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Felipe, la montaña y las piedras (fábula inconclusa).

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eoz

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7 Nov 2005
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Felipe fue todo el tiempo alguien que nunca tuvo nada por eso siempre ansió tener algo, lo que fuera pero tener algo. Nunca quiso a nadie por lo mismo siempre buscó que lo quisieran. Nadie lo tomaba en cuenta de ahí que siempre buscara imponer su visión por la fuerza, siempre fue tan pequeño tanto de físico como de ideas y no se diga de espíritu que lo único que era grande en él era el cúmulo de complejos que fue coleccionando y que atesoraba como ninguna otra cosa en el mundo.

Un día Felipe vagando por ahí mientras cavilaba sobre cómo y a quién hacer pagar por sus complejos descubrió una montaña en cuya cumbre gobernaba un ser que se veía, a los ojos de Felipe, como uno enorme, poderoso y prodigioso, digno de ser respetado, o mejor que eso, digno de ser temido. En la imagen de la montaña y su morador, Felipe encontró por fin un modelo para sus propósitos y decidió que iría a conocer tan fabuloso personaje. Corriendo avanzó los primeros metros, se cansó rápido pero siguió animado cada que volteaba y veía que en la cumbre de la montaña persistía el ser aquel que lo seguía fascinaba pero ahora Felipe lo descubría haciendo ademanes y grandes acomodos corporales como si estuviera posando para el cuadro de algún pintor que lo fuera a inmortalizar en la imagen viva de la fortaleza y la acción. Felipe se vio a él mismo en la cumbre la montaña y desde ése momento sintió que ya no querría conocer al ser aquel de la cumbre si no que buscaría a toda costa ocupar su lugar, y en el preciso instante en que la urgencia se convirtió en verbo, Felipe suspiró, cerró los ojos por una fracción de segundo y al abrirlos se encontró al pie de la montaña en medio de gritos, insultos e improperios de una multitud que, al igual que él, buscaba escalar la montaña y cumplir qué creen? Los mismos propósitos que Felipe: ocupar la cumbre y gobernar el mundo desde ahí.

Por un instante la situación confundió a Felipe y a punto estuvo de verse abrumado por el ambiente pero una pedrada en la nuca le hizo reaccionar. Y es que la mayoría de los que querían escalar la montaña lanzaban piedras a los que se les habían adelantado en la ruta de ascenso y cada piedra lanzada llevaba inscrita una mentira, un insulto, un mote y cosas así que los lanzadores inscribían con sangre en ellas. Felipe presto, se dispuso a hacer lo mismo y cogió dos piedras y con una de ellas se hizo una herida en una de las manos e inscribió sus propias palabras en ellas y se insertó en el ritual del lanzamiento de piedras. Así estuvo por días Felipe derrumbando a pedradas a uno y otro que intentaba ascender la montaña no sin dejar de intentarlo de cuando en cuando él mismo pero cada que empezaba el ascenso Felipe en lugar de repeler las piedras que le lanzaban las guardaba en un saco que se había acondicionado para tal caso con lo cual su ascenso se hacía cada vez más difícil y pesado y caía al suelo. Alentado por otros más enanos pero que vociferaban tanto o más que él, Felipe volvía a intentarlo y en uno de esos intentos logró avanzar cada vez más y más guardando las piedras inscritas que le lanzaban en su saco pero sin darse cuenta que podía hacer con ellas una de varias cosas como era soltarlas, contra atacar con ellas, o bien, lo que hubiera sido verdadera muestra de sabiduría, usarlas para fabricar escalones que le facilitaran el ascenso. Pero tan afecto a guardar cosas inútiles como era Felipe, las cargaba aunque le retrasaran en su labor e incluso lo pusieran en riesgo de caer otra vez, justo como sucedía con sus eternos complejos. Por fin Felipe estuvo en la cumbre y para su sorpresa descubrió que el ser aquel con el que se suponía iba a disputar la posición ya no estaba ahí. Desierta la posición, Felipe sintió que ése era su lugar.

Ya una vez allí pudo ver todo el paisaje. Felipe se sintió enorme, se sintió gigante, se sintió como nunca antes se había sentido. Volteó a ver su saco lleno de piedras y carcajeando se puso a lanzarlas a los que desde abajo gritaban ahora contra él.
Como pocos antes que él, Felipe inició toda una guerra y cada que lanzaba una piedra inscrita de palabras en sangre Felipe se sentía que era más grande sobre todo porque los enanos desde la base de la montaña lo seguían alentando. Felipe sintió que por fin era feliz, que la vida le hacía justicia y sonreía desde la cumbre. Con todo, las piedras nunca se le terminaban a Felipe y las lanzaba aunque cada vez más con un cierto miedo que le iba creciendo en el pecho. Miedo que crecía cada que un cielo nublado soltaba el estruendo característico de las tormentas.

Felipe vivió así todo este tiempo inmerso en sus cosas sin ver otra cosa que la forma de arreglar desde la montaña todo su pasado. Pasó todo sin que Felipe terminara de lanzar las piedras que acumuló en su ascenso y también sin percatarse que de tantas piedras que lanzaba algunos de la base las habían usado a manera de escalones y ascendían por un costado que Felipe había descuidado. Cuando Felipe se percató del ascenso de esos que él veía como enemigos a muerte fue porque la montaña habló y le comunicó que su tiempo en la cumbre estaba por terminar y que era momento de que Felipe prepara su descenso. Le dijo también la montaña que era el momento de pagar las afrentas que hizo desde la cumbre o bien de recibir los beneficios de haber hecho una buena labor desde la cumbre.

Felipe vio hacia abajo y miró a todos los agraviados, a todos los que habían muerto por sus piedras, y también vio “sus” piedras y para él decir “sus” piedras era válido porque así las consideraba todas; unas porque él las había inscrito con su sangre y otras porque se las había apropiado en el proceso de ascender así como en la cumbre. Felipe se aterró, pero sólo por un segundo se aterró pues ante el miedo, abrazó de tal forma y fuerza el saco con piedras que se hirió en el pecho con el pico de una de ellas lo que lo hizo sangrar y manchar todo el saco y su contenido. Mientras por el costado descuidado seguían en ascenso lento pero constante dos personajes con la mirada puesta en la cumbre de la montaña…

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