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Son vacaciones asì que una nota como esta no nos viene mal.
EL BATMAN QUE SE NOS VIENE (BREVÍSIMA NOTA)
Quienes estamos interesados en la figura del héroe y en sus consecuencias literarias, sabemos que el triunfo y la apoteosis heroica no significan siempre finales felices. Al contrario, los ejemplos clásicos o más populares nos indican que el sacrificio y la muerte, en ese orden, suelen o solían ser los pilares que sostienen o sostenían a este tipo de personajes y sus historias. Pero aunque la clave del heroísmo está en el martirio o testificación de una causa, el material que lo alimenta y lo hace atractivo se basa siempre en una aventura prolongada y peligrosa donde se busca una verdad con implicaciones tanto cosmogónicas como sociales. El relato épico, ese que pertence a las edades doradas del hombre según Lukács, inauguró nuestra imaginación heroica y, poco a poco, mientras el hombre se fue alejando del miedo al firmamento hacia el miedo a sus propias fabricaciones culturales, fue también mutando de la narrativa mitológica hacia la narrativa de lo humano.
La clave para entender qué es o era el heroismo puede leerse en afirmaciones como esta del clasicista C. M. Bowra: “los dioses no son los héroes”. Por descarte, entonces, entendemos que el heroísmo es una cualidad humana y, si hacemos caso a la tradición historicista iniciada con Hegel, es en realidad una dádiva otorgada por una sociedad a uno de los suyos que, parafraseando a Emerson, era tan valiente como todos hasta que su valentía se prolongó cinco minutos más. Aunque sea un producto ficticio o literario, el héroe es regalado con el “carisma” que, en opinión de Max Weber, es un recordatorio de su autoridad. En la tradición cristiana, a ese regalo lo llamábamos “martirio” que significa, sin ir más lejos, testificación de una verdad que resuelve las inconsistencias entre el penar terrenal y la promesa cosmogónica.
La búsqueda de una verdad (el tan mentado "camino del héroe"), en un relato como en la vida misma, implica siempre un camino sinuoso y lleno de obstáculos al que se enfrenta un hombre con todas sus desventajas. Ese es un tema fundamental y universal de la literatura donde, por cierto, no hay héroes en un sentido mitológico. Así como el heroísmo de la mitología compete a individos superiores a lo humano y cuyo triunfo final es generalmente la muerte, los parámetros en los que la modernidad decidió contener nuestra narrativa, en especial a la novela, se rigen por cuestiones meramente humanas. Sobre todo el fracaso, la angustia y una perenne insatisfacción ante la omnipresencia de la injusticia que, en su conjunto, indicaban la gran diferencia entre el registro mitológico y el novelesco del heroísmo: la muerte entendida como lo que es, una derrota.
Sin embargo, la apetencia por los finales felices, explotada hasta el cansancio durante el siglo XX, sobre todo en la narrativa de consumo masivo, indica una disposición al triunfo y al regocijo que se entiende como conducta natural y verdadera y que dejó de ser un deseo para convertirse en una obligación. Sin ir más lejos, parte de su éxito como modelo narrativo tiene mucho que ver con la popularidad de la famosa fórmula del “camino del héroe”, planteada por Joseph Campbell para el estudio de las mitologías y su adecuación al discurso del éxito capitalista. Trasladada con entusiasmo a la narrativa de lo humano una vez descubierta por los autores de best-sellers y, sobre todo, por los cineastas malamente llamados "comerciales", esta idea de una aventura lineal y ascendente hacia un triunfo absoluto con implicaciones cada vez más individualistas se ha vuelto tan reconocible y automática que las diferencias entre Harry Potter, Star Wars o La sirenita de Disney son más bien pocas.
Lo del individualismo es, por supuesto, la añadidura que humaniza lo que de otra forma sería un relato mitológico. Es resultado de nuestra actual concepción del deber y del objetivo de la existencia. Como signo de nuestra larga época que ha pasado velozmente de la modernidad a la posmodernidad y, finalmente, a la hipermodernidad, el heroísmo ha dejado de ser un estado otorgado a quien lucha y se sacrifica por el bien de su comunidad, para ser una conducta perseguida y obtenida individualmente para el provecho de uno mismo.
Ya no es la sociedad la que encumbra a sus héroes, sino el héroe el que se encumbra a sí mismo a pesar de la sociedad. Hipernarcisismo llama Lipovetsky a esta caracterísitca contemporánea. No me sorprende, por lo tanto, lo que anuncia el primer trailer de la que será la tercera y última instalación de la serie sobre Batman que ha estado dirigiendo Christopher Nolan.
A un año de distancia y con poco menos de dos minutos de metraje, puedo adelantar pocas conclusiones. Por ejemplo, no se me ocurre qué papel jugará Gatúbela (Catwoman para los puristas) en esta cinta. Sin embargo, y aunque espero equivocarme, ya preveo el final feliz para el caballero nocturno. Quizá no para su ciudad ni para su gente, pero sí para él. La referencia al camino del héroe como una aventura con final cerrado, una aventura donde solo cabe él, por cierto, implica que la misión de Batman habrá de cumplirse cabalmente. Es decir que la intención inaugurada por el héroe en Batman Begins (2005) y refrendada al final de The Dark Knight (2008), obtendrá en The Dark Knight Rises (2012) su sentido completo: el enmascarado saldrá airoso de esta tercera aventura para corroborarse como el único paladín de la verdad en una sociedad ruín y sombría. No limpiará Ciudad Gótica (o Gotham, da igual) del crimen ni, mucho menos, se sacrificará para que con su muerte o su derrota se siente el ejemplo de la lucha desinteresada por el bien común. Batman no tendrá una apoteosis en 2012 ni será el Prometeo que anunciaba la última escena de la película de 2008. Y eso me parece una desgracia, porque hace unos años, cuando ví esa excelente segunda película, pensé que Nolan tendría el valor de proponer un cambio de paradigma narrativo.
Me parece que cuando Batman asumió la responsabilidad de convertirse en un paria y en un criminal perseguido, intentando así evitar el triunfo absoluto del Guasón (Joker, ya se sabe), asumió igualmente la responsibilidad del héroe desinteresado que ya no veremos y que nunca vimos. En esta tercera película se encargará de hacerse a sí mismo y no a su sociedad. No caerá más en la desgracia ni en la ignominia: la imagen en el trailer de Bruce Wayne ascendiendo de la oscuridad hacia la luz me lo confirma. Una simple derrota, que en cualquier narrativa no solo mitológica sino meramente heroica sería su triunfo y, por lo tanto, la acción que le aseguraría el carisma necesario para ascender al panteón de los sacrificados, parece que no interesa a los ávidos de los finales felices. El anunciado triunfo de Batman corrobora que en la hipermodernidad la frustración es detestable como final narrativo y, sobre todo, que aquí no caben los mártires. Recordemos nuevamente que, etimológicamente, mártir significa testigo; es decir, que la derrota representada en el castigo y/o en la muerte simboliza realmente un triunfo con implicaciones cosmogónicas. El mártir pone o ponía orden social en un mundo donde su mensaje era más importante que su éxito y su propia vida.
Por eso, no creo que cuando “el caballero nocturno” se levante ordene nada. Al final se le restituirá su lugar privilegiado en una sociedad que lo celebrará regalándole una nueva batiseñal. Una sociedad que lo querrá y respetará sin dejar de temerle, como quiere y respeta a sus policías y a sus soldados. Preveo, inclusive, que la última escena será en exteriores y de día, que habrá sonrisas y buenos deseos. Como dije en otro lado: "habrá Ewoks bailando".
Y todo esto a pesar de que el villano elegido para enfrentarlo sea Bane, quien hace algunos lustros le destrozó la espalda, inutilizándolo y confiándole el final heroico que merecía (dádiva carismática que, por la misma época, recibieron otros dos héroes de la DC: Superman y Green Lantern). El Batman de Nolan demostrará que su misión exclusiva es ser un policía respetado y no un mártir que cambie realmente el estado de las cosas. Nolan desaprovechará la oportunidad de dar una vuelta de tuerca al personaje fascistoide en que terminó convertido Batman una vez que fue reimaginado por Frank Miller.
O quizá me equivoco. Eso espero. El final de la serie de Batman se anuncia como algo épico, literalmente, y, lo sé muy bien, la muerte en cualquiera de sus representaciones siempre fue, hasta hace poco, condición de la épica.
Ya veremos.
EL BATMAN QUE SE NOS VIENE (BREVÍSIMA NOTA)
Every hero becomes a bore at last.
Ralph Waldo Emerson
Ralph Waldo Emerson
Quienes estamos interesados en la figura del héroe y en sus consecuencias literarias, sabemos que el triunfo y la apoteosis heroica no significan siempre finales felices. Al contrario, los ejemplos clásicos o más populares nos indican que el sacrificio y la muerte, en ese orden, suelen o solían ser los pilares que sostienen o sostenían a este tipo de personajes y sus historias. Pero aunque la clave del heroísmo está en el martirio o testificación de una causa, el material que lo alimenta y lo hace atractivo se basa siempre en una aventura prolongada y peligrosa donde se busca una verdad con implicaciones tanto cosmogónicas como sociales. El relato épico, ese que pertence a las edades doradas del hombre según Lukács, inauguró nuestra imaginación heroica y, poco a poco, mientras el hombre se fue alejando del miedo al firmamento hacia el miedo a sus propias fabricaciones culturales, fue también mutando de la narrativa mitológica hacia la narrativa de lo humano.
La clave para entender qué es o era el heroismo puede leerse en afirmaciones como esta del clasicista C. M. Bowra: “los dioses no son los héroes”. Por descarte, entonces, entendemos que el heroísmo es una cualidad humana y, si hacemos caso a la tradición historicista iniciada con Hegel, es en realidad una dádiva otorgada por una sociedad a uno de los suyos que, parafraseando a Emerson, era tan valiente como todos hasta que su valentía se prolongó cinco minutos más. Aunque sea un producto ficticio o literario, el héroe es regalado con el “carisma” que, en opinión de Max Weber, es un recordatorio de su autoridad. En la tradición cristiana, a ese regalo lo llamábamos “martirio” que significa, sin ir más lejos, testificación de una verdad que resuelve las inconsistencias entre el penar terrenal y la promesa cosmogónica.
La búsqueda de una verdad (el tan mentado "camino del héroe"), en un relato como en la vida misma, implica siempre un camino sinuoso y lleno de obstáculos al que se enfrenta un hombre con todas sus desventajas. Ese es un tema fundamental y universal de la literatura donde, por cierto, no hay héroes en un sentido mitológico. Así como el heroísmo de la mitología compete a individos superiores a lo humano y cuyo triunfo final es generalmente la muerte, los parámetros en los que la modernidad decidió contener nuestra narrativa, en especial a la novela, se rigen por cuestiones meramente humanas. Sobre todo el fracaso, la angustia y una perenne insatisfacción ante la omnipresencia de la injusticia que, en su conjunto, indicaban la gran diferencia entre el registro mitológico y el novelesco del heroísmo: la muerte entendida como lo que es, una derrota.
Sin embargo, la apetencia por los finales felices, explotada hasta el cansancio durante el siglo XX, sobre todo en la narrativa de consumo masivo, indica una disposición al triunfo y al regocijo que se entiende como conducta natural y verdadera y que dejó de ser un deseo para convertirse en una obligación. Sin ir más lejos, parte de su éxito como modelo narrativo tiene mucho que ver con la popularidad de la famosa fórmula del “camino del héroe”, planteada por Joseph Campbell para el estudio de las mitologías y su adecuación al discurso del éxito capitalista. Trasladada con entusiasmo a la narrativa de lo humano una vez descubierta por los autores de best-sellers y, sobre todo, por los cineastas malamente llamados "comerciales", esta idea de una aventura lineal y ascendente hacia un triunfo absoluto con implicaciones cada vez más individualistas se ha vuelto tan reconocible y automática que las diferencias entre Harry Potter, Star Wars o La sirenita de Disney son más bien pocas.
Lo del individualismo es, por supuesto, la añadidura que humaniza lo que de otra forma sería un relato mitológico. Es resultado de nuestra actual concepción del deber y del objetivo de la existencia. Como signo de nuestra larga época que ha pasado velozmente de la modernidad a la posmodernidad y, finalmente, a la hipermodernidad, el heroísmo ha dejado de ser un estado otorgado a quien lucha y se sacrifica por el bien de su comunidad, para ser una conducta perseguida y obtenida individualmente para el provecho de uno mismo.
Ya no es la sociedad la que encumbra a sus héroes, sino el héroe el que se encumbra a sí mismo a pesar de la sociedad. Hipernarcisismo llama Lipovetsky a esta caracterísitca contemporánea. No me sorprende, por lo tanto, lo que anuncia el primer trailer de la que será la tercera y última instalación de la serie sobre Batman que ha estado dirigiendo Christopher Nolan.
A un año de distancia y con poco menos de dos minutos de metraje, puedo adelantar pocas conclusiones. Por ejemplo, no se me ocurre qué papel jugará Gatúbela (Catwoman para los puristas) en esta cinta. Sin embargo, y aunque espero equivocarme, ya preveo el final feliz para el caballero nocturno. Quizá no para su ciudad ni para su gente, pero sí para él. La referencia al camino del héroe como una aventura con final cerrado, una aventura donde solo cabe él, por cierto, implica que la misión de Batman habrá de cumplirse cabalmente. Es decir que la intención inaugurada por el héroe en Batman Begins (2005) y refrendada al final de The Dark Knight (2008), obtendrá en The Dark Knight Rises (2012) su sentido completo: el enmascarado saldrá airoso de esta tercera aventura para corroborarse como el único paladín de la verdad en una sociedad ruín y sombría. No limpiará Ciudad Gótica (o Gotham, da igual) del crimen ni, mucho menos, se sacrificará para que con su muerte o su derrota se siente el ejemplo de la lucha desinteresada por el bien común. Batman no tendrá una apoteosis en 2012 ni será el Prometeo que anunciaba la última escena de la película de 2008. Y eso me parece una desgracia, porque hace unos años, cuando ví esa excelente segunda película, pensé que Nolan tendría el valor de proponer un cambio de paradigma narrativo.
Me parece que cuando Batman asumió la responsabilidad de convertirse en un paria y en un criminal perseguido, intentando así evitar el triunfo absoluto del Guasón (Joker, ya se sabe), asumió igualmente la responsibilidad del héroe desinteresado que ya no veremos y que nunca vimos. En esta tercera película se encargará de hacerse a sí mismo y no a su sociedad. No caerá más en la desgracia ni en la ignominia: la imagen en el trailer de Bruce Wayne ascendiendo de la oscuridad hacia la luz me lo confirma. Una simple derrota, que en cualquier narrativa no solo mitológica sino meramente heroica sería su triunfo y, por lo tanto, la acción que le aseguraría el carisma necesario para ascender al panteón de los sacrificados, parece que no interesa a los ávidos de los finales felices. El anunciado triunfo de Batman corrobora que en la hipermodernidad la frustración es detestable como final narrativo y, sobre todo, que aquí no caben los mártires. Recordemos nuevamente que, etimológicamente, mártir significa testigo; es decir, que la derrota representada en el castigo y/o en la muerte simboliza realmente un triunfo con implicaciones cosmogónicas. El mártir pone o ponía orden social en un mundo donde su mensaje era más importante que su éxito y su propia vida.
Por eso, no creo que cuando “el caballero nocturno” se levante ordene nada. Al final se le restituirá su lugar privilegiado en una sociedad que lo celebrará regalándole una nueva batiseñal. Una sociedad que lo querrá y respetará sin dejar de temerle, como quiere y respeta a sus policías y a sus soldados. Preveo, inclusive, que la última escena será en exteriores y de día, que habrá sonrisas y buenos deseos. Como dije en otro lado: "habrá Ewoks bailando".
Y todo esto a pesar de que el villano elegido para enfrentarlo sea Bane, quien hace algunos lustros le destrozó la espalda, inutilizándolo y confiándole el final heroico que merecía (dádiva carismática que, por la misma época, recibieron otros dos héroes de la DC: Superman y Green Lantern). El Batman de Nolan demostrará que su misión exclusiva es ser un policía respetado y no un mártir que cambie realmente el estado de las cosas. Nolan desaprovechará la oportunidad de dar una vuelta de tuerca al personaje fascistoide en que terminó convertido Batman una vez que fue reimaginado por Frank Miller.
O quizá me equivoco. Eso espero. El final de la serie de Batman se anuncia como algo épico, literalmente, y, lo sé muy bien, la muerte en cualquiera de sus representaciones siempre fue, hasta hace poco, condición de la épica.
Ya veremos.