SRDorvas
Becerro
- Desde
- 15 Jun 2015
- Mensajes
- 9
- Tema Autor
- #1
Eran días de verano. Tardes de un calor tórrido que amenazaba con secar las pieles y hacerlas caer de los cuerpos. Pero no para ella. Su piel estaba siempre fresca, olía a hierba y flores y tenía esa suavidad que hace resbalar la mirada. Era descarada y sensual. Se sabía hermosa con aquel ligero y corto vestido floreado, con su pelo ondeando al andar, con su piel nacarada...
Recuerdo la tarde que la vi en aquel desván. No se por qué me quedé allí, oteando por las rendijas de las vencidas tablas. Estaba sentada en el viejo sofá con el vestido recogido sobre las ingles. Descalza. Las piernas desnudas. Sus ojos, la mirada ausente, estaban muy lejos de aquel lugar, perdidos en un sueño. Recordando tal vez, una vieja pasión. Vi como los cerraba y retrepaba su cuerpo dobre el respaldo. Acarició los senos y estiró de la tela desnudándolos. La oí gemir. Una de sus manos pellizcaba un pezón y la otra se deslizaba por debajo de las bragas. Así, mientras ella gemía de placer, mi mirada se perdía en su piel haciendo palpitar mi miembro con el cuerpo invadido de agitación y calor.
En aquel desván conocí su piel, su frescura, su sabor y el estallar de su pasión. Y allí, el tórrido calor de las tardes de verano, dejó paso a la frescura de la primera ardiente pasión de juventud. Y desde entonces gozo su piel en la penumbra de las siestas de mil tardes abrasadoras.
©Dorvas, 2015
Recuerdo la tarde que la vi en aquel desván. No se por qué me quedé allí, oteando por las rendijas de las vencidas tablas. Estaba sentada en el viejo sofá con el vestido recogido sobre las ingles. Descalza. Las piernas desnudas. Sus ojos, la mirada ausente, estaban muy lejos de aquel lugar, perdidos en un sueño. Recordando tal vez, una vieja pasión. Vi como los cerraba y retrepaba su cuerpo dobre el respaldo. Acarició los senos y estiró de la tela desnudándolos. La oí gemir. Una de sus manos pellizcaba un pezón y la otra se deslizaba por debajo de las bragas. Así, mientras ella gemía de placer, mi mirada se perdía en su piel haciendo palpitar mi miembro con el cuerpo invadido de agitación y calor.
En aquel desván conocí su piel, su frescura, su sabor y el estallar de su pasión. Y allí, el tórrido calor de las tardes de verano, dejó paso a la frescura de la primera ardiente pasión de juventud. Y desde entonces gozo su piel en la penumbra de las siestas de mil tardes abrasadoras.
©Dorvas, 2015