Aleph Zero
Becerro
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- 1 Sep 2012
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Saludos bovinos.
Al parecer ya puedo publicar de nuevo en el foro. Esta vez trataré de comportarme para no ser baneado.
Les dejo este relato, el cual es paralelo al relato "Rosa Negra" (http://ba-k.com/showthread.php?t=2049278). Al igual que con el otro, tuve que publicar un final alternativo para que estuviera más acorde con éste. El final original lo pueden leer aquí: bitacora-erotica.blogspot.com.
Hasta luego.
----------------------------------------
Los preparativos para la boda ya casi estaban terminados. Faltaban sólo dos semanas, y todos los nervios y dudas que Gonzalo pudiera tener respecto a ese momento tan importante debían disiparse. Por suerte, su momento de relajación vino de forma oportuna, pues sus amigos habían decidido organizarle una "pequeña" despedida de soltero con el fin de que su mente descanse y de que se dé la oportunidad de "echar la última cana al aire".
Y es que Gonzalo tuvo una juventud bastante agitada en el sentido sexual. Era el típico adolescente "genial", que solía ser extrovertido, sacaba a las chicas a bailar, les ofrecía un trago en las fiestas y, si alguna quería, simplenmente se acostaba con ella. Por supuesto, su popularidad no sólo se debía a su personalidad, sino al físico que desarrollara: si alguno de sus antiguos compañeros lo viera, sabría que todo el ejercicio al que se sometía tuvo sus recompensas. Gonzalo se había vuelto un hombre fornido y atractivo, con un rostro digno de cualquier galán de telenovela, una mirada seductora, un pecho fuerte y grande que invitaba a las damas a recostarse en él, y una espalda amplia y bien definida. Su esbelto abdomen marcaba un fino lavadero. Sus piernas también reflejaban fuerza, ya que eran muy musculosas. Lo dicho: Gonzalo era un hombre alto y bien parecido; por eso no era de extrañar que casi todas las chicas lo notaran de inmediato.
Durante la universidad Gonzalo conoció a Yolanda. Aquí comenzó su primer gran cambio en la vida: el de la liberación de su sexualidad. Yolanda era, por así decirlo, la mujer perfecta para Gonzalo: alta y voluptuosa, tenía un cabello corto y coqueto que dejaba ver un rostro atractivo, decorado por unos ojos enormes y hermosos, una nariz respingada y unos labios carnosos y suaves como su piel. Sus frondosos senos, su cintura delineada y estrecha y sus caderas grandes le daban un aire de sensualidad inmenso. Además, Yolanda solía usar pantalones de mezclilla y blusas ajustadas, resaltando aún más su deliciosa anatomía.
En estos tres años de relación, Gonzalo y Yolanda hicieron prácticamente de todo. La personalidad de ella era muy afín a la de él, por lo que no es de extrañar que su vida sexual fuera bastante activa. Incluso tenían algunas prácticas sexuales poco comunes como el sexo en grupo. Todo esto ya que Yolanda sabía moverse en ciertos círculos que Gonzalo sabía que existían, pero que no se atrevía a experimentar. Aprendió de Yolanda, y mucho. Y todo lo aprendido lo sabía aplicar. Yolanda era testigo.
Por supuesto, una relación como esa no podía durar para siempre. Yolanda se marchó a otra ciudad, dejando a Gonzalo solo y acomplejado. Durante un año estuvo metido en sus propios pensamientos, autocompadeciéndose, hasta que se dio el segundo gran cambio en su vida: el de la estabilidad emocional. En aquel entonces Gonzalo conoció a Karina, quien se convertiría en el amor de su vida y, en dos semanas más, en su esposa. Hacía ya casi 4 años de eso, y Gonzalo nunca se había sentido más feliz, ... y confundido. Confundido porque Karina no era la clase de mujer con la que se pensaba que Gonzalo acabaría. Karina era, en resumen, una chica seria. Eso le ayudó a Gonzalo a madurar y a centrarse.
Volviendo a la fiesta, Gonzalo estaba bastante tranquilo. No se preocupaba por Karina, pues ella tenía una reunión con algunas amigas. A pesar de todo el alcohol que había, de todas las edecanes que se paseaban semidesnudas ofreciendo bebidas a los invitados y de todo el ambiente de música y baile, Gonzalo estaba pensando en Karina. En cómo pasó de ser un auténtico gigoló a convertirse en un hombre fiel por ella. De alguna manera, él se lo había propuesto, y no iba a defraudarla, ni a ella, ni a sí mismo.
Pensaba en Karina, en lo que pudiera estar haciendo en aquella reunión, en todas las felicitaciones de sus amigas. Él veía un florero con esas extrañas flores de papel que su amiga Maya hacía tan bien, mientras todas alrededor hablaban de cosas de mujeres. La despedida de soltero era para él, pero él no estaba allí. Su mente estaba al lado de su amada. Por ello no se percató de inmediato en una voz tan familiar que, aunque con tiempo, lo hizo volver de su trance.
- Hola Gonzalo, buena fiesta, ¿cómo has estado?
- ¿Eh? - Preguntó Gonzalo, aún perdido en su psique.
- ¿Qué, ya te casas y te olvidas de mí, bobo?
Gonzalo poco a poco recapacitó. Estaba en la fiesta que sus amigos le hicieron. La chica que estaba frente a él, hablándole, no era Karina. Era más grande, mucho más grande. Y quizá más hermosa.
- ¿Yolanda?
- ¡Oye, ya te olvidaste de mí! - dijo la chica entre risas.
- No, no es eso Yolanda, es sólo que estoy pensando.
- ¿Ah, sí? ¿En qué pensabas?
- Este... No, en nada - agregó Gonzalo. No quería que ella supiera que pensaba en Karina, aunque Gonzalo nunca supo por qué.
- Bueno, no importa. Dime, ¿te diviertes?
- Sí, un poco.
- Vamos, si todo esto te gustaba - le dijo Yolanda, guiñándole un ojo.
- Es sólo que las cosas han cambiado bastante desde que te fuiste.
- Supongo que sí. Pero vamos a sentarnos, tengo mucho que contarte, y supongo que tú también tienes mucho - dijo Yolanda mientras jalaba a Gonzalo hacia una pequeña mesa vacía para dos -. Para empezar, ¿cómo que te casas? Nunca te imaginé casado, ni siquiera conmigo.
- Es complicado - dijo Gonzalo, volviendo más a la realidad -. Además, nunca me vi casado contigo. No hubieras aceptado - después de esto, Gonzalo soltó una risa leve. Yolanda le respondió con el mismo gesto.
- No sabes lo que hubiera aceptado - dijo la chica.
Una mesera con un bikini negro y corto les ofreció dos cocteles. Ambos comenzaron a beber.
En sólo unos minutos Gonzalo y Yolanda comenzaron a hablar como en los viejos tiempos. Yolanda le comentó a él sobre sus planes a futuro y su trabajo en su nuevo hogar. No tenía pareja, pues ella aún no se consideraba lista para sentar cabeza; mientras, la mujer iba y venía por la vida practicando el sexo libre. Gonzalo le platicó a Yolanda cómo es que conoció a Karina, todas las vivencias que pasó con ella (unas muy buenas, otras malas), y cómo es que llegaron a comprometerse. Un tema espinoso que Gonzalo tocó fue el de la separación entre él y Yolanda.
- Créeme que no fue fácil para mí - dijo la chica, mientras un rostro de nostalgia mezclado con tristeza se dejó ver -. Mis padres necesitaban ayuda por allá y no podía negarme. Además, también me siento mal por eso.
- Sí, pero te fuiste sin siquiera despedirte. ¿Cómo crees que me sentí por eso?
- Oye, nuestra relación era muy intensa, lo sé, pero no creo que me hubiera visto junto a tí toda mi vida. Tú lo dijiste.
- No lo sabes - dijo Gonzalo un poco irritado -, y francamente nunca lo sabrás.
- Vaya, sí que has cambiado - dijo Yolanda con un gesto de desconcierto -. Antes estas cosas no te afectaban tanto.
- Ya te dije Yolanda, las personas cambian.
- Sólo algunas. Otras no.
- Sí, otras no - dijo Gonzalo para terminar con la discusión.
- Y dime, ¿echas de menos los viejos tiempos? - preguntó Yolanda cambiando de tema, esperando que Gonzalo se animase más.
- Creo que sí - dijo él tras pensar un rato, luego de un suspiro -. Pero no puedo...
- ¿Por qué no? Hoy es tu día.
- Lo siento, me hice una promesa a mí mismo. Por Karina decidí cambiar, y no voy a echarme para atrás.
- Vamos Gonzalo, ¿qué tanto es tantito? Además, velo como una forma de terminar bien lo nuestro. ¿Qué me dices?
- Yolanda, no creo que con eso tú...
Gonzalo no terminó su frase. Los labios de la chica se posaron sobre los de él, impidiéndole acabar. El instinto es traicionero, y Gonzalo, lejos de detenerse, continuó con ese beso, el cual se tornaba cada vez más apasionado y jugoso. Poco a poco, sus lenguas iban entrelazándose, y los cuerpos comenzaron a juntarse más. Sólo el pequeño mueble servía como una especie de barrera, barrera que pronto desaparecería cuando Yolanda sugirió ir a un sitio más privado. Gonzalo la siguió con un sólo pensamiento en la cabeza: "Hazlo sólo hoy, sólo esta vez, y lo dejas para siempre."
Al llegar a un pequeño cuarto vacío, en cuestión de segundos la ropa de ambos voló por los aires, y los turgentes pechos de la chica eran masajeados por las manos grandes de él. La sesión de besos continuaba, pero ambos amantes recorrían sus cuerpos con un frenesí insospechado. Era como si ambos estuvieran esperando sólo eso después de no verse por tanto tiempo. Eventualmente las manos de Yolanda se posaron en la enhiesta verga de él, y comenzaron a estimularla de la manera magistral con que siempre lo hizo. Gonzalo no se quedó atrás y llevó una mano hasta la entrepierna de ella, la cual estaba caliente y mojada, mientras que la otra hacía lo suyo con los senos.
Una vez más, sin saber cómo, los dos acabaron en la cama. Él, recostado boca arriba, ella, sobre él, lamiendo el fierro como si de una paleta de miel se tratase. Él, por su parte, degustaba los néctares que emanaban de la vagina de la chica. Todo estuvo en juego: Gonzalo recorría los labios de ella con sus dedos y besaba y succionaba levemente el clítoris; Yolanda masajeaba suavemente los testículos mientras su lengua mimaba el glande de su hombre. Mientras él metía dos dedos en la vagina sin soltar ese botón de placer, ella, tratando de engullir completo el miembro de él hasta la garganta, estudiaba la reacción de él al pasar las yemas de sus dedos sobre el ano, una sensación que Gonzalo encontró satisfactoria.
Luego de algunos minutos de maestría en el sexo oral, Yolanda se montó en la verga de Gonzalo. Estando de frente, los dos comenzaron a besarse. Yolanda cabalgaba como toda una amazona. La chica movía sus caderas de forma bastante sensual. Para él, era como coger con una odalisca mientras ella bailaba. Con sus fuertes brazos él la sujetó y la levantó. Gonzalo era lo bastante fuerte para hacerlo. El hombre recorrió toda la recámara sin dejar de penetrar a Yolanda, mientras ella, como podía, hacía círculos con su cadera. Era como si quisiera sentir por toda su vagina ese grueso tolete.
Acto seguido, ella se puso a cuatro puntos. Gonzalo había frotado su verga a lo largo de esa fina línea que divide las nalgas. Tenía pensado follarla por atrás, como muchas veces lo había hecho.
- Dime, ¿estás segura?
- Sí, párteme Gonzalo, ya no aguanto más - dijo la chica entre jadeos.
- Bien, lo haré despacio entonces.
Con sumo cuidado, él comenzó a meter su pene por aquella estrecha entrada. Yolanda, quien hasta ahora no había reprimido sus gemidos, tuvo que hacer una pausa para soportar. Y es que hacía mucho tiempo que no tenía sexo anal, por lo que debía volverse a acostumbrar a la sensación. En un minuto, Gonzalo ya estaba adentro por completo. Poco a poco comenzó a bombear, cada vez con más velocidad. No hacía falta que ella se lo pidiera; él sabía leer a las mujeres. Pronto llegaron al punto de la máxima velocidad. Los gritos de Yolanda eran más de placer, un placer tan intenso que la hizo alcanzar un orgasmo muy intenso en poco tiempo. La velocidad también fue propicia para que Gonzalo también llegara al clímax, descargándose, poco después que ella acabara, en el interior del ano de la chica. El gemido que ambos emitieron rebotó en toda la habitación. Por suerte había suficiente ruido exterior en la fiesta para que alguien notara lo que estaba pasando allá dentro.
Tras terminar, ambos estaban exhaustos. Como pudieron, se vistieron y salieron. Yolanda le sugirió a Gonzalo pasar juntos el resto de la noche, y así fue. Se contaron todo, incluso recordaron cosas que habían vivido juntos. Esta vez como amigos, sin ningún tinte de tipo sexual.
Los preparativos para la boda transcurrieron de lo más normal. El único problema quizá era Gonzalo, quien no paraba de pensar en lo que había pasado en aquella fiesta. Buscaba la manera de reprenderse por lo ocurrido. No había forma.
El día de la boda, él lucía un traje sastre que lo hacía ver sensual y poderoso. No era para menos: era su boda, uno de los días más importante de su vida. Iba dirigiéndose hacia el altar cuando vio que Maya salía del lugar donde se encontraba su novia. Iba de negro, llorando.
- ¿Estás bien? - preguntó Gonzalo consternado -. ¿Karina está bien?
- Sí, las dos estamos bien - dijo Maya, tratando de contenerse -. No es nada.
- Qué bueno que estén bien. Yo estoy nervioso.
- ¿Por qué no habrías de estarlo? Es tu boda.
- Lo sé.
- Por cierto, sé que engañaste a Karina - comentó Maya tras limpiar la mucosidad residual del llanto.
- ¿Qué dices? - dijo Gonzalo. Estaba pálido.
- En tu despedida, te acostaste con otra mujer estando comprometido con mi amiga.
- Estás loca, yo no hice eso - Gustavo actuó a la defensiva. ¿Cómo pudo saber lo que pasó en la fiesta? Claro, el no podía saber que Maya sólo estaba "disparando al aire".
- Por favor, me lo dijeron - agregó la negra tras ver la reacción de Gonzalo y disipar sus dudas -. Como quieras, no es mi problema. Sólo te pido que la cuides mucho, y que la ames tanto como yo.
- Yo, ... - Gonzalo se mostró confundido. Cierto es que Maya era amiga de Karina, por lo que no entendía el mensaje -. Sabes que así lo haré.
- Eso espero.
- ¿No te quedas a la boda?
- No - repuso Maya cabizbaja -. No debo estar aquí - al decir esto, se fue.
Gonzalo observó a aquella chica marcharse, mientras meditaba. Pensaba en Yolanda, en la fiesta. Aquello no debió pasar, pero poco importaba ya. En pocas horas él y Karina serían marido y mujer, y él le sería fiel hasta la muerte. O al menos eso se prometió otra vez.
Al parecer ya puedo publicar de nuevo en el foro. Esta vez trataré de comportarme para no ser baneado.
Les dejo este relato, el cual es paralelo al relato "Rosa Negra" (http://ba-k.com/showthread.php?t=2049278). Al igual que con el otro, tuve que publicar un final alternativo para que estuviera más acorde con éste. El final original lo pueden leer aquí: bitacora-erotica.blogspot.com.
Hasta luego.
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Los preparativos para la boda ya casi estaban terminados. Faltaban sólo dos semanas, y todos los nervios y dudas que Gonzalo pudiera tener respecto a ese momento tan importante debían disiparse. Por suerte, su momento de relajación vino de forma oportuna, pues sus amigos habían decidido organizarle una "pequeña" despedida de soltero con el fin de que su mente descanse y de que se dé la oportunidad de "echar la última cana al aire".
Y es que Gonzalo tuvo una juventud bastante agitada en el sentido sexual. Era el típico adolescente "genial", que solía ser extrovertido, sacaba a las chicas a bailar, les ofrecía un trago en las fiestas y, si alguna quería, simplenmente se acostaba con ella. Por supuesto, su popularidad no sólo se debía a su personalidad, sino al físico que desarrollara: si alguno de sus antiguos compañeros lo viera, sabría que todo el ejercicio al que se sometía tuvo sus recompensas. Gonzalo se había vuelto un hombre fornido y atractivo, con un rostro digno de cualquier galán de telenovela, una mirada seductora, un pecho fuerte y grande que invitaba a las damas a recostarse en él, y una espalda amplia y bien definida. Su esbelto abdomen marcaba un fino lavadero. Sus piernas también reflejaban fuerza, ya que eran muy musculosas. Lo dicho: Gonzalo era un hombre alto y bien parecido; por eso no era de extrañar que casi todas las chicas lo notaran de inmediato.
Durante la universidad Gonzalo conoció a Yolanda. Aquí comenzó su primer gran cambio en la vida: el de la liberación de su sexualidad. Yolanda era, por así decirlo, la mujer perfecta para Gonzalo: alta y voluptuosa, tenía un cabello corto y coqueto que dejaba ver un rostro atractivo, decorado por unos ojos enormes y hermosos, una nariz respingada y unos labios carnosos y suaves como su piel. Sus frondosos senos, su cintura delineada y estrecha y sus caderas grandes le daban un aire de sensualidad inmenso. Además, Yolanda solía usar pantalones de mezclilla y blusas ajustadas, resaltando aún más su deliciosa anatomía.
En estos tres años de relación, Gonzalo y Yolanda hicieron prácticamente de todo. La personalidad de ella era muy afín a la de él, por lo que no es de extrañar que su vida sexual fuera bastante activa. Incluso tenían algunas prácticas sexuales poco comunes como el sexo en grupo. Todo esto ya que Yolanda sabía moverse en ciertos círculos que Gonzalo sabía que existían, pero que no se atrevía a experimentar. Aprendió de Yolanda, y mucho. Y todo lo aprendido lo sabía aplicar. Yolanda era testigo.
Por supuesto, una relación como esa no podía durar para siempre. Yolanda se marchó a otra ciudad, dejando a Gonzalo solo y acomplejado. Durante un año estuvo metido en sus propios pensamientos, autocompadeciéndose, hasta que se dio el segundo gran cambio en su vida: el de la estabilidad emocional. En aquel entonces Gonzalo conoció a Karina, quien se convertiría en el amor de su vida y, en dos semanas más, en su esposa. Hacía ya casi 4 años de eso, y Gonzalo nunca se había sentido más feliz, ... y confundido. Confundido porque Karina no era la clase de mujer con la que se pensaba que Gonzalo acabaría. Karina era, en resumen, una chica seria. Eso le ayudó a Gonzalo a madurar y a centrarse.
Volviendo a la fiesta, Gonzalo estaba bastante tranquilo. No se preocupaba por Karina, pues ella tenía una reunión con algunas amigas. A pesar de todo el alcohol que había, de todas las edecanes que se paseaban semidesnudas ofreciendo bebidas a los invitados y de todo el ambiente de música y baile, Gonzalo estaba pensando en Karina. En cómo pasó de ser un auténtico gigoló a convertirse en un hombre fiel por ella. De alguna manera, él se lo había propuesto, y no iba a defraudarla, ni a ella, ni a sí mismo.
Pensaba en Karina, en lo que pudiera estar haciendo en aquella reunión, en todas las felicitaciones de sus amigas. Él veía un florero con esas extrañas flores de papel que su amiga Maya hacía tan bien, mientras todas alrededor hablaban de cosas de mujeres. La despedida de soltero era para él, pero él no estaba allí. Su mente estaba al lado de su amada. Por ello no se percató de inmediato en una voz tan familiar que, aunque con tiempo, lo hizo volver de su trance.
- Hola Gonzalo, buena fiesta, ¿cómo has estado?
- ¿Eh? - Preguntó Gonzalo, aún perdido en su psique.
- ¿Qué, ya te casas y te olvidas de mí, bobo?
Gonzalo poco a poco recapacitó. Estaba en la fiesta que sus amigos le hicieron. La chica que estaba frente a él, hablándole, no era Karina. Era más grande, mucho más grande. Y quizá más hermosa.
- ¿Yolanda?
- ¡Oye, ya te olvidaste de mí! - dijo la chica entre risas.
- No, no es eso Yolanda, es sólo que estoy pensando.
- ¿Ah, sí? ¿En qué pensabas?
- Este... No, en nada - agregó Gonzalo. No quería que ella supiera que pensaba en Karina, aunque Gonzalo nunca supo por qué.
- Bueno, no importa. Dime, ¿te diviertes?
- Sí, un poco.
- Vamos, si todo esto te gustaba - le dijo Yolanda, guiñándole un ojo.
- Es sólo que las cosas han cambiado bastante desde que te fuiste.
- Supongo que sí. Pero vamos a sentarnos, tengo mucho que contarte, y supongo que tú también tienes mucho - dijo Yolanda mientras jalaba a Gonzalo hacia una pequeña mesa vacía para dos -. Para empezar, ¿cómo que te casas? Nunca te imaginé casado, ni siquiera conmigo.
- Es complicado - dijo Gonzalo, volviendo más a la realidad -. Además, nunca me vi casado contigo. No hubieras aceptado - después de esto, Gonzalo soltó una risa leve. Yolanda le respondió con el mismo gesto.
- No sabes lo que hubiera aceptado - dijo la chica.
Una mesera con un bikini negro y corto les ofreció dos cocteles. Ambos comenzaron a beber.
En sólo unos minutos Gonzalo y Yolanda comenzaron a hablar como en los viejos tiempos. Yolanda le comentó a él sobre sus planes a futuro y su trabajo en su nuevo hogar. No tenía pareja, pues ella aún no se consideraba lista para sentar cabeza; mientras, la mujer iba y venía por la vida practicando el sexo libre. Gonzalo le platicó a Yolanda cómo es que conoció a Karina, todas las vivencias que pasó con ella (unas muy buenas, otras malas), y cómo es que llegaron a comprometerse. Un tema espinoso que Gonzalo tocó fue el de la separación entre él y Yolanda.
- Créeme que no fue fácil para mí - dijo la chica, mientras un rostro de nostalgia mezclado con tristeza se dejó ver -. Mis padres necesitaban ayuda por allá y no podía negarme. Además, también me siento mal por eso.
- Sí, pero te fuiste sin siquiera despedirte. ¿Cómo crees que me sentí por eso?
- Oye, nuestra relación era muy intensa, lo sé, pero no creo que me hubiera visto junto a tí toda mi vida. Tú lo dijiste.
- No lo sabes - dijo Gonzalo un poco irritado -, y francamente nunca lo sabrás.
- Vaya, sí que has cambiado - dijo Yolanda con un gesto de desconcierto -. Antes estas cosas no te afectaban tanto.
- Ya te dije Yolanda, las personas cambian.
- Sólo algunas. Otras no.
- Sí, otras no - dijo Gonzalo para terminar con la discusión.
- Y dime, ¿echas de menos los viejos tiempos? - preguntó Yolanda cambiando de tema, esperando que Gonzalo se animase más.
- Creo que sí - dijo él tras pensar un rato, luego de un suspiro -. Pero no puedo...
- ¿Por qué no? Hoy es tu día.
- Lo siento, me hice una promesa a mí mismo. Por Karina decidí cambiar, y no voy a echarme para atrás.
- Vamos Gonzalo, ¿qué tanto es tantito? Además, velo como una forma de terminar bien lo nuestro. ¿Qué me dices?
- Yolanda, no creo que con eso tú...
Gonzalo no terminó su frase. Los labios de la chica se posaron sobre los de él, impidiéndole acabar. El instinto es traicionero, y Gonzalo, lejos de detenerse, continuó con ese beso, el cual se tornaba cada vez más apasionado y jugoso. Poco a poco, sus lenguas iban entrelazándose, y los cuerpos comenzaron a juntarse más. Sólo el pequeño mueble servía como una especie de barrera, barrera que pronto desaparecería cuando Yolanda sugirió ir a un sitio más privado. Gonzalo la siguió con un sólo pensamiento en la cabeza: "Hazlo sólo hoy, sólo esta vez, y lo dejas para siempre."
Al llegar a un pequeño cuarto vacío, en cuestión de segundos la ropa de ambos voló por los aires, y los turgentes pechos de la chica eran masajeados por las manos grandes de él. La sesión de besos continuaba, pero ambos amantes recorrían sus cuerpos con un frenesí insospechado. Era como si ambos estuvieran esperando sólo eso después de no verse por tanto tiempo. Eventualmente las manos de Yolanda se posaron en la enhiesta verga de él, y comenzaron a estimularla de la manera magistral con que siempre lo hizo. Gonzalo no se quedó atrás y llevó una mano hasta la entrepierna de ella, la cual estaba caliente y mojada, mientras que la otra hacía lo suyo con los senos.
Una vez más, sin saber cómo, los dos acabaron en la cama. Él, recostado boca arriba, ella, sobre él, lamiendo el fierro como si de una paleta de miel se tratase. Él, por su parte, degustaba los néctares que emanaban de la vagina de la chica. Todo estuvo en juego: Gonzalo recorría los labios de ella con sus dedos y besaba y succionaba levemente el clítoris; Yolanda masajeaba suavemente los testículos mientras su lengua mimaba el glande de su hombre. Mientras él metía dos dedos en la vagina sin soltar ese botón de placer, ella, tratando de engullir completo el miembro de él hasta la garganta, estudiaba la reacción de él al pasar las yemas de sus dedos sobre el ano, una sensación que Gonzalo encontró satisfactoria.
Luego de algunos minutos de maestría en el sexo oral, Yolanda se montó en la verga de Gonzalo. Estando de frente, los dos comenzaron a besarse. Yolanda cabalgaba como toda una amazona. La chica movía sus caderas de forma bastante sensual. Para él, era como coger con una odalisca mientras ella bailaba. Con sus fuertes brazos él la sujetó y la levantó. Gonzalo era lo bastante fuerte para hacerlo. El hombre recorrió toda la recámara sin dejar de penetrar a Yolanda, mientras ella, como podía, hacía círculos con su cadera. Era como si quisiera sentir por toda su vagina ese grueso tolete.
Acto seguido, ella se puso a cuatro puntos. Gonzalo había frotado su verga a lo largo de esa fina línea que divide las nalgas. Tenía pensado follarla por atrás, como muchas veces lo había hecho.
- Dime, ¿estás segura?
- Sí, párteme Gonzalo, ya no aguanto más - dijo la chica entre jadeos.
- Bien, lo haré despacio entonces.
Con sumo cuidado, él comenzó a meter su pene por aquella estrecha entrada. Yolanda, quien hasta ahora no había reprimido sus gemidos, tuvo que hacer una pausa para soportar. Y es que hacía mucho tiempo que no tenía sexo anal, por lo que debía volverse a acostumbrar a la sensación. En un minuto, Gonzalo ya estaba adentro por completo. Poco a poco comenzó a bombear, cada vez con más velocidad. No hacía falta que ella se lo pidiera; él sabía leer a las mujeres. Pronto llegaron al punto de la máxima velocidad. Los gritos de Yolanda eran más de placer, un placer tan intenso que la hizo alcanzar un orgasmo muy intenso en poco tiempo. La velocidad también fue propicia para que Gonzalo también llegara al clímax, descargándose, poco después que ella acabara, en el interior del ano de la chica. El gemido que ambos emitieron rebotó en toda la habitación. Por suerte había suficiente ruido exterior en la fiesta para que alguien notara lo que estaba pasando allá dentro.
Tras terminar, ambos estaban exhaustos. Como pudieron, se vistieron y salieron. Yolanda le sugirió a Gonzalo pasar juntos el resto de la noche, y así fue. Se contaron todo, incluso recordaron cosas que habían vivido juntos. Esta vez como amigos, sin ningún tinte de tipo sexual.
Los preparativos para la boda transcurrieron de lo más normal. El único problema quizá era Gonzalo, quien no paraba de pensar en lo que había pasado en aquella fiesta. Buscaba la manera de reprenderse por lo ocurrido. No había forma.
El día de la boda, él lucía un traje sastre que lo hacía ver sensual y poderoso. No era para menos: era su boda, uno de los días más importante de su vida. Iba dirigiéndose hacia el altar cuando vio que Maya salía del lugar donde se encontraba su novia. Iba de negro, llorando.
- ¿Estás bien? - preguntó Gonzalo consternado -. ¿Karina está bien?
- Sí, las dos estamos bien - dijo Maya, tratando de contenerse -. No es nada.
- Qué bueno que estén bien. Yo estoy nervioso.
- ¿Por qué no habrías de estarlo? Es tu boda.
- Lo sé.
- Por cierto, sé que engañaste a Karina - comentó Maya tras limpiar la mucosidad residual del llanto.
- ¿Qué dices? - dijo Gonzalo. Estaba pálido.
- En tu despedida, te acostaste con otra mujer estando comprometido con mi amiga.
- Estás loca, yo no hice eso - Gustavo actuó a la defensiva. ¿Cómo pudo saber lo que pasó en la fiesta? Claro, el no podía saber que Maya sólo estaba "disparando al aire".
- Por favor, me lo dijeron - agregó la negra tras ver la reacción de Gonzalo y disipar sus dudas -. Como quieras, no es mi problema. Sólo te pido que la cuides mucho, y que la ames tanto como yo.
- Yo, ... - Gonzalo se mostró confundido. Cierto es que Maya era amiga de Karina, por lo que no entendía el mensaje -. Sabes que así lo haré.
- Eso espero.
- ¿No te quedas a la boda?
- No - repuso Maya cabizbaja -. No debo estar aquí - al decir esto, se fue.
Gonzalo observó a aquella chica marcharse, mientras meditaba. Pensaba en Yolanda, en la fiesta. Aquello no debió pasar, pero poco importaba ya. En pocas horas él y Karina serían marido y mujer, y él le sería fiel hasta la muerte. O al menos eso se prometió otra vez.