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Bovino adicto
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Doña Concha vive en la comunidad de Los Lirios, mas allá de La Veracruz, municipio de Cadereyta, Querétaro. Nos recibe con una sonrisa y unos bancos. Sola por ahora, pues su esposo (única persona con la que vive) se encuentra convaleciente en la casa de su nuera, sus hijos viven todos fuera y ya han hecho su vida aparte.
“Se lo llevaron alla a La Esperanza, pa’ver si se mejora”, nos cuenta mientras nos convida manzanas y duraznos, cortados en su pequeña huerta. “Es lo que se da uno cuenta cuando se queda solo, que la riqueza es tener a la familia, se sufre, pero se aprende”.
Pacientemente borda unas camisas viejas, quiere tener la ropa lista para el regreso del señor, nos maravillamos de su vista, que a pesar de su edad (dicen que ronda los 80) parece no fallar las puntadas. “No, si me ha ido remal, tenía yo como 10 gallinas, y se las comió el león (gato montes), también la camada de mis perros, a ver si me duran esos gatitos”. Dos pequeños gatos juegan junto a nosotros, desnutridos, parece que antes que el león será el hambre la que los mate. “Me dicen que les de leche, si tuviera leche me la tomaría yo”
Nos invita un plato de frijoles, rechazamos la invitación argumentando que acabamos de comer, en mi caso es cierto pero noto en la mirada de mis acompañantes que nos cruzo el mismo pensamiento, no queremos consumir lo poco que pueda tener en su alacena, pero irse sin comer algo es casi un insulto al anfitrión, por lo que seguimos comiendo duraznos y manzanas, raro, pero eran más dulces que cualquiera de la región en esas fechas.
Raro también su maíz, a diferencia de muchas otras parcelas, la de doña Concha parece no sufrir la sequia, el maíz se levanta por arriba de los 2 m, aun esa ventaja es contraria. “Creció mucho, ya no alcanzo a desespigar, no sean malos, vengan a ayudarme mañana un rato”. Mis acompañantes aceptan, yo quisiera pero debo seguir mi recorrido al día siguiente. “me ayuda a sembrarlo un muchacho de por aquí, como yo ya no puedo, nada más le doy una parte de la cosecha, como no tengo dinero”.
He aquí el que para mí es el principal problema del campo en México, nuestros productores envejecen, los jóvenes prefieren emigrar antes que enfrentarse a un modo de vida cada vez más difícil, o al menos prefieren trabajar por un salario fijo antes que arriesgarse “a ver qué tal sale la cosecha”, pocos productores son menores de 40 años, cada vez hay más tierra sin trabajar por casos como el de doña Concha, que por la edad es casi imposible seguir con las faenas diarias en el campo.
¿Y la solución? Nada fácil, fuera de cualquier aspecto económico el problema social parece infranqueable, ¿Cómo convencer a los jóvenes de trabajar el campo cuando es una regla de vida el “salir del rancho” para poder progresar? ¿Qué hacer ante la necesidad (y presión) cultural de irse a poblaciones cada vez mas grandes?
“No hay hambre para el que cuida y quiere la tierra, aquí nunca nos faltan frijoles, maíz y unas frutitas, hasta conejos nos sobran, ya cuando si está mal, aunque sea unos quelites, lo que si falta son centavos”.
Oscurece, y prometiendo volver pronto, nos retiramos antes de que no podamos ver el camino, no hay luz eléctrica, “ni me hace falta” nos dice al despedirnos. Ya encaminados y recordando lo que dijo sobre la riqueza nos alcanza a gritar: “Gracias por venir a hacerme rica un ratito”.
Un “gracias a usted” nunca lo había sentido tan sincero.
“Se lo llevaron alla a La Esperanza, pa’ver si se mejora”, nos cuenta mientras nos convida manzanas y duraznos, cortados en su pequeña huerta. “Es lo que se da uno cuenta cuando se queda solo, que la riqueza es tener a la familia, se sufre, pero se aprende”.
Pacientemente borda unas camisas viejas, quiere tener la ropa lista para el regreso del señor, nos maravillamos de su vista, que a pesar de su edad (dicen que ronda los 80) parece no fallar las puntadas. “No, si me ha ido remal, tenía yo como 10 gallinas, y se las comió el león (gato montes), también la camada de mis perros, a ver si me duran esos gatitos”. Dos pequeños gatos juegan junto a nosotros, desnutridos, parece que antes que el león será el hambre la que los mate. “Me dicen que les de leche, si tuviera leche me la tomaría yo”
Nos invita un plato de frijoles, rechazamos la invitación argumentando que acabamos de comer, en mi caso es cierto pero noto en la mirada de mis acompañantes que nos cruzo el mismo pensamiento, no queremos consumir lo poco que pueda tener en su alacena, pero irse sin comer algo es casi un insulto al anfitrión, por lo que seguimos comiendo duraznos y manzanas, raro, pero eran más dulces que cualquiera de la región en esas fechas.
Raro también su maíz, a diferencia de muchas otras parcelas, la de doña Concha parece no sufrir la sequia, el maíz se levanta por arriba de los 2 m, aun esa ventaja es contraria. “Creció mucho, ya no alcanzo a desespigar, no sean malos, vengan a ayudarme mañana un rato”. Mis acompañantes aceptan, yo quisiera pero debo seguir mi recorrido al día siguiente. “me ayuda a sembrarlo un muchacho de por aquí, como yo ya no puedo, nada más le doy una parte de la cosecha, como no tengo dinero”.
He aquí el que para mí es el principal problema del campo en México, nuestros productores envejecen, los jóvenes prefieren emigrar antes que enfrentarse a un modo de vida cada vez más difícil, o al menos prefieren trabajar por un salario fijo antes que arriesgarse “a ver qué tal sale la cosecha”, pocos productores son menores de 40 años, cada vez hay más tierra sin trabajar por casos como el de doña Concha, que por la edad es casi imposible seguir con las faenas diarias en el campo.
¿Y la solución? Nada fácil, fuera de cualquier aspecto económico el problema social parece infranqueable, ¿Cómo convencer a los jóvenes de trabajar el campo cuando es una regla de vida el “salir del rancho” para poder progresar? ¿Qué hacer ante la necesidad (y presión) cultural de irse a poblaciones cada vez mas grandes?
“No hay hambre para el que cuida y quiere la tierra, aquí nunca nos faltan frijoles, maíz y unas frutitas, hasta conejos nos sobran, ya cuando si está mal, aunque sea unos quelites, lo que si falta son centavos”.
Oscurece, y prometiendo volver pronto, nos retiramos antes de que no podamos ver el camino, no hay luz eléctrica, “ni me hace falta” nos dice al despedirnos. Ya encaminados y recordando lo que dijo sobre la riqueza nos alcanza a gritar: “Gracias por venir a hacerme rica un ratito”.
Un “gracias a usted” nunca lo había sentido tan sincero.