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El día que perdí el autobús escolar

dito de best

Bovino adicto
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8 May 2008
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Lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Ese día me levanté tarde, la noche anterior simplemente olvidé programar la alarma. Cuando vi las 7:27 en el despertador, salté de la cama como una pulga y empecé a vestirme a toda prisa. Para las 7:35 debía estar en la parada del autobús, eso significaba que no me daría tiempo de cepillarme los dientes ni desayunar. Había perdido esos pequeños lujos debido a mi gran error. Rápidamente metí libros y libretas en la mochila y bajé por las escaleras a la puerta principal.

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Corrí bastante para llegar a la parada del autobús. Apenas doblé la esquina, observe al último niño subiendo al autobús amarillo. “Oye”, grité. Pero el chofer no escuchó. Corrí todavía más rápido cuando el autobús empezó a caminar mientras dejaba una estela de humo negro que salía por el escape.

“Oye”, volví a gritar mientras movía de forma descontrolada los brazos. Por el espejo retrovisor hice contacto visual con el operador del autobús. El hombre jamás había sido una persona amable, por lo que no me resultó sorpresivo que me observara con desdén y se encogiera de hombros, como si dijera: “demasiado tarde, niña”. Hundió el pie en el acelerador y me dejó atrás, abatida, triste y sin un medio de transporte.

La escuela se ubicaba aproximadamente a 20 minutos de aquella parada de autobús. Por si fuera poco, no tenía dinero y jamás me había subido a un autobús del transporte público. Mi pequeña mente de 10 años entró completamente en pánico. Sabía que mamá me reprendería apenas llamara la profesora para notificarle que había “faltado a la escuela”. Con un profundo suspiro me senté en la calzada.

Todavía no puedo explicar qué, pero algo parecía estar mal. Jamás antes me había sentido de esa forma, pero había algo… malo. Pude sentir un escalofrío recorriendo mi columna vertebral y no tenía nada que ver con el viento que soplaba en la calle. Ese viento, particularmente, me perturbaba todavía más pues asemejaba gritos agonizantes rasgando el aire

Cuando regresé a ver la parte más alta de la calle, observé un viejo camión oxidado dirigirse lentamente en mi dirección. No sé por qué no corrí cuando lo observé. Simplemente me quedé sentada a observar hasta que el camión se paró a mi lado. La ventana del lado del conductor estaba abierta, y en el interior se encontraba un anciano arrugado que portada un sombrero rojo bastante sucio. Tras observarme varios segundos, finalmente sonrió y me di cuenta que le faltaban algunos dientes.

anciano.jpg
“¿Qué pasa pequeña?”.

“Perdí mi autobús”, le respondí con un aire de derrota. El hombre me observó durante otros instantes antes de responder.

“¿Quieres que te lleve?”.

Sí, ya sabía que no debía hablar o aceptar aventones de un extraño. Sin embargo, era una niña de 10 años desesperada que no quería meterse en problemas por faltar a la escuela.

“Ajá”.

Tomé la mochila y caminé hasta la puerta del copiloto. Entré al automóvil golpeando la puerta atrás de mí. El interior de ese pequeño camión era una inmundicia. Latas viejas y empaques de comida tapizaban el suelo, el hedor era nauseabundo. Tosí y estiré el brazo para abrir la ventana.

“Disculpa, niña. Esa ventana no funciona, tampoco la puerta por dentro”. Vi aquel sujeto que me observaba con atención. Había una pizca de alegría en sus ojos oscuros, pero ya me empezaba a sentir muy incómoda.

“¿Dónde estudias?”, me preguntó, y le respondí. Volvió a sonreír y empezó a conducir. Observé su espejo retrovisor y distinguí lo que parecía un pequeño brazalete de arcoíris colgando en él. En ese instante, la sensación de incomodidad se salió de control, y aunque intenté desviar la vista rápidamente, el hombre se dio cuenta.

“Ah, ¿eso? Era de mi hija, Jessica. Pienso en ella todos los días”. El hombre extendió la mano y acarició el brazalete. Observé por la ventana, y me di que el hombre hacía un camino completamente diferente al del autobús.

“¿Qué sucedió con ella?”, le pregunté trémula. El hombre se quedó en silencio durante algunos largos segundos antes de responder.

“Bueno… falleció en un accidente automovilístico. Las carreteras son peligrosas, ¿lo sabías? Especialmente en esta ciudad”.

El corazón se me aceleraba con cada segundo que pasaba. Me pregunté si me había mentido sobre el hecho de que la puerta no funcionaba. Consideraba fuertemente intentar abrirla de cualquier forma. “¿Cuántos años tienes, pequeña?”.

“Diez”, le respondí rápidamente intentando ocultar mi nerviosismo. El hombre observó fijamente hacia el frente en silencio durante algunos minutos.

“Sí… esa es la edad que mi Jessica tenía cuando se fue”. El hombre extendió la mano en dirección a mi pierna e instintivamente la retiré. Pude sentir cuando mi rostro se ponía rojo al darme cuenta que solamente intentaba alcanzar un paquete de papas fritas ubicado en el asiento a mi lado.

“¿Estás bien?”, preguntó mientras ponía algunas papás en su boca. Yo asentí lentamente, ubicando mis pies nuevamente en el suelo. Observé por la ventana y sentí un alivio como nunca antes. Estábamos en la calle que daba a mi escuela. ¿Cómo llegamos aquí tan rápido? Seguramente tomó algún tipo de atajo.

El camión se detuvo lentamente frente a la escuela y el hombre saltó afuera. Caminó hasta que quedó junto a mí y abrió la puerta. Salí, observando su rostro arrugado.

“Muchas gracias por el aventón, señor”. El hombre asintió, y me regaló otra sonrisa.

“Por nada, pequeña”.

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Volvió a su camión y se fue. Lo observé perderse en la distancia, preguntándome qué demonios acababa de suceder. ¿Qué me estaba diciendo mi intuición a los 10 años? Evidentemente, era un hombre completamente inofensivo o de otra forma no estaría en la escuela. Sacudí un poco la cabeza y entré al edificio. Para mi sorpresa, todos los profesores lloraban. No comprendí el motivo hasta poco tiempo después.

Un automóvil se atravesó de forma inesperada en la carretera frente al autobús escolar, el operador se desvío con fuerza para evitar el impacto pero terminó provocando que el autobús cayera por el puente. Nadie sobrevivió.
 
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