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- #1
Salu2, para agarrar el hilo tienes que leer las otras partes (Guillermina, el metro, buscando empleo) y aclaró que no son míos, y que hasta el día de hoy esta cuarta parte no está colgada en otra web
Los hombres son bastante predecibles. Mi paso por el restaurante me llevo por caminos que nunca había imaginado…y lo disfrute.
Mi esposo recibió un ascenso en su trabajo y eso implicó que pasara mucho tiempo fuera de casa. Nuestra intimidad se volvió casi nula y siempre terminaba sin dejarme satisfecha…nada raro en él.
El tiempo transcurría y no había tenido otro acercamiento con Víctor, el ayudante en el restaurante pero los manoseos, por fortuna, no dejaban de aparecer. Cuando la meserita tuvo que dejar de ir al trabajo por lo de su embarazo pensé que su atención iba a ser toda mía, pero fue todo lo contrario. Aunque estaba siempre dispuesta a no cortar sus avances, ellos simplemente se entusiasmaron más con la cocinera, para mi mala fortuna.
Tal vez fue mi intuición femenina pero mi táctica cambió drásticamente. En cuanto sentía una mano en mi trasero, si antes les permitía que me sobaran a su antojo, ahora lo que hacía era utilizar mis manos para detenerles y eso fue lo mejor que pude hacer.
Ha de ser porque los hombres desean lo prohibido porque a partir de ese momento sus manoseos eran cada vez más insistentes. Mientras más los alejaba más se empeñaban en meterme mano. Cuando estaba sentada descansando se me repegaban al hombro y podía sentir sus erecciones en esa parte de mí cuerpo, o cuando me encontraba de pie llegaban y me punteaban de manera descarada, o si trataban de levantar mi falda simplemente la bajaba rápidamente. En todo momento oponía resistencia a sus manoseos y eso en verdad los encendía. Igual que a mí.
Una mañana salí del trabajo unos minutos al mercado, deambule por los puestos de ropa hasta que encontré lo que buscaba: una falda amplía tableada. Esa noche en casa la rediseñe y la deje bastante corta para que al inclinarme se me levantara. Era perfecta cuando me la probé y me mire al espejo.
Los días siguientes ellos me comían con la mirada en el trabajo, sin contar que los clientes también se entusiasmaban por lo corto de mi falda. Tal vez haya sido la temporada en que había más clientela en el restaurante.
Aprovechaba cualquier momento en la cocina para hacer cualquier cosa y agacharme sin flexionar las piernas, dejando que me vieran las piernas y el trasero a placer. Sus palabras comenzaron a subir de tono y sus insinuaciones se hacía cada vez más periódicas. Y mi respuesta siempre fue la misma: -cuidado con las manos- y una sonrisa que trataba que fuera lo más coqueta posible.
Una tarde quede con el dueño para hacer un arqueo de las ventas. No hizo nada más que trabajar por espacio de media hora y cuando se sentó para hacer una pausa en las cuentas, me pidió que me acercara. No respondí con palabra alguna pero al quedar frente al dueño, digámosle Juan, me tomó de la mano y me sentó en sus piernas.
En las nalgas sentí como ya estaba erecto su miembro y mientras me decía que era una buena empleada además de linda, sus manos fueron a parar a mi trasero y piernas. Me palmeaba las nalgas amistosamente y su mano recorría mis muslos, ese tacto de sus manos callosas y rasposas me encendió en lo más profundo de mí ser.
Puede ser que cuando a una mujer le dices que es bonita se lo crea, más cuando hace mucho tiempo su marido no se lo dice, como a mi me ha pasado. Cuando me hizo ponerme de pie y me recargó en el borde de la mesa, ya estaba dispuesta a entregarme a ese viejo.
Sus manos se apoderaron de mis nalgas mientras mi cabeza descansaba sobre su pecho. Mi respiración estaba agitada y sudaba, era raro porque generalmente no sudo. Me sobaba el trasero de manera frenética, primero encima de la falda y después debajo de ella. Sus caricias me hacían sentir en el cielo, y disfrutaba su manoseo, al apretarme los glúteos de manera rápida y brusca.
No encontró objeción cuando sus manos bajaron mi pantaleta, ni cuando sus manos me despojaron de mi blusa. No tardó en desnudarme ahí en la cocina, era la primera vez que otro hombre que no fuera mi marido me desnudaba por completo. Expuesta ante él, desnuda y excitada, no le costó trabajo sentarme en la silla y poner frente a mi cara su erección.
Ya se le veían algunos vellos blancos pero eso era lo de menos. Cuando me tomó del cabello y me acercó a su miembro sencillamente permití que se desplazara en mi boca su falo. Su mano me guiaba durante esa tarea, y su sabor me pareció lo más delicioso que había probado en mucho tiempo: salado, húmedo, caliente, viscoso y con un olor a orina.
La mano que tenía libre la llevo a mis senos que apretaba, se entretenía jugando con mis pezones, los acariciaba, los pellizcaba y sin darme cuenta, fui yo la que impuso un nuevo ritmo a mi primera mamada a un sexagenario.
Sus palabras me llenaban de deseo, escucharle decir: -que rico lo mamas- fueron música celestial para mis oídos. A dos manos estaba magreandome los senos, mientras de manera rápida hacía entrar y salir su virilidad de mi boca. No tenía mucha experiencia haciéndolo pero a él pareció no importarle lo inexperto de mis movimientos.
Sin sacar su pene de mi boca levanto mi cara un poco, lo suficiente para que nuestros ojos se encontraran, y su mirada lasciva y llena de lujuria me hicieron sentir la mujer más feliz del mundo. Esperaba el momento en que me pusiera a modo para penetrarme pero su teléfono celular comenzó a sonar. Era su esposa quien lo llamaba y sin dejar de tener su miembro en mi boca imprimió más velocidad a mi cabeza con sus manos. Sin poderlo contener, su semen explotó dentro de mi boca. Al sentir esa primera descarga en mi boca me paralice, no supe que hacer y terminó de eyacular dentro de mi boca mientras sus manos me sostenían de la cabeza.
No había reaccionado del todo ante su eyaculación cuando por instinto escupí ese líquido caliente, que me dejo un sabor intenso en el paladar.
Sus palabras fueron de disculpa, estaba llegando su esposa para recogerlo y comenzó a subir su pantalón. Se despidió de manera rápida y aún cuando quiso besarme en la boca, me retire y mis palabras sonaron como un chiste: -no acostumbro besarme con cualquiera- y la risa nos ganó a ambos, pero no impidió que sus dedos se colaran hasta donde estaba mi vagina, que encontró húmeda y dispuesta para recibir lo que en ese momento quisiera entrar, y sus dedos comenzaron a entrar y salir, y la otra mano acariciaba mi pezón derecho, estrujándolo, pellizcándolo otra vez. No fueron muchos segundos los que hizo eso pero fueron suficientes para continuar con mi excitación.
Salió casi corriendo, dejándome desnuda ahí. Al cerrase la puerta imaginaba que mi calentura iba a desaparecer pero fue todo lo contrario. Tal vez estoy loca pero una idea tonta me llenó la cabeza. Tomé las llaves de la puerta, apague las luces y abrí la puerta trasera. No se escuchaba ningún ruido. Asomé la cabeza y no se veía a nadie pasar. Poco a poco me fui acostumbrando a la oscuridad y en esa soledad mi cuerpo atravesó el portal. Estaba desnuda en la entrada trasera del restaurante y sin nadie a la vista comencé a masturbarme. Es algo que hago con regularidad, y aunque al principio pensaba que era pecado, me hice a la idea de que es más pecado no tener una vida sexual de pareja.
No se cuanto tiempo estuve así, pero fue el suficiente para que un orgasmo me llenara en toda mi humanidad. Regrese al interior y me vestí sin prisa alguna. Ya era tiempo de regresar a casa…pero iba satisfecha.
No sé si soy una mujer demente pero esa fue la primera vez que estuve desnuda mucho tiempo. No me critiques tanto si te digo un secreto: he estado desnuda en varios lugares, en un cine, en un parque, en calles solitarias, en un estacionamiento, en una oficina y lo más arriesgado ha sido en un pasillo de una estación del metro.
Más adelanté te contaré, no con mucho detalle pero si de lo que más recuerde. Gracias por escucharme, tú que haces de mi confidente y mi amiga, aunque no nos veamos podemos seguir escribiéndonos.
Los hombres son bastante predecibles. Mi paso por el restaurante me llevo por caminos que nunca había imaginado…y lo disfrute.
Mi esposo recibió un ascenso en su trabajo y eso implicó que pasara mucho tiempo fuera de casa. Nuestra intimidad se volvió casi nula y siempre terminaba sin dejarme satisfecha…nada raro en él.
El tiempo transcurría y no había tenido otro acercamiento con Víctor, el ayudante en el restaurante pero los manoseos, por fortuna, no dejaban de aparecer. Cuando la meserita tuvo que dejar de ir al trabajo por lo de su embarazo pensé que su atención iba a ser toda mía, pero fue todo lo contrario. Aunque estaba siempre dispuesta a no cortar sus avances, ellos simplemente se entusiasmaron más con la cocinera, para mi mala fortuna.
Tal vez fue mi intuición femenina pero mi táctica cambió drásticamente. En cuanto sentía una mano en mi trasero, si antes les permitía que me sobaran a su antojo, ahora lo que hacía era utilizar mis manos para detenerles y eso fue lo mejor que pude hacer.
Ha de ser porque los hombres desean lo prohibido porque a partir de ese momento sus manoseos eran cada vez más insistentes. Mientras más los alejaba más se empeñaban en meterme mano. Cuando estaba sentada descansando se me repegaban al hombro y podía sentir sus erecciones en esa parte de mí cuerpo, o cuando me encontraba de pie llegaban y me punteaban de manera descarada, o si trataban de levantar mi falda simplemente la bajaba rápidamente. En todo momento oponía resistencia a sus manoseos y eso en verdad los encendía. Igual que a mí.
Una mañana salí del trabajo unos minutos al mercado, deambule por los puestos de ropa hasta que encontré lo que buscaba: una falda amplía tableada. Esa noche en casa la rediseñe y la deje bastante corta para que al inclinarme se me levantara. Era perfecta cuando me la probé y me mire al espejo.
Los días siguientes ellos me comían con la mirada en el trabajo, sin contar que los clientes también se entusiasmaban por lo corto de mi falda. Tal vez haya sido la temporada en que había más clientela en el restaurante.
Aprovechaba cualquier momento en la cocina para hacer cualquier cosa y agacharme sin flexionar las piernas, dejando que me vieran las piernas y el trasero a placer. Sus palabras comenzaron a subir de tono y sus insinuaciones se hacía cada vez más periódicas. Y mi respuesta siempre fue la misma: -cuidado con las manos- y una sonrisa que trataba que fuera lo más coqueta posible.
Una tarde quede con el dueño para hacer un arqueo de las ventas. No hizo nada más que trabajar por espacio de media hora y cuando se sentó para hacer una pausa en las cuentas, me pidió que me acercara. No respondí con palabra alguna pero al quedar frente al dueño, digámosle Juan, me tomó de la mano y me sentó en sus piernas.
En las nalgas sentí como ya estaba erecto su miembro y mientras me decía que era una buena empleada además de linda, sus manos fueron a parar a mi trasero y piernas. Me palmeaba las nalgas amistosamente y su mano recorría mis muslos, ese tacto de sus manos callosas y rasposas me encendió en lo más profundo de mí ser.
Puede ser que cuando a una mujer le dices que es bonita se lo crea, más cuando hace mucho tiempo su marido no se lo dice, como a mi me ha pasado. Cuando me hizo ponerme de pie y me recargó en el borde de la mesa, ya estaba dispuesta a entregarme a ese viejo.
Sus manos se apoderaron de mis nalgas mientras mi cabeza descansaba sobre su pecho. Mi respiración estaba agitada y sudaba, era raro porque generalmente no sudo. Me sobaba el trasero de manera frenética, primero encima de la falda y después debajo de ella. Sus caricias me hacían sentir en el cielo, y disfrutaba su manoseo, al apretarme los glúteos de manera rápida y brusca.
No encontró objeción cuando sus manos bajaron mi pantaleta, ni cuando sus manos me despojaron de mi blusa. No tardó en desnudarme ahí en la cocina, era la primera vez que otro hombre que no fuera mi marido me desnudaba por completo. Expuesta ante él, desnuda y excitada, no le costó trabajo sentarme en la silla y poner frente a mi cara su erección.
Ya se le veían algunos vellos blancos pero eso era lo de menos. Cuando me tomó del cabello y me acercó a su miembro sencillamente permití que se desplazara en mi boca su falo. Su mano me guiaba durante esa tarea, y su sabor me pareció lo más delicioso que había probado en mucho tiempo: salado, húmedo, caliente, viscoso y con un olor a orina.
La mano que tenía libre la llevo a mis senos que apretaba, se entretenía jugando con mis pezones, los acariciaba, los pellizcaba y sin darme cuenta, fui yo la que impuso un nuevo ritmo a mi primera mamada a un sexagenario.
Sus palabras me llenaban de deseo, escucharle decir: -que rico lo mamas- fueron música celestial para mis oídos. A dos manos estaba magreandome los senos, mientras de manera rápida hacía entrar y salir su virilidad de mi boca. No tenía mucha experiencia haciéndolo pero a él pareció no importarle lo inexperto de mis movimientos.
Sin sacar su pene de mi boca levanto mi cara un poco, lo suficiente para que nuestros ojos se encontraran, y su mirada lasciva y llena de lujuria me hicieron sentir la mujer más feliz del mundo. Esperaba el momento en que me pusiera a modo para penetrarme pero su teléfono celular comenzó a sonar. Era su esposa quien lo llamaba y sin dejar de tener su miembro en mi boca imprimió más velocidad a mi cabeza con sus manos. Sin poderlo contener, su semen explotó dentro de mi boca. Al sentir esa primera descarga en mi boca me paralice, no supe que hacer y terminó de eyacular dentro de mi boca mientras sus manos me sostenían de la cabeza.
No había reaccionado del todo ante su eyaculación cuando por instinto escupí ese líquido caliente, que me dejo un sabor intenso en el paladar.
Sus palabras fueron de disculpa, estaba llegando su esposa para recogerlo y comenzó a subir su pantalón. Se despidió de manera rápida y aún cuando quiso besarme en la boca, me retire y mis palabras sonaron como un chiste: -no acostumbro besarme con cualquiera- y la risa nos ganó a ambos, pero no impidió que sus dedos se colaran hasta donde estaba mi vagina, que encontró húmeda y dispuesta para recibir lo que en ese momento quisiera entrar, y sus dedos comenzaron a entrar y salir, y la otra mano acariciaba mi pezón derecho, estrujándolo, pellizcándolo otra vez. No fueron muchos segundos los que hizo eso pero fueron suficientes para continuar con mi excitación.
Salió casi corriendo, dejándome desnuda ahí. Al cerrase la puerta imaginaba que mi calentura iba a desaparecer pero fue todo lo contrario. Tal vez estoy loca pero una idea tonta me llenó la cabeza. Tomé las llaves de la puerta, apague las luces y abrí la puerta trasera. No se escuchaba ningún ruido. Asomé la cabeza y no se veía a nadie pasar. Poco a poco me fui acostumbrando a la oscuridad y en esa soledad mi cuerpo atravesó el portal. Estaba desnuda en la entrada trasera del restaurante y sin nadie a la vista comencé a masturbarme. Es algo que hago con regularidad, y aunque al principio pensaba que era pecado, me hice a la idea de que es más pecado no tener una vida sexual de pareja.
No se cuanto tiempo estuve así, pero fue el suficiente para que un orgasmo me llenara en toda mi humanidad. Regrese al interior y me vestí sin prisa alguna. Ya era tiempo de regresar a casa…pero iba satisfecha.
No sé si soy una mujer demente pero esa fue la primera vez que estuve desnuda mucho tiempo. No me critiques tanto si te digo un secreto: he estado desnuda en varios lugares, en un cine, en un parque, en calles solitarias, en un estacionamiento, en una oficina y lo más arriesgado ha sido en un pasillo de una estación del metro.
Más adelanté te contaré, no con mucho detalle pero si de lo que más recuerde. Gracias por escucharme, tú que haces de mi confidente y mi amiga, aunque no nos veamos podemos seguir escribiéndonos.