cuenta de cómo sonó su propuesta y antes que dijera algo, repuso “me refiero al trabajo, no seas mal pensado”, sonriendo pero un poco sonrojada, contestándole y devolviéndole la sonrisa “sí, me parece bien”.
Así nos fuimos haciendo amigos, íbamos a su casa o a la mía a hacer los informes y presentarlos casi a la hora de entrega hasta que casi al final del ramo, Gabi fue a mi casa a terminar un informe y como creímos que nos tomaría tiempo, decidió quedarse. El trabajo no fue difícil, lo terminamos a las dos de la madrugada y pensé que se iría, hasta le ofrecí ir a dejarla a su casa pero Gabi prefirió quedarse.
Nos quedamos conversando en mi pieza, luego le ofrecí una bebida pero me preguntó con una sonrisa coqueta “¿no tendrás un cerveza?”, entonces busqué en mi refrigerador y encontré una botella de ron que se le había quedado a unos amigos, la última vez que vinieron a hacer una carrete. Luego agarré unas copas de la cocina sin hacer ruido porque no quería que se despertara mi compañero de casa y no quería aguarme la fiesta. Con el ron, la conversación fue más amena, nunca habíamos hablado de cosas personales pero esa noche, hablamos hasta de sexo.
Me hizo prometerle que nunca le
contaría a alguien lo que esa noche hablamos y después me haría prometerle que no contara lo que hicimos. Aunque un poco cohibida al principio, luego fue hablando sin complejos y con el ron en la sangre y la conversación sexual, mi pene iba endureciéndose, más aún con Gabi y con su redondo trasero hundiéndose en mi cama, incluso temí que fuera evidente lo tieso que tenía mi entrepierna. Llegó el momento de hablar de Javier y de cómo les iba en la cama y con una copa más de ron y bajo otra promesa solemne de silencio de mi parte, me habló de sus intimidades, diciéndome sin tapujos “bueno, sí, es evidente que ya lo hemos hecho varias veces” y pensé “¡maldito suertudo!, llevan poco tiempo juntos y ya lo hacen como conejos”.
Ella notó mi expresión y me preguntó curiosa “¿por qué esa cara?, ¿acaso no lo has hecho aún con tu polola?”, le contesté “sí lo he hecho, solo que pasaron dos meses antes que fuéramos a la cama”, cuestionándome, sonriendo “¿y por qué tanto?”. Entonces, le respondí “quería estar segura que yo estaba realmente interesado y que no buscaba solo placer”, comentándome sonriendo “vaya, se te habrán hinchado los cocos en esos cinco meses” y riéndome, le contesté “ja, ja, ja, sí pero bueno, valió la pena, a pesar que ella no tenía experiencia”. Más sorprendida, me preguntó “¿qué?, ¿no me digas que tú la desfloraste?”, le respondí “sí, su familia siempre fue sobre protectora con ella”.
Luego, me dijo bromeando “así que tú echaste a perder a esa pobre niña”, comentándole “ja, ja, puede decirse, prefiero decir que sus padres me la cuidaron bien” y añadió curiosa “ja, ja, ja pero vamos, cuéntame más de eso”. Entonces, le platiqué “como dije, ella no tenía experiencia pero la forma cómo se entregó, esa ternura, esa pasión pero bueno, hay cosas que aún no hacemos porque le da vergüenza” y afirmó sonriendo “¡sátiro!, ¡mañoso!, ¿qué cosas le querrás hacer a la pobre chica?”, le contesté “ja, ja, ja, nada malo, tú sabes, hay más de un par de posiciones para hacerlo”.
Por primera vez hablaba tan abiertamente de sexo con esa mujer, a la que quería practicarle más de una posición, no me importaba que fuera polola de un amigo, ni tan amigo, compañero de curso puede decirse. Llegué al punto en que me olvidé que yo también tenía polola y respondió, guiñándome el ojo “tienes razón, creo que Javier no puede quejarse”, diciéndole con cierta envidia “lo tienes satisfecho” y afirmó “sí pero hay algo que todavía no”. Gabi titubeó y se arrepintió de lo que iba a decir hasta que le pregunté curioso “¿qué es lo que todavía no?” y dijo sonrojándose por primera vez en la noche “no, no es nada” pero insistí “vamos, mira que yo te he contado todo”, señalándome “tienes razón, está bien pero...”.
Al instante, le señalé con tedio “sí, por tercera vez te prometo que lo que digas, no sale de aquí” y me respondió, mostrándome un puño juguetonamente “por tu bien, espero que sea así”, insistiéndole “pero vamos, cuéntame, ¿qué es lo que aún no hacen?”. Nuevamente, Gabi titubeó “Javier tiene cierto gusto por el sexo...” y le reiteré “continua”, diciéndome con vergüenza “bueno, él quiere hacérmelo por atrás”, luego tomó más ron. Entonces, le pregunté incrédulo “¿sexo anal?” porque creí que ya lo habrían hecho, viendo el inmenso trasero que ella tenía, cualquiera pensaría en metérselo por allí. Ya más suelta, Gabi me confirmó “sí, sexo anal” y agrego “nunca lo he hecho, ¿pensaste que sí?”, le respondí “como estuviste de acuerdo que hay más de una forma de hacerlo, creí que tú habías hecho eso”, imaginándome atrás de ella, perforándole su aún estrecho ano.
Naturalmente, mi pene estaba más duro que nunca y acomodé mis piernas para disimular mi erección, escuchándola decir “pues no, aún no me he atrevido, mis otras parejas también me lo pidieron pero... como que me dio miedo, no sé qué fijación tienen esos mañosos con mi pobre culito” y quise gritarle “¿culito? pero si tienes un ¡culazo!”. Todos en el instituto fantaseaban con romperle el culo en una buena culeada y ella no se daba cuenta que hasta los más recatados profesores, al menos de reojo, la veían meneando su cola con su coqueto andar.
Entonces, le pregunté, volviendo a mis cabales “¿y por qué el miedo?”, me contestó “porque puede ser doloroso, me gustaría complacerlo, me ha insistido mucho pero...”, cuestionándola “¿pero qué?”, me respondió “no sé, Javier es un poco tosco, con decirte que la primera vez que lo hicimos, me la metió toda de frente, ni siquiera espero que me mojara, es un desesperado”. Quise reírme pero debía comprender a Javier, tanto tiempo estuvo detrás de ella que al tenerla, no se aguantó y se la clavó lo más rápido que pudo, como para que no se le escapara pero no dije más y Gabi continúo quejándose “me dolió pero me hice la tonta, imagínate si acepto que me la meta por ahí, me va a desagarrar mi pobre anito”.
Oyendo lo que ella decía, mi verga estaba por explotar y mi leche casi manchaba mi ropa interior, diciéndole con sorna “ni que Javier la tuviera tan grande”, señalándome “bueno, no es tan grande pero sí la tiene gordita” haciendo gestos con la mano, para darme a entender de qué tamaño era y qué tan gorda la tenía. Obvio, me limite a decir “ah”, quizás con una sonrisa burlona porque me pareció que mi amigo no era tan aventajado como presumía, ella notó mi expresión y me preguntó entre enfadada y curiosa “¿qué?, ¿por qué ese gesto?, ¿cómo es la tuya?”, quise sacármela al momento y mostrársela, total, estaba recontra dura pero me contuve y me limité a decirle “quizás no sea tan gorda pero sí es más larga”, afirmando sonriendo “vaya, bien por tu polola, estará feliz” y le respondí “no puede quejarse”, con cierto orgullo.
De repente, me sorprendió preguntándome “y dime ¿tú ya le has practicado sexo anal?”, le contesté “no, todavía no, como te digo, aún se avergüenza de algunas cosas pero poco a poco, es una tarea que aún tenemos pendiente”, aunque me insistió “pero tú ya se lo has hecho a tus otras pololas”, respondiéndole “sí, a varias, tampoco querían al principio, por vergüenza, por temor al dolor pero al final, lo hicimos y una de ellas se volvió adicta y solo quería que lo hiciéramos por ahí”. Sorprendida y acalorada, me preguntó “¿tanto así?”, al parecer el ron y la conversación no solo me afectaba a mí, podía decir que le comenzaba a picar su vagina, afirmándole “sí y la otra no se hizo mayores problemas después, aceptaba gustosa tener sexo anal”.
Intrigada, me interrogó “¿en serio? y digamos, ¿cómo harías para introducírsela a tu polola?, en una no se la vas a meter toda, como hace el salvaje de Javier”, la veía preguntarme con una curiosidad que iba más allá del querer conocer y con una mano sobre su pecho, parecía que se estaba excitando. Sus ojos me miraban atenta cuando le contesté “no pues tiene que ser de a poco, hay que prepararla bien, sino le va a doler” y bebí más ron, luego ella se terminó su copa y también se sirvió más, preguntándome con interés “y ¿cómo iniciarías a una mujer miedosa?, como yo, por ejemplo”. A esas alturas, creo que yo tampoco me diferenciaría mucho de Javier, con el tremendo trasero de Gabi, quizás la perforaría en una y la cabalgaría salvajemente, para exorcizar el recuerdo de todas las veces que mis ojos siguieron el vaivén de sus caderas.
Conteniendo la saliva, le respondí “bueno...”, ya que el solo pensar que podría inaugurar su culito, se me hacía agua la boca, así que hablé sin mayores preocupaciones, diciéndole “primero usaría algún gel que te ayudara a lubricar y a dilatar tu anito, te untaría el gel y pondría un poco en mis dedos, después mis dedos masajearía tu anito hasta que te relajaras y poco a poco, iría introduciéndote mi dedo meñique”. Ahora era evidente que no era el único excitado, pues la vi morderse los labios y su mano sobre su pecho se movía sigilosa pero con cierto nerviosismo, preguntándome con cierta ansiedad “¿sí? ¿y qué más?”, le contesté “dejaría mi dedo meñique adentro, como para que te acostumbres a tenerlo dentro de ti, luego te lo sacaría y te lo metería lentamente, simulando el acto sexual”.
Al mencionar esto, me pareció ver cómo contraía sus muslos, como imaginándose que en realidad, lo hacía y al parecer, no le fue desagradable, creo que hasta lo disfrutó y dijo, conteniendo su nerviosismo y bebiendo más ron “¿y para qué harías eso?”. Le respondí con voz suave “para ayudar a dilatarte tu anito, después, cuando el dedo meñique entrara y saliera sin mayor resistencia, te lo sacaría e introduciría un dedo más grande, así uno por uno hasta que tu esfínter se acostumbrara y no sufriera cuando, cuando finalmente le introdujera mi pene”, quería darle mayor efecto a mis palabras.
Obvio, surtieron efecto, la vi retorcerse un poco, podría jurar que su conchita se había mojado y dijo, intentando calmarse “no te creo...” y repuse, saliendo un poco de mi excitación “¿por qué?”, me respondió “aún así dolería”, señalándole “tal vez un poco pero no demasiado”, repitiendo con cierto nerviosismo, propio de su excitación “no..., no te creo...”, a lo que repliqué “si no lo has intentado, ¿cómo sabes si te dolería o no?”. Entonces, añadió “bueno..., no sé..., ¿acaso tienes una de esas cremas aquí?” y no lo podía creer, prácticamente me estaba pidiendo que le hiciera una demostración, mi fantasía podría realizarse, ¡ser el primero en romper el por muchos codiciado culito de Gabi! y afirmé “sí, tengo una en mi cajón”, intentando serenarme.
Súbitamente, dijo como arrepintiéndose “¿qué estoy diciendo?”, luego repuso “y ¿cómo?, ¿cómo sería?, ya, bueno, digamos que a manera de prueba, dejo que hagas todo lo que has dicho porque alguna vez tengo que hacerlo” y me reiteró su advertencia nerviosa “mira que si dices algo, te mato, en fin ¿cómo sería?, mejor termina de explicarme”. Era obvio que Gabi estaba súper excitada por lo que le describí pero en este momento, no podía dejarme ganar por mi ansiedad y abalanzarme sobre ella, o espantarla de otra forma, si quería disfrutar de su estrecho ano y tener su enorme culo entre mis manos, tenía que calmarme, tenía que darle el puntillazo final para que cayera y no dudara en dejarme proceder.
Así pues, le contesté “como tu anito estaría completamente lubricado y flexible, mi pene también untado con gel, se deslizaría sin mayor oposición, claro que te lo metería de a poco, considerando que mi pene no es tan grueso, así tu anito sufriría menos, a decir verdad, sería mejor que un pene delgado te ayude a dilatarte tu esfínter”. Enseguida, me comentó “sí, sí, tienes razón, Javier la tiene gorda y sí, si lo dejo a él, me va romper toda, ese loco desesperado pero ¿puedo?”, respondiéndole “dime” y me sorprendió, diciéndome con cierta excitación “¿puedo verla?, muéstramela, no vaya a ser que acepte y resulte que tienes un pene más grueso”, era obvio que había descubierto mi erección y eso la había calentado más aún.
Con nerviosismo, me desabotoné el pantalón y casi disparada, salió la cabeza de mi pene y ella se encargó de sacarme el resto, exclamando sorprendida “vaya, ¡sí es mucho más larga! pero solo un poco más delgada, ¡casi nada!”. Creí que se arrepentiría y maldije mi infortunio, pensando “será otra paja más” pero no fue así, Gabi llegó al punto que no hay marcha atrás, su conchita debía estar empapada y se sobaba su entrepierna disimuladamente, intentando acallar esa picazón que incrementaba en sus intimidades, diciendo, como justificándose “no importa, tengo que saber cómo es, si no es ahora, nunca...”.
No creo que sienta gran remordimiento por serle infiel al aventurero de Javier, que conociéndolo, le habría puesto el gorro a Gabi más de una vez, buscando refugio en sus amigas cariñosas cada vez que le negaba su culito. Además, no me sentía tan culpable, después de que adiestrara el ano de Gabi, sería Javier quien disfrutaría de todo el sexo anal que quisiera con ese enorme trasero, al fin y al cabo, él saldría ganador, así que digamos que le estaba haciendo un favor y me preguntó con ansiedad “¿dónde está la crema?”, le contesté “¿ah?, ¡oh, sí, sí!, por acá la tengo”.
Con el pantalón que se me caía, busqué en mi mesa de noche, donde tenía una provisión de crema para cuando desvirgara el culito de mi polola y pensé fugazmente en ella pero hombre y débil al fin, ante la posibilidad que se presenta una vez en la vida, no me iba a hacer para atrás. Ella se paseaba nerviosa mientras yo, aún más nervioso, buscaba el gel hasta que al fin, lo encontré, Gabi se dio cuenta y sin tener que decirle algo, se fue acomodando en mi cama y me preguntó nerviosa “ay, no sé, ¿cómo me coloco?”, así que tragando saliva, le dije “es mejor que te pongas en cuatro”. Obedientemente, ella se ubicó como una perrita ansiosa, arrodillándose en la cama primero y luego, inclinándose hacia adelante hasta que su cabeza tocó el colchón, con sus codos apoyados en la cama que cubrían su rostro, sentiría un poco de vergüenza, o tal vez no quería que su cara delatara su ansiedad.
La observé por unos segundos, aunque su posición no era como la había imaginado porque su espalda formaba una joroba, aún así, era una imagen digna de recordar y un poco impaciente, Gabi no sabía si bajarse el pantalón deportivo, o dejar que yo lo hiciera, incluso su mano nerviosa hizo más de una vez, el ademán de querer hacerlo pero no se atrevía. Así pues, fui descubriendo lentamente el objeto del deseo de muchos y ante mí, fue apareciendo un bronceado y carnoso trasero, que de solo verlo, casi se me salía todo el semen, aún más observando la diminuta tanga negra que desaparecía entre sus abultadas nalgas y hasta me quedé sin aliento.
Sin dar mayor pie a que Gabi dudara, decidí continuar, tomando su tanguita y se la fui bajando suavemente, sintiendo que su piel se le erizó, quizás por el frío o porque era la primera vez que alguien que no fuera su pololo, la veía así, lo cierto es que al bajarle completamente su tanga, noté que estaba mojada. Al escudriñar un poco en sus intimidades, su lampiña conchita lucía empapada, sus labios vaginales parecían aguardar ansiosos que los penetraran y pensé “algún día” pero no quise distraerme y mis manos recorrieron sus redondas formas mientras ella se retraía un poco, así que continué haciéndolo hasta que la sentí menos tensa. Luego, le separé cuidadosamente sus abultadas nalgas, para verle mejor su arrugado anillo, objeto del deseo de muchos universitarios y de cuanto macho la haya conocido u observado.
Nuevamente, ella endureció sus nalgas y quise darle un palmazo para que las relajara pero opté por acariciárselas y otra vez surtió efecto hasta que la escuché decirme “vamos Chris, apúrate”, quizás hablando para sus adentros pero en el silencio de la noche, pude escuchar su ruego. A continuación, esparcí el frío gel sobre su esfínter, lo que hizo que su piel se pusiera como de gallina y aún así, no se hizo para atrás, se mantuvo firme, ansiosa, esperando que mis dedos hicieran todo lo que dije y me llamó con voz apagada “Chris”, le respondí “¿sí?”, temiendo su arrepentimiento y me susurró “por favor, que solo, que solo sean los dedos, ya sabes, no quiero...”, diciéndole con cierta resignación “entiendo”. Gabi estaba excitada pero consciente, no quería finiquitar su infidelidad pero no me desanimé, tenía esperanzas que mis caricias la hicieran cambiar de opinión.
Al saber que aceptaba sus términos, Gabi se relajó más, incluso su espalda que antes formaba una joroba rígida, ahora se iba distendiendo y ya no ocultaba tanto la cabeza, al tiempo que mis dedos masajeaban su arrugado esfínter y las zonas adyacentes con movimientos circulares, luego, a manera de espiral, de afuera hacia adentro, presionando suavemente al final, de tal forma que su ano se fuera haciendo a la idea que mi dedo iba a penetrarla. Cuando sentí que su estrecho anillo no oponía mayor resistencia, le unté más gel y me embadurné mi dedo meñique, luego mi dedo hizo el mismo recorrido en espiral un par de veces, solo que esta vez, presionaba al final con más fuerza, notando que su ano cedía fácilmente, fue entonces que decidí profanar su pequeña cueva y fue ingresando lentamente mi dedo hasta la uña, escuchándola exclamar “aaahhh...”, algo sorprendida pero a la vez, excitada.
Al instante, Gabi se contrajo, apretando las nalgas y a su vez, su esfínter presionó mi dedo, fue un acto reflejo que poco a poco fue calmando, dejándome proseguir, de manera que mi dedo hacía un corto trayecto de ida y vuelta, sin sacárselo, desde el comienzo hasta el final de la uña y un temblorcillo recorrió su cuerpo. Cuando su cuerpo cedió, mi dedo fue ingresando de a poco, repitiendo la misma operación hasta que su ano se comió gustoso todo mi dedo meñique y se movía algo nerviosa, separando un poco las piernas, como para que sus carnosas nalgas se abrieran y dejaran que mi dedo ingresara sin dificultad. Por momentos, su espalda se arqueaba dejándome observar su esplendoroso trasero en toda su dimensión pero Gabi aún no se atrevía a voltear, para ver cómo desfloraba su hasta hace poco virginal ano.
Pasados unos instantes, mi dedo meñique hacía un recorrido más largo, desde la mitad del dedo hasta el final, hasta donde su arrugado anillo me lo permitía; al principio, las incursiones eran lentas y a medida que su ano se hacía más flexible, se lo fui haciendo con mayor rapidez, simulando la penetración real del acto sexual y al fin, sentí que Gabi comenzaba a disfrutarlo, era momento que otro dedo hiciera su incursión. Así, le saqué mi dedo meñique y observé el descontento que causó en su cuerpo que se había acostumbrado a aquel intruso, enseguida me unté el índice con gel y esparcí más en su pequeño agujero, luego mi dedo repitió las mismas maniobras y todas fueron bien aceptadas por el cada vez más dilatado y flexible ano de Gabi.
Cuando le saqué el dedo índice, fue ella quien siguió su recorrido hacia atrás, para no dejarlo ir pero contuve su trasero con mi mano y Gabi entendió que era el turno de un dedo más grande, el dedo medio y aguardó ansiosa su ingreso. Se lo fui introduciendo lentamente y ella misma hizo el recorrido hacia atrás, insertándoselo más y gimió nerviosa “hhhuuummm”, notando que el nuevo inquilino en su ano era más grande, aunque podía decir que disfrutó cuando mi dedo medio estuvo todo adentro, más aún cuando simulando el acto sexual, su recorrido era más rápido y la veía mover su cabeza nerviosa, tal vez mordiéndose los labios, evitando que algún gemido suyo la delatara por completo.
Cuando mi dedo medio fue pan comido para su goloso ano, decidí introducirle dos dedos a la vez, pues la vi impaciente, aguardando lo que seguía y no escuché alguna queja por mi labor, sus ahogados gemidos y su profunda respiración me lo confirmaban pero tampoco había alguna palabra que dejara de lado aquel acuerdo de solo usar mis dedos en su adiestramiento anal. Así pues, fui introduciéndole mis dedos índice y medio a la vez pero su voluminoso trasero fue escapando, temeroso de esta nueva incursión; sin embargo, cuando los dos estuvieron adentro, su huida se acabó y su cabeza se enterró nuevamente entre las sábanas. Al fin pude verle su rostro, apoyado de lado sobre la cama, cubierto por sus negros cabellos, con sus mejillas encendidas, acaloradas y una mueca de dolor y de placer en sus carnosos labios, además que sus ojos entrecerrados lagrimeaban y la escuchaba quejarse, gemir y suspirar “aaayyy..., hhhuuummm..., aaahhh...”.
No solo yo hacía los movimientos de ingreso y de salida, ella también se unía a mi accionar, moviendo su trasero y dejando que mis dedos le entraran hasta la raíz, incluso se levantaba, con sus manos apoyadas sobre la cama y sus dedos estrujaban las sábanas, transmitiendo su dulce dolor y todo su placer; también arqueaba la espalda y abría más sus muslos, me mostraba todos sus atributos. Ya sin reprimirse, ahora Gabi gemía “hhhuuummm…, ooohhh...”, estaba enloqueciendo y veía su tremendo trasero ir y venir, con su voz disfrutando de mis caricias y su cuerpo estremeciéndose pero no escuchaba algo que me permitiera clavármela de verdad, dejarme de esos inocentes juegos.
Quise apurar la situación, entonces le saqué mis dos dedos y pasaron unos segundos mientras ella aguardaba en silencio hasta que le dije “eso es todo por hoy” y exclamó sorprendida “¿cómo?”, por primera vez volteó completamente y me vio, observándola desde atrás, Gabi estaba en cuatro patas, con su imponente trasero al aire, sus bien formados muslos, su pantalón remangado hasta las rodillas, igual que su colaless, su polera a la altura de sus senos y su rostro excitado, sus cabellos mojados, sus mejillas coloradas y en sus ojos, una expresión de ruego. De nuevo, le reiteré “que es suficiente por hoy” pero me solicitó “no..., vamos un poquito más..., mira que falta un poco”, llegando a tomarme una de mis manos y jalándola hacia su trasero, como para que reiniciara mi faena y exclamó suplicante “vamos...”.
Al principio, me contuve, luego cedí, dejando que su propia mano me dirigiera hacia la raja de su trasero y al verla así, tan sumisa, dominada por mis caricias, disfrutando de aquello que hasta entonces le había negado a otros, incluso que se había negado a sí misma por temor, pensé “¡qué diablos!, no debe faltar mucho para que me pida lo que quiero”. Así pues, agudicé la picazón en su ano, moviendo lentamente mis dedos dentro suyo y con desesperación, ella comenzó a moverse hacia atrás, entonces respondí empujando hacia adelante y mi mano rebotaba contra sus nalgas. Por esto, ella se estremecía y gimoteaba “ay..., hhhuuummm..., qué ricoo..., no aguanto máss..., hhhuuummm”, replicándole angustiado “yo tampoco...”, incluso comencé a acariciarme mi pene, pensando “si no me permite penetrarla, al menos tendré una fenomenal paja con el espectáculo que me da”.
Ella escuchó mi exclamación y sin dejar de moverse, volteó a verme y se sorprendió al ver desenvainada mi tiesa verga, nuevamente se volteó, quizás imaginaba que lo que le proporcionaba placer no eran mis dedos, sino mi pene; esta idea habrá podido más que su conciencia, o que su voluntad y finalmente, el placer que sentía no le dejó más remedio que pedirme desesperada “hhhuuummm, ya no puedo más, hhhuuummm, no puedo máss..., métemela..., vamos..., métemela”. De inmediato, exclamé incrédulo “¿qué?, ¿pero tú...?” y Gabi me recriminó “olvida lo que te dije” e insistió en su pedido “sólo métemela, por favor, hazlo..., vamos..., métemela...” casi gritando, loca de placer.
Como pude, me despoje del pantalón, me subí a la cama y arrodillado, me ubiqué detrás de ella y casi me da un infarto al verme ante semejante panorama, sus enormes caderas y sus redondas nalgas iban estrechándose a medida que llegaban a su cintura, como para tomarle una foto. Al momento, Gabi me suplicó “¿qué esperas?, yaaa..., hazloo..., por favooor..., métemelaaa”, enseguida tomé todo el gel que pude y se lo embadurné, luego me eché el restante y le introduje mis dedos para hacerme espacio, lo que ella disfrutó, al tener nuevamente mis dedos expandiéndole su ano, gimiendo “uuufff, qué bien, qué rico, métemelo..., vamos...”.
De inmediato, le saqué mis dedos y le fui introduciendo la cabeza de mi pene, que ingresó sin mayor dificultad hasta la mitad y de ahí en adelante, forcejeé un poco y con mi excitación, no me di cuenta que no tenía que proceder tan bruscamente y Gabi se quejó “aaauuu..., hhhuuummm..., espera..., hhhuuummm...”. Entendiendo que sus traumas respecto al sexo anal podían volver, le acaricié sus nalgas y su espalda para apaciguarla, luego procedí con mayor suavidad, repitiendo el mismo ejercicio que realicé con mis dedos y su ano fue cediendo, más lentamente que antes pero con mayores gestos de aprobación de su parte, escuchándose “aaayyy..., aaayyy..., sí..., así..., despacito..., hhhuuummm...”.
Cuando mi pene iba por la mitad, Gabi volteó a verme; su rostro lucía excitado pero incrédulo, seguro no podía creer que se la estuvieran clavando por el ano y que lo estuviera disfrutando, de manera que su expresión me excitó y tomándola de la cintura, le empujé un cuarto más de pene, por lo que exclamo con la boca abierta “aaahhhh”, tragando aire y haciendo que su pecho creciera, con una expresión de sorpresa y reproche en su rostro y me excusé “lo siento..., lo haré más despacio...”. Luego, la vi apoyar un codo, cerrar el puño y morderse un dedo para evitar gritar, entonces no me moví, más bien empecé a retroceder lentamente pero Gabi repuso “aaauuu..., no, no, está bien..., continúa..., ooouuu”, cuando recobro el aliento, pues a pesar que le dolía, quería seguir teniéndola adentro, perforándola por primera vez.
Le hice caso y rehíce mi camino..., ahora sus dedos arañaban las sábanas y se quejaba “aaayyy..., me estás rompiendo, aaauuuccchhh”, temí que se arrepintiera y le dije que no le iba a doler pero su ano era muy estrecho, con semejantes culo, no quedaba mucho espacio para su pequeño agujero. Comencé a acariciarla hasta que se relajó, al menos su ano no estrechaba tanto mi pene, que ya me comenzaba a doler y me dijo con voz entrecortada ““sigueee..., aunque me partas..., termina...” y le comenté “está bien”.
Inicié mis movimientos con cierta oposición de su esfínter y le unte más gel como pude, su anito lucía rojo pero poco a poco fue cediendo y con cada ida y vuelta de mis caderas, le iba introduciendo un poco más pero la escuchaba quejarse “no, no..., espera...”; sin embargo, al poco rato, ella misma se contradecía pidiéndome que continuara, diciéndome “está bien..., dame más..., uuufff..., vamos..., hhhuuummm..., ooouuu...” mientras la animaba “ya casi..., ya casi entra toda...”. Cuando al fin pude empujarle mi verga hasta la raíz, ella se desmoronó, sus codos y su cabeza estaban presionando la cama y sus manos haciendo puños..., así soportó la última arremetida, gimiendo “ay..., caraj..., suaveee…”.
Quiso huir pero mantuve mis manos aferradas a su cintura, quería que sintiera toda mi verga dentro suyo, perforándole las entrañas y que se acostumbrara a ser clavada pero me pedía “aaayyyy, aaayyy, suéltameee...” y le insistía “esperaa... que ya va a pasar...”, increpándome “salvaje..., no te diferencias mucho de Javier...”. A eso, le señalé con sorna “a diferencia de él..., te tengo clavada por el ano...” y exclamó con cierto enfado “no por mucho...”, intentando salirse pero nuevamente le empujé mi verga hasta la raíz y sus abultadas nalgas chocaron contra mi ingle, este choque originó un temblor en su carnoso trasero, que se propagó por sus caderas y su columna se contrajo, suspirando “ooohhh...”, hinchando sus pulmones.
De nuevo, intentó huir pero me la clavé otra vez y durante unos segundos, repetimos esa operación que pasó de ser un forcejeo a un incipiente acto sexual y cada shock eléctrico que le producía mi pene perforándola, la hacían desistir de escapar, pues su ano ya más elástico, me permitía ingresar y salir con menor dificultad. Ahora ella no huía, sino empujaba su trasero hacia mí, cada vez con más fuerza y yo también arremetía contra Gabi, de forma tal que el dulce sonido del golpeteo de sus abultadas nalgas contra mi ingle fue uniéndose a sus gemidos que iban en aumento, escuchándola “hhhuuummm...., ahhhh...”. De pronto, me atreví a preguntarle “¿te gusta?” y me respondió “sssííí..., me encanta..., ¿cómo no hice esto antes?, uuuhhh...”, ya súper excitada.
Mis manos en su estrecha cintura guiaban su voluminoso trasero contra mi ingle y veía desaparecer mi largo pene entre sus redondas nalgas, al tiempo que mis movimientos eran cada vez más rápidos y más fuertes y el sudor nos invadía, de manera que sus gemidos, mi respiración, sus nalgas chocando contra mí y la cama chirriando, todos estos sonidos inundaban armoniosamente mi pieza mientras me decía “aaasssííí, asíí..., ay, que reviento..., acábame...”, respondiéndole “ya casi...”, sintiendo mi torrente de leche próximo a salir. En un último empujón, en que le enterré mi musculosa verga hasta el fondo, ella se contrajo toda y su espalda se arqueada a más no poder y desgarrando mis sábanas con sus dedos, fue entonces que mi pene inundó su pequeño agujero con semen hirviendo por primera vez.
“¡Ooohhh!”, fue su última exclamación antes de dejarse caer a un lado, luego que por primera vez, su cuerpo había disfrutado de un salvaje orgasmo proporcionado por el sexo anal, ahora Gabi reposaba recostada de lado y respiraba forzadamente y entre la maraña de sudor y de cabellos, su rostro encendido aún saboreaba todo el placer que le había proporcionado aquella experiencia. Por mi parte, contemplé maravillado sus entreabiertos muslos y por sus nalgas, aún escurría mi blanquecino semen, era para estar satisfecho, aquel monumento de mujer había sucumbido ante mí. Cuando al fin, ella abrió los ojos, me miró incrédula, no dando fe a lo sucedido, no creía que aquello que se negó a hacer durante tanto tiempo, pudiera depararle semejante placer...
En un momento dado, ella me observó con mi expresión satisfecha y mi pecho aún jadeante, con mi pene semi erecto que aún tenía algunos líquidos y en un último arranque pasional, se arrastró entre mis sábanas hasta llegar a mi pene y mamármelo, en agradecimiento por todo el placer que le había proporcionado, sin importar que hacía poco, hubiera estado en su ano, pues su placer había sido estratosférico. Esa chica que más de uno ansió poseer, se convirtió en una especie de ninfómana debido al adiestramiento anal que le di y me la chupaba con gran pasión, se desvivía por acariciármelo y lamérmelo hasta limpiármelo completamente; por mi parte, solo me atreví a acariciarle el cabello y a observar su semidesnudo cuerpo.
Finalmente, ella se hizo a un lado y me dijo suspirando “vaya..., no puedo creer lo que hicimos” y le contesté “yo tampoco” pero como volviendo en sí, luego de un ataque de locura, se apartó un poco, cubriéndose parte de su desnudez con mis sábanas y volvió a su estado racional, ese en el que las culpas y los arrepentimientos tienen lugar, donde mora la conciencia. De repente, me dijo preocupada “júrame que no se lo vas a decir a nadie” y le respondí intentando calmarla “está bien” pero me insistió “¡júramelo!” y le dije “lo juro...” y solo así vi que se tranquilizaba. Hubo un incómodo silencio, no sabíamos qué hacer o qué decir, así que decidí dejarla sola unos momentos e hice un ademán que me iba a salir y no me dijo más.
Fui al baño y me limpié mis partes íntimas, esperando que Gabi se calmara y que al menos, al regresar, parte del bochorno se le hubiera pasado, luego regresé a mi pieza y la encontré quitándose la ropa, inclinándose completamente de espaldas a mí, con todo su enorme trasero luciendo aún mieloso por mi semen. Sus carnosas nalgas me daban un magnífico paisaje y tuve ganas de clavármela de nuevo, parecía una invitación pero noté que quería recoger la sábana que estaba en el piso, luego se cubrió con ella y se asustó al verme en la puerta, observándola, quizás quiso reprocharme algo pero sólo llegó a decirme con timidez “creo que necesito una ducha...”, lo que era obvio, no iba a ir al trabajar con el perfume de mi esperma sobre su redondo trasero y sus bien formados muslos.
Al instante, le dije “claro...” y le di paso para que fuera a la ducha mientras intentaba alejar cualquier recuerdo de lo sucedido porque me daban ganas de entrar a la ducha, aunque dudo que Gabi, ahora menos excitada, me dejara poner en práctica esa idea. Poco después, ella ingresó a mi pieza cubierta por mi polera, diciéndome avergonzada “no había otra cosa qué ponerme, espero que no te importe...”, respondiéndole “no te preocupes, te queda mejor a ti que a mí...” y una tibia sonrisa suya me animó a pensar que las cosas podían volver a su cauce normal, aunque luego, un incómodo silencio nuevamente reinó entre nosotros y entendí que quería un poco de espacio para cambiarse, ya la había visto desnuda y en una pose por demás sugerente pero sin alcohol en la sangre y sin la picazón en sus partes íntimas que antes tenía, seguramente se sentiría más pudorosa, así que me salí, so pretexto de prepararle el desayuno.
Después de desayunar, nos fuimos a nuestros trabajos y en la tarde, presentamos nuestro informe, no sabíamos que teníamos que disertarlo, así que no preparamos algo porque nos la pasamos envueltos en la iniciación anal de Gabi. Expusimos el trabajo como pudimos, imagínense que tan mal nos fue, después de beber mucho ron y de poseer el trasero de Gabi, yo no podía concentrarme mucho y ella estaba igual de distraída que yo; obviamente, el profesor nos puso una mala nota... Al terminar la clase, se desató la pelea y me echo la culpa de nuestro traspié académico, aunque nos iba bien en los otros informes y me hizo responsable si era que se echaba el ramo...