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http://ba-k.com/showthread.php?t=3351402 Parte III
http://ba-k.com/showthread.php?t=3349352 parte II
http://ba-k.com/showthread.php?t=3347003 parte I
Era una complicidad que no se da en toda la gente. Era una sincronía que muchas parejas no logran en años. Y con solo hablarnos, con solo letras. Y pasaba mis días pensando en cómo sería ese encuentro. Pero bueno, les comparto cual fue mi contestación a ese relato que me movió tantas cosas, que me provoco contarle “mi versión” a sus bellas letras que me acariciaban.
“Amor, como me encanta llamarte así: AMOR.
No tengo palabras para describir el calor que siento en mi corazón, en mi cuerpo, en todo mí ser. Tus palabras han sido cálidas caricias arremetiendo sobre mi corazón, sobre mi alma, sobre mi cuerpo incluso.
Eres un artista, un poeta, un pintor que ha dibujado mi mejor sonrisa...
¿Sabes? He leído tantas veces tus líneas que creo que ya me las sé de memoria. Y lo mejor de todo, es que al leer el relato, mi corazón corregía automáticamente el nombre Damian por tu nombre real, porque es a ti (…) a quien quiero. Damian fue solo la máscara que me acerco a ti, pero eres tu amor mío quien me ha enamorado.
Me has hechizado, me has hipnotizado, me has embrujado…
Imagino cada detalle, e impresionantemente sentí cada caricia sobre mi cuerpo sin necesidad de ser tocada. Como pude aspirar tú aroma aún sin conocerlo. Como has provocado este cariño tan grande en mí aún sin conocer tu rostro.
No tengo palabras para describirte el hueco que siento en el estómago, para que entiendas el calor que siento en el corazón, la excitación que mi cuerpo atraviesa. No tengo idea de cómo lo lograste, con tan solo letras y un par de semanas de haber entrado en mi vida, pero me haces sentir AMADA.
Pero no quiero saber la respuesta, no quiero saber cómo has logrado hechizarme, enamorarme, hacerme sentir cosas que (hoy me atrevo a decir) jamás había sentido, sensaciones y emociones que son nuevas para mí.
Te has convertido en el dueño de mis suspiros, de mis besos, de mis caricias, en mi primer y último pensamiento del día, en el dueño de mis fantasías.
Gracias amor, por haberle regresado a mi vida esa chispa. Por hacerme sentir MUJER en toda la extensión de la palabra.
Voy a contarte mi versión a tu relato, que para mí es perfecto. No es que lo esté modificando, solo imagina que por primera vez (o por lo menos no conozco nadie que haya logrado esto) vamos a tener ambas versiones, es como si hicieras el amor con alguien y ese alguien te dijera a cada segundo lo que pasa por su mente y su corazón.
***
Mientras me subo al auto me pregunto qué hago aquí, tengo a alguien esperando en una mesa, acabo de dejar al hombre con quien he compartido mi vida desconcertado y seguramente fúrico por haberme escapado de tal forma. No sé en qué momento decidí subirme al auto con ese "desconocido" que tan bien conozco, en qué momento me deje llevar por mis emociones al sentir aquel beso fugaz y me encamine a perderme en lo que mi cabeza me prohíbe, pero mi corazón me reclama a gritos.
Tengo un hueco en el estómago, provocado por la emoción, el miedo, la angustia, por la incertidumbre de no saber qué pasará (aunque bien lo sé, mi cabeza aún no lo asimila).
Aquel hombre que ha sido el dueño de mis suspiros, de mis fantasías, de mis sueños reprimidos está conduciendo aquel auto, y me pregunta si todo está bien. “Por supuesto que no lo está” pienso yo y sonrío. Pero siempre me he caracterizado por dejarme llevar por mis emociones y mis deseos, y esta vez no es la excepción. Así que aunque esto parezca una locura, me encuentro aquí, en este auto, idiotizada por esa voz que tantas veces me ha arrancado la mejor de mis sonrisas.
Mis manos sudan, las piernas me tiemblan y siento un escalofrío que me recorre la médula.
Pero, extrañamente, aunque siento miedo, me siento tan en paz, tan segura y tan protegida que no lo puedo creer.
Siento un hormigueo por todo mi ser, me siento atrapada, hipnotizada.
En ese mismo instante no importa nada, no hay tiempo ni espacios, no me importa haber huido de aquel lugar, no me importa que sea un “desconocido”, no me importa nada, porque me siento más segura que nunca a su lado.
Ese beso fugaz que acabo de recibir, me ha dejado un cosquilleo en los labios, una calidez que no tiene comparación.
El hombre a mi lado emana una paz absoluta, y su sonrisa me ha seducido desde el momento en que la vi, cuando estaba recargado en aquel auto que ahora conduce, esperando mi llegada, y con esa sonrisa que me provocó un sobresalto al corazón.
De repente estacionas el automóvil un momento y me dices que si digo NO nos iremos de aquel lugar que nos espera, y entonces entiendo a que te refieres. Pero, ¿Cómo podría decir que no a aquel hombre que he estado esperando? ¿Cómo negarme a por fin deleitarme con eso que ha sido motivo de mis desvelos?
Entonces entramos al lugar. No me siento mal, no veo nada de malo en un lugar como éste. El corazón se acelera, tengo miedo a que los latidos sean tan fuertes que puedas notarlo y te burles de mi nerviosismo, o pienses que no soy tan “cabrona” como pensabas.
Cuando nos encontramos dentro de aquel garaje, te atreves a robarme un beso, ansioso, apasionado, tan esperado…
Y tus besos me saben a gloria, me matan, me envenenan, me encienden y logran que el corazón casi se salga de mi pecho.
Te bajas del auto, y al quererme abrir la puerta yo ya he salido de un salto, porque no puedo esperar más, tengo ganas de poder abrazarte y seguir llenándome de tus besos, sentir tus manos firmes tocarme la cara, fundirme en un abrazo.
Me cedes el paso para poder subir las escaleras, y me encanta tu galantería, tu manera de querer mirarme sin sentirme acosada, sintiendo que tus ojos se mueven al compás de mis caderas mientras subo uno a uno los escalones de aquella habitación.
Tus ojos recorren cada parte de mi ser, me abrazan con cada parpadeo, me acabas de desnudar con la mirada, y no solo el cuerpo, el alma entera, porque al mirarte en mis ojos no he sido capaz de ocultar lo que siento. Me siento invadida, pero lo único que mis ojos pudieron contestar fue un cálido: “bienvenido”.
Estando en la habitación me sorprendo. El olor de las rosas que adornar la recámara junto con tu aroma y el mío hacen una combinación perfecta. Es como si por primera vez en la historia humana, la pasión, el cariño, la sensualidad, la sexualidad, el pecado y el deseo se hubiesen concentrado en un aroma, como si apenas hubiéramos abierto una botellita del más delicioso perfume jamás creado. Ese aroma me adormece, me relaja, causándome un sopor como si acabara de probar licor de ajenjo.
Cuando volteo la mirada me doy cuenta que hay una botella de vino tinto (que es mi favorito) enfriándose en una hielerita. Pero no quiero probarlo, aún no. Quiero que este momento sea natural, sin ningún estupefaciente de por medio. No quiero ni siquiera que una copa de vino tinto nuble este momento mágico que me tiene con el alma en un hilo.
Y entonces me abrazas por detrás y posas tus manos sobre mi vientre, y en un suspiro digo tu nombre: (…), mientras posas tus labios sobre mi cuello, como lo hacen las mariposas al polinizar las flores, tu beso es tan dulce, tan suave, que mi cuerpo se estremece todo.
Me doy la vuelta para besarte y me llevo una sorpresa al descubrir que de manera hábil y mágica te has despojado de la camisa, y eso me sorprende y me arranca una sonrisa. Entonces tomas mis manos temblorosas y las llevas a tu pecho, me pides que sienta tu corazón. El contacto con tu pecho firme me produce una sensación inexplicable. Entonces es cuando siento algo que me sorprende aún más… los latidos de tu corazón van al compás de los míos, en una sincronía perfecta. -“Te quiero Liz”- esas tres palabras han bastado para que mi corazón de un vuelco.
Me miras a los ojos, me miras fijamente y parece que en ellos vieras todo dentro de mí, me siento desnuda (aunque aún tengo la ropa puesta) me siento vulnerable, siento que ahora conoces todo de mi.
Nos fundimos en un abrazo mientras me besas apasionadamente y yo no puedo rechazar esos besos que me saben a miel. Es un beso cálido, lento, que va tomando velocidad, volviéndose intempestivo. Pareciera que quisiéramos aspirar nuestras almas por medio de la boca.
Me llenas de besitos húmedos sobre los labios, de vez en cuando te doy pequeñas mordidas en el labio inferior, que provocan en ti una excitación que no puedes ocultar.
Y entonces rompes tu promesa y tomas la iniciativa, y eso me encanta, porque ante ti soy capaz de volverme un poco sumisa (solo un poco) y te doy el poder de consumar en mí tus deseos más anhelados. No se hacia donde van tus manos, pero no me importa. Cada caricia me causa un escalofrío, una calidez absoluta. Me besas aún más, y sin despegar tus labios de los míos me conduces a ese lecho que está esperando ser invadido por las ganas locas de dos amantes que se entregan por primera vez.
Cuando estoy a punto de doblar las piernas para permitir que me recuestes sobre la cama, te hincas sobre una rodilla y yo bromeó diciéndote –“ya estas casado, pedir matrimonio dos veces no es válido”-. Sonríes a mi humor que se ríe de nuestra situación, porque te das cuenta que acepto el hecho de que eres prohibido, y que lo acepto, si no gustosa, lo acepto, porque… ¿Cómo perderme de un hombre como tú? Y entonces después de dedicarme esa sonrisa tuya que me derrite, comienzas a inhalar mi aroma, como si quisieras aspirarme de una sola inhalación, y mientras juego con tu cabello, siento un rubor en las mejillas que espero que no notes.
Cuando estoy preocupada por el rubor en mis mejillas (pensando que si te das cuenta pensarás que soy una niña) siento tus manos entre mis piernas. Si en algún momento mi mente me pidió detenerte, mi corazón y mi sexo gritaron: ¡déjalo! El deseo que siento por ti es igual o mayor al que sientes tu por mí. Me muero de ganas de sentirme tuya, solo de ti. Entonces al pasar las yemas de tus dedos por encima de mi ropa interior, me doy cuenta de la humedad que hay en mí. Y al sentir tus dedos juguetones sobre mi piel, no puedo evitar sentir que me voy a desvanecer en cualquier momento. Y entonces comienzas a desnudarme lentamente. Me despojas de aquellos tacones que cubren mis pies, me bajas los pantalones recorriendo mis piernas al bajarlos, sin dejar de tocarme ni un momento. Te acercas a aspirar una vez más ese aroma tan característico de mí y entonces me bajas la ropa interior con los dientes, mientras se me escapa una sonrisa producto de mi nerviosismo y de las cosquillas que tu barbilla produce en mis piernas. Y regresas al lugar anhelado, besando cada centímetro de lo que miras.
Recorres mis piernas con la lengua, provocando una sensación placentera, la combinación de la humedad y el calor que tu lengua dejan a su paso no tiene comparación. Cuando siento que no puedo más solo atino a decir “despacio mi amor, por favor” y entonces solo comienzas a recorrerme el cuerpo con la punta de la nariz, aspirando cada aroma emanado de mi cuerpo. Cuando llegas a mis labios me besas de nuevo, un beso dulce, suave, tierno pero firme, y una vez más no puedo evitar morder esos labios carnosos que me saben a gloria. Entonces comienzo a sentir un éxtasis maravilloso que me hace desvanecer, cayendo sobre la cama abruptamente y cayéndote tú sobre mi cuerpo. No podemos parar de besarnos, es un beso que acabas de tatuar en mis labios y en mi corazón, mientras tus manos recorren cada rincón de mí ser. Acaricias mis piernas de una manera ansiosa, como un niño abriendo sus regalos en navidad, y entonces me aferro a tu espalda, con movimientos firmes (pero que no causan dolor), arañándote lentamente para no hacerte daño ni dejar huella de lo que está sucediendo.
Estoy recostada boca arriba, y tú te encuentras a mi lado derecho, y me besas, ¡vaya que me besas! Haces que mi cuerpo responda a cada beso y a cada caricia. Me siento tuya completamente. Besas mi mejilla, pasas tu lengua por mi oído (donde muerdes tiernamente mi lóbulo) y besas mi mentón. Eso me hace sonreír.
Acaricias mi cuello y lo rodeas con tus manos, acercas tus labios y aspiras mi aroma, deslizando después la punta de tu lengua, que va desde mi oído hasta mis clavículas.
Entonces me incorporo y me despojo de la blusa, con una ansiedad y rapidez que pareciera que estuviera ardiendo entonces lentamente me abrazas y al llegar tus manos a mis espalda me despojas del brassiere con un movimiento ágil, rápido, que ni me doy cuenta en qué momento te deshiciste de él. Pasas tus manos por mis pechos y me recuesto nuevamente. Acaricias mis brazos y siento esa fuerza que ejerces sobre ellos para que no trate de escapar a tan deliciosos besos, a tan anheladas caricias. Ejerces una fuerza que me produce un escalofrío, porque no es una fuerza que lastima, pero increíblemente tus movimientos me hacen sentir dulcemente presa, sumisa.
Bajas lentamente tus labios a mi pecho, y colocas tu cara entre mis senos, esos senos que has imaginado ya tantas veces, que parece que los conoces bien. Aspiras el aroma que proviene de ellos, un aroma perfumado, dulce, cítrico, que va acompañado de mi aroma personal. Recargas tus mejillas sobre ellos y sientes esa textura suave que tienen debido a la delgadez de la piel. Abres tus labios y siento tu aliento tibio que se posa sobre ellos, siento tu lengua que deja un frío a su paso, y eso me hace sentir una descarga eléctrica por todo mi cuerpo.
Tomando ventaja de que estés tan ocupado aspirando mi aroma, libero una mano y comienzo a acariciar tu cabellera, haciendo movimientos circulares, delicados, dando pequeños tirones como reacción a las sensaciones que causas en mí. Entonces dulcemente liberas mi otra mano.
Comienzas a besar mis pechos, sonríes al notar aquel lunar (tan sexy) que se posa en mi pecho derecho, es una manchita café pequeña que está ahí, esperando tener una historia que contar. Entonces te diriges a mi lado izquierdo, besas poco a poco hasta llegar esa cumbre que se encuentra sensible, rígida, pequeña y ansiosa. Le regalas a mi pezón besos pequeñitos que me producen ternura, pasas tú lengua por ahí, haciéndome sentir estallar, me muerdes y eso me produce una sensación de placer inigualable, esos mordiscos son pequeños, dulces, excitantes; mientas que con la otra mano pasas un dedo por aquel lunar que parece que destella alegre de ser testigo de tan dulce momento, y acaricias mi pecho lentamente, sintiendo cómo reacciona mi cuerpo a cada caricia que le obsequias. Al sentir el roce de tus dedos con aquella parte tan sensible, abro los labios y dejo escapar un gemido provocando que tus besos sean más desesperados, y me lamas con mayor pasión, sin ser violento. Es cuando me doy cuenta que a pesar de mi papel de sumisión, tengo control sobre ti, porque actuarás a mis sonidos de mujer.
Poco a poco siento tu aliento por debajo de mis senos, llegando a mi ombligo, que en ese momento es penetrado por tu lengua, provocando una sensación de calidez y de cosquillas, lo que me provoca un suspiro. Sonríes, porque te divierte ver que ahora eres tu quien tiene el poder sobre mí.
Besas tiernamente mi vientre, lo que provoca que los músculos se contraigan, besas mis caderas y eso me produce más cosquillas (porque en verdad soy cosquilluda).
Damian, en ese momento me siento protegida, amada, deseada, siento que no existe nada en el mundo que no sea capaz de hacer por un beso de tu boca, me siento invencible. Me siento tuya, como si toda la vida te hubiera pertenecido, como si mi cuerpo hubiera estado todos estos años en espera de tus manos, de tus labios.
Comienzas a bajar despacio hasta llegar a mi sexo que se encuentra vibrante de tanta pasión, anhelando que seas tú quien lo toque, que sean tus labios los que lo besen. Y entonces flexiono las piernas en un movimiento tan suave que parece que estoy bailando. Y en ese momento te dejo ver lo más profundo de mí ser, abro ligeramente mis piernas para que puedas deleitarte con mi aroma, con la vista que tienes, y entonces me siento invadida por tus labios, por tu lengua. Siento tu aliento, tu saliva que me quema, y entonces encuentras mi punto máximo de excitación. Tus movimientos son constantes, firmes, mientras degustas aquella parte tan íntima en mí, pasas tus manos por mis senos, mientras yo jalo tu cabellera para controlarte, aunque la verdad es que en este momento dependo totalmente de ti, me siento tuya, tan tuya, que tienes lo mejor de una mujer en tus manos (o en tus labios realmente), en este momento mi orgasmo depende de ti… yo dependo de ti.
Comienzas a besar mi sexo, muerdes mis labios juguetonamente cual si se tratara de mi boca. Yo no puedo parar de sentir mil sensaciones, la vista se me nubla, las piernas me tiemblan, y al bajar la mirada me encuentro con tus ojos, que me miran fijamente, tan dulces. Y es ahí donde me dices mil cosas sin necesidad de decirme nada. Acabas de crear una conexión, un lazo entre nosotros que no podremos disolver jamás. Y yo solo sonrío, porque soy tuya.
Siento que voy a estallar, pero mi boca no es capaz de emitir palabra alguna, tan solo dejo escapar gemidos y de vez en cuando pequeños gritos que no controlo. Entonces te incorporas mientras me siento sobre la cama cuando me doy cuenta que estás desnudo. “Que hábil” pienso yo, no sé si eso me divierte o me atemoriza, pero no tengo mucho tiempo para pensar. Así que una vez más, sonrío. Entonces, como si tuvieras miedo de estar haciendo las cosas mal, te cubres, como cuando Adán se dio cuenta de su desnudez, sin darte cuenta que estás haciendo las cosas más que perfectas.
Entonces tomo tus manos y te jalo hacia mí. Mi rostro está perfectamente acomodado frente a ti, mi nariz queda a la altura de tu ombligo y comienzo a aspirar el aroma de tu ser. Me siento bien, porque, por primera vez tengo el control de la situación (y ya me hacía falta). Entonces comienzo a besar delicadamente tu abdomen, mientas mis manos recorren esos muslos firmes que se encuentran tensos debido a tu postura, y exhalas un suspiro que me indica que puedo continuar.
La punta de mi nariz se introduce en tu ombligo, provocándote un cosquilleo que te hace sonreír. Te muerdo las caderas dulcemente, sin hacerte daño, mis manos buscan un punto de debilidad en ti.
Tomas mis cabellos dulcemente entre tus manos y me dices “te quiero Liz” suspirando de una manera tan dulce, y tan desesperada que no puedo esperar más.
Es entonces cuando recorro con mis manos temblorosas tus piernas, tus muslos, tus nalgas que son deliciosamente firmes. Y poco a poco lleno de besos tu vientre, hasta llegar a tu miembro.
Lo tomo entre mis manos y siento como va creciendo entre ellas, me hace sentir que tengo el centro de toda tu virilidad entre mis manos, y ese poder sobre ti me causa una excitación arrolladora.
Comienzo a besar tu miembro lentamente, despacio, de arriba abajo, pasando la punta de mi lengua de repente. Con las yemas de los dedos acaricio tus nalgas, el perineo, pasando mis manos suavemente por tus testículos, mientras sigo besando aquel miembro que ahora se encuentra orgullosamente firme, como si hubiera estado esperando mi llegada.
Lentamente comienzo a lamerte, como si lamiera una paleta, y cuando alzo la mirada me encuentro con tus ojos, perdidos de placer, mientras me sujetas del cabello de una manera dulcemente firme, y es entonces cuando abro mis labios y te dejo penetrar la cavidad oral.
Comienzo a succionar tu sexo, lentamente, poco a poco, la humedad de mi boca te produce sensaciones deliciosas. Ahora soy yo quien tiene el control, de mi dependes para poder llegar al clímax y eso me excita aún más.
Sigo arremetiendo contra tu sexo con mis labios, mi lengua, esperando el momento en que me dejes saborearte, el momento en el que descargues todo ese deseo sobre mí, para poder llevarte en las entrañas, esperando que de un momento a otro eyacules en mi boca, y me dejes sentir que hice las cosas bien.
Pero tú no eres así, lentamente (y casi sin querer) me levantas de mi lugar y me recuestas sobre la cama, recostándote sobre mí, y entonces pienso “va a llenarme de él”. Pero en lugar de eso, me besas, tan dulcemente que la pasión se convierte en cariño y ternura. El deseo sigue ahí, pero esto no es un arrebato carnal, es una muestra de un cariño imposible de describir.
Nos besamos como si nuestros labios tuvieran el antídoto de un dulce veneno, como si nuestras vidas dependieran de ello.
Siento como tus manos firmes juguetean con mis piernas, es una sensación difícil de explicar, pero me encienden, me atrapan, me llenan, me excitan, siento un deseo incontrolable mezclado de una ternura indescriptible y de un cariño inexplicable.
Entonces me tocas, y ¡cómo me tocas!
Pasas tus dedos por mi sexo, mis labios, mis glúteos, mientras dejo escapar una risita nerviosa, y me acerco para recibir un beso más. Al sentir el roce de tus dedos con mis labios se me escapa un suspiro digno de cualquier mujer enamorada. Entonces me doy cuenta que entre mis piernas se encuentra tu miembro, firme, grueso, impetuoso y ansioso. Sin darme cuenta, con un movimiento casi mágico y apresurado me penetras y te siento en el fondo de mí ser. Ahora sí no queda más que entregarte. SOY TODA TUYA.
Estas dentro de mí y ya nada importa, ahora sólo somos tu y yo, detenidos en el tiempo, viviendo el momento y nada más. Estas a mi lado y lo único que quiero es ser tuya.
Siento como me inundas por completo, escucho tu respiración agitada, tus movimientos son firmes pero llenos de ternura. Me haces el amor como si no hubiera un mañana, como si estuviéramos a punto de morir en los brazos del otro. Los “te quiero” vuelan, me haces gritar, gemir, estoy al borde del llanto de tantas emociones mezcladas. Pero no lloro, no hay motivo para hacerlo.
Nuestros movimientos son perfectos, acoplados, rítmicos. Es como si los dos tuviéramos un mapa perfecto de nuestros cuerpos, como si nos adelantáramos a reaccionar como el otro quiere que lo hagamos. Miro tu rostro y estas empapado, yo también lo estoy, nuestro sudor se mezcla, formando un delicioso aroma.
Entonces te incorporas, quedas arrodillado frente a mí y me tomas los tobillos, sonríes al mirar esa cadenita de la que ya habías escuchado. Colocas mis piernas sobre tus hombros y aunque el movimiento ya no es tan tierno, es deliciosamente salvaje, sin ser violento. Ahora mis piernas son una extremidad tuya, ya no me pertenecen. Una vez más te introduces en mí y yo siento que me invades cada poro, cada célula, mi cuerpo grita internamente. Me pides que mire al espejo y eso me ruboriza, niego levemente con la cabeza y me sonríes en señal de comprensión. Cierro los ojos y me dejo llevar por cada sensación, al cerrarlos, mis otros sentidos se disparan. Escucho a la perfección tu respiración agitada, puedo saborear aún esa delicia de tu ser, percibo el aroma de nuestros sexos que se combinan en una explosión de placer.
Siento que en cualquier momento llegará el tan anhelado momento, pero no quiero, quiero que seas tú quien alcance el orgasmo primero, pero si sigues así no podré aguantarme mucho. Entonces es cuando abro mis labios y te digo muy suavecito “amor, estoy a punto de llegar”; y es ahí cuando abres los ojos para poder ver mi rostro, notas que mis gestos se contraen, que mis pupilas se dilatan, mis labios dejan escapar varios gemidos, mi espalda se arquea, y eso te produce aún más excitación, por lo que tus movimientos se tornan más acelerados, y yo pienso que quiero que llegues al orgasmo junto conmigo, o en su defecto, primero que yo. Tu rostro esta tenso, tus manos sujetan bien mis tobillos mientras mis piernas comienzan a temblar.
Sin quererlo, aquella sensación me nubla la vista, los deditos de mis pies se estiran, quiero gritar, reír, llorar, es una mezcla de sentimientos que no puedo controlar. Apenas y alcanzo a emitir un gemido (¿o es un grito?) que me libera de toda tensión. En ese momento siento esa humedad en mí que tú has provocado, mis piernas no pueden parar de temblar, miro tu rostro que me sonríe y siento que cada movimiento es una muestra de cariño. Y aún te siento dentro de mí (que bella y dulce sensación) y entonces, solo un par de segundos después de que me hagas tocar el cielo, lo tocas tú.
Miro tus pupilas dilatadas, levantas el rostro mirando al cielo y soltando un gemido que a mí me parece de lo más dulce. Tus manos tiemblan cuando aún sostienen mis piernas, tu pecho esta empapado de sudor, al igual que tu negra cabellera. Y siento como me inundas, siento tu semen cálido inundar todo mi ser.
Me miras a los ojos y siento que siempre fui tuya, que siempre te pertenecí, miro tus ojos y lo único que me viene a la mente es “maldita sea la hora, que encontré lo que soñé, TARDE”.
Te haces a un lado, pero no quiero que te vayas, quiero quedarme abrazada a ti, sin pensar en lo demás. Pero tengo que ir al baño, así que me pongo de pie y siento una pena enorme al sentir que algo escurre entre mis piernas. Te acercas suavemente y me limpias tan tiernamente tan delicadamente, y entonces solo puedo decir “Te quiero, bésame por favor”
Ahora este lazo entre tú y yo es más fuerte que cualquier otra cosa….”
***
Letras que enamoran, letras que describen, que se pierden entre las sombras.
Ese relato fue recibido junto con un par de fotografías mías, que querían demostrar esa sonrisa tan sublime que provocaba en mí.
La reacción de Damian no se hizo esperar…
“Liz,
Hay mi Liz. Eres más hermosa de lo que cualquiera pueda imaginar. Tus ojos, tu sonrisa. Al ver tus fotos tu voz juguetona y discreta (pero firme) resuena en mi cabeza. Dime que me quieres, dímelo mil veces. No sé qué hago tratando de conquistar el corazón de tan hermosa mujer. Pero no puedo evitarlo. Tus ojos, tu sonrisa, tu mirada... Liz, mi Liz.
No sabes la mezcla de emociones que esta mañana han invadido mi corazón. No sé qué decirte, no sé cómo expresarme. Y es que... simplemente es imposible. No se puede expresar lo inexpresable, no hay palabras que describan lo que ocurre en mi corazón, no hay nada que yo pudiera hacer para demostrar la admiración que te tengo.
Estoy enamorado...
Dime que me quieres, dime que no eres un sueño, déjame reflejarme en tus ojos, déjame sentir tus manos, dame el aire que exhalas, deja que los latidos de tu corazón dominen al mío...
Te quiero princesa, te quiero mucho. Gracias por aparecer en mi vida... te extrañaré cada segundo de este día...
Mil besos de mil formas...
Damian”
Damian había logrado lo que Benedetti describió anteriormente, sin tocarme me había hecho el amor tantas veces, me había deleitado, enamorado…
Saber que estaba enamorado me alegró (porque quería decir que el sentimiento era mutuo, que no era yo la única envuelta en ese deseo y ese enamoramiento que me invadía el alma.
“Mil de mil”, esa se convirtió en nuestra frase, en nuestro código. Besarlo, tocarlo, abrazarlo, hacerle el amor, amarlo… Mil veces, de mil formas. Mil de mil....
http://ba-k.com/showthread.php?t=3349352 parte II
http://ba-k.com/showthread.php?t=3347003 parte I
Era una complicidad que no se da en toda la gente. Era una sincronía que muchas parejas no logran en años. Y con solo hablarnos, con solo letras. Y pasaba mis días pensando en cómo sería ese encuentro. Pero bueno, les comparto cual fue mi contestación a ese relato que me movió tantas cosas, que me provoco contarle “mi versión” a sus bellas letras que me acariciaban.
“Amor, como me encanta llamarte así: AMOR.
No tengo palabras para describir el calor que siento en mi corazón, en mi cuerpo, en todo mí ser. Tus palabras han sido cálidas caricias arremetiendo sobre mi corazón, sobre mi alma, sobre mi cuerpo incluso.
Eres un artista, un poeta, un pintor que ha dibujado mi mejor sonrisa...
¿Sabes? He leído tantas veces tus líneas que creo que ya me las sé de memoria. Y lo mejor de todo, es que al leer el relato, mi corazón corregía automáticamente el nombre Damian por tu nombre real, porque es a ti (…) a quien quiero. Damian fue solo la máscara que me acerco a ti, pero eres tu amor mío quien me ha enamorado.
Me has hechizado, me has hipnotizado, me has embrujado…
Imagino cada detalle, e impresionantemente sentí cada caricia sobre mi cuerpo sin necesidad de ser tocada. Como pude aspirar tú aroma aún sin conocerlo. Como has provocado este cariño tan grande en mí aún sin conocer tu rostro.
No tengo palabras para describirte el hueco que siento en el estómago, para que entiendas el calor que siento en el corazón, la excitación que mi cuerpo atraviesa. No tengo idea de cómo lo lograste, con tan solo letras y un par de semanas de haber entrado en mi vida, pero me haces sentir AMADA.
Pero no quiero saber la respuesta, no quiero saber cómo has logrado hechizarme, enamorarme, hacerme sentir cosas que (hoy me atrevo a decir) jamás había sentido, sensaciones y emociones que son nuevas para mí.
Te has convertido en el dueño de mis suspiros, de mis besos, de mis caricias, en mi primer y último pensamiento del día, en el dueño de mis fantasías.
Gracias amor, por haberle regresado a mi vida esa chispa. Por hacerme sentir MUJER en toda la extensión de la palabra.
Voy a contarte mi versión a tu relato, que para mí es perfecto. No es que lo esté modificando, solo imagina que por primera vez (o por lo menos no conozco nadie que haya logrado esto) vamos a tener ambas versiones, es como si hicieras el amor con alguien y ese alguien te dijera a cada segundo lo que pasa por su mente y su corazón.
***
Mientras me subo al auto me pregunto qué hago aquí, tengo a alguien esperando en una mesa, acabo de dejar al hombre con quien he compartido mi vida desconcertado y seguramente fúrico por haberme escapado de tal forma. No sé en qué momento decidí subirme al auto con ese "desconocido" que tan bien conozco, en qué momento me deje llevar por mis emociones al sentir aquel beso fugaz y me encamine a perderme en lo que mi cabeza me prohíbe, pero mi corazón me reclama a gritos.
Tengo un hueco en el estómago, provocado por la emoción, el miedo, la angustia, por la incertidumbre de no saber qué pasará (aunque bien lo sé, mi cabeza aún no lo asimila).
Aquel hombre que ha sido el dueño de mis suspiros, de mis fantasías, de mis sueños reprimidos está conduciendo aquel auto, y me pregunta si todo está bien. “Por supuesto que no lo está” pienso yo y sonrío. Pero siempre me he caracterizado por dejarme llevar por mis emociones y mis deseos, y esta vez no es la excepción. Así que aunque esto parezca una locura, me encuentro aquí, en este auto, idiotizada por esa voz que tantas veces me ha arrancado la mejor de mis sonrisas.
Mis manos sudan, las piernas me tiemblan y siento un escalofrío que me recorre la médula.
Pero, extrañamente, aunque siento miedo, me siento tan en paz, tan segura y tan protegida que no lo puedo creer.
Siento un hormigueo por todo mi ser, me siento atrapada, hipnotizada.
En ese mismo instante no importa nada, no hay tiempo ni espacios, no me importa haber huido de aquel lugar, no me importa que sea un “desconocido”, no me importa nada, porque me siento más segura que nunca a su lado.
Ese beso fugaz que acabo de recibir, me ha dejado un cosquilleo en los labios, una calidez que no tiene comparación.
El hombre a mi lado emana una paz absoluta, y su sonrisa me ha seducido desde el momento en que la vi, cuando estaba recargado en aquel auto que ahora conduce, esperando mi llegada, y con esa sonrisa que me provocó un sobresalto al corazón.
De repente estacionas el automóvil un momento y me dices que si digo NO nos iremos de aquel lugar que nos espera, y entonces entiendo a que te refieres. Pero, ¿Cómo podría decir que no a aquel hombre que he estado esperando? ¿Cómo negarme a por fin deleitarme con eso que ha sido motivo de mis desvelos?
Entonces entramos al lugar. No me siento mal, no veo nada de malo en un lugar como éste. El corazón se acelera, tengo miedo a que los latidos sean tan fuertes que puedas notarlo y te burles de mi nerviosismo, o pienses que no soy tan “cabrona” como pensabas.
Cuando nos encontramos dentro de aquel garaje, te atreves a robarme un beso, ansioso, apasionado, tan esperado…
Y tus besos me saben a gloria, me matan, me envenenan, me encienden y logran que el corazón casi se salga de mi pecho.
Te bajas del auto, y al quererme abrir la puerta yo ya he salido de un salto, porque no puedo esperar más, tengo ganas de poder abrazarte y seguir llenándome de tus besos, sentir tus manos firmes tocarme la cara, fundirme en un abrazo.
Me cedes el paso para poder subir las escaleras, y me encanta tu galantería, tu manera de querer mirarme sin sentirme acosada, sintiendo que tus ojos se mueven al compás de mis caderas mientras subo uno a uno los escalones de aquella habitación.
Tus ojos recorren cada parte de mi ser, me abrazan con cada parpadeo, me acabas de desnudar con la mirada, y no solo el cuerpo, el alma entera, porque al mirarte en mis ojos no he sido capaz de ocultar lo que siento. Me siento invadida, pero lo único que mis ojos pudieron contestar fue un cálido: “bienvenido”.
Estando en la habitación me sorprendo. El olor de las rosas que adornar la recámara junto con tu aroma y el mío hacen una combinación perfecta. Es como si por primera vez en la historia humana, la pasión, el cariño, la sensualidad, la sexualidad, el pecado y el deseo se hubiesen concentrado en un aroma, como si apenas hubiéramos abierto una botellita del más delicioso perfume jamás creado. Ese aroma me adormece, me relaja, causándome un sopor como si acabara de probar licor de ajenjo.
Cuando volteo la mirada me doy cuenta que hay una botella de vino tinto (que es mi favorito) enfriándose en una hielerita. Pero no quiero probarlo, aún no. Quiero que este momento sea natural, sin ningún estupefaciente de por medio. No quiero ni siquiera que una copa de vino tinto nuble este momento mágico que me tiene con el alma en un hilo.
Y entonces me abrazas por detrás y posas tus manos sobre mi vientre, y en un suspiro digo tu nombre: (…), mientras posas tus labios sobre mi cuello, como lo hacen las mariposas al polinizar las flores, tu beso es tan dulce, tan suave, que mi cuerpo se estremece todo.
Me doy la vuelta para besarte y me llevo una sorpresa al descubrir que de manera hábil y mágica te has despojado de la camisa, y eso me sorprende y me arranca una sonrisa. Entonces tomas mis manos temblorosas y las llevas a tu pecho, me pides que sienta tu corazón. El contacto con tu pecho firme me produce una sensación inexplicable. Entonces es cuando siento algo que me sorprende aún más… los latidos de tu corazón van al compás de los míos, en una sincronía perfecta. -“Te quiero Liz”- esas tres palabras han bastado para que mi corazón de un vuelco.
Me miras a los ojos, me miras fijamente y parece que en ellos vieras todo dentro de mí, me siento desnuda (aunque aún tengo la ropa puesta) me siento vulnerable, siento que ahora conoces todo de mi.
Nos fundimos en un abrazo mientras me besas apasionadamente y yo no puedo rechazar esos besos que me saben a miel. Es un beso cálido, lento, que va tomando velocidad, volviéndose intempestivo. Pareciera que quisiéramos aspirar nuestras almas por medio de la boca.
Me llenas de besitos húmedos sobre los labios, de vez en cuando te doy pequeñas mordidas en el labio inferior, que provocan en ti una excitación que no puedes ocultar.
Y entonces rompes tu promesa y tomas la iniciativa, y eso me encanta, porque ante ti soy capaz de volverme un poco sumisa (solo un poco) y te doy el poder de consumar en mí tus deseos más anhelados. No se hacia donde van tus manos, pero no me importa. Cada caricia me causa un escalofrío, una calidez absoluta. Me besas aún más, y sin despegar tus labios de los míos me conduces a ese lecho que está esperando ser invadido por las ganas locas de dos amantes que se entregan por primera vez.
Cuando estoy a punto de doblar las piernas para permitir que me recuestes sobre la cama, te hincas sobre una rodilla y yo bromeó diciéndote –“ya estas casado, pedir matrimonio dos veces no es válido”-. Sonríes a mi humor que se ríe de nuestra situación, porque te das cuenta que acepto el hecho de que eres prohibido, y que lo acepto, si no gustosa, lo acepto, porque… ¿Cómo perderme de un hombre como tú? Y entonces después de dedicarme esa sonrisa tuya que me derrite, comienzas a inhalar mi aroma, como si quisieras aspirarme de una sola inhalación, y mientras juego con tu cabello, siento un rubor en las mejillas que espero que no notes.
Cuando estoy preocupada por el rubor en mis mejillas (pensando que si te das cuenta pensarás que soy una niña) siento tus manos entre mis piernas. Si en algún momento mi mente me pidió detenerte, mi corazón y mi sexo gritaron: ¡déjalo! El deseo que siento por ti es igual o mayor al que sientes tu por mí. Me muero de ganas de sentirme tuya, solo de ti. Entonces al pasar las yemas de tus dedos por encima de mi ropa interior, me doy cuenta de la humedad que hay en mí. Y al sentir tus dedos juguetones sobre mi piel, no puedo evitar sentir que me voy a desvanecer en cualquier momento. Y entonces comienzas a desnudarme lentamente. Me despojas de aquellos tacones que cubren mis pies, me bajas los pantalones recorriendo mis piernas al bajarlos, sin dejar de tocarme ni un momento. Te acercas a aspirar una vez más ese aroma tan característico de mí y entonces me bajas la ropa interior con los dientes, mientras se me escapa una sonrisa producto de mi nerviosismo y de las cosquillas que tu barbilla produce en mis piernas. Y regresas al lugar anhelado, besando cada centímetro de lo que miras.
Recorres mis piernas con la lengua, provocando una sensación placentera, la combinación de la humedad y el calor que tu lengua dejan a su paso no tiene comparación. Cuando siento que no puedo más solo atino a decir “despacio mi amor, por favor” y entonces solo comienzas a recorrerme el cuerpo con la punta de la nariz, aspirando cada aroma emanado de mi cuerpo. Cuando llegas a mis labios me besas de nuevo, un beso dulce, suave, tierno pero firme, y una vez más no puedo evitar morder esos labios carnosos que me saben a gloria. Entonces comienzo a sentir un éxtasis maravilloso que me hace desvanecer, cayendo sobre la cama abruptamente y cayéndote tú sobre mi cuerpo. No podemos parar de besarnos, es un beso que acabas de tatuar en mis labios y en mi corazón, mientras tus manos recorren cada rincón de mí ser. Acaricias mis piernas de una manera ansiosa, como un niño abriendo sus regalos en navidad, y entonces me aferro a tu espalda, con movimientos firmes (pero que no causan dolor), arañándote lentamente para no hacerte daño ni dejar huella de lo que está sucediendo.
Estoy recostada boca arriba, y tú te encuentras a mi lado derecho, y me besas, ¡vaya que me besas! Haces que mi cuerpo responda a cada beso y a cada caricia. Me siento tuya completamente. Besas mi mejilla, pasas tu lengua por mi oído (donde muerdes tiernamente mi lóbulo) y besas mi mentón. Eso me hace sonreír.
Acaricias mi cuello y lo rodeas con tus manos, acercas tus labios y aspiras mi aroma, deslizando después la punta de tu lengua, que va desde mi oído hasta mis clavículas.
Entonces me incorporo y me despojo de la blusa, con una ansiedad y rapidez que pareciera que estuviera ardiendo entonces lentamente me abrazas y al llegar tus manos a mis espalda me despojas del brassiere con un movimiento ágil, rápido, que ni me doy cuenta en qué momento te deshiciste de él. Pasas tus manos por mis pechos y me recuesto nuevamente. Acaricias mis brazos y siento esa fuerza que ejerces sobre ellos para que no trate de escapar a tan deliciosos besos, a tan anheladas caricias. Ejerces una fuerza que me produce un escalofrío, porque no es una fuerza que lastima, pero increíblemente tus movimientos me hacen sentir dulcemente presa, sumisa.
Bajas lentamente tus labios a mi pecho, y colocas tu cara entre mis senos, esos senos que has imaginado ya tantas veces, que parece que los conoces bien. Aspiras el aroma que proviene de ellos, un aroma perfumado, dulce, cítrico, que va acompañado de mi aroma personal. Recargas tus mejillas sobre ellos y sientes esa textura suave que tienen debido a la delgadez de la piel. Abres tus labios y siento tu aliento tibio que se posa sobre ellos, siento tu lengua que deja un frío a su paso, y eso me hace sentir una descarga eléctrica por todo mi cuerpo.
Tomando ventaja de que estés tan ocupado aspirando mi aroma, libero una mano y comienzo a acariciar tu cabellera, haciendo movimientos circulares, delicados, dando pequeños tirones como reacción a las sensaciones que causas en mí. Entonces dulcemente liberas mi otra mano.
Comienzas a besar mis pechos, sonríes al notar aquel lunar (tan sexy) que se posa en mi pecho derecho, es una manchita café pequeña que está ahí, esperando tener una historia que contar. Entonces te diriges a mi lado izquierdo, besas poco a poco hasta llegar esa cumbre que se encuentra sensible, rígida, pequeña y ansiosa. Le regalas a mi pezón besos pequeñitos que me producen ternura, pasas tú lengua por ahí, haciéndome sentir estallar, me muerdes y eso me produce una sensación de placer inigualable, esos mordiscos son pequeños, dulces, excitantes; mientas que con la otra mano pasas un dedo por aquel lunar que parece que destella alegre de ser testigo de tan dulce momento, y acaricias mi pecho lentamente, sintiendo cómo reacciona mi cuerpo a cada caricia que le obsequias. Al sentir el roce de tus dedos con aquella parte tan sensible, abro los labios y dejo escapar un gemido provocando que tus besos sean más desesperados, y me lamas con mayor pasión, sin ser violento. Es cuando me doy cuenta que a pesar de mi papel de sumisión, tengo control sobre ti, porque actuarás a mis sonidos de mujer.
Poco a poco siento tu aliento por debajo de mis senos, llegando a mi ombligo, que en ese momento es penetrado por tu lengua, provocando una sensación de calidez y de cosquillas, lo que me provoca un suspiro. Sonríes, porque te divierte ver que ahora eres tu quien tiene el poder sobre mí.
Besas tiernamente mi vientre, lo que provoca que los músculos se contraigan, besas mis caderas y eso me produce más cosquillas (porque en verdad soy cosquilluda).
Damian, en ese momento me siento protegida, amada, deseada, siento que no existe nada en el mundo que no sea capaz de hacer por un beso de tu boca, me siento invencible. Me siento tuya, como si toda la vida te hubiera pertenecido, como si mi cuerpo hubiera estado todos estos años en espera de tus manos, de tus labios.
Comienzas a bajar despacio hasta llegar a mi sexo que se encuentra vibrante de tanta pasión, anhelando que seas tú quien lo toque, que sean tus labios los que lo besen. Y entonces flexiono las piernas en un movimiento tan suave que parece que estoy bailando. Y en ese momento te dejo ver lo más profundo de mí ser, abro ligeramente mis piernas para que puedas deleitarte con mi aroma, con la vista que tienes, y entonces me siento invadida por tus labios, por tu lengua. Siento tu aliento, tu saliva que me quema, y entonces encuentras mi punto máximo de excitación. Tus movimientos son constantes, firmes, mientras degustas aquella parte tan íntima en mí, pasas tus manos por mis senos, mientras yo jalo tu cabellera para controlarte, aunque la verdad es que en este momento dependo totalmente de ti, me siento tuya, tan tuya, que tienes lo mejor de una mujer en tus manos (o en tus labios realmente), en este momento mi orgasmo depende de ti… yo dependo de ti.
Comienzas a besar mi sexo, muerdes mis labios juguetonamente cual si se tratara de mi boca. Yo no puedo parar de sentir mil sensaciones, la vista se me nubla, las piernas me tiemblan, y al bajar la mirada me encuentro con tus ojos, que me miran fijamente, tan dulces. Y es ahí donde me dices mil cosas sin necesidad de decirme nada. Acabas de crear una conexión, un lazo entre nosotros que no podremos disolver jamás. Y yo solo sonrío, porque soy tuya.
Siento que voy a estallar, pero mi boca no es capaz de emitir palabra alguna, tan solo dejo escapar gemidos y de vez en cuando pequeños gritos que no controlo. Entonces te incorporas mientras me siento sobre la cama cuando me doy cuenta que estás desnudo. “Que hábil” pienso yo, no sé si eso me divierte o me atemoriza, pero no tengo mucho tiempo para pensar. Así que una vez más, sonrío. Entonces, como si tuvieras miedo de estar haciendo las cosas mal, te cubres, como cuando Adán se dio cuenta de su desnudez, sin darte cuenta que estás haciendo las cosas más que perfectas.
Entonces tomo tus manos y te jalo hacia mí. Mi rostro está perfectamente acomodado frente a ti, mi nariz queda a la altura de tu ombligo y comienzo a aspirar el aroma de tu ser. Me siento bien, porque, por primera vez tengo el control de la situación (y ya me hacía falta). Entonces comienzo a besar delicadamente tu abdomen, mientas mis manos recorren esos muslos firmes que se encuentran tensos debido a tu postura, y exhalas un suspiro que me indica que puedo continuar.
La punta de mi nariz se introduce en tu ombligo, provocándote un cosquilleo que te hace sonreír. Te muerdo las caderas dulcemente, sin hacerte daño, mis manos buscan un punto de debilidad en ti.
Tomas mis cabellos dulcemente entre tus manos y me dices “te quiero Liz” suspirando de una manera tan dulce, y tan desesperada que no puedo esperar más.
Es entonces cuando recorro con mis manos temblorosas tus piernas, tus muslos, tus nalgas que son deliciosamente firmes. Y poco a poco lleno de besos tu vientre, hasta llegar a tu miembro.
Lo tomo entre mis manos y siento como va creciendo entre ellas, me hace sentir que tengo el centro de toda tu virilidad entre mis manos, y ese poder sobre ti me causa una excitación arrolladora.
Comienzo a besar tu miembro lentamente, despacio, de arriba abajo, pasando la punta de mi lengua de repente. Con las yemas de los dedos acaricio tus nalgas, el perineo, pasando mis manos suavemente por tus testículos, mientras sigo besando aquel miembro que ahora se encuentra orgullosamente firme, como si hubiera estado esperando mi llegada.
Lentamente comienzo a lamerte, como si lamiera una paleta, y cuando alzo la mirada me encuentro con tus ojos, perdidos de placer, mientras me sujetas del cabello de una manera dulcemente firme, y es entonces cuando abro mis labios y te dejo penetrar la cavidad oral.
Comienzo a succionar tu sexo, lentamente, poco a poco, la humedad de mi boca te produce sensaciones deliciosas. Ahora soy yo quien tiene el control, de mi dependes para poder llegar al clímax y eso me excita aún más.
Sigo arremetiendo contra tu sexo con mis labios, mi lengua, esperando el momento en que me dejes saborearte, el momento en el que descargues todo ese deseo sobre mí, para poder llevarte en las entrañas, esperando que de un momento a otro eyacules en mi boca, y me dejes sentir que hice las cosas bien.
Pero tú no eres así, lentamente (y casi sin querer) me levantas de mi lugar y me recuestas sobre la cama, recostándote sobre mí, y entonces pienso “va a llenarme de él”. Pero en lugar de eso, me besas, tan dulcemente que la pasión se convierte en cariño y ternura. El deseo sigue ahí, pero esto no es un arrebato carnal, es una muestra de un cariño imposible de describir.
Nos besamos como si nuestros labios tuvieran el antídoto de un dulce veneno, como si nuestras vidas dependieran de ello.
Siento como tus manos firmes juguetean con mis piernas, es una sensación difícil de explicar, pero me encienden, me atrapan, me llenan, me excitan, siento un deseo incontrolable mezclado de una ternura indescriptible y de un cariño inexplicable.
Entonces me tocas, y ¡cómo me tocas!
Pasas tus dedos por mi sexo, mis labios, mis glúteos, mientras dejo escapar una risita nerviosa, y me acerco para recibir un beso más. Al sentir el roce de tus dedos con mis labios se me escapa un suspiro digno de cualquier mujer enamorada. Entonces me doy cuenta que entre mis piernas se encuentra tu miembro, firme, grueso, impetuoso y ansioso. Sin darme cuenta, con un movimiento casi mágico y apresurado me penetras y te siento en el fondo de mí ser. Ahora sí no queda más que entregarte. SOY TODA TUYA.
Estas dentro de mí y ya nada importa, ahora sólo somos tu y yo, detenidos en el tiempo, viviendo el momento y nada más. Estas a mi lado y lo único que quiero es ser tuya.
Siento como me inundas por completo, escucho tu respiración agitada, tus movimientos son firmes pero llenos de ternura. Me haces el amor como si no hubiera un mañana, como si estuviéramos a punto de morir en los brazos del otro. Los “te quiero” vuelan, me haces gritar, gemir, estoy al borde del llanto de tantas emociones mezcladas. Pero no lloro, no hay motivo para hacerlo.
Nuestros movimientos son perfectos, acoplados, rítmicos. Es como si los dos tuviéramos un mapa perfecto de nuestros cuerpos, como si nos adelantáramos a reaccionar como el otro quiere que lo hagamos. Miro tu rostro y estas empapado, yo también lo estoy, nuestro sudor se mezcla, formando un delicioso aroma.
Entonces te incorporas, quedas arrodillado frente a mí y me tomas los tobillos, sonríes al mirar esa cadenita de la que ya habías escuchado. Colocas mis piernas sobre tus hombros y aunque el movimiento ya no es tan tierno, es deliciosamente salvaje, sin ser violento. Ahora mis piernas son una extremidad tuya, ya no me pertenecen. Una vez más te introduces en mí y yo siento que me invades cada poro, cada célula, mi cuerpo grita internamente. Me pides que mire al espejo y eso me ruboriza, niego levemente con la cabeza y me sonríes en señal de comprensión. Cierro los ojos y me dejo llevar por cada sensación, al cerrarlos, mis otros sentidos se disparan. Escucho a la perfección tu respiración agitada, puedo saborear aún esa delicia de tu ser, percibo el aroma de nuestros sexos que se combinan en una explosión de placer.
Siento que en cualquier momento llegará el tan anhelado momento, pero no quiero, quiero que seas tú quien alcance el orgasmo primero, pero si sigues así no podré aguantarme mucho. Entonces es cuando abro mis labios y te digo muy suavecito “amor, estoy a punto de llegar”; y es ahí cuando abres los ojos para poder ver mi rostro, notas que mis gestos se contraen, que mis pupilas se dilatan, mis labios dejan escapar varios gemidos, mi espalda se arquea, y eso te produce aún más excitación, por lo que tus movimientos se tornan más acelerados, y yo pienso que quiero que llegues al orgasmo junto conmigo, o en su defecto, primero que yo. Tu rostro esta tenso, tus manos sujetan bien mis tobillos mientras mis piernas comienzan a temblar.
Sin quererlo, aquella sensación me nubla la vista, los deditos de mis pies se estiran, quiero gritar, reír, llorar, es una mezcla de sentimientos que no puedo controlar. Apenas y alcanzo a emitir un gemido (¿o es un grito?) que me libera de toda tensión. En ese momento siento esa humedad en mí que tú has provocado, mis piernas no pueden parar de temblar, miro tu rostro que me sonríe y siento que cada movimiento es una muestra de cariño. Y aún te siento dentro de mí (que bella y dulce sensación) y entonces, solo un par de segundos después de que me hagas tocar el cielo, lo tocas tú.
Miro tus pupilas dilatadas, levantas el rostro mirando al cielo y soltando un gemido que a mí me parece de lo más dulce. Tus manos tiemblan cuando aún sostienen mis piernas, tu pecho esta empapado de sudor, al igual que tu negra cabellera. Y siento como me inundas, siento tu semen cálido inundar todo mi ser.
Me miras a los ojos y siento que siempre fui tuya, que siempre te pertenecí, miro tus ojos y lo único que me viene a la mente es “maldita sea la hora, que encontré lo que soñé, TARDE”.
Te haces a un lado, pero no quiero que te vayas, quiero quedarme abrazada a ti, sin pensar en lo demás. Pero tengo que ir al baño, así que me pongo de pie y siento una pena enorme al sentir que algo escurre entre mis piernas. Te acercas suavemente y me limpias tan tiernamente tan delicadamente, y entonces solo puedo decir “Te quiero, bésame por favor”
Ahora este lazo entre tú y yo es más fuerte que cualquier otra cosa….”
***
Letras que enamoran, letras que describen, que se pierden entre las sombras.
Ese relato fue recibido junto con un par de fotografías mías, que querían demostrar esa sonrisa tan sublime que provocaba en mí.
La reacción de Damian no se hizo esperar…
“Liz,
Hay mi Liz. Eres más hermosa de lo que cualquiera pueda imaginar. Tus ojos, tu sonrisa. Al ver tus fotos tu voz juguetona y discreta (pero firme) resuena en mi cabeza. Dime que me quieres, dímelo mil veces. No sé qué hago tratando de conquistar el corazón de tan hermosa mujer. Pero no puedo evitarlo. Tus ojos, tu sonrisa, tu mirada... Liz, mi Liz.
No sabes la mezcla de emociones que esta mañana han invadido mi corazón. No sé qué decirte, no sé cómo expresarme. Y es que... simplemente es imposible. No se puede expresar lo inexpresable, no hay palabras que describan lo que ocurre en mi corazón, no hay nada que yo pudiera hacer para demostrar la admiración que te tengo.
Estoy enamorado...
Dime que me quieres, dime que no eres un sueño, déjame reflejarme en tus ojos, déjame sentir tus manos, dame el aire que exhalas, deja que los latidos de tu corazón dominen al mío...
Te quiero princesa, te quiero mucho. Gracias por aparecer en mi vida... te extrañaré cada segundo de este día...
Mil besos de mil formas...
Damian”
Damian había logrado lo que Benedetti describió anteriormente, sin tocarme me había hecho el amor tantas veces, me había deleitado, enamorado…
Saber que estaba enamorado me alegró (porque quería decir que el sentimiento era mutuo, que no era yo la única envuelta en ese deseo y ese enamoramiento que me invadía el alma.
“Mil de mil”, esa se convirtió en nuestra frase, en nuestro código. Besarlo, tocarlo, abrazarlo, hacerle el amor, amarlo… Mil veces, de mil formas. Mil de mil....