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EL BALANCE DE UN SIGLO

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Bovino Milenario
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EL BALANCE DE UN SIGLO

(1810-1910)
Méjico se dispone á celel'rar con júbilo el primer centenario ae sus ludias por la emancipación. En iSio se inició una serie de agitacio7ies que trajo de pronto la desolaaón más espantosa y después una sorprendente prosperidad. De las voluminosas narraciones que describen la historia política de Méjico, cxtractarcnws los hecltos que nos tracen la cutva de desastres y progresos de aquel pueblo hermano. Para esto, nada mejor que resumir por décadas los acontecimientos capitales

1810
La Nueva España llevaba dos años
de sufrir insólitas trepidaciones. La tranquilidad característica de la vida colonial había desaparecido con la abdicación de Carlos IV y la invasión de España por los franceses. La España de los Borbones se disolvía, carcomida por dentro y sacudidapor fuera.

El pueblo sin rey se puso al frente de sus propios destinos. En la Nueva España, la gente criolla empezó á conspirar para lograr la independencia. Un movimiento legal frustrado en 1808 y un movimiento insurreccional efectuado en 1810, fueron el inmediato resultado de los acontecimientos peninsulares. Hidalgo, clérigo de un pueblo del interior, se alzó en armas aclamando al príncipe Fernando, ausente y prisionero, y en breve ocupó las provincias más populosas del país. Derrotado en los campos de Acúleo, huyó hacia el Occidente y se situó en
Guadalajara. De allí cundió el fuego insurreccional. Vencido, preso y fusilado Hidalgo, siguió encendida la llama que, con intermitencias, asoló al país durante dos tercios de siglo.

Un gobierno en pie, pero tenazmente combatido, y un incalculable número de focos de insurrección, caciquismo y caudillaje, eran las notas dominantes de Méjico á fines de 1810.
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HIDALGO

1820 Cinco años de guerra activa, dos años de campañas con algunos intervalos,
y una pacificación nominal, habían producido, aquéllas la ruina y ésta la inseguridad
y desconfianza. En 1820 estalló en la Península el movimiento liberal de Riego. La Nueva España, pacificada mecánicamente por el ejército criollo que formó Calleja para combatir á Hidalgo, dependía del elemento militar. Y el elemento militar inició sus funciones políticas empleando el pronunciamiento. Un joven caudillo se había pronunciado en España contra el absolutismo de Fernando; otra caudillo joven, Iturbide, se pronunció en Méjico proclamando la inde pendencia, que realizó con mucho talento y gran economía de sangre. Mas la nación comenzaba su vida independiente, privada de elementos primordiales para establecer y consolidar un gobierno . Once años antes había dinero en las cajas públicas, había crédito, había una fuerza de tradiciones que imponía la obediencia sin recurrir á las armas. Once años de guerra é inseguridad agotaron los recursos nacionales y substituyeron
al poder estable de una burocracia apoyada en la fe religiosa y en la fidelidad
al monarca, el poder precario del caudillaje militar.
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1830 El cuadro de esta década es emocionante y variado. Se ha hecho la independencia; se ha fundado un Gobierno imperial; el soberano desposeído ha


vuelto de su isla de Elba, y su águila cayó trágicamente acribillada de balas en el primer campanario de la costa; se ha levantado el primer patíbulo y se ha encendido la primera guerra civil; se ha establecido una República y se ha promulgado una Constitución; ha subido al poder un Presidente, atacado por balas facciosas á las puertas del P a l a c io Nacional; se ha insolentado una demagogia hasta desmenuzar el a c t a de elección del c i u d a d a n o que debió haber sido segundo presidente constitucional; ha subido al po
der D.Vicente Guerrero, llevado en hombros por muchedumbres amotinadas, y ha caído de golpe, derribado por el ejército, supremo regulador; en su lugar se ha sentado el vicepresidente Bustamante; ha habido una tentativa de reconquista española, y la expedición encargada de iniciarla, fácilmente vencida, deja en la categoría de quimera todo propósito de reincorporación á la Metrópoli.
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1840


El general que recogió el prestigio debido á su segundo por las hábiles operaciones militares contra el jefe encargado de la reconquista española, se elevó á la primera magistratura. Santa Anna, que así se llamaba ese general, famoso en la
historia de los disturbios mejicanos, perdió el puesto conquistado por su astucia, pues al

dirigirse á Tejas para reprimir los desmanes de colonos anglo-sajones adueñados del mencionado territorio, llevó su ejército á la derrota y entregó cobardemente al enemigo la provincia que éste codiciaba. Preso por sus torpezas y locuras el general Santa Anna, ^Méjico ¡nido adoptar una nueva constitución y ser otra vez gobernado por el general Bustamante. Apenas había pasado la desastrosa guerra tejana, se inició un conflicto con Francia. El castillo de San Juan de Ulúa se rindió a las fuerzas navales del gobierno de Luis Felipe, y la plaza de Veracruz quedó á merced del vencedor. Arregladas las dificultades internacionales
con Francia y pendientes otras muy graves con los Estados Unidos, Bustamante
se entregó á tareas de reorganización interrumpidas por las rebeliones.

1850 Bustamante cayó, y se levantó por segunda vez el desprestigiado Santa Anna, á favor de un hábil golpe teatral con
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que se dio aires de vencedor de los vencedores franceses en Veracruz. Cayó de
nuevo, y una vez más volvió á elevarse, llevado al país por invasores nortamericanos, de quienes aparentaba ser irreconciliable enemigo y que lo introdujeron como artículo de contrabando. Una guerra desgraciada trajo la pérdida de California y Nuevo Méjico y sancionó la pérdida de Tejas. Esta década se cierra, como la anterior, con heroicas tentativas de reorganización, dirigidas por dos probos gobernantes que se sucedieron pacíficamente. Herrera y Arista. 1860 Arista cayó como había caído Bustamante, como había caído Herrera en su primera administración, como cayeron todos los buenos presidentes devorados por el fanatismo santanista. El general demagogo volvió en esta ocasión más henchido
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que nunca de iras y concupiscencia. Se vengó con fiereza de sus enemigos; desplegó con descaro su rapacidad. Los caciques rurales• ^ ' y los hombres ilustrados de la burguesía liberal, en un empuje valiente, se conjuraron contra el sátiro cojo y lo derrocaron. Fué presidente un hombre bueno, justo y popular:
don Ignacio Comonfort. Se dictó una constitución llena de preceptos liberales. La
vela parecía henchida de viento próspero, cuando de pronto la barca zozobró. Un error del presidente desencadenó la guerra, que duró tres años, al cabo de los cuales, el viejo caudillaje militar, confabulado con el clero para destruir la obra reformista, sucumbió, dejando la acción libre á los hombres que, capitaneados por Juárez, abrían senderos hacia el porvenir.
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1870 El militarismo, impotente, se refugia en los pliegues del manto de Napoleón tercero. Éste, fantaseador, intenta una empresa peligrosa y estéril: interviene en Méjico, funda un imperio sufragáneo, y fracasa, Méjico resiste al poder interventor. Su juventud animosa toma las armas. Todos los bravos paladines de la Reforma que no caen bajo las balas reaccionarias en una encrucijada, como el pelón Valle, se alistan á las órdenes de Zaragoza y González Ortega. Porfirio Díaz, en lucha épica y con elementos ganados al enemigo, va formando un ejército que, en combates innumerables é incesantes, hace sentir su pujanza á las tropas invasoras y á sus aliados, hasta aniciuilarlos. Tres generales de la vísjíera, el mismo
Porfirio Díaz, Mariano Kscobedo y
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Ramón Corona, toman las últimas cindadelas del Imperio. Juárez, después de cuatro años de ausencia, vuelve á la capital, que ha debelado Porfirio Díaz, y la República empieza á tener paz.


1880 Todo ha cambiado en el país. Las últimas agitaciones encuentran á Juárez enhiesto y firme en la presidencia, pero combatido por creciente impopularidad.
Cae, dominado por la naturaleza, en una fosa ([ue la gratitud nacional cubre de
llores, olvidando los recientes disturbios. Le ha sucedido el antiguo ministro Lerdo
de Tejada, uno de los ilustres defensores de la República en los días de la intervención; pero á los cuatro años de gobierno, tiene que ceder el puesto al general Porfirio Díaz, solicitado por la nación y aclamado por un ejército victorioso.


El problema para el nuevo presidente se Ijrecisa de este modo: < Cesarían ó seguirían las contiendas armadas por el poder público? Como la anarquía
militar supone un ejército policéfalo y un país desolado, hambriento, sin clases
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gobernantes, sin conciencia política, la cuestión se simplificaba. Por lo ciuc respecta al ejército, éste no tenía sino un jefe, Porfirio Díaz; los otros no podían llegar al papel de competidores sino á falta de aciuel regulador supremo, ([ue los pondría, como los puso, á raya, unas veces acariciándolos, y otras dejándoles caer encima todo el peso de una mano de hierro. Quedaba, pues, como única dificultad, la de disolver el virus militar, para que el mal no retoñase. ¿Cómo lograr esto? Enriqueciendo al país, á fin de que reabsorbiese todo elemento de agitación posible. Desde luego comenzó la administración pública una carrera á todo vapor en la ruta de las mejoras materiales. La cuestión capital para el planteamiento de un programa econó-
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mico, estribaba en las vías de comunicación. País de montañas y torrentes á lo largo de los dos litorales; país de llanuras infinitas, sin ríos, en las mesetas
superior e s y en el manso declive fronterizo; Méjico, cuyo territorio se abre en forma de abanico, es un habitáculo de diseminación, y no de unión. La lenta ocupación de este territorio por un pueblo al que fuerzas morales unificaban
previamente, formó la patria mejicana; pero la ruptura de los vínculos tradicionales,
hizo de la República un conjunto disgregado de cacicazgos. ;Iba á disolverse
el ejército en esa multitud de hormigueros políticos.? En tal caso el peligro sería mayor, pues cada jefe ó subjefe adscrito á su roca ó á su desierto, afianzaría una dominación feudal.


Por otra parte, el país pedía medios de unión para comerciar interiormente y con
el extranjero. Esta solicitud para operar la integración económica nacional, era una necesidad imprescindible para el gobierno, si quería la integración política. El general Díaz adoptó un programa que no era de partido ni de grupo; un programa nacional; hacer ferrocarriles. Cuatro años pasan pronto. El presidente no era reelegible según la Constitución. El general Díaz dejó el poder en manos de un
sucesorpara que continuara su política, iniciada con tanta decisión y conciencia
de los resultados. 1890 La República estaba en absoluta paz cuando

se hizo cargo
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cargo del gobierno el general I). Manuel González. Cumplamos un acto de justicia. Este Manuel González, —más bien que sucesor, lugarteniente del general Díaz,—ha sido muv vilipendiado, sin razón. Para saber quién era este jefe accidental de una república dirigida desde hacía un cuarto de siglo por hombres superiores, como el general Comonfort, Juárez, Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz; para saber quién era González, decimos, hay que imaginar un conmilitón de Cortés ó de Pizarro, dormido durante tres
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siglos y medio para encontrarse de pronto al frente de una sociedad moderna. González fué fiel, como Pedro de Alvarado, durante la expedición de Cortés á Cempoala; pero el general Díaz encontró á su vuelta que la administración reorganizada por él presentaba un cuadro de horrores como los que Cortés hubo de lamentar por causa de su indisciplinado capitán. Al lado de González,— hombre que según se dice en Méjico tenía una sola mano, pero leal y fuerte,— había otro mutilado, manco y cojo, el general Carlos Pacheco. Este ministro comprendió la política ferrocarrilera del general Díaz y se identificó apasionadamente con ella. La continuó durante la administración de González, y en
1884, al volver el general Díaz, Pacheco siguió desarrollándola con audacia y tesón. El general Díaz vio cuan conveniente era aprovechar el celo de este colaborador, improvisado estadista y fogoso improvisador de planes, unos juiciosos y otros insensatos, pero todos deslumbradores y atrevidos. Fueron realizándose los realizables, bajo la mirada vigilante del ¡efe supremo. que toleraba con indulgencia los ímpetus de su ministro y les ponía frenos de prudencia
cuando era necesario. Ha llegado el momento de hacer números para conocer con exactitud la primera cosecha de la paz mejicana, á los catorce años de tenerla el país sin una sola interrupción. « El gobierno español, en cerca de tres siglos de dominación,— dice el Dr. Mo-
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ra, sabio economista mejicano que es autoridad en materias de esta índole,— no cuidó de construir un solo camino carretero, ni aun de la capital á los puertos principales. A fines del siglo pasado (xvín) se pensó seriamente en formar uno de Méjico á Veracruz por los consulados de esta ciudad, y al cabo de muchos años de trabajo y de vencer los grandes y poderosos obstáculos que oponían la altura y descenso de las montañas por donde se demarcó la línea, llegó á lograrse por fin concluir dos suntuosísimos para Veracruz, que se unen en la ciudad de Puebla y reconocen por tronco común el que va de ésta á Méjico.» Los dos caminos mencionados y el de la capital á Toluca, fueron toda la herencia recibida


por la nación mejicana en esta línea, herencia que por cierto no se acrecentó durante
cincuenta años. «¿Quién, qué gobierno de los que se levantaban hoy para caer mañana, se ocupó de mejoras materiales? Importuno y hasta absurdo hubiera parecido presentar entonces un proyecto que tendiera á sistemar la reposición y construcción de carreteras, cuando toda la atención y todo el tesoro eran pocos para armarse y combatir á los revolucionarios.» Así hablaba un ministro de Maximiliano en 1865, cuando ya la comunicación por ferrocarril entre Méjico
y Veracruz salía de las esfumaciones del ensueño. Los gobiernos de Juárez y Lerdo alentaron la empresa, y el segundo de los presidentes, mencionados inauguró el tráfico en toda la línea, cuyo primer tramo de trece kilómetros se había abierto á la explotación un cuarto de siglo antes, el 16 de Septiembre de 1850, fecha que el ilustre estadista don Pablo Macedo considera justamente digna de recordación por ese acontecimiento. Cuarenta años después, los trece kilómetros
de la línea de Veracruz al Molino formaban las dos últimas cifras de una extensión de vías férreas que pasaba de nueve mil kilómetros. Los saltos habían sido prodigiosos
El primero en 1873, con quinientos treinta y nueve kilómetros. Y seguía así el movimiento:
Años KILÓMETROS
1876 617
1S80 961 Aumento en la primera administración Díaz; 344.
1884 5.742 Aumento en la administración González: 4.780.
1890 9306 Aumento en los seis primeros años de la nueva gestion Díaz: 4.564


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La carga había aumentado de este modo:
Años TONELADAS
1876 132.915
1880 249-552 Aumento en la primera administración Díaz: 106.637.
1884 1.025.564 Aumento en la administración González: 776.017.
1890 9.306.312 Aumento en los primeros seis años de la nueva gestión Díaz: 8.280.743.


Los productos aumentaron así:
Años
1876


$ 2.267.522
1880


$ 4.026.567 Aumento en la primera administración Díaz: $ 1.759045
1884 $ 10.257.563 Aumento en la administración González: S 6.230.996.
1890 $ 19.743.221 Aumento en los primeros seis años de la nueva gestión Díaz: $9.485.658.


Aparejado con este movimiento, tenía que ir el del comercio, cuyo desarrollo vamos á ver:



Mañana lo termino se respetaron la forma de escribir de la epoca ademas del pais de origen.

Fuente:
Biblioteca Nacional de España.




 
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