- Tema Autor
- #1
Es la segunda parte, y siento más bien que es un relato con erotismo. SLDS
Cuando abrí los ojos y vi puras sombras blancas rodeadas de
una luz poderosa y magnífica que me cegaba, pensé que estaba
en el cielo, que había logrado darle gusto a este cuerpo de mujer
que se resistía a seguir viviendo sin ti...
Fue fácil: lo desangré hasta la última gota.
Me sentía agobiada por una paz infinita: mi cuerpo se evaporaba
para alejarse de una existencia terrenal mediocre al no disfrutar de
tu piel, esa piel que, inexplicablemente de la noche a la mañana se
rehusó a recibirme en su cama... por el sólo hecho de ser mujer.
Si no podía soportar la idea de que le hicieras el amor a otra, ¿cómo
crees que iba a sobrevivir imaginándote en brazos de Jorge?
Entenderás mi enorme frustración cuando, segundos más tarde, me
percate de que la luz celestial no era más que el inmundo sol de medio
día que se filtraba por el gran ventanal del Hospital Juárez, y que las
almas en pena no eran más que enfermeras y doctores que deambulaban
alrededor mío para hallar la forma de sacarme del coma en el que permanecí
por una semana.
Tú me quitaste el hambre de vivir. Podía sobrellevar eso en el purgatorio,
te lo juro. Pero quería volver a cortarme las venas cuando supe que a ti,
mi verdugo, tenía que agradecerte el que me salvaras la vida.
Llamaste a la ambulancia dos después que elegí protagonizar una muerte
de película: en la tina caliente, ensopada en mi propia sangre. Te habías
acongojado tanto con mi carta de sentencia de muerte, que corriste a mi
apartamento y derribaste la puerta.
¡Maldito!
¡Mil veces maldito!
Eso pensé.
Conste que lo subrayo: pensé, del verbo "pensar"en pasado.
Porque ahora, nuevamente, no me queda más que agradecerte con toda mi
alma el que, así como me quitaste el hambre de vivir, me hayas regresado las
ansías de amar y de sentirme mujer.
Ahora te comprendo perfectamente.
Te juzgué mal.
El principio fue más común que corriente: estaba en mi cama del hospital
llorando mi frustración. Y de repente estaba ahí: con su uniforme blanco,
impecable, mirándome con unos enormes ojos cálidos.
-Una mujer tan hermosa no debería de atormentarse así.
Me acarició la cara con ternura, pero el contacto con su piel me estremeció
con una intensidad que sólo conocía cuando estaba en tus brazos.
A partir de ese momento no me dejó ni a sol ni a sombra.
Me cuidaba a grados extremos: me daba de comer en la boca, me llevaba al
baño, introducía ilegalmente postres deliciosos; pero lo mejor era cuando me
bañaba.
La esponja húmeda, a veces la hacía a un lado y su mano resbalaba con el
jabón de leche por cada rincón de mi cuerpo. Lo exploraba todo, sin dejar
ningún rincón para el recuerdo.
Una vez eso casi nos delató, por que no pude reprimir un gemido de placer.
Era increíble como conocía mi cuerpo, como lo hacía reaccionar, vibrar,
estremecerse. Era como si supiera desde siempre como era yo y que necesitaba
para incendiarme por dentro en tan sólo unos segundos.
Te lo confieso: volví a vivir.
¿Otra confesión? Es mejor que tu en la cama.
Cuando me dieron de alta pensé que sería el final, pero no.
Rosario, mi enfermera, y yo vivimos juntas desde entonces, y no tengo la menor
intención de volverme a desangrar por ti ni por ningún otro hombre en toda mi
vida.
Afortunadamente, tengo un cuerpo de mujer.
Cuerpo de Mujer
(Segunda Parte)
(Segunda Parte)
Cuando abrí los ojos y vi puras sombras blancas rodeadas de
una luz poderosa y magnífica que me cegaba, pensé que estaba
en el cielo, que había logrado darle gusto a este cuerpo de mujer
que se resistía a seguir viviendo sin ti...
Fue fácil: lo desangré hasta la última gota.
Me sentía agobiada por una paz infinita: mi cuerpo se evaporaba
para alejarse de una existencia terrenal mediocre al no disfrutar de
tu piel, esa piel que, inexplicablemente de la noche a la mañana se
rehusó a recibirme en su cama... por el sólo hecho de ser mujer.
Si no podía soportar la idea de que le hicieras el amor a otra, ¿cómo
crees que iba a sobrevivir imaginándote en brazos de Jorge?
Entenderás mi enorme frustración cuando, segundos más tarde, me
percate de que la luz celestial no era más que el inmundo sol de medio
día que se filtraba por el gran ventanal del Hospital Juárez, y que las
almas en pena no eran más que enfermeras y doctores que deambulaban
alrededor mío para hallar la forma de sacarme del coma en el que permanecí
por una semana.
Tú me quitaste el hambre de vivir. Podía sobrellevar eso en el purgatorio,
te lo juro. Pero quería volver a cortarme las venas cuando supe que a ti,
mi verdugo, tenía que agradecerte el que me salvaras la vida.
Llamaste a la ambulancia dos después que elegí protagonizar una muerte
de película: en la tina caliente, ensopada en mi propia sangre. Te habías
acongojado tanto con mi carta de sentencia de muerte, que corriste a mi
apartamento y derribaste la puerta.
¡Maldito!
¡Mil veces maldito!
Eso pensé.
Conste que lo subrayo: pensé, del verbo "pensar"en pasado.
Porque ahora, nuevamente, no me queda más que agradecerte con toda mi
alma el que, así como me quitaste el hambre de vivir, me hayas regresado las
ansías de amar y de sentirme mujer.
Ahora te comprendo perfectamente.
Te juzgué mal.
El principio fue más común que corriente: estaba en mi cama del hospital
llorando mi frustración. Y de repente estaba ahí: con su uniforme blanco,
impecable, mirándome con unos enormes ojos cálidos.
-Una mujer tan hermosa no debería de atormentarse así.
Me acarició la cara con ternura, pero el contacto con su piel me estremeció
con una intensidad que sólo conocía cuando estaba en tus brazos.
A partir de ese momento no me dejó ni a sol ni a sombra.
Me cuidaba a grados extremos: me daba de comer en la boca, me llevaba al
baño, introducía ilegalmente postres deliciosos; pero lo mejor era cuando me
bañaba.
La esponja húmeda, a veces la hacía a un lado y su mano resbalaba con el
jabón de leche por cada rincón de mi cuerpo. Lo exploraba todo, sin dejar
ningún rincón para el recuerdo.
Una vez eso casi nos delató, por que no pude reprimir un gemido de placer.
Era increíble como conocía mi cuerpo, como lo hacía reaccionar, vibrar,
estremecerse. Era como si supiera desde siempre como era yo y que necesitaba
para incendiarme por dentro en tan sólo unos segundos.
Te lo confieso: volví a vivir.
¿Otra confesión? Es mejor que tu en la cama.
Cuando me dieron de alta pensé que sería el final, pero no.
Rosario, mi enfermera, y yo vivimos juntas desde entonces, y no tengo la menor
intención de volverme a desangrar por ti ni por ningún otro hombre en toda mi
vida.
Afortunadamente, tengo un cuerpo de mujer.