dito de best
Bovino adicto
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- 8 May 2008
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A los doce años llegué a la conclusión de que todas las personas en este mundo, incluidos los integrantes de mi familia, estaban en mi contra. Jamás fui un niño problema, pero mis padres me trataban como tal.
Por ejemplo, siempre debía llegar a casa antes de la cinco de la tarde. Este horario tan estricto reducía de forma drástica mis “horas de juego” fuera de casa. No podía recibir visitas de amigos en casa y no podía ir a la casa de nadie. Tenía que hacer mis deberes apenas llegaba a casa, sin importar el tiempo que me tomara. Mis padres nunca me compraron videojuegos, me obligaron a leer libros y después a escribir ensayos para verificar que realmente los había leído.
Pero no hablemos más de ellos, vamos a hablar sobre el psicólogo de mi colegio. Para guardar su identidad, lo llamaremos Dr. Tanner. Como la mayoría de los colegios particulares, el mío tenía un psicólogo disponible en horarios de clase para ayudar a los alumnos con cualquier conflicto emocional, académico, social, de comportamiento, etc.
Para ser sincero, jamás había visto a algún alumno conversando con el Dr. Tanner. Todos los días pasaba por su oficina cuando me dirigía a la cafetería y miraba a través de la pequeña ventana de la puerta. Siempre estaba solo, leyendo o escribiendo algunos documentos.
Creo que la mayoría de los niños tenía miedo de expresar sus problemas a un adulto que prácticamente era un desconocido. Por eso fue que me tomó tres semanas reunir el valor suficiente para ir a su oficina. El 2 de marzo de 1993 fue el día que decidí hablar mis problemas con el Dr. Tanner. Durante el recreo, fui hasta la oficina y llamé a la puerta.
A través de la ventana pude verlo levantar la cabeza, sonreír y hacer un gesto para que yo entrara. Entré.
Me dio la bienvenida, se presentó y me preguntó mi nombre. El Dr. Tanner era un hombre que hablaba con mucha calma, parecía tener una aura de bondad a su alrededor. En menos de media hora, le hablé sobre la forma en que mis padres eran malos conmigo y lo poco que les importaba. Después de un tiempo mi voz empezó a quebrarse y dejé de hablar. El psicólogo escuchó pacientemente todas mis penas, siempre de brazos cruzados y asintiendo con la cabeza. Esperaba que empezara a decir como todo lo que acababa de escuchar era mentira, que mis padres me amaban y blah blah blah. Pero no lo hizo.
El Dr. Tanner se curvó hacía mí con una sonrisa en el rostro y me dijo “Sabes… yo soy el mejor psicólogo escolar del mundo. Te prometo que arreglaremos esto”.
Rodé los ojos. “Está bien pero, ¿de qué forma?”, le pregunté.
“Tengo mis métodos”, respondió. “Soy un hombre de palabra. Te prometo que en un mes la relación con tus padres cambiará para mejor. De forma definitiva”.
Tras una breve pausa, continuó: “pero tienes que hacerme una promesa. Tienes que prometerme que volverás a mi oficina mañana después de clase y no le contarás a nadie que tuvimos esta conversación hoy. Es nuestro secreto”.
Lo prometí.
–
Al día siguiente, regresé a la oficina del Dr. Tanner después de clases. Eran aproximadamente las cuatro de la tarde cuando entré. Tras una calurosa bienvenida, me pidió que me sentara frente a su escritorio una vez más.
Mientras estaba sentado, lo vi correr la cortina de la ventana en la puerta. “Listo”, sonrió. “Ahora tenemos la privacidad que necesitamos”.
Empezamos a hablar sobre mis gustos e intereses, mi materia favorita en la escuela, los profesores que menos me gustaban y cosas de ese tipo. Tras una hora de conversación el Dr. Tanner me ofreció un refresco.
Lo acepté muy feliz, pues mis padres nunca me habían dejado tomar refrescos. El Dr. Tanner fue hasta su frigobar y buscó hasta que volvió con dos latas abiertas de refresco. Después, continuamos conversando sobre lo que estaba sucediendo con mi vida pero no demoró mucho para que me desmayara con cualquiera que haya sido la droga que puso en la lata.
–
Tardé algunos segundos en recuperar mi visión normal cuando me desperté…
… y cuando volvió, no sabía qué pensar…
Estaba atado a una cama con la boca tapada con cinta aislante. Inmediatamente entré en pánico – moviéndome y luchando contra las ataduras – pero me di por vencido al poco tiempo.
Mis ojos se arreglaban mientras veía la habitación donde estaba. Había posters de superhéroes en las paredes y también de atletas famosos. En el medio de la habitación había una televisión y un Super Nintendo, con varios juegos esparcidos en el piso.
No sabía qué pensar. Allí estaba yo en una habitación llena de cosas con las que los niños de mi edad adorarían jugar. Probablemente habría llorado de felicidad si no hubiera estado atado y amordazado.
Mi estómago se estremeció cuando la puerta se abrió y el Dr. Tanner entró. Se sentó en un rincón de la cama.
“Escucha”, me dijo, “recuerda que estoy aquí para ayudarte y jamás te lastimaría, ¿estamos?”. El Dr. Tanner gentilmente desató mis muñecas y retiró la cinta de mi boca.
Mi primer instinto debió ser el llanto, pero algo en el Dr. Tanner me hacía sentir seguro. Me sonrió. “Te quedarás aquí por un tiempo”, continuó, “y durante ese tiempo tienes permitido jugar con cualquier juguete de la habitación mientras yo esté en casa”.
“Pero cuando salga, tengo que atarte nuevamente a la cama. Puedes ver la televisión, pero quiero que solo veas las noticias cuando yo esté fuera”.
Permanecí en silencio, intentando procesar toda la información que me había dado.
“¡Vamos!”, dijo el Dr. Tanner mientras sonreía de oreja a oreja y me daba una palmada en la rodilla. “Ve al frente y juega todo lo que quieras. Volveré a la hora de la cena”.
Se levantó de la cama, caminó por la habitación y encendió la televisión antes de salir y asegurar la puerta. Pasaron varios minutos hasta que me di cuenta que no estaba bromeando. Todo lo que me quedaba era conectar la consola y jugar Mario hasta que la noche empezara a caer.
Alrededor de la siete de la noche, el Dr. Tanner regresó a la habitación con dos platos de puré de papa y pollo. Finalmente tuve valor para preguntarle cuánto tiempo me quedaría en aquel cuarto. “Bueno, aproximadamente un mes”, me respondió, “algunas semanas. Solo tengo que trabajar en algunas cosas”.
–
A la mañana siguiente me desperté con el Dr. Tanner dándome palmaditas en la cabeza. “Hola amigo, no tienes que despertar ahora si no quieres, pero necesito volver a ponerlas”, susurró mientras me ataba.
Lo miré. Llevaba una camisa de vestir, un chaleco y sostenía un traje entre los brazos. Iba exactamente como yo siempre lo veía en la escuela. Antes de salir, colocó el control remoto cerca de mí y me dijo que viera el noticiario.
Lo primero que vi cuando encendí la televisión fue el título de “Noticias de última hora”. Un agente de policía que parecía importante se encontraba en un podio rodeado de personas. Empecé a verlo a mitad de su discurso.
“Se envió un aviso a todo el estado esta mañana. Tenemos diversos investigadores trabajando en identificar a los potenciales secuestradores, pero hasta ahora no existe mucha evidencia. Miembros del cuerpo docente afirmaron haber visto al niño en torno a las cinco de la tarde”.
Empecé a sentirme molesto cuando una fotografía mía apareció en la pantalla. Era una foto que me habían tomado en el colegio el año anterior. En la leyenda de la imagen aparecía mi nombre, edad, escuela y ciudad. Encima de la fotografía y con letras mayúsculas decía: FBI EMPIEZA LA BÚSQUEDA DEL NIÑO / SOSPECHOSO DE SECUESTRO DESCONOCIDO / POSIBLE FUGA.
La noticia siguió en vivo y entonces reconocí a mi madre y a mi padre subiendo al podio. Los dos tenían los ojos rojos. Las lágrimas corrieron por el rostro de mi madre cuando tomó el micrófono.
Nunca había visto tanta emoción en mi madre hasta esa vez en televisión, balbuceando frases como “por favor, devuélveme a mi bebé”, “lo siento” y “por favor, regresa a casa”.
Cuando mi padre tomó el micrófono, esperaba verlo en su típica actitud con el corazón de piedra, pero también él tenía lágrimas en los ojos. Imploró para que le devolvieran a su hijo y después me pidió perdón. “Sé que no he sido el mejor padre del mundo, pero quería estar aquí en este momento. Por favor, regrésanos a nuestro pequeño”.
Apagué la televisión después de eso. Tenía emociones encontradas. Nunca antes había visto a mi padre llorar.
Me sentía mal por el hecho de que mis padres estuvieran pasando por eso, pero al mismo tiempo estaba aliviado. Ahora sabía lo mucho que mi padre y mi madre me amaban.
–
Pasaron casi cuatro semanas y el Dr. Tanner me había tratado con mucho respeto. Se iba por las mañanas dejándome atado a la cama, volvía por las tardes para comer y cenar, conversar y jugar conmigo. Jamás habría adivinado que el Dr. Tanner era tan bueno en Monopoly y Turista Mundial.
Pero una mañana el Dr. Tanner me despertó antes de ir al trabajo, y noté algo de urgencia en su rostro. También me di cuenta que eran tres horas antes de las que generalmente me despertaba.
“Tienes que ver el noticiario hoy. Sin excepción. Quiero que enciendas la televisión todo el día y prestes mucha atención”, me dijo sombríamente.
Por ejemplo, siempre debía llegar a casa antes de la cinco de la tarde. Este horario tan estricto reducía de forma drástica mis “horas de juego” fuera de casa. No podía recibir visitas de amigos en casa y no podía ir a la casa de nadie. Tenía que hacer mis deberes apenas llegaba a casa, sin importar el tiempo que me tomara. Mis padres nunca me compraron videojuegos, me obligaron a leer libros y después a escribir ensayos para verificar que realmente los había leído.
Pero no hablemos más de ellos, vamos a hablar sobre el psicólogo de mi colegio. Para guardar su identidad, lo llamaremos Dr. Tanner. Como la mayoría de los colegios particulares, el mío tenía un psicólogo disponible en horarios de clase para ayudar a los alumnos con cualquier conflicto emocional, académico, social, de comportamiento, etc.
Para ser sincero, jamás había visto a algún alumno conversando con el Dr. Tanner. Todos los días pasaba por su oficina cuando me dirigía a la cafetería y miraba a través de la pequeña ventana de la puerta. Siempre estaba solo, leyendo o escribiendo algunos documentos.
Creo que la mayoría de los niños tenía miedo de expresar sus problemas a un adulto que prácticamente era un desconocido. Por eso fue que me tomó tres semanas reunir el valor suficiente para ir a su oficina. El 2 de marzo de 1993 fue el día que decidí hablar mis problemas con el Dr. Tanner. Durante el recreo, fui hasta la oficina y llamé a la puerta.
A través de la ventana pude verlo levantar la cabeza, sonreír y hacer un gesto para que yo entrara. Entré.
Me dio la bienvenida, se presentó y me preguntó mi nombre. El Dr. Tanner era un hombre que hablaba con mucha calma, parecía tener una aura de bondad a su alrededor. En menos de media hora, le hablé sobre la forma en que mis padres eran malos conmigo y lo poco que les importaba. Después de un tiempo mi voz empezó a quebrarse y dejé de hablar. El psicólogo escuchó pacientemente todas mis penas, siempre de brazos cruzados y asintiendo con la cabeza. Esperaba que empezara a decir como todo lo que acababa de escuchar era mentira, que mis padres me amaban y blah blah blah. Pero no lo hizo.
El Dr. Tanner se curvó hacía mí con una sonrisa en el rostro y me dijo “Sabes… yo soy el mejor psicólogo escolar del mundo. Te prometo que arreglaremos esto”.
Rodé los ojos. “Está bien pero, ¿de qué forma?”, le pregunté.
“Tengo mis métodos”, respondió. “Soy un hombre de palabra. Te prometo que en un mes la relación con tus padres cambiará para mejor. De forma definitiva”.
Tras una breve pausa, continuó: “pero tienes que hacerme una promesa. Tienes que prometerme que volverás a mi oficina mañana después de clase y no le contarás a nadie que tuvimos esta conversación hoy. Es nuestro secreto”.
Lo prometí.
–
Al día siguiente, regresé a la oficina del Dr. Tanner después de clases. Eran aproximadamente las cuatro de la tarde cuando entré. Tras una calurosa bienvenida, me pidió que me sentara frente a su escritorio una vez más.
Mientras estaba sentado, lo vi correr la cortina de la ventana en la puerta. “Listo”, sonrió. “Ahora tenemos la privacidad que necesitamos”.
Empezamos a hablar sobre mis gustos e intereses, mi materia favorita en la escuela, los profesores que menos me gustaban y cosas de ese tipo. Tras una hora de conversación el Dr. Tanner me ofreció un refresco.
Lo acepté muy feliz, pues mis padres nunca me habían dejado tomar refrescos. El Dr. Tanner fue hasta su frigobar y buscó hasta que volvió con dos latas abiertas de refresco. Después, continuamos conversando sobre lo que estaba sucediendo con mi vida pero no demoró mucho para que me desmayara con cualquiera que haya sido la droga que puso en la lata.
–
Tardé algunos segundos en recuperar mi visión normal cuando me desperté…
… y cuando volvió, no sabía qué pensar…
Estaba atado a una cama con la boca tapada con cinta aislante. Inmediatamente entré en pánico – moviéndome y luchando contra las ataduras – pero me di por vencido al poco tiempo.
Mis ojos se arreglaban mientras veía la habitación donde estaba. Había posters de superhéroes en las paredes y también de atletas famosos. En el medio de la habitación había una televisión y un Super Nintendo, con varios juegos esparcidos en el piso.
No sabía qué pensar. Allí estaba yo en una habitación llena de cosas con las que los niños de mi edad adorarían jugar. Probablemente habría llorado de felicidad si no hubiera estado atado y amordazado.
Mi estómago se estremeció cuando la puerta se abrió y el Dr. Tanner entró. Se sentó en un rincón de la cama.
“Escucha”, me dijo, “recuerda que estoy aquí para ayudarte y jamás te lastimaría, ¿estamos?”. El Dr. Tanner gentilmente desató mis muñecas y retiró la cinta de mi boca.
Mi primer instinto debió ser el llanto, pero algo en el Dr. Tanner me hacía sentir seguro. Me sonrió. “Te quedarás aquí por un tiempo”, continuó, “y durante ese tiempo tienes permitido jugar con cualquier juguete de la habitación mientras yo esté en casa”.
“Pero cuando salga, tengo que atarte nuevamente a la cama. Puedes ver la televisión, pero quiero que solo veas las noticias cuando yo esté fuera”.
Permanecí en silencio, intentando procesar toda la información que me había dado.
“¡Vamos!”, dijo el Dr. Tanner mientras sonreía de oreja a oreja y me daba una palmada en la rodilla. “Ve al frente y juega todo lo que quieras. Volveré a la hora de la cena”.
Se levantó de la cama, caminó por la habitación y encendió la televisión antes de salir y asegurar la puerta. Pasaron varios minutos hasta que me di cuenta que no estaba bromeando. Todo lo que me quedaba era conectar la consola y jugar Mario hasta que la noche empezara a caer.
Alrededor de la siete de la noche, el Dr. Tanner regresó a la habitación con dos platos de puré de papa y pollo. Finalmente tuve valor para preguntarle cuánto tiempo me quedaría en aquel cuarto. “Bueno, aproximadamente un mes”, me respondió, “algunas semanas. Solo tengo que trabajar en algunas cosas”.
–
A la mañana siguiente me desperté con el Dr. Tanner dándome palmaditas en la cabeza. “Hola amigo, no tienes que despertar ahora si no quieres, pero necesito volver a ponerlas”, susurró mientras me ataba.
Lo miré. Llevaba una camisa de vestir, un chaleco y sostenía un traje entre los brazos. Iba exactamente como yo siempre lo veía en la escuela. Antes de salir, colocó el control remoto cerca de mí y me dijo que viera el noticiario.
Lo primero que vi cuando encendí la televisión fue el título de “Noticias de última hora”. Un agente de policía que parecía importante se encontraba en un podio rodeado de personas. Empecé a verlo a mitad de su discurso.
“Se envió un aviso a todo el estado esta mañana. Tenemos diversos investigadores trabajando en identificar a los potenciales secuestradores, pero hasta ahora no existe mucha evidencia. Miembros del cuerpo docente afirmaron haber visto al niño en torno a las cinco de la tarde”.
Empecé a sentirme molesto cuando una fotografía mía apareció en la pantalla. Era una foto que me habían tomado en el colegio el año anterior. En la leyenda de la imagen aparecía mi nombre, edad, escuela y ciudad. Encima de la fotografía y con letras mayúsculas decía: FBI EMPIEZA LA BÚSQUEDA DEL NIÑO / SOSPECHOSO DE SECUESTRO DESCONOCIDO / POSIBLE FUGA.
La noticia siguió en vivo y entonces reconocí a mi madre y a mi padre subiendo al podio. Los dos tenían los ojos rojos. Las lágrimas corrieron por el rostro de mi madre cuando tomó el micrófono.
Nunca había visto tanta emoción en mi madre hasta esa vez en televisión, balbuceando frases como “por favor, devuélveme a mi bebé”, “lo siento” y “por favor, regresa a casa”.
Cuando mi padre tomó el micrófono, esperaba verlo en su típica actitud con el corazón de piedra, pero también él tenía lágrimas en los ojos. Imploró para que le devolvieran a su hijo y después me pidió perdón. “Sé que no he sido el mejor padre del mundo, pero quería estar aquí en este momento. Por favor, regrésanos a nuestro pequeño”.
Apagué la televisión después de eso. Tenía emociones encontradas. Nunca antes había visto a mi padre llorar.
Me sentía mal por el hecho de que mis padres estuvieran pasando por eso, pero al mismo tiempo estaba aliviado. Ahora sabía lo mucho que mi padre y mi madre me amaban.
–
Pasaron casi cuatro semanas y el Dr. Tanner me había tratado con mucho respeto. Se iba por las mañanas dejándome atado a la cama, volvía por las tardes para comer y cenar, conversar y jugar conmigo. Jamás habría adivinado que el Dr. Tanner era tan bueno en Monopoly y Turista Mundial.
Pero una mañana el Dr. Tanner me despertó antes de ir al trabajo, y noté algo de urgencia en su rostro. También me di cuenta que eran tres horas antes de las que generalmente me despertaba.
“Tienes que ver el noticiario hoy. Sin excepción. Quiero que enciendas la televisión todo el día y prestes mucha atención”, me dijo sombríamente.