jarochilandio
Bovino de la familia
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Por: Diego Fonseca
Animal Político. Blog Invitado
septiembre 2 2016
Trump ha insultado a México y los mexicanos durante un año. ¿Para qué invitar a Biff Tannen a que venga a hacerlo en tu cara y en tu casa? No hay broma que logre sacarnos del estado de whaaaat.
Ciudad de México. Interior, hotel. Final de tarde. Autos pasan por la Avenida Álvaro Obregón. En el sonido ambiente, Soda Stereo. Como si fuera a pedido: “La ciudad de la furia”.
—¿Estuviste con Trump? —bromea, azuza, jode, el conserje al gerente, que viene en chinga del restaurante.
—No, con el pendejo de Peña Nieto —se cabrea el otro, que siguió la conferencia de prensa en las pantallas del comedor—. ¿Sabes? Es nuestra culpa. Así somos, güey. Nos encanta que nos traten como nos tratan.
—Peña Nieto lo defiende a capa y espada —dice la administrativa, tras el front desk, a un lado del conserje.
—Cuando se vaya, si es presidente —teoriza el otro—, Trump lo va a ayudar en algo. A Peña. ¿No que no?
—Es un verdadero pelmazo —dice la chica, decidida.
—Sí —aceptan ellos.
—Exacto —suma un pasajero, recién llegado—. ¿Hay cuartos?
El conserje dice que no, aunque no parece hablar del hotel:
—Ya no queda nada.
*
Los hechos:
Donald Trump tuitea que va a México invitado por el presidente. Enrique Peña Nieto, y la cuenta oficial de su presidencia, tuitean, después, que es así: cursó invitación a Trump y Hillary. Twitter se incendia. Trump ha insultado a México y los mexicanos durante un año. ¿Para qué invitar a Biff Tannen a que venga a hacerlo en tu cara y en tu casa? No hay broma que logre sacarnos del estado de whaaaat.
Los hechos:
Trump llega a México, donde hay medidas de seguridad como para detener, juntos, a los rebelados de la Revolución Francesa, el Octubre Rojo y la Primavera de Praga. Y no pasa nada: lo que más hay en las calles, por haber algo, son periodistas consternados o cagados de la risa. Ha llegado Trump y nadie sabe muy bien por qué EPN hizo lo que hizo, jugar al anfitrión no pedido, invitar al invitado indeseado. Whaaaat.
Los hechos:
EPN y Trump, perfectos símbolos de qué sucede cuando se pone más empeño en adornar la cabeza por fuera que por dentro, mantienen una reunión privada. Luego se paran detrás de dos atriles frente a los periodistas y dicen. O amagan que dicen. Dicen nada, poco. Hubo tensión de previa de pelea por el campeonato mundial de los pesados, pero ahora, en las pantallas, apenas están dos hombres poco dotados —uno presidente, otro aspirante— odiados por millones de personas en sus países.
Ambos leen, y es por control de daños: cualquiera podría suponer que, sin unscript bien trabajado, un desliz de sus habilidades retóricas —muy escasas de este lado del Río Grande, muy traicioneras del otro— podría acabar en la Tercera Guerra Mundial.
Tuiteo, facebooqueo, me burlo —o tal vez no:
“—You said I was Hitler!
—¡Nos dijiste violadores!
(Silencio.)
—Ok, what do we do?
—¿Hablamos de malentendidos?
—Let’s call it a day.
—Órale.”
En 2015, Bob Gale, su autor, dijo que cuando creó a Biff Tannen en su cabeza estuvo, siempre, Donald Trump.
(Querido millennial: Tannen es el bully de “Volver al futuro”, una película simpaticosa donde la gente se viste horrible —esos tenis, McFly, por Dior— y de la que sólo ha de interesarte que fue la primera donde a alguien se le ocurrió poner algo parecido a un skate volador.)
Biff Tannen —Trump— es un gringo enorme, de cabeza de toro y frente de Hell Boy, físicamente grasoso como un aspirante a defensa de los Green Bay Packers, tan mal vestido como McFly pero peor peinado. Es brutal, ignorante, agresivo. Es irrespetuoso y parece creer que el maltrato es la única forma posible de relación. Un burro con ganas. Un idiota al que los demás, sus seguidores, le festejan las chanzas aberrantes. Un idiota al que los demás, sus seguidores, le han dado el poder.
Sea que Bob Gale lo tuviese o no en mente para dar el physique du role, Trump —Tannen— llegó a México como si lo hubiera llamado a su oficina el director de la escuela. Pongámoslo así: resulta que Tannen se ha pasado todo un año compitiendo para ser el presidente de la clase, pero que no encontró mejor manera de hacerlo que pasearse por los pasillos empujando gente a su paso y escupiendo sobre los demás candidatos. Desde el día uno, además, pintó grafitis insultantes sobre una buena cantidad de miembros de la comunidad escolar: los mexicanos, unos chicos musulmanes, sus compañeras en general, la alumna aplicada que parece que puede ganarle. Todo mundo suponía que el director de la escuela lo llamaría para expulsarlo o al menos amonestarlo con firmeza, pero la sorpresa fue mayúscula cuando vieron a ambos, de pie en el salón de actos, listos para dirigirse a todos. Biff Tannen tenía la cabeza gacha y las manos enlazadas delante del cuerpo, y nadie podría jurar si estaba temeroso de que lo fueran a destrozar en público o si sonreía para sus adentros porque sabía que nada que dijeran allí traspasaría su piel.
Debajo, todos esperaban el desahucio del bully mayor, pero el director, cero: nada. Concilió. Dijo que había diferencias, malentendidos, que él estaba allí para defender a todos sus alumnos. Que trabajarían juntos por el bien de blablablá. La estudiantina se miraba sin entender. Whaaat. Cuando llegó su turno, Tannen ni siquiera se disculpó —por nada y con nadie— y hasta dio a entender que seguiría haciendo lo que hacía y como lo hacía. Media humanidad se quedó murmurando sin comprender muy bien qué había sido aquello —otra porción tenía los ojos en otra escuela, al sur, donde estaban despidiendo malamente a la directora, una tal Dilma.
Tannen, en tanto, dejó al director sonriendo sin chispa y con cara de estar medicado, abandonó el edificio, cruzó el río cercano y se apostó en un bar con su pandilla. Allí celebraron y planearon la próxima canallada. Biff Tannen —Donald Trump— se salía con la suya otra vez. Estaba exultante. Mientras el director no lo veía, contó a sus amigos, hasta se dio el gusto de orinar en el patio trasero de la escuela. Para ser preciso, sobre Los Pinos.
*
(Pausa. Viví casi siete años en México: lo quiero. No pude apropiarme de la muerte de su alma, Juan Gabriel, pero puedo entender cómo su presidente ha vendido su honra. Es humillante, enojoso, intratable. Lo que resulta tan ofensivo es que Peña hizo algo que, a la luz de los ojos ajenos, ni un imbécil —por incapaz—, ni un niño —por inocente— harían. El resumen de la torpeza: EPN se entregó a Trump sin que nadie se lo pida. Como esos obnubilados participantes de un show de TV con premios se rifó lo poco que le quedaba a la ruleta rusa a pesar de que la audiencia entera —nooooooo, noooooooo— le avisaba que saldría mal. Fin de la pausa.)
(Continúa en la siguiente entrada...)
Animal Político. Blog Invitado
septiembre 2 2016
Trump ha insultado a México y los mexicanos durante un año. ¿Para qué invitar a Biff Tannen a que venga a hacerlo en tu cara y en tu casa? No hay broma que logre sacarnos del estado de whaaaat.
Ciudad de México. Interior, hotel. Final de tarde. Autos pasan por la Avenida Álvaro Obregón. En el sonido ambiente, Soda Stereo. Como si fuera a pedido: “La ciudad de la furia”.
—¿Estuviste con Trump? —bromea, azuza, jode, el conserje al gerente, que viene en chinga del restaurante.
—No, con el pendejo de Peña Nieto —se cabrea el otro, que siguió la conferencia de prensa en las pantallas del comedor—. ¿Sabes? Es nuestra culpa. Así somos, güey. Nos encanta que nos traten como nos tratan.
—Peña Nieto lo defiende a capa y espada —dice la administrativa, tras el front desk, a un lado del conserje.
—Cuando se vaya, si es presidente —teoriza el otro—, Trump lo va a ayudar en algo. A Peña. ¿No que no?
—Es un verdadero pelmazo —dice la chica, decidida.
—Sí —aceptan ellos.
—Exacto —suma un pasajero, recién llegado—. ¿Hay cuartos?
El conserje dice que no, aunque no parece hablar del hotel:
—Ya no queda nada.
*
Los hechos:
Donald Trump tuitea que va a México invitado por el presidente. Enrique Peña Nieto, y la cuenta oficial de su presidencia, tuitean, después, que es así: cursó invitación a Trump y Hillary. Twitter se incendia. Trump ha insultado a México y los mexicanos durante un año. ¿Para qué invitar a Biff Tannen a que venga a hacerlo en tu cara y en tu casa? No hay broma que logre sacarnos del estado de whaaaat.
Los hechos:
Trump llega a México, donde hay medidas de seguridad como para detener, juntos, a los rebelados de la Revolución Francesa, el Octubre Rojo y la Primavera de Praga. Y no pasa nada: lo que más hay en las calles, por haber algo, son periodistas consternados o cagados de la risa. Ha llegado Trump y nadie sabe muy bien por qué EPN hizo lo que hizo, jugar al anfitrión no pedido, invitar al invitado indeseado. Whaaaat.
Los hechos:
EPN y Trump, perfectos símbolos de qué sucede cuando se pone más empeño en adornar la cabeza por fuera que por dentro, mantienen una reunión privada. Luego se paran detrás de dos atriles frente a los periodistas y dicen. O amagan que dicen. Dicen nada, poco. Hubo tensión de previa de pelea por el campeonato mundial de los pesados, pero ahora, en las pantallas, apenas están dos hombres poco dotados —uno presidente, otro aspirante— odiados por millones de personas en sus países.
Ambos leen, y es por control de daños: cualquiera podría suponer que, sin unscript bien trabajado, un desliz de sus habilidades retóricas —muy escasas de este lado del Río Grande, muy traicioneras del otro— podría acabar en la Tercera Guerra Mundial.
Tuiteo, facebooqueo, me burlo —o tal vez no:
“—You said I was Hitler!
—¡Nos dijiste violadores!
(Silencio.)
—Ok, what do we do?
—¿Hablamos de malentendidos?
—Let’s call it a day.
—Órale.”
En 2015, Bob Gale, su autor, dijo que cuando creó a Biff Tannen en su cabeza estuvo, siempre, Donald Trump.
(Querido millennial: Tannen es el bully de “Volver al futuro”, una película simpaticosa donde la gente se viste horrible —esos tenis, McFly, por Dior— y de la que sólo ha de interesarte que fue la primera donde a alguien se le ocurrió poner algo parecido a un skate volador.)
Biff Tannen —Trump— es un gringo enorme, de cabeza de toro y frente de Hell Boy, físicamente grasoso como un aspirante a defensa de los Green Bay Packers, tan mal vestido como McFly pero peor peinado. Es brutal, ignorante, agresivo. Es irrespetuoso y parece creer que el maltrato es la única forma posible de relación. Un burro con ganas. Un idiota al que los demás, sus seguidores, le festejan las chanzas aberrantes. Un idiota al que los demás, sus seguidores, le han dado el poder.
Sea que Bob Gale lo tuviese o no en mente para dar el physique du role, Trump —Tannen— llegó a México como si lo hubiera llamado a su oficina el director de la escuela. Pongámoslo así: resulta que Tannen se ha pasado todo un año compitiendo para ser el presidente de la clase, pero que no encontró mejor manera de hacerlo que pasearse por los pasillos empujando gente a su paso y escupiendo sobre los demás candidatos. Desde el día uno, además, pintó grafitis insultantes sobre una buena cantidad de miembros de la comunidad escolar: los mexicanos, unos chicos musulmanes, sus compañeras en general, la alumna aplicada que parece que puede ganarle. Todo mundo suponía que el director de la escuela lo llamaría para expulsarlo o al menos amonestarlo con firmeza, pero la sorpresa fue mayúscula cuando vieron a ambos, de pie en el salón de actos, listos para dirigirse a todos. Biff Tannen tenía la cabeza gacha y las manos enlazadas delante del cuerpo, y nadie podría jurar si estaba temeroso de que lo fueran a destrozar en público o si sonreía para sus adentros porque sabía que nada que dijeran allí traspasaría su piel.
Debajo, todos esperaban el desahucio del bully mayor, pero el director, cero: nada. Concilió. Dijo que había diferencias, malentendidos, que él estaba allí para defender a todos sus alumnos. Que trabajarían juntos por el bien de blablablá. La estudiantina se miraba sin entender. Whaaat. Cuando llegó su turno, Tannen ni siquiera se disculpó —por nada y con nadie— y hasta dio a entender que seguiría haciendo lo que hacía y como lo hacía. Media humanidad se quedó murmurando sin comprender muy bien qué había sido aquello —otra porción tenía los ojos en otra escuela, al sur, donde estaban despidiendo malamente a la directora, una tal Dilma.
Tannen, en tanto, dejó al director sonriendo sin chispa y con cara de estar medicado, abandonó el edificio, cruzó el río cercano y se apostó en un bar con su pandilla. Allí celebraron y planearon la próxima canallada. Biff Tannen —Donald Trump— se salía con la suya otra vez. Estaba exultante. Mientras el director no lo veía, contó a sus amigos, hasta se dio el gusto de orinar en el patio trasero de la escuela. Para ser preciso, sobre Los Pinos.
*
(Pausa. Viví casi siete años en México: lo quiero. No pude apropiarme de la muerte de su alma, Juan Gabriel, pero puedo entender cómo su presidente ha vendido su honra. Es humillante, enojoso, intratable. Lo que resulta tan ofensivo es que Peña hizo algo que, a la luz de los ojos ajenos, ni un imbécil —por incapaz—, ni un niño —por inocente— harían. El resumen de la torpeza: EPN se entregó a Trump sin que nadie se lo pida. Como esos obnubilados participantes de un show de TV con premios se rifó lo poco que le quedaba a la ruleta rusa a pesar de que la audiencia entera —nooooooo, noooooooo— le avisaba que saldría mal. Fin de la pausa.)
(Continúa en la siguiente entrada...)