Danny: ¿Cuántos niños había en tu clase?

Daisy: Cada periodo escolar varia, pero este año tenía una treintena. Fue una de mis clases más grandes.

Danny: ¿Y enseñas a primer grado?

Daisy: No, preescolar. Si me lo preguntan, es la mejor edad para hacerlo.

Danny: ¿Por qué?

Daisy: Aún son lo suficientemente pequeños para maravillarse con el mundo, pero ya tienen el lenguaje para describirlo. Además, aprender cosas nuevas es más fácil a esa edad. Son como pequeñas esponjas que lo absorben todo.

Danny: ¿Hubo algo distinto con la clase de este último año?

Daisy: Al principio no. Había una cantidad equilibrada de niños y niñas. Tenía unos cuantos alborotadores, pero nada que no pudiera manejarse. Encontré a dos niños besándose, se habían escondido en el armario. (Risas) Fue algo muy inocente. No les dije nada a sus padres. Los niños a esa edad quieren experimentarlo todo.

Danny: Pero había un niño especial, ¿no estaba allí?

Daisy: No…

Danny: (Pausa) Daisy, estoy aquí para ayudarte. Creo en ti.

Daisy: Raramente alguien cree en mí.

Danny: Lo sé. Puedo verlo en tu cara.

Daisy: Tanto sólo tengo veintinueve años. Tenía toda una vida por delante. (Llanto) De verdad que me encantan los niños. Ha sido así toda la vida. Nunca tuve hermanas o hermanos, así que siempre he buscado ese tipo de conexión. Eso fue lo que me condujo a la pedagogía. Me encanta moldear la mente de los pequeños. Y la forma en que te miran… como si fueras la única persona en el mundo. Los niños saben cómo ofrecer un amor incondicional.

Danny: ¿Sabes lo que es el amor, Daisy?

Daisy: ¡Sí! He amado a cada uno de los niños que han estado en mi clase.

Danny: Excepto…

Daisy: Excepto… Derek.

Danny: Cuéntame un poco sobre Derek.

Daisy: Fue un niño promedio la mayor parte del semestre. Era un poco más pequeño que el resto de los niños, pero nadie se burló de él por eso. Tenía pelo castaño, unas cuantas pecas. Era la definición del promedio. Lo único que sobresalía al principio fue la forma en que nunca se comportó.

Cuando los niños empiezan el prescolar, los primeros días y semanas son complicados. Para la mayoría, esto representa la primera vez que se alejan de sus padres. Y a pesar de que solo están en clases la mitad del día la mayor parte de la semana, aun así parece mucho tiempo. Yo diría que en ese lapso, cada día, un niño llora o por lo menos hace un berrinche. Es normal. El primer año que enseñé una niña casi me muerde la oreja. Pero Derek…

Nunca lloró. No parecía afectarle que su padre lo dejara. Sonreía y parecía muy emocionado, aunque siempre hacía lo que se le pedía. Cuando le decía que se mantuviera callado, se quedaba tranquilo. Cuando tenía que hacer una tarea, seguía las reglas al pie de la letra. Al principio los niños no saben cómo seguir las reglas, pues en la mayoría de las casas las familias no les ponen demasiados límites. Parte de mi trabajo es enseñar a los niños cómo levantar la mano y solicitar permiso para salir al baño. Pero Derek parecía saberlo todo de antemano.

Simplemente lo acepté. Deduje que tenía unos padres muy estrictos. Además que no podía quejarme del buen comportamiento de un niño.

(Da un largo suspiro) Pero después las cosas empezaron a cambiar. Los otros niños se habían acostumbrado a la rutina. Derek empezó a hacer cosas extrañas. Hacía dibujos sobre su cuerpo. Esto es algo normal, pero él se dibujaba imágenes específicas de heridas de arma blanca. Sobre su piel trazaba una gruesa línea negra con sangre que salía de ella. Le pregunté sobre lo que estaba dibujando, y simplemente me dijo que no sabía.

Luego empezó a hacer estos dibujos sobre otros niños. Siempre era el mismo patrón de líneas y sangre espesa. Está de más decir que los padres empezaron a cuestionarme con preocupación. Traté de agendar una reunión con los padres de Derek, pero nunca atendieron mis llamadas. Al final tuve que prohibirle a Derek el uso de marcadores. Pero… simplemente parecía no importarle. No renegó ni lloró. Asintió con la cabeza y lo aceptó.

Fue en este punto que las cosas se pusieron más intensas. Empezó a saltar en el patio de recreo. Muchos niños lo hacen, pero Derek la hacía con la intención de lastimarse. Tenía rasguños por todo el cuerpo. Al final también tuvimos que prohibirle que saliera al recreo. Pero la medida no ayudó mucho. Empezó a lastimarse los rasguños y cortes. Podía hacerlo con cualquier objeto – papel, legos, limpiadores de pipa. Escarbaba en sus heridas hasta que se lesionaba más y más. Le comenté a la directora y ella intentó hablar con sus padres, pero tampoco respondieron.

La semana pasada decidimos llamar a servicios sociales. Se había salido de nuestro control. Pero no lo hicimos a tiempo. (Llorando).

Danny: Tranquila. Continua.

Daisy: Sucedió en el almuerzo. Todos los niños estaban en la cafetería. Los de prescolar almuerzan primero, así que solo estaban mis niños y yo. Intentaba tomar algo para comer. Me es imposible mantenerlos vigilados todo el tiempo. Pero Derek… se subió a la mesa. Lo vi y le dije que bajara. Y fue entonces que me miró a los ojos. Su mirada era… no era un niño. Era siniestro. Y la sonrisa. En su mano sostenía la pajilla de su caja de leche con chocolate. (La mujer empieza a desmoronarse, llora incontrolablemente).

Danny: Es muy importante que me digas lo que pasó.

Daisy: Pero Ag…

Danny: Por favor, sin nombres ni títulos. Estamos grabando.

Daisy: Oh. Oh sí. Claro. (Respira profundamente) Aún estaba sonriendo cuando levantó la mano y empezó a apuñar el aire frente a él con la pajilla. No había nada allí, pero él no dejaba de apuñalar. Solté lo que tenía en las manos y corrí hacia él, pero resbalé… ¡oh dios! me resbalé con la sangre.

Entonces noté a los demás niños, estaban haciendo lo mismo. Estaban apuñalando. Pero no al aire. Se apuñalaban entre sí con los cubiertos de plástico. Se apuñalaban en sitios específicos – los ojos, el cuello y el pecho. Esos cuchillos de plástico son pequeños, pero la forma estratégica en que apuñalaban… hizo mucho daño. Había sangre por todo el lugar.

Juro que traté de hacer algo. Grité pero nadie parecía escucharme. Intenté quitarles las armas a los niños, pero si les retiraba los cuchillos simplemente escarbaban en las heridas con sus dedos. No podía controlar a treinta niños a la vez. Y ahí estaba Derek, de pie sobre la mesa, moviendo su brazo atrás y adelante como si apuñalara el aire. Finalmente corrí hacia él, lo tumbé de la mesa. Caímos al suelo con él encima de mí.

Danny: ¿La lastimó?

Daisy: No. Pero su cara pasó de la sonrisa a un ceño fruncido. Sus ojos se cerraron. Su cuerpo yacía inerte sobre el mío. Me di cuenta que había muerto. Miré alrededor de la cafetería. Todos estaban muertos. (La mujer empieza a hiperventilar) Treinta niños muertos y no pude hacer nada. ¡No pude! ¿Por qué nadie escuchó los gritos? ¿A dónde fue la sangre? Había mucha sangre… pero de repente desapareció.

Danny: Gracias por contarme esto.

Daisy: Por favor, diles que no hice nada. Yo nunca… ¿cómo pudo desaparecer la sangre?


Según las publicaciones en Internet, Daisy Alvarez envenenó a toda su clase de prescolar. Puso el veneno en su leche con chocolate. La policía la encontró con los cadáveres de los niños amontonados sobre ella. Lloraba y temblaba. No hubo motivo razonable para el crimen y no había indicios de que fuera una persona mentalmente inestable. Había un total de veintinueve niños muertos. En su clase jamás existió un niño llamado Derek.

Estos casos no son crímenes normales. No sé qué hacer con esto. Mi amigo Bri dice que lo deje por la paz y que no investigue más. Creo que teme que encuentre algo que no debo saber. Pero necesito respuestas.

Wow, que intenso publica mas de estas historias