Pixocatl
Bovino de alcurnia
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- 16 Ago 2007
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- #1
-GUARDIA-
Le sacudió el hombro para despertarlo, no estaba del todo dormido, pero ya andaba cabeceando, por eso no lo escuchó llegar, eso y el fuerte sonido del viento, ese que arrastraba el aire gélido de las madrugadas de Julio, tan helado, que lo había obligado a enchamarrarse y hacerse "bolita" en aquel triste intento de caseta de vigilancia, construido con unos cuantos maderos y cartones.
-¿Ya es hora?- Preguntó mientras se frotaba los ojos
-Sí-. Dijo el otro al que difícilmente le vio el rostro.- Es mi turno-.
No cruzó más palabra con su relevo, la brisa les había helado el habla. Le entregó una escoba, la cual portaban de manera obligada simulando el objeto a manera de fusil, hizo el correspondiente saludo y se retiró, deseando entre dientes buena noche al compañero, no obtuvo respuesta de su parte, aunque tampoco la esperaba. A pocos pasos se detuvo a observar su reloj, notó que eran las cuatro cuarenta, veinte minutos antes del relevo, hizo una mueca de duda que se disipó al ver que el segundero no se movía, “seguro se había muerto la batería”, pensó y continuó su andar.
Caminó por el descampado casi como un autómata, un pie tras otro caían en el suelo como plomo, a lo lejos podía ver las luces de las barracas y el viento, sin ningún obstáculo en aquel suelo llano, le traía las voces de los trasnochados del cuartel, eso lo alentaba a avanzar, pese a que sentía más cansancio que antes, más frio, deseaba más que nunca dormir. En todo el transcurso no se detuvo a pensar, ni a ver, de haberse parado siquiera, se hubiera dado cuenta de que no estaba en el rumbo correcto y que las luces se alejaban en distintas direcciones, como si danzaran, que las voces que escuchaba eran deformes, inentendibles, con un eco que percutía el oído; lastima, se hubiera dado cuenta que a donde iba era a una zona pantanosa, lleno de cocuyos, sapos y chicharras. Se percató hasta que zambulló de golpe en aquel lugar, en la oscuridad de sus aguas fangosas.
Alguien llamó a la puerta, tres golpes secos, hizo una pausa y repitió. El teniente se levantó estrepitosamente, se acercó a la ventana y pudo reconocer a uno de sus soldados.
-¿Que pasó Martínez?
-Es Escobedo, señor, no está en el puesto. Ya lo busque por el borde, parte del descampado y no aparece, tampoco está en las barracas.- El teniente hizo una mueca de molestia, no porque aquel hombre se hubiera perdido, sino que durante ese mes, ese tipo de cosas seguían pasando, tenía miedo, mucho miedo, él personalmente se había encontrado con aquello allá en la oscuridad, lo había visto a los ojos y aquello se había burlado de él, mientras aterrado quedaba inmóvil desvaneciéndose en la inconsciencia, sudaba frio cada que lo recordaba y sentía una descarga eléctrica recorriendo sus piernas.
-Despierta a los demás, los veo fuera de la barraca.-Exclamó tajante y cerró la puerta.
Se levantó de aquella suciedad y finalmente comprendía donde estaba, muy lejos de los cuarteles, más allá de los matorrales. Estiró su pie para salir del mugrerío en el que había caído, pero algo se lo impidió, una mano que provenía del fondo del pantano tomó la pierna que se había quedado dentro y una figura comenzó a emerger del fango, un ser que exclamaba "No", casi como un susurro que perforaba el alma. Escobedo sintió morir, tomó fuerzas para soltarse y lo hubiera logrado si más manos misteriosas no lo hubieran halado con fuerza, nuevas figuras emergían, rostros que parecían sufrir, con miradas fulminantes, ojos huecos, no por ser cuencas vacías, sino por una composición de oscuridad con destellos chispeantes, en donde debían estar el iris y la retina. Finalmente salieron del pantano, eran seres humanoides de estatura no mayor al metro y medio, delgados, bañados en lodo, profiriendo un eterno "No" casi mudo que no cesaba. Escobedo pensó que lo arrastrarían a lo profundo del pantano, pero estos se limitaron a rodearlo y abrazarlo, lo hicieron con fuerza, con desesperada necesidad, eran más gélidos que la madrugada de Julio, que el líquido del pantano. Escobedo sentía como lentamente se desvanecía el calor de su cuerpo, se le agotaba el resuello y le abandonaban las fuerzas, su corazón palpitaba cada vez más quedo, mientras aquellos seres se volvían más fangosos y menos sólidos, también perdían fuerzas, su voz muda cesaba, quizás había una oportunidad de salir, pero Escobedo ya no quería luchar, estaba cansado y solo deseaba dormir, cerró los ojos y se entregó a lo incierto.
Lo encontraron con los primeros rayos del sol, luego de buscar en el cuartel y los matorrales. Estaba inconsciente a la orilla del pantano, cubierto de lodo, helado, difícilmente parecía estar vivo, más que por una leve respiración inconsistente, lo llevaron de vuelta al cuartel y le atendieron. Cuando se levantó se puso a llorar como un niño, fueron a interrogarle pero no fue capaz de armar palabra alguna, lo dejaron descansar, pero no era posible, las pesadillas parecían invadirle, al poco rato le encontraron nuevamente llorando, esto sucedió repetidamente.
No sabría decir cuantos días pasaron para que hablara, parece ser que tardo en reponerse y durante el tiempo en el que transcurrió esta historia, el tipo ya no fue él mismo. Un oficial de más rango fue a hablar con Escobedo, él le contó lo que había vivido, dejando sin palabras al superior, añadió que todavía podía verlos. Son varias las interrogantes que se hicieron al adentrarse en la historia de Escobedo: ¿Quién fue a tomar el turno de Escobedo? ¿Por qué llegó veinte minutos antes del cambio de guardia? ¿Cómo logró pasar al otro lado del cerco sin que nadie lo viera?
Este relato pertenece a una serie de historias contadas por un familiar, él oficial que interrogó a Escobedo, sobre fenómenos sobrenaturales que ocurrieron en una zona, conocida como zona cero entre los soldados, de un cuartel militar en Chiapas. El caso de Escobedo fue el tercero, de carácter grave, que sucedió en aquel lugar. Los nombres y los datos que harían más sólida esta historia han sido modificados, no tanto por el anonimato de los involucrados, sino por mi incapacidad de recordar o recabar toda la información, ya que fue registrado en mis primeros años de interes sobre estas historias. Algunos detalles, son parte de la imaginación del autor para formar la estructura de la historia.
Luis A. Cruz (Pixocatl)
Otros relatos
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Le sacudió el hombro para despertarlo, no estaba del todo dormido, pero ya andaba cabeceando, por eso no lo escuchó llegar, eso y el fuerte sonido del viento, ese que arrastraba el aire gélido de las madrugadas de Julio, tan helado, que lo había obligado a enchamarrarse y hacerse "bolita" en aquel triste intento de caseta de vigilancia, construido con unos cuantos maderos y cartones.
-¿Ya es hora?- Preguntó mientras se frotaba los ojos
-Sí-. Dijo el otro al que difícilmente le vio el rostro.- Es mi turno-.
No cruzó más palabra con su relevo, la brisa les había helado el habla. Le entregó una escoba, la cual portaban de manera obligada simulando el objeto a manera de fusil, hizo el correspondiente saludo y se retiró, deseando entre dientes buena noche al compañero, no obtuvo respuesta de su parte, aunque tampoco la esperaba. A pocos pasos se detuvo a observar su reloj, notó que eran las cuatro cuarenta, veinte minutos antes del relevo, hizo una mueca de duda que se disipó al ver que el segundero no se movía, “seguro se había muerto la batería”, pensó y continuó su andar.
Caminó por el descampado casi como un autómata, un pie tras otro caían en el suelo como plomo, a lo lejos podía ver las luces de las barracas y el viento, sin ningún obstáculo en aquel suelo llano, le traía las voces de los trasnochados del cuartel, eso lo alentaba a avanzar, pese a que sentía más cansancio que antes, más frio, deseaba más que nunca dormir. En todo el transcurso no se detuvo a pensar, ni a ver, de haberse parado siquiera, se hubiera dado cuenta de que no estaba en el rumbo correcto y que las luces se alejaban en distintas direcciones, como si danzaran, que las voces que escuchaba eran deformes, inentendibles, con un eco que percutía el oído; lastima, se hubiera dado cuenta que a donde iba era a una zona pantanosa, lleno de cocuyos, sapos y chicharras. Se percató hasta que zambulló de golpe en aquel lugar, en la oscuridad de sus aguas fangosas.
Alguien llamó a la puerta, tres golpes secos, hizo una pausa y repitió. El teniente se levantó estrepitosamente, se acercó a la ventana y pudo reconocer a uno de sus soldados.
-¿Que pasó Martínez?
-Es Escobedo, señor, no está en el puesto. Ya lo busque por el borde, parte del descampado y no aparece, tampoco está en las barracas.- El teniente hizo una mueca de molestia, no porque aquel hombre se hubiera perdido, sino que durante ese mes, ese tipo de cosas seguían pasando, tenía miedo, mucho miedo, él personalmente se había encontrado con aquello allá en la oscuridad, lo había visto a los ojos y aquello se había burlado de él, mientras aterrado quedaba inmóvil desvaneciéndose en la inconsciencia, sudaba frio cada que lo recordaba y sentía una descarga eléctrica recorriendo sus piernas.
-Despierta a los demás, los veo fuera de la barraca.-Exclamó tajante y cerró la puerta.
Se levantó de aquella suciedad y finalmente comprendía donde estaba, muy lejos de los cuarteles, más allá de los matorrales. Estiró su pie para salir del mugrerío en el que había caído, pero algo se lo impidió, una mano que provenía del fondo del pantano tomó la pierna que se había quedado dentro y una figura comenzó a emerger del fango, un ser que exclamaba "No", casi como un susurro que perforaba el alma. Escobedo sintió morir, tomó fuerzas para soltarse y lo hubiera logrado si más manos misteriosas no lo hubieran halado con fuerza, nuevas figuras emergían, rostros que parecían sufrir, con miradas fulminantes, ojos huecos, no por ser cuencas vacías, sino por una composición de oscuridad con destellos chispeantes, en donde debían estar el iris y la retina. Finalmente salieron del pantano, eran seres humanoides de estatura no mayor al metro y medio, delgados, bañados en lodo, profiriendo un eterno "No" casi mudo que no cesaba. Escobedo pensó que lo arrastrarían a lo profundo del pantano, pero estos se limitaron a rodearlo y abrazarlo, lo hicieron con fuerza, con desesperada necesidad, eran más gélidos que la madrugada de Julio, que el líquido del pantano. Escobedo sentía como lentamente se desvanecía el calor de su cuerpo, se le agotaba el resuello y le abandonaban las fuerzas, su corazón palpitaba cada vez más quedo, mientras aquellos seres se volvían más fangosos y menos sólidos, también perdían fuerzas, su voz muda cesaba, quizás había una oportunidad de salir, pero Escobedo ya no quería luchar, estaba cansado y solo deseaba dormir, cerró los ojos y se entregó a lo incierto.
Lo encontraron con los primeros rayos del sol, luego de buscar en el cuartel y los matorrales. Estaba inconsciente a la orilla del pantano, cubierto de lodo, helado, difícilmente parecía estar vivo, más que por una leve respiración inconsistente, lo llevaron de vuelta al cuartel y le atendieron. Cuando se levantó se puso a llorar como un niño, fueron a interrogarle pero no fue capaz de armar palabra alguna, lo dejaron descansar, pero no era posible, las pesadillas parecían invadirle, al poco rato le encontraron nuevamente llorando, esto sucedió repetidamente.
No sabría decir cuantos días pasaron para que hablara, parece ser que tardo en reponerse y durante el tiempo en el que transcurrió esta historia, el tipo ya no fue él mismo. Un oficial de más rango fue a hablar con Escobedo, él le contó lo que había vivido, dejando sin palabras al superior, añadió que todavía podía verlos. Son varias las interrogantes que se hicieron al adentrarse en la historia de Escobedo: ¿Quién fue a tomar el turno de Escobedo? ¿Por qué llegó veinte minutos antes del cambio de guardia? ¿Cómo logró pasar al otro lado del cerco sin que nadie lo viera?
Este relato pertenece a una serie de historias contadas por un familiar, él oficial que interrogó a Escobedo, sobre fenómenos sobrenaturales que ocurrieron en una zona, conocida como zona cero entre los soldados, de un cuartel militar en Chiapas. El caso de Escobedo fue el tercero, de carácter grave, que sucedió en aquel lugar. Los nombres y los datos que harían más sólida esta historia han sido modificados, no tanto por el anonimato de los involucrados, sino por mi incapacidad de recordar o recabar toda la información, ya que fue registrado en mis primeros años de interes sobre estas historias. Algunos detalles, son parte de la imaginación del autor para formar la estructura de la historia.
Luis A. Cruz (Pixocatl)
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