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Becerro
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- 1 Abr 2013
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- #1
- Llamó Jorge, dice que tiene el negocio para vos.
Al principio quede helada, suerte que mi marido estaba de espaldas a mí. No sé cuál sería mi cara, entre espanto y sorpresa, de hecho no estaba segura de haber entendido.
- ¿Que Jorge? ¿Qué negocio? Dije, tratando de hacerme la desentendida.
- Jorge, mi cuñado. ¿Qué negocio tenés con él? Preguntó.
- Ni idea, respondí. Me salió casi natural porque realmente no tenía idea de lo que hablaba y me enfurecía imaginarme que fuera tan estúpido.
- Dijo que lo llames al celular, agregó, ¡Ojo, que ese anda en cosas raras!
Me quede preocupada y a la vez intrigada. Que se traerá este, pensé.
Desde la vez que nos vimos en el estacionamiento había intentado contactarme al celular o con mensajes, y le había dado largas. Me molestaba la dependencia que tenía con él, que me gustara tanto el sexo y las formas en que me lo hacía. Me hacía sentir mal, sucia, usada.
Además me había expuesto ante su hermano, sin consultarme… y la vez en el estacionamiento estoy segura que había alguien más, por más que lo niegue.
No estaba razonando bien, era peligroso y no me respetaba, no sé porque seguía enganchada con él. Por más bueno que fuera el sexo, podía obtener sexo con más seguridad.
Que ni sueñe que lo vaya a llamar.
Resultó que Jorge tenía una moto que a mí me gustaba, en varias oportunidades durante los encuentros familiares, para tener tema al cual volver si nos sorprendían, hablábamos de la moto. Había conseguido una igual y me tomaban la mía. – ¿Y la diferencia cuál es? Pregunté.
- No te preocupes, la vas pagando como puedas. Me dijo.
La trajo para probarla, mi marido que sabe bastante de mecánica la examinó y le pareció que estaba bien. – La diferencia está bien, ¿Cómo vas a hacer? Dijo mi marido.
- La voy a probar y veo. Salimos con Jorge a probarla, cada cual en su moto. Nos detuvimos; llegamos a un arreglo, pagaría la diferencia “en especies”. Mientras discutíamos el acuerdo; metió manos en todas partes, me apretaba y besaba, estábamos en una zona poco transitada, lo dejé hacer hasta que bajó sus pretensiones lo suficiente y nos volvimos.
Ya en casa, le dije a mi marido una cifra que sabía consideraría justa y; - si me ayudas un poco, llegaría a reunirla. Mi marido estuvo de acuerdo, a él le gusta llevar la voz cantante en ese tipo de negocios, pero el arreglo era bueno y además al pedirle ayuda lo dejaba satisfecho pensando que tenía el control. Solo me restaba cumplir con las “cuotas”.
Mientras preparaba la comida, mi esposo trabajaba en su taller, era cerca del mediodía y estaba soleado y agradable. Sonó el timbre, atendí, era Jorge. Traía los papeles para liquidar el negocio, la transferencia municipal y los conformes de las cuotas para firmar.
- ¿Dónde está tu marido? Preguntó, mientras escudriñaba por encima de mí.
- En el taller, respondí, - ya lo llamo. Apenas voltee para ir a buscarlo, sentí una mano que apretaba fuertemente mi trasero. Di un salto y me di vuelta lanzándole una mirada fulminante, ni se inmutó, trato de tomarme los senos.
- No te hagas el vivo, le dije, con la peor cara que pude.
- Está Jorge con los papeles, ¿podés venir? Dije abriendo la puerta de la cocina y dirigiéndome al otro extremo del patio, donde estaba el taller.
- Ya voy! denme unos minutos. Respondió.
Jorge lo oyó claramente porque cuando me di vuelta, estaba parado detrás de mí en medio de la cocina y agitándolo hacia los lados tenía su miembro en la mano. – Dale un besito, me dijo.
- ¡Estás loco! Protesté, mientras miraba hacia el patio.
– Dale, insistió.
Me agaché, agarre el pene que no estaba totalmente erecto, lo imaginé en su máximo esplendor; le di un fuerte y breve chupón. Luego me alejé, mientras le advertía – Tranquilizate.
Se sentó en la mesa de la cocina y puso encima los papeles. Al ver que mi marido no venía, aprovechó para referirse a “nuestro” acuerdo.
- ¿Cuándo podemos encontrarnos?, estoy preparando algo especial.
- No te hagas la película, le respondí
- Mirá querida, ya tenés la moto, las condiciones las pusiste, y lo que pretendo, lo aceptaste. Respondió – Así que, si te parece, mañana después del trabajo nos encontramos, por mensaje te paso el lugar, asegúrate de disponer de tiempo.
Cuando quise argumentar, vi que mi esposo cruzaba el patio hacia donde estábamos.
Saludo a Jorge, comentó sobre algunas tareas que tenían en común, cuando Jorge le alcanzó los papeles, comenzó a leerlos cuidadosamente, no se fiaba de su cuñado.
Estábamos alrededor de la mesa, enfrente de mí, mi esposo y a mi izquierda, Jorge. Sentí la mano de Jorge en mi pierna, llevaba puesto un vestido suelto, de entrecasa, su mano buscaba posicionarse en la entrepierna, me incorporé pretendiendo atender algo en el fogón, mientras le lanzaba una mirada de desaprobación.
- ¿Puedo pasar al baño? Preguntó
Mi esposo sin sacar su vista de lo que leía respondió que sí.
- ¿Me indicás donde es? Pregunto haciéndose el tonto.
El baño queda entre los dos dormitorios de mi casa, pasando la sala, a la derecha. Fui hasta la sala, donde me mantenía en el campo visual de la cocina, el me siguió, y desde allí le señale. Provocando un roce fue hasta el baño, enseguida preguntó - ¿Dónde está la luz? Pretendiendo que fuera hasta allí. – A la izquierda, respondí. Me hizo un gesto de reclamo y entró.
Cuando regresó mi marido había terminado de examinar los papeles y dio su aprobación, firmamos y listo. Lo acompaño a la puerta, cosa que me permitió aflojar la tensión y se despidieron.
Apenas se había ido, mi marido se higienizaba para sentarse a ver TV, mientras yo terminaba de preparar el almuerzo.
- Es un buen negocio, comentó, la verdad se pisó, en alusión a que Jorge siempre trataba de obtener una ganancia desmedida.
En ese momento recibí un mensaje de Jorge en mi celular: “Mañana te parto como un queso”. Estúpido, pensé.
- ¿Vos crees? Respondí a mi marido, que hizo un gesto como diciendo; por favor.
Pensé, no es tan malo el negocio, para ninguno de los dos.
Manejaba despacio, era de noche y trataba de ubicar la casa que me había indicado.
– No tenés como perderte, voy a estar esperando, cuando te acerques abro la puerta. Decía el mensaje de Jorge.
Después del trabajo tenía una hora muerta antes de ir a gimnasia. – Estás bien así, me decía mi marido. Pero yo sabía que no, estaba engordando otra vez, lo notaba en alguna camisa que apenas me cerraba. No le gustaba que no estuviera de temprano en casa, - ¿qué necesidad tenés? Rezongaba.
Le había dicho que iría por lo de una amiga hasta que comenzara la gimnasia. Eso me daba casi dos horas libres. Jorge me había pasado la dirección, he insistido en que dispusiera de tiempo. Me encanta el sexo, tenía mi moto nueva, pero el arreglo con Jorge me rechinaba.
Esa es la casa, me dije al ver el muro que me había descrito. Estacioné en la vereda de enfrente, fui hasta la esquina, crucé la calle y vine pegada a la pared, cuando llegué enfrente a la puerta, estaba abierta.
Entré, sentí que la puerta se cerraba detrás de mí, era Jorge que estaba pegado a la puerta. Enseguida se abalanzó mientras me abrazaba y besaba. –Esperá, le dije, quería dejar mi cartera y las llaves en la mesita de la sala.
- Bueno, igual tenemos tiempo. Hoy va a ser especial.
- Pasa al dormitorio, entré, había una cama matrimonial, pero sin ropa de cama, el colchón solo. No me entusiasmó. Desde atrás me empujo, caímos los dos en la cama, comenzó a besarme y manosearme, yo respondí sus besos mientras miraba alrededor, que se traerá este, pensaba. Tenía en la cabeza lo de “especial”, a que se referiría, como sea que pretenda integrar a su hermano u otra persona, no lo permitiría.
Esperó que me desnudara tirado sobre la cama, vestido. Cuando finalicé, me pidió; -Date una vueltita, quiero verte completa. Di la vuelta y me senté en la cama. El dio lugar, hizo que me acostara, apretó mis senos diciendo una grosería y se puso de pie. Se sacó el pantalón y los zapatos, todo de una. Se acercó a la cama apoyando sus rodillas de forma de acercar su miembro a mi cabeza, lo tome entre mis manos, de un tirón dejé al descubierto su prominente glande, rosada, más clara que el resto del pene un poco roja en la punta. Fue un intencionado tirón, que provocó una reacción defensiva a la vez que insultaba. Quería que entendiera quien tenía el control.
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Al principio quede helada, suerte que mi marido estaba de espaldas a mí. No sé cuál sería mi cara, entre espanto y sorpresa, de hecho no estaba segura de haber entendido.
- ¿Que Jorge? ¿Qué negocio? Dije, tratando de hacerme la desentendida.
- Jorge, mi cuñado. ¿Qué negocio tenés con él? Preguntó.
- Ni idea, respondí. Me salió casi natural porque realmente no tenía idea de lo que hablaba y me enfurecía imaginarme que fuera tan estúpido.
- Dijo que lo llames al celular, agregó, ¡Ojo, que ese anda en cosas raras!
Me quede preocupada y a la vez intrigada. Que se traerá este, pensé.
Desde la vez que nos vimos en el estacionamiento había intentado contactarme al celular o con mensajes, y le había dado largas. Me molestaba la dependencia que tenía con él, que me gustara tanto el sexo y las formas en que me lo hacía. Me hacía sentir mal, sucia, usada.
Además me había expuesto ante su hermano, sin consultarme… y la vez en el estacionamiento estoy segura que había alguien más, por más que lo niegue.
No estaba razonando bien, era peligroso y no me respetaba, no sé porque seguía enganchada con él. Por más bueno que fuera el sexo, podía obtener sexo con más seguridad.
Que ni sueñe que lo vaya a llamar.
Resultó que Jorge tenía una moto que a mí me gustaba, en varias oportunidades durante los encuentros familiares, para tener tema al cual volver si nos sorprendían, hablábamos de la moto. Había conseguido una igual y me tomaban la mía. – ¿Y la diferencia cuál es? Pregunté.
- No te preocupes, la vas pagando como puedas. Me dijo.
La trajo para probarla, mi marido que sabe bastante de mecánica la examinó y le pareció que estaba bien. – La diferencia está bien, ¿Cómo vas a hacer? Dijo mi marido.
- La voy a probar y veo. Salimos con Jorge a probarla, cada cual en su moto. Nos detuvimos; llegamos a un arreglo, pagaría la diferencia “en especies”. Mientras discutíamos el acuerdo; metió manos en todas partes, me apretaba y besaba, estábamos en una zona poco transitada, lo dejé hacer hasta que bajó sus pretensiones lo suficiente y nos volvimos.
Ya en casa, le dije a mi marido una cifra que sabía consideraría justa y; - si me ayudas un poco, llegaría a reunirla. Mi marido estuvo de acuerdo, a él le gusta llevar la voz cantante en ese tipo de negocios, pero el arreglo era bueno y además al pedirle ayuda lo dejaba satisfecho pensando que tenía el control. Solo me restaba cumplir con las “cuotas”.
Mientras preparaba la comida, mi esposo trabajaba en su taller, era cerca del mediodía y estaba soleado y agradable. Sonó el timbre, atendí, era Jorge. Traía los papeles para liquidar el negocio, la transferencia municipal y los conformes de las cuotas para firmar.
- ¿Dónde está tu marido? Preguntó, mientras escudriñaba por encima de mí.
- En el taller, respondí, - ya lo llamo. Apenas voltee para ir a buscarlo, sentí una mano que apretaba fuertemente mi trasero. Di un salto y me di vuelta lanzándole una mirada fulminante, ni se inmutó, trato de tomarme los senos.
- No te hagas el vivo, le dije, con la peor cara que pude.
- Está Jorge con los papeles, ¿podés venir? Dije abriendo la puerta de la cocina y dirigiéndome al otro extremo del patio, donde estaba el taller.
- Ya voy! denme unos minutos. Respondió.
Jorge lo oyó claramente porque cuando me di vuelta, estaba parado detrás de mí en medio de la cocina y agitándolo hacia los lados tenía su miembro en la mano. – Dale un besito, me dijo.
- ¡Estás loco! Protesté, mientras miraba hacia el patio.
– Dale, insistió.
Me agaché, agarre el pene que no estaba totalmente erecto, lo imaginé en su máximo esplendor; le di un fuerte y breve chupón. Luego me alejé, mientras le advertía – Tranquilizate.
Se sentó en la mesa de la cocina y puso encima los papeles. Al ver que mi marido no venía, aprovechó para referirse a “nuestro” acuerdo.
- ¿Cuándo podemos encontrarnos?, estoy preparando algo especial.
- No te hagas la película, le respondí
- Mirá querida, ya tenés la moto, las condiciones las pusiste, y lo que pretendo, lo aceptaste. Respondió – Así que, si te parece, mañana después del trabajo nos encontramos, por mensaje te paso el lugar, asegúrate de disponer de tiempo.
Cuando quise argumentar, vi que mi esposo cruzaba el patio hacia donde estábamos.
Saludo a Jorge, comentó sobre algunas tareas que tenían en común, cuando Jorge le alcanzó los papeles, comenzó a leerlos cuidadosamente, no se fiaba de su cuñado.
Estábamos alrededor de la mesa, enfrente de mí, mi esposo y a mi izquierda, Jorge. Sentí la mano de Jorge en mi pierna, llevaba puesto un vestido suelto, de entrecasa, su mano buscaba posicionarse en la entrepierna, me incorporé pretendiendo atender algo en el fogón, mientras le lanzaba una mirada de desaprobación.
- ¿Puedo pasar al baño? Preguntó
Mi esposo sin sacar su vista de lo que leía respondió que sí.
- ¿Me indicás donde es? Pregunto haciéndose el tonto.
El baño queda entre los dos dormitorios de mi casa, pasando la sala, a la derecha. Fui hasta la sala, donde me mantenía en el campo visual de la cocina, el me siguió, y desde allí le señale. Provocando un roce fue hasta el baño, enseguida preguntó - ¿Dónde está la luz? Pretendiendo que fuera hasta allí. – A la izquierda, respondí. Me hizo un gesto de reclamo y entró.
Cuando regresó mi marido había terminado de examinar los papeles y dio su aprobación, firmamos y listo. Lo acompaño a la puerta, cosa que me permitió aflojar la tensión y se despidieron.
Apenas se había ido, mi marido se higienizaba para sentarse a ver TV, mientras yo terminaba de preparar el almuerzo.
- Es un buen negocio, comentó, la verdad se pisó, en alusión a que Jorge siempre trataba de obtener una ganancia desmedida.
En ese momento recibí un mensaje de Jorge en mi celular: “Mañana te parto como un queso”. Estúpido, pensé.
- ¿Vos crees? Respondí a mi marido, que hizo un gesto como diciendo; por favor.
Pensé, no es tan malo el negocio, para ninguno de los dos.
Manejaba despacio, era de noche y trataba de ubicar la casa que me había indicado.
– No tenés como perderte, voy a estar esperando, cuando te acerques abro la puerta. Decía el mensaje de Jorge.
Después del trabajo tenía una hora muerta antes de ir a gimnasia. – Estás bien así, me decía mi marido. Pero yo sabía que no, estaba engordando otra vez, lo notaba en alguna camisa que apenas me cerraba. No le gustaba que no estuviera de temprano en casa, - ¿qué necesidad tenés? Rezongaba.
Le había dicho que iría por lo de una amiga hasta que comenzara la gimnasia. Eso me daba casi dos horas libres. Jorge me había pasado la dirección, he insistido en que dispusiera de tiempo. Me encanta el sexo, tenía mi moto nueva, pero el arreglo con Jorge me rechinaba.
Esa es la casa, me dije al ver el muro que me había descrito. Estacioné en la vereda de enfrente, fui hasta la esquina, crucé la calle y vine pegada a la pared, cuando llegué enfrente a la puerta, estaba abierta.
Entré, sentí que la puerta se cerraba detrás de mí, era Jorge que estaba pegado a la puerta. Enseguida se abalanzó mientras me abrazaba y besaba. –Esperá, le dije, quería dejar mi cartera y las llaves en la mesita de la sala.
- Bueno, igual tenemos tiempo. Hoy va a ser especial.
- Pasa al dormitorio, entré, había una cama matrimonial, pero sin ropa de cama, el colchón solo. No me entusiasmó. Desde atrás me empujo, caímos los dos en la cama, comenzó a besarme y manosearme, yo respondí sus besos mientras miraba alrededor, que se traerá este, pensaba. Tenía en la cabeza lo de “especial”, a que se referiría, como sea que pretenda integrar a su hermano u otra persona, no lo permitiría.
Esperó que me desnudara tirado sobre la cama, vestido. Cuando finalicé, me pidió; -Date una vueltita, quiero verte completa. Di la vuelta y me senté en la cama. El dio lugar, hizo que me acostara, apretó mis senos diciendo una grosería y se puso de pie. Se sacó el pantalón y los zapatos, todo de una. Se acercó a la cama apoyando sus rodillas de forma de acercar su miembro a mi cabeza, lo tome entre mis manos, de un tirón dejé al descubierto su prominente glande, rosada, más clara que el resto del pene un poco roja en la punta. Fue un intencionado tirón, que provocó una reacción defensiva a la vez que insultaba. Quería que entendiera quien tenía el control.
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