tiburonxx
Bovino de la familia
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Roberto Blancarte
Milenio Diario
http://impreso.milenio.com/node/8618655
Durante mucho tiempo he creído que el ateísmo es una especie de religión, pero al revés. Es decir, una postura que, por su militancia, constituía otro tipo de religión, sólo que en ese caso, de la irreligión. Los postulados acerca de la inexistencia de Dios me parecían tan carentes de validez y sobre todo de apoyos razonables y pruebas verificables, como los contrarios, es decir aquellos que se empeñan en demostrar la existencia de un Ser supremo o fuerza trascendente. Acabo de terminar de leer un libro que, sin embargo, podría hacerme cambiar de opinión. Se trata de un texto publicado hace tres años en Inglaterra por Richard Dawkins titulado The God Delusion. El autor es profesor en una cátedra para la comprensión pública de la ciencia en la Universidad de Oxford y éste es sólo el más reciente de muchos libros que lo han catapultado a la fama y lo han hecho acreedor a numerosos premios científicos y literarios.
En The God Delusion, un título de por sí difícil de traducir (la palabra delusión, explica él mismo, de acuerdo con el diccionario Penguin, significa “una impresión o creencia falsa”), el autor aboga por un ateísmo sin tapujos y sin lo vergonzante que se ha convertido el hecho de no creer, a pesar de todos los avances de la ciencia y del conocimiento, en un mundo que sigue viendo con malos ojos a quienes no creen. De hecho, el libro es un llamado a los no-creyentes a “salir del clóset” del ateísmo, para proclamar la legitimidad de la incredulidad. Dawkins se sitúa sobre todo en el contexto de los Estados Unidos de América, donde ser ateo es visto como ser una persona poco confiable. El autor cita una encuesta de hace diez años en la que a los estadunidenses les preguntaban si votarían por una persona bien calificada siendo una mujer (95 por ciento lo haría), católica (94 por ciento), judía (92 por ciento), negra (92 por ciento), mormona (79 por ciento), homosexual (79 por ciento) o atea (49 por ciento). En suma, la desconfianza hacia los ateos es mucho mayor que la que se tiene acerca de todas las otras categorías. Y sin embargo, dice Dawkins, las mismas encuestas sugieren que los ateos y los agnósticos son mucho más numerosos que los judíos religiosos y que muchos otros grupos. De manera contraria a los judíos o a los evangélicos, los ateos y agnósticos no están organizados y por lo tanto no tienen prácticamente ninguna influencia. Y como los ateos no están dispuestos a salir del clóset, están en la misma situación que los homosexuales hace 50 años.
El libro muestra de manera simpática y brillante cómo, de alguna manera, las creencias religiosas han ganado una respetabilidad social que no tiene fundamento racional, mientras que los argumentos ateos o agnósticos aparecen como agresivos e incluso socialmente peligrosos. Así que Dawkins desmonta, uno por uno, los argumentos religiosos y los muestra en su desnudez racional y lógica, con mucha ironía y sentido del humor. Parte del problema —señala el autor— es que los agnósticos tienden a situarse de manera equidistante respecto a la creencia en la existencia o inexistencia de Dios. Y —dice Dawkins—, la verdad es que no es lo mismo, puesto que hay muchos más argumentos y pruebas de su no existencia, mientras que los que quieren probar su existencia no tienen argumentos científicos y comprobables. Así que su libro es un llamado a los propios agnósticos (aquellos que no pretenden conocer ni probar tanto la existencia como la inexistencia de Dios) para que asuman una posición menos equidistante. Dawkins hace una categorización de siete posibles posturas al respecto: 1) Fuerte teísta. 100 por ciento probabilidad de Dios, en las palabras de C. G. Jung, “No creo, lo sé”; 2) Muy alta probabilidad pero menos de 100 por ciento. De hecho teísta. “No puedo saberlo con seguridad, pero firmemente creo en Dios y vivo mi vida bajo el supuesto de que él está allí”; 3) Más de 50 por ciento, pero no mucho más. Técnicamente agnóstico, pero inclinándose hacia el teísmo. “Estoy muy inseguro, pero inclinado a creer en Dios”; 4) Exactamente 50 por ciento. Completamente imparcial agnóstico. “La existencia y no existencia de Dios son exactamente probables”; 5) Más bajo que 50 por ciento, pero no mucho más bajo. Técnicamente agnóstico pero inclinándose hacia el ateísmo. “No sé si Dios existe, pero me inclino a ser escéptico”; 6) Muy baja probabilidad, pero sin llegar a cero. De facto ateo. “No puedo saberlo con seguridad pero pienso que Dios es improbable y vivo mi vida bajo el supuesto de que él no está allí”; 7) Fuertemente ateísta. “Se que no existe Dios, con la misma convicción que Jung “sabe” que hay uno”.
El propio autor, que se sitúa a sí mismo en el nivel seis, no se presenta como un ateísta absoluto. Al final, probablemente señala únicamente una fuerte tendencia de los últimos tiempos que será cada vez más reivindicada por una juventud posmoderna. Mi hija Emilia, por ejemplo, leyó el libro y le gustó tanto que lo difundió entre sus amigos y miembros de su escuela. Mi otra hija, Paula, que toca guitarra y bajo, un día me preguntó: “¿Papá, como definirías a la religión?” Yo le contesté, después de pensarlo: “Absurda, pero respetable”. Entonces ella me dijo: “Mmm, suena bien para nombre de un grupo de rock”.
:eolo::mota::chavo::metal:
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Durante mucho tiempo he creído que el ateísmo es una especie de religión, pero al revés. Es decir, una postura que, por su militancia, constituía otro tipo de religión, sólo que en ese caso, de la irreligión. Los postulados acerca de la inexistencia de Dios me parecían tan carentes de validez y sobre todo de apoyos razonables y pruebas verificables, como los contrarios, es decir aquellos que se empeñan en demostrar la existencia de un Ser supremo o fuerza trascendente. Acabo de terminar de leer un libro que, sin embargo, podría hacerme cambiar de opinión. Se trata de un texto publicado hace tres años en Inglaterra por Richard Dawkins titulado The God Delusion. El autor es profesor en una cátedra para la comprensión pública de la ciencia en la Universidad de Oxford y éste es sólo el más reciente de muchos libros que lo han catapultado a la fama y lo han hecho acreedor a numerosos premios científicos y literarios.
En The God Delusion, un título de por sí difícil de traducir (la palabra delusión, explica él mismo, de acuerdo con el diccionario Penguin, significa “una impresión o creencia falsa”), el autor aboga por un ateísmo sin tapujos y sin lo vergonzante que se ha convertido el hecho de no creer, a pesar de todos los avances de la ciencia y del conocimiento, en un mundo que sigue viendo con malos ojos a quienes no creen. De hecho, el libro es un llamado a los no-creyentes a “salir del clóset” del ateísmo, para proclamar la legitimidad de la incredulidad. Dawkins se sitúa sobre todo en el contexto de los Estados Unidos de América, donde ser ateo es visto como ser una persona poco confiable. El autor cita una encuesta de hace diez años en la que a los estadunidenses les preguntaban si votarían por una persona bien calificada siendo una mujer (95 por ciento lo haría), católica (94 por ciento), judía (92 por ciento), negra (92 por ciento), mormona (79 por ciento), homosexual (79 por ciento) o atea (49 por ciento). En suma, la desconfianza hacia los ateos es mucho mayor que la que se tiene acerca de todas las otras categorías. Y sin embargo, dice Dawkins, las mismas encuestas sugieren que los ateos y los agnósticos son mucho más numerosos que los judíos religiosos y que muchos otros grupos. De manera contraria a los judíos o a los evangélicos, los ateos y agnósticos no están organizados y por lo tanto no tienen prácticamente ninguna influencia. Y como los ateos no están dispuestos a salir del clóset, están en la misma situación que los homosexuales hace 50 años.
El libro muestra de manera simpática y brillante cómo, de alguna manera, las creencias religiosas han ganado una respetabilidad social que no tiene fundamento racional, mientras que los argumentos ateos o agnósticos aparecen como agresivos e incluso socialmente peligrosos. Así que Dawkins desmonta, uno por uno, los argumentos religiosos y los muestra en su desnudez racional y lógica, con mucha ironía y sentido del humor. Parte del problema —señala el autor— es que los agnósticos tienden a situarse de manera equidistante respecto a la creencia en la existencia o inexistencia de Dios. Y —dice Dawkins—, la verdad es que no es lo mismo, puesto que hay muchos más argumentos y pruebas de su no existencia, mientras que los que quieren probar su existencia no tienen argumentos científicos y comprobables. Así que su libro es un llamado a los propios agnósticos (aquellos que no pretenden conocer ni probar tanto la existencia como la inexistencia de Dios) para que asuman una posición menos equidistante. Dawkins hace una categorización de siete posibles posturas al respecto: 1) Fuerte teísta. 100 por ciento probabilidad de Dios, en las palabras de C. G. Jung, “No creo, lo sé”; 2) Muy alta probabilidad pero menos de 100 por ciento. De hecho teísta. “No puedo saberlo con seguridad, pero firmemente creo en Dios y vivo mi vida bajo el supuesto de que él está allí”; 3) Más de 50 por ciento, pero no mucho más. Técnicamente agnóstico, pero inclinándose hacia el teísmo. “Estoy muy inseguro, pero inclinado a creer en Dios”; 4) Exactamente 50 por ciento. Completamente imparcial agnóstico. “La existencia y no existencia de Dios son exactamente probables”; 5) Más bajo que 50 por ciento, pero no mucho más bajo. Técnicamente agnóstico pero inclinándose hacia el ateísmo. “No sé si Dios existe, pero me inclino a ser escéptico”; 6) Muy baja probabilidad, pero sin llegar a cero. De facto ateo. “No puedo saberlo con seguridad pero pienso que Dios es improbable y vivo mi vida bajo el supuesto de que él no está allí”; 7) Fuertemente ateísta. “Se que no existe Dios, con la misma convicción que Jung “sabe” que hay uno”.
El propio autor, que se sitúa a sí mismo en el nivel seis, no se presenta como un ateísta absoluto. Al final, probablemente señala únicamente una fuerte tendencia de los últimos tiempos que será cada vez más reivindicada por una juventud posmoderna. Mi hija Emilia, por ejemplo, leyó el libro y le gustó tanto que lo difundió entre sus amigos y miembros de su escuela. Mi otra hija, Paula, que toca guitarra y bajo, un día me preguntó: “¿Papá, como definirías a la religión?” Yo le contesté, después de pensarlo: “Absurda, pero respetable”. Entonces ella me dijo: “Mmm, suena bien para nombre de un grupo de rock”.
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