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- #1
Mi vida ha dado un gran giro debido a la curiosidad y a la falta de sexo con Carlos. En la oficina hubo recorte de personal y aunque no fui seleccionada para ser despedida decidí renunciar a mi trabajo como secretaría. La noticia no le alegro a Carlos pero no me importó.
Aún con sus regaños me he levantado y con una pequeña carpeta y solicitudes de trabajo me dirigí a la estación del metro más cercana. Estuve parada en el anden cerca de dos horas y tal vez porque soy observadora descubrí algo interesante.
Los ubique después de estar ahí parada, viendo entrar y salir gente de los vagones. Son tres tipos, uno gordo y ya maduro; los otros son jóvenes pero todos tienen algo en común: después de ingresar al vagón a empujones regresan a la misma estación, pero eso no es lo interesante, sería una tontería fijarse en eso, lo que me llamó la atención es que entre el mar de gente que entra y sale del vagón aprovechan para manosear a las mujeres. No importa la edad pero siguen más a las jóvenes que a las maduras.
Fue fácil descubrir esas manos que se cuelan por debajo y van tocando la anatomía de las pasajeras. Los vi manosear y no ser descubiertos. Ni siquiera las afortunadas” se dan cuenta del manoseo del que son presa.
Una duda me llena la mente: ¿les gusta sentir esos manoseos, no se dan cuenta o simplemente se resignan a ser tratadas como objetos de placer? ¿O acaso quiero ser yo la que ocupe el lugar de ellas?
Al día siguiente la falta de sexo me hace sucumbir a un oscuro deseo: quiero ser yo la que manoseen en el metro esos tipos. No me importan las consecuencias, necesito sentir que alguien me desea y me encuentra atractiva.
Escogí un vestido blanco, nada especial, sólo es de tela de algodón y es suave al tacto y se acomoda muy bien a mi figura. Salgo decidida de casa y abordo un taxi para llegar más rápido. En cuanto llego al anden veo que está abarrotado de personas, y con una mirada discreta trato de ubicar a esos acosadores. Es fácil encontrarlos, buscan los lugares más llenos de gente.
Me ubico a un lado de ellos y casi de inmediato siento al obeso a mi espalda. Un nerviosísimo me recorre de arriba abajo, por un lado deseo retirarme y abandonar esta locura pero por otro, concibo la idea que es una forma de vengarme de Carlos por su abandono.
Al llegar el metro nos juntamos próximos a la puerta. No he quedado ni por casualidad cerca de la puerta y siento como me empujan hacia atrás, haciendo que tenga un inminente contacto con el tipo gordo. Siento en mi trasero un calor desconocido, por el momento se conforma con repegarse a mí cuerpo.
Al sonar la alarma de cierre de puertas finjo tratar de entrar y es el momento en que aprovecha para poner su mano en mis nalgas. Su toque es una descarga de electricidad, me pone la mano a mitad del trasero y de una manera verdaderamente maestra me acaricia mientras me empuja hacia adelante.
Las puertas se cierran y no logre entrar, pero esa era la idea. Al avanzar el convoy los cuerpos que estaban juntos lentamente se van separando y el gordo se cambia de lugar de manera rápida. Piensa que no me he dado cuenta de su caricia. ¡Dios, fue tan placentero que hubiera deseado que durara mucho más!
Es el turno de los ortos dos; ya se dieron cuenta de que soy presa fácil a sus manoseos. Llega el siguiente convoy y busco la manera de quedar cerca de ellos pero sólo consigo quedar a un lado de uno de ellos. No le miro a la cara para no delatarme, pero las ansías de sentir una nueva caricia me excita.
La salida de los pasajeros al abrir la puerta es violenta y aprovecha para poner en mi cintura su mano. Con suavidad y rapidez la baja hacia mis nalgas y siento como recorre en un audaz movimiento la costura de mi calzón. Permito que su mano se quede ahí unos segundos, los suficientes para que me toque a placer.
Nuevamente me quedo de pie, esperando al siguiente convoy. Mi pasividad tal vez los sorprende y los tres deciden colocarse atrás de mí. Se abren las puertas y es tanta la desesperación de la gente que me hacen entrar al vagó, mientras tres manos se apoderan de mi trasero y lo tocan de manera descarada, siguiendo mi viaje hacia el interior.
El gordo ha quedado frente a mí y los otros dos no los puedo ubicar pero sé que también están ahí. No necesito sostenerme de nada, el propio aglomeramiento logra que permanezca de pie, sintiendo el roce de los demás cuerpos con el mio.
Mi brazo izquierdo sostiene la pequeña carpeta que abrazo a mi pecho. Mi brazo derecho ha quedado colgado sosteniendo mi bolsa de mano. Tal vez es la casualidad pero mi mano derecha ha quedado cerca de la anatomía del gordo. El movimiento hace que mi mano adopte una posición en donde un pequeño movimiento hacia adelante logra que sienta su virilidad.
Tal vez se ha dado cuenta de la situación y comienza a moverse lentamente, haciendo que los roces sean cada vez más constantes. Mi complicidad hace que esos roces logren sentir en mis dedos su miembro.
A mi espalda puedo sentir una mano que hace ligeros movimientos, tratando de tocarme. Lo logra pero el contacto es mínimo. Ni siquiera hago por retirarme o voltear, simplemente dejo que esas manos poco a poco me vayan tocando. Primero las yemas de sus dedos, después con la entrada de más pasajeros de posiciona para tocarme más a conciencia.
Mi mano no ha dejado de sentir ese miembro, su calor me provoca una sensación de satisfacción. La mano en mi trasero se ha vuelto más osada y me palpa a conciencia sobre el vestido. La multitud me ayuda a que sus dedos comiencen a palpar con mayor intensidad ese pedazo de carne desconocido.
La barriga del gordo impide que vea mis movimientos pero no necesito ver nada, he comenzado a acariciarlo y apretarlo suavemente. Su cara no es más que satisfacción al sentir que deseo sentirlo. Con dos dedos aprieto y acaricio mientras la experimentada mano me sigue acariciando, deteniéndose a palpar y recorrer mis nalgas a su antojo.
Mis movimientos con la mano no son tan intensos por la posición que tengo, pero es suficiente para sentir una humedad que me impregna los dedos.
La mirada la tengo ausente pero la excitación se puede palpar en el ambiente, solo que dos desconocidos son los que lo saben, el resto ni siquiera lo imagina.
Después de cuatro estaciones de caricias mutuas, anuncian la llegada a la estación de transbordo. Siento como a mi espalda se acomoda alguien que me hace sentir un sobresalto: es una erección que me indica que se ha acabado el juego.
Retiro mis dedos del miembro del gordo y de manera instintiva trato de poner el trasero a modo de sentir en su esplendor esa erección. Las puertas se abren y alcanza a darme un toque en la vagina sobre el vestido. Deseo que ese toque nunca acabe pero una mano me vuelve a acompañar a la salida, una mano que no suelta mis nalgas, que me d un ligero apretón, que trata de colarse lo más que pueda en mi anatomía, pero la tela de mi vestido se lo impide.
A mi espalda escucho cerrase las puertas y comienzo a caminar decidida, no volteo, con la mirada al frente, sin ninguna expresión en el rostro pero con una gran satisfacción y excitación.
No he tenido un orgasmo pero me he dado cuenta que sentirme usada y humillada me causan gran alegría, emoción y placer.
Gracias por escuchar estas perversiones, que no son más que el inicio de lo que es mi nueva vida. Cuando te cuente las cosas que he hecho te darás cuenta que en mi ya no existe la inocencia, solo un deseo reprimido que poco a poco ha ido surgiendo.
Aún con sus regaños me he levantado y con una pequeña carpeta y solicitudes de trabajo me dirigí a la estación del metro más cercana. Estuve parada en el anden cerca de dos horas y tal vez porque soy observadora descubrí algo interesante.
Los ubique después de estar ahí parada, viendo entrar y salir gente de los vagones. Son tres tipos, uno gordo y ya maduro; los otros son jóvenes pero todos tienen algo en común: después de ingresar al vagón a empujones regresan a la misma estación, pero eso no es lo interesante, sería una tontería fijarse en eso, lo que me llamó la atención es que entre el mar de gente que entra y sale del vagón aprovechan para manosear a las mujeres. No importa la edad pero siguen más a las jóvenes que a las maduras.
Fue fácil descubrir esas manos que se cuelan por debajo y van tocando la anatomía de las pasajeras. Los vi manosear y no ser descubiertos. Ni siquiera las afortunadas” se dan cuenta del manoseo del que son presa.
Una duda me llena la mente: ¿les gusta sentir esos manoseos, no se dan cuenta o simplemente se resignan a ser tratadas como objetos de placer? ¿O acaso quiero ser yo la que ocupe el lugar de ellas?
Al día siguiente la falta de sexo me hace sucumbir a un oscuro deseo: quiero ser yo la que manoseen en el metro esos tipos. No me importan las consecuencias, necesito sentir que alguien me desea y me encuentra atractiva.
Escogí un vestido blanco, nada especial, sólo es de tela de algodón y es suave al tacto y se acomoda muy bien a mi figura. Salgo decidida de casa y abordo un taxi para llegar más rápido. En cuanto llego al anden veo que está abarrotado de personas, y con una mirada discreta trato de ubicar a esos acosadores. Es fácil encontrarlos, buscan los lugares más llenos de gente.
Me ubico a un lado de ellos y casi de inmediato siento al obeso a mi espalda. Un nerviosísimo me recorre de arriba abajo, por un lado deseo retirarme y abandonar esta locura pero por otro, concibo la idea que es una forma de vengarme de Carlos por su abandono.
Al llegar el metro nos juntamos próximos a la puerta. No he quedado ni por casualidad cerca de la puerta y siento como me empujan hacia atrás, haciendo que tenga un inminente contacto con el tipo gordo. Siento en mi trasero un calor desconocido, por el momento se conforma con repegarse a mí cuerpo.
Al sonar la alarma de cierre de puertas finjo tratar de entrar y es el momento en que aprovecha para poner su mano en mis nalgas. Su toque es una descarga de electricidad, me pone la mano a mitad del trasero y de una manera verdaderamente maestra me acaricia mientras me empuja hacia adelante.
Las puertas se cierran y no logre entrar, pero esa era la idea. Al avanzar el convoy los cuerpos que estaban juntos lentamente se van separando y el gordo se cambia de lugar de manera rápida. Piensa que no me he dado cuenta de su caricia. ¡Dios, fue tan placentero que hubiera deseado que durara mucho más!
Es el turno de los ortos dos; ya se dieron cuenta de que soy presa fácil a sus manoseos. Llega el siguiente convoy y busco la manera de quedar cerca de ellos pero sólo consigo quedar a un lado de uno de ellos. No le miro a la cara para no delatarme, pero las ansías de sentir una nueva caricia me excita.
La salida de los pasajeros al abrir la puerta es violenta y aprovecha para poner en mi cintura su mano. Con suavidad y rapidez la baja hacia mis nalgas y siento como recorre en un audaz movimiento la costura de mi calzón. Permito que su mano se quede ahí unos segundos, los suficientes para que me toque a placer.
Nuevamente me quedo de pie, esperando al siguiente convoy. Mi pasividad tal vez los sorprende y los tres deciden colocarse atrás de mí. Se abren las puertas y es tanta la desesperación de la gente que me hacen entrar al vagó, mientras tres manos se apoderan de mi trasero y lo tocan de manera descarada, siguiendo mi viaje hacia el interior.
El gordo ha quedado frente a mí y los otros dos no los puedo ubicar pero sé que también están ahí. No necesito sostenerme de nada, el propio aglomeramiento logra que permanezca de pie, sintiendo el roce de los demás cuerpos con el mio.
Mi brazo izquierdo sostiene la pequeña carpeta que abrazo a mi pecho. Mi brazo derecho ha quedado colgado sosteniendo mi bolsa de mano. Tal vez es la casualidad pero mi mano derecha ha quedado cerca de la anatomía del gordo. El movimiento hace que mi mano adopte una posición en donde un pequeño movimiento hacia adelante logra que sienta su virilidad.
Tal vez se ha dado cuenta de la situación y comienza a moverse lentamente, haciendo que los roces sean cada vez más constantes. Mi complicidad hace que esos roces logren sentir en mis dedos su miembro.
A mi espalda puedo sentir una mano que hace ligeros movimientos, tratando de tocarme. Lo logra pero el contacto es mínimo. Ni siquiera hago por retirarme o voltear, simplemente dejo que esas manos poco a poco me vayan tocando. Primero las yemas de sus dedos, después con la entrada de más pasajeros de posiciona para tocarme más a conciencia.
Mi mano no ha dejado de sentir ese miembro, su calor me provoca una sensación de satisfacción. La mano en mi trasero se ha vuelto más osada y me palpa a conciencia sobre el vestido. La multitud me ayuda a que sus dedos comiencen a palpar con mayor intensidad ese pedazo de carne desconocido.
La barriga del gordo impide que vea mis movimientos pero no necesito ver nada, he comenzado a acariciarlo y apretarlo suavemente. Su cara no es más que satisfacción al sentir que deseo sentirlo. Con dos dedos aprieto y acaricio mientras la experimentada mano me sigue acariciando, deteniéndose a palpar y recorrer mis nalgas a su antojo.
Mis movimientos con la mano no son tan intensos por la posición que tengo, pero es suficiente para sentir una humedad que me impregna los dedos.
La mirada la tengo ausente pero la excitación se puede palpar en el ambiente, solo que dos desconocidos son los que lo saben, el resto ni siquiera lo imagina.
Después de cuatro estaciones de caricias mutuas, anuncian la llegada a la estación de transbordo. Siento como a mi espalda se acomoda alguien que me hace sentir un sobresalto: es una erección que me indica que se ha acabado el juego.
Retiro mis dedos del miembro del gordo y de manera instintiva trato de poner el trasero a modo de sentir en su esplendor esa erección. Las puertas se abren y alcanza a darme un toque en la vagina sobre el vestido. Deseo que ese toque nunca acabe pero una mano me vuelve a acompañar a la salida, una mano que no suelta mis nalgas, que me d un ligero apretón, que trata de colarse lo más que pueda en mi anatomía, pero la tela de mi vestido se lo impide.
A mi espalda escucho cerrase las puertas y comienzo a caminar decidida, no volteo, con la mirada al frente, sin ninguna expresión en el rostro pero con una gran satisfacción y excitación.
No he tenido un orgasmo pero me he dado cuenta que sentirme usada y humillada me causan gran alegría, emoción y placer.
Gracias por escuchar estas perversiones, que no son más que el inicio de lo que es mi nueva vida. Cuando te cuente las cosas que he hecho te darás cuenta que en mi ya no existe la inocencia, solo un deseo reprimido que poco a poco ha ido surgiendo.