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De versos a besos VI

vanellope

Becerro
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27 Nov 2012
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http://ba-k.com/showthread.php?t=3357572 Parte V

http://ba-k.com/showthread.php?t=3355311 Parte IV

http://ba-k.com/showthread.php?t=3351402 Parte III

http://ba-k.com/showthread.php?t=3349352 parte II

http://ba-k.com/showthread.php?t=3347003 parte I




Cuantas noches no imaginé sus besos, su voz, sus caricias. Cuantas veces no fantasee con tener una vida a su lado, una ida al cine, al parque. ¡Poder gritarle al mundo que estaba enamorada!

Pero debía ser discreta, y lo fui (aún lo soy).

Mi cariño se acrecentaba, y según lo hablado entre los dos, el enamoramiento de Damian hacia mí era irremediable.

Esas llamadas, los textos, relatos y las horas platicando en el chat eran completamente maravillosas. Risas, lágrimas incluso, compartir los miedos, los retos, los sueños, las ganas. Habíamos creado a distancia y sin conocernos un lazo irreversible. Una empatía envidiable.

Y así llegó otro relato más.

Estábamos hablando de lo mucho que nos gustaría encontrarnos, cuando Damian tuvo que irse.

Me quedé ahí, sentada frente al monitor imaginando cosas una vez más.
Mi mente volaba a mil por hora y entonces decidí hacerle el amor una vez más.

He aquí el relato:

“La noche está cálida, sientes calor porque lo hace.

Te duele la espalda, las piernas, los brazos. Tienes más de 8 horas en la oficina, te encuentras solo y fastidiado de tanta computadora. Pensar en mí te hace sonreír y crees que es lo único que vale la pena. Es una lástima que haya tenido que salir de improvisto, porque estás trabajando, fastidiado, de malas y sin leerme.

Tienes tantos pensamientos en la mente, quieres salir de ahí. Tu cama calientita te espera y en verdad ya fue demasiado trabajo por hoy.

Y entonces escuchas un ruido extraño y te levantas, no puede haber nadie en la oficina, porque todos se han ido a descansar ya, “todos menos yo” piensas en forma de fastidio.

Regresas a tu lugar en la silla y sigues viendo esa pantalla en donde se encuentra la foto de aquella mujer que ha sido la causa de tus más profundos deseos, no tienes mucho que hacer, porque el trabajo se hace solo en la máquina, así que dedicas tu tiempo a mirar a aquella mujer que te mira fijamente a través de la pantalla.

En la foto aparece mirándote, con esos ojos grandes, con las pestañas largas y un color negro difuminado; con la cabeza inclinada, los labios, que son carnosos, rojizos, pequeños, en forma de corazón, se encuentran entreabiertos. La toma de la foto te deja ver apenas el inicio de unos pechos redondos y voluptuosos atrapados en un brassiere de encaje negro. Su cabellera negra y ondulada cae juguetonamente a un lado de su cara; el espejo detrás de ella te permite ver el reflejo de su espalda lisa, para ti la imagen es dulcemente perfecta.

Y entonces te sientes invadido un momento, sientes una mirada profunda atravesándote el pecho, regresas la mirada a la computadora y te das cuenta que la mirada que te atraviesa no proviene de la luminosa pantalla. Entonces levantas la vista…

En la puerta se encuentra aquella mujer recargada con la cabeza hacia un lado, las piernas cruzadas y una sonrisa entre dulce y maliciosa.

Estoy en tu oficina.

Tienes que parpadear un par de veces, crees que el cansancio te está tendiendo una trampa, crees que soy producto de tu imaginación, de tu mente que ha trabajado tanto. Pero entonces te llega un golpe seco a la nariz, es un aroma dulce, cítrico, un olor profundo y delicioso.

Te quedas ahí, tus pies no te responden. Y entonces con una sonrisa entre coqueta y nerviosa te digo “Hola extraño”.

Quieres correr a mi lado, en verdad quieres, pero tus pies no te responden.

Entonces camino yo hacia ti. Mis movimientos son lentos, como los de un felino que asecha a su presa.

No puedes moverte, en verdad estás atónito.

Tu mirada me recorre de punta a punta y me provocas un escalofrío que me recorre toda la espalda.

Comienzas por mi cabello, perfectamente lacio que cae sobre mis hombros, sobre mi espalda. El maquillaje es fuerte pero no exagerado, los ojos están sombreados de negro, delineados perfectamente y con las pestañas negras, rizadas, espesas; lo que provoca que mis ojos se vean grandes, redondos, sensuales.

Bajas lentamente la mirada y te encuentras con una blusa de algodón blanco, es una blusa vaporosa, casi transparente, desabotonada hasta la línea donde comienza la separación de aquellos pechos redondos, firmes, que deja entre ver un brassiere de encaje que los aprisionan.

Al bajar más la mirada (sintiendo que no puede más) te encuentras con una falda negra, que va suelta, no justa, que vuela coquetamente por encima de un par de piernas perfectamente forradas por unas medias de red negras, terminando con unos zapatos de tacón del mismo color.

Y sigues ahí parado, sin poder moverte. Ninguno de los dos habla, lo único que se escucha son los latidos del corazón, que suenan al unísono, llevando un compás perfecto. Y yo sigo avanzando (y las piernas me tiemblan, aunque no sé si lo notes).

“Liz, ¿Qué haces… cómo lo… hiciste? “

Sonrío y solo atino a decir “Una mujer sabe arreglárselas”.

Al escuchar mi voz sales de tu ensimismamiento y te decides a avanzar un poco, firme, galante, cuidando de que no note tu ansiedad de tenerme entre tus brazos.

Entonces en mí torpeza debido a los nervios que me invaden tropiezo de una manera boba, y cuando estoy a punto de caer corres a mi rescate y me envuelves con esos brazos fuertes, quedando nuestras caras a unos milímetros. Pero salvas el momento vergonzoso que acabo de pasar y sin dudarlo dos veces me arrancas el alma en un beso apasionado, lento, tierno, largo, húmedo, ansioso y anhelado.

Y yo no puedo resistirme, y no pongo fuerza alguna, me dejo caer en tus brazos, y exhalo un suspiro cuando tus labios se despegan de los míos.

Las manos nos tiemblan, el sudor se asoma, el aroma emana, el deseo se respira.

Entonces me levantas de un movimiento y me tomas de las manos, me miras fijamente, te hipnotizas, te pierdes en mis ojos.

Con una sonrisa maliciosa y nada inocente te digo al oído quedito “enséñame la sala de juntas”.

Automáticamente me estrechas aún más fuerte entre tus brazos y me dices con firmeza “Liz, no sabes cuánto te esperé”.

Y de la mano me conduces a ese lugar que ha sido el escenario de tus fantasías más profundas.

Me dejas pasar por delante y ves mis caderas contonearse en una forma lenta, sensual, discreta.

Entramos al lugar y cierras la puerta, le pones seguro, a pesar de que estamos solos no quieres que ni el tiempo nos moleste.

No sabes cómo llegué ahí pero no te importa. Lo único que sientes ahora es esa urgencia de arrancarme la ropa y hacerme tuya.

Cuando estas pensando en eso, yo ya me he abalanzado a tus brazos y le regalo pequeños besos húmedos a tus labios, y tu solo puedes suspirar.

Entonces, con una fuerza inexplicable te doy la vuelta y te recargo sobre “la mesa de juntas”, esa mesa donde tantas veces has estado en una junta, con la mirada perdida y tu pensamiento posado sobre mis deseos.

Las cosas están sucediendo tan rápido que no tienes tiempo de pensar.

Cuando te das cuenta de esto, yo ya estoy sentada en una silla que he acercado frente a ti.

Tomo con mis manos tu espalda, te acaricio la espalda baja, le doy un apretón a tus firmes nalgas.

Juguetonamente desabrocho tu pantalón con los dientes, y tú sientes que no puedes más.

Me muerdo los labios de vez en cuando, no sé cómo he podido ser tan atrevida de venir hasta aquí e interrumpir tu calma y ¡tu trabajo!

Entonces bajo lentamente tu pantalón, encontrándome una trusa que me arranca una sonrisa.

Pero no importa, sigo bajando tus pantalones, y en un movimiento rápido y ágil me deshago de tu ropa interior. Me encuentro entonces con tu miembro, firme, palpitante, esperando ser acariciado por mis suaves manos, ser saboreado por mis labios.

Te recargas aún más sobre la mesa porque crees que tus piernas te traicionarán y podrías caer como resultado de las
sensaciones que te causan mis manos, mi olor.

Así, sentada en aquella silla frente a ti, puedes bajar la mirada y encontrarte con mi cara, y con ese escote que está causando estragos en ti.

Y entonces comienza a ocurrir lo que tanto has esperado. Así, vestida, con tan solo un escote pronunciado y sentada en aquella silla, comienzo a besarte el vientre, y sin necesidad de pedírtelo te deshaces de aquella camisa que te quema, te estorba… Eso me hace sentir un poder inmenso, el hecho de yo tener el control, de yo estar vestida y tenerte ahí, vulnerable, desnudo y ansioso.

Entonces tomo tu virilidad entre mis manos, la acaricio, la admiro. Siento como tu sexo crece entre mis manos, y decido rozar mis mejillas con esa parte tan íntima, y puedes sentir en tu miembro el calor de mi rostro, y el rubor que hay en ellas.

Poco a poco, acaricio mi cara con tu miembro hasta llegar a mi boca, donde comienzo a rozarlo con tan solo mis labios, sin abrirlos. Ese roce se convierte en pequeños besitos húmedos y cortos que envuelven todo tu ser, subiendo por tu firmeza, besando tu vientre, hasta volver a llegar a la punta de él.

Tus sonidos de hombre me encienden, no son gemidos, más bien son respiraciones fuertes, constantes, y eso provoca que se me erice la piel y se humedezca ese rincón de mi ser que esta aprisionado bajo aquella falda que envuelve mi cintura.

“Liz, mi Liz, arráncame la vida por favor”. Eso me hace reaccionar y mis labios se abren lentamente para recibirte dentro de mi boca.

En ese mismo instante sientes a mis labios envolviendo tu ser, la calidez de mi lengua, la viscosidad de mi saliva, la profundidad de mi garganta.

Y comienzo a succionar cada rincón de tu virilidad, subiendo, bajando, entrando y saliendo. Mis movimientos son constantes, suaves, firmes. Y tomas mi cabello entre tus manos, y jugueteas con él, lo enredas entres tus dedos, y das pequeños tirones que no duelen, pero controlan.

Bajas la mirada y te encuentras con mis ojos viéndote fijamente, mientras observas como tu miembro entra y sale de mi boca húmeda, y sientes mis manos suaves recorriendo tus muslos, tus nalgas, tu entrepierna entera.

Echas la cabeza hacia atrás y dejas escapar un suspiro digno de los dioses, y entonces cuando estoy lista para recibir tu cálido semen en mi garganta, me alejas de aquella fuente de vida y me levantas delicadamente tomándome por las axilas.

Entonces me recuestas delicadamente sobre la sala de juntas, y te sonrojas al notar que tú estás desnudo y yo llevo toda mi ropa puesta.

Te paras frente a mí, que me encuentro recargada sobre mis codos, y me tomas una pierna, para desabrochar uno de mis tacones. Recargas mi pie sobre tu hombro y sientes con las mejillas la textura de aquellas medias de red. Me das un beso en el tobillo y eso me hace sonreír.

Después te deshaces del otro tacón, acariciando mis piernas y provocando que emita un sonido mezcla de un gemido con un suspiro.

Poco a poco deslizas esas medias hasta quitármelas completamente. Mis piernas desnudas destellan debajo de aquella falda que apenas alcanza a cubrir mis muslos debido a la posición en la que me encuentro.
Besas mis pies desesperadamente, aspiras el aroma de mis piernas, rozando con la punta de tu nariz cada centímetro de aquellas piernas que se encuentran temblorosas. Poco a poco subes mi falda y aspiras ese aroma que tantas noches has imaginado.

Con mucha premura, sin ser violento, pero tampoco tierno, me bajas la ropa interior, dejando mi sexo solo cubierto por la falda.

Entonces me siento y me abres la blusa de un solo golpe, provocando que dos botones salgan volando por debajo de la mesa.

Entonces mis pechos saltan, ansiosos, y me desabrochas el brassiere, sin quitarme la blusa. La idea de tenerme semidesnuda te vuelve loco.

Puedes ver mis pechos semicubiertos por aquella blusa tan transparente, dejando entre ver un par de pezones pequeños, tintineantes, rígidos y sensibles. Aquel lunarcito en el pecho derecho parece haberse posado ahí como una marca personal de sensualidad que me caracteriza.

Sentada y con la falda arremangada, te acercas a mí, aspiras mi aroma, me besas el cuello y los labios, me susurras al oído “te deseo Liz” y me haces derretir con tu voz.

Entonces besas mi cuello, muerdes mi oreja, y bajas lentamente hasta llegar a mis pechos, abres un poco la blusa sin quitármela, y comienzas a besar uno de mis pechos, mientras con la otra mano acaricias mi otro pezón.

Al encontrarse tu lengua con esa cúspide pequeña y café posada sobre mí pecho mi cuerpo se estremece, besas poco a poco ese pequeño pezón, lo acaricias con tu lengua, lo muerdes muy despacito, y cuando te levantas a besar mis labios, te das cuenta que de alguna manera mágica, nuestros sexos se encuentran muy cerquita, provocando un roce entre nuestros puntos máximos de placer.

Sin pensarlo dos veces te sientas tú sobre esa silla, dejándome acostada con las piernas abiertas y la falda y la blusa aún puestas. Aspiras el aroma de mi sexo e instintivamente lo besas como si fuera mi boca, es un beso rápido y fugaz.

Entonces con la puntita de la lengua, acaricias mis labios vaginales, subiendo y bajando, hasta encontrar ese pequeño punto que se encuentra húmedo, hinchado, vibrante y ansioso, y entonces arremetes contra él con tu lengua.

Lames mi clítoris como si fuera un dulce que fuera a deshacerse con cada movimiento de tu lengua. Y yo siento que me estremezco, que vuelo... Comienzo a gemir lo más discretamente posible. Y mientras lames ese dulce punto de deseo, introduces un par de dedos a esa cavidad húmeda (demasiado húmeda) que pide a gritos sentirte dentro.

Pero no paras, sigues besando y lamiendo mi sexo, y no te importa nada. Sientes el temblor de mis piernas, miras como se arquea mi espalda, escuchas mis pequeños gritos, pero aún así no paras.

“Damian, amor, si sigues voy a llegar en cualquier momento”.

Y despegas tu lengua solo un momento de mi sexo para decir “Eso mismo quiero Liz”.

Entonces no puedo más, y siento ese éxtasis invadiéndome toda.

Mis piernas se tensan, los músculos de todo mi cuerpo se contraen, mi espalda se arquea, y mis labios dejan escapar un grito “¡ya!” mientras de mi ser emanan las más dulces mieles teniendo tu lengua bien clavada dentro de mí, y bebes aquella miel como si fuera el antídoto a un veneno mortal que pueda salvarte la vida.

Pero no estás satisfecho, me lo advertiste. Me dijiste que me harías el amor hasta desgastarnos.

Y te levantas de aquella silla, y sin darme oportunidad de reponerme al orgasmo que acabo de sentir, me jalas hacía ti, y con la falda aún puesta me penetras con tanta dulzura y tanta ansiedad que siento que el alma se me va a salir del cuerpo.

Tus movimientos son firmes, fuertes y en ocasiones violentos, pero no lastiman. Y cuando estas penetrándome de aquella manera tan dulcemente atroz, me quitas la blusa, dejando solo mi cuerpo cubierto por la falda, que ahora más bien parece un cinturón. Levantas mis piernas a la altura de tu cara, y cuando miras hacia abajo, puedes ver perfectamente la escena, puedes ver tu miembro introduciéndose en mí, una y otra vez, como sale de aquella cueva humedecido de mis mieles. Puedes ver cómo me atraviesas dulcemente una y otra vez.

Quieres besarme pero la posición no te lo permite, así que te despegas de mi lado y me levantas de aquella mesa.

Entonces me besas, y mientras lo haces, yo te siento sobre aquella silla que ha sido testigo de tan sensual escena. Te sientas con las piernas abiertas y entonces yo me siento sobre ti.

Tienes mis pechos a la altura de tu cara, y los besas desesperadamente, mientras yo te envuelvo con mi encanto de mujer. Te abrazo con las piernas, y con los brazos, y me echo hacia atrás para que tengas alcance a mis pechos con tus labios mientras me penetras totalmente.

Y me jalas hacia ti una vez más, me besas los labios, con ternura, con pasión, con lujuria, con ansias locas.
Y nuestros movimientos son perfectos. Subo, bajo, entras, sales, vas y vengo.

Y así jugamos un largo rato, nuestros cuerpos sudan, resbalan. Nuestros aromas se combinan en un delicioso perfume impregnado de pasión, de deseo, de cariño, de todo y de nada.

Cuando nos hemos cansado de tan dulce posición, te levantas, y me paras frente a ti, dándote la espalda y puedes verla en su totalidad, empapada, con mis cabellos que caen (ahora húmedos por el sudor).

Me abrazas por detrás, quedando tus manos a la altura de mis pechos, acariciándolos lentamente y provocando que acerque mi cuello a tus labios para que inhales mi aroma. Me besas el cuello, me acaricias el vientre y comienzas a acariciar mi sexo con tus dedos traviesos. Desabrochas mi falda que cae al piso deslizándose por mis piernas.
Comienzo a sentir esa descarga eléctrica una vez más y entonces sin avisarme me inclinas hacia delante, recargando mis brazos sobre aquella mesa y descubriendo totalmente mi espalda, mis nalgas, mi ano y mi sexo frente a ti. Solo para ti.

Me acaricias la espalda tiernamente, me tomas del cabello de una manera firme pero dulce y me penetras nuevamente, teniendo de nuevo la escena frente a tus ojos. Me das una nalgada juguetona que me produce una risita nerviosa.

Sigues penetrándome mientras los gemidos (que ahora más bien son pequeños grititos) hacen eco por toda la sala de juntas.

Entonces te inclinas sobre mí, quedando tu pecho pegado a mi espalda, y bajas una mano a mi sexo, tocando mi clítoris suavemente, propinándole caricias en forma circular con tus dedos.

Te das cuenta de mi excitación total y en un atrevimiento que ni tú mismo te explicas retiras tu miembro de mi vagina y lo introduces lentamente en mi ano, sin dejar de acariciar ese punto máximo de placer que me va a hacer reventar.

La primera reacción al sentirme penetrada por aquel rincón tan prohibido es un pequeño grito de dolor, pero conforme mi cuerpo se acostumbra al grosor de tu miembro, ese dolor se convierte en un placer inmenso que me hace sentir explotar.

Me penetras mientras sigues ocupándote de mi sexo, lo que distrae a mi cuerpo para no sentir dolor.

El orgasmo está a punto de llegar, puedo sentirlo cerca.

Es entonces cuando te acercas a mi oído y me dices “Amor, me voy a venir”, lo que provoca en mi ese dulce éxtasis que hemos estado esperando toda la noche.

Sientes que vas a partirte por la mitad, y con un dulce suspiro descargas toda tu energía sexual dentro de mí, y yo siento ese cálido chorro invadiendo mis entrañas, al mismo tiempo que mis piernas falsean, estoy a punto de desvanecerme, las piernas se tensan, tiemblan.

Me matas, me aniquilas, me elevas, nos vamos, ¡nos venimos!

Y entonces sales de mí, y puedes ver como escurren nuestras mieles de mi rincón más oscuro. Yo me dejo caer sobre la mesa porque en verdad estoy agotada, sudorosa y temblorosa.

Te recargas sobre mí y me abrazas, y me aspiras, y me besas la espalda. Me das la vuelta y me besas en los labios.

Al ver el reloj notamos que pasa de la media noche… ¡Nos van a matar en nuestras casas!

Te pones los pantalones y la camisa, pero me acerco a ti y me dejas abotonarla.

Me pones la ropa interior con mucha dulzura, y aspiras mi aroma que ahora huele a ti. Me subes las medias, me pones la falda, el brassiere y la blusa. Te ríes al notar que le faltan dos botones (que no encontramos) y me ofreces tu saco para que pueda salir de tu oficina.

Me arreglas un poco el cabello, y me besas la frente.

Apagamos las luces, ordenamos un poco y rezamos porque nadie note ese olor a sensualidad al otro día por la mañana.

Me acompañas a tomar un taxi y me abres la puerta del auto. Me besas los labios una vez más mientras me dices “hasta pronto vida mía”.

Sonrió y me alejo en aquel auto que se lleva la mitad de ti en mí.

Por la mañana, al llegar a tu trabajo no puedes evitar una sorpresa al encontrar en tu escritorio dos botones blancos.

Jamás podrás olvidar lo que sucedió aquella noche, porque ahora llevas tatuados mis besos en los labios, mis caricias en la piel y mi amor en el alma….”
 
No me queda más que admirar y agradecer la perfección de tu relato Amiga, esos detalles que hacen que uno viva la situación, las escenas, todo!, pero como tu dijiste, las he vivido como espectador, contemplandolos a ustedes haciendo el amor, entregandose en cuerpo y alma. Un beso y que estes bien.
 
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