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COPAS

SRDorvas

Becerro
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15 Jun 2015
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9
COPAS
por Dorvas @ 2015-03-25 – 11:33:38
Eran las cuatro de la mañana de un día cualquiera de esos de mis francachelas de lobo solitario. Entré por casualidad en aquel bar o más bien porque no me apetecía, nunca me apetece, la verdad, la soledad de mi cama.
Le pedí al aburrido camarero un vodka con naranja y paseé la vista por el local. Estaba en la esquina de la barra, apoyada en la pared, con aquellos increíbles ojos azules fijos en mi. La saludé alzando la copa antes de darle un trago corto y me respondió con una leve sonrisa en unos labios de rojo oscuro enmarcando los dientes de blanco marfil.
La soledad de las madrugadas invita al diálogo, así que me acerqué a ella sin pensarmelo demasiado.
-Si me dices tu nombre y yo te digo el mío, tal vez pueda invitarte a una copa.
-¿Qué? - preguntó con la perplejidad en sus ojos.
-Perdón. Nunca invito a desconocidas.
Soltó una sonora carcajada que hizo bailar sus redondos senos, duramente contenidos por el ceñido jersey, antes de contestar:
-Y se supone que si te digo mi nombre ya nos conocemos.
Su voz era suave y dulce. Melodiosa. Casi una caricia para mis cansados oídos en aquella noche.
-Es un principio... lo demás ya lo iremos descubriendo. ¡Venga! Empiezo yo. Ángel. Ángel Gómez.
-Lidia. Solo Lidia... y tomo vodka con tónica.
-Camarero, ¡un vodka con tónica, por favor!
Me volví y le di un ligero beso en los labios.
-Encantado Lidia.
Bajó del taburete acercándose hasta rozarme y me ofreció la copa para un brindis.
-Quizá estemos mejor en una mesa -dijo comenzando a andar.
La miré alejarse prendido del contorno de sus caderas. Tenía un buen cuerpo, si. La alcancé en dos zancadas.
-¿Te ha gustado?
-¿El qué?
-Mi culo ¡Qué va a ser! He sentido claramente como lo mirabas.
-Si. Me ha gustado. Y no solo tu culo. También todo lo demás. Por detrás... y por delante.
-Cuidado señor Gómez -me dijo con sorna- si se pone usted tan lisonjero, a lo mejor acaba viendo más de lo que mira.
-Lo siento Lidia Solo Lidia. Como las almas no me interesan mucho, sería estupendo ver lo que ese jersey y esa falda ocultan.
-Tranquilo cariño, tranquilo. No aceleres lo que tenga que llegar. Me gusta disfrutar las copas.

Como ya he dicho, la soledad de las madrugadas invita al diálogo así que le conté mi vida en grandes rasgos. Tras seis años de feliz matrimonio, había pillado a mi mujer en un fantástico polvo con mi mejor amigo y, por lo visto, también de ella. Lejos de violentarme ante la situación, me desnudé y me metí en la cama con ellos. Hicimos un trío perfecto, al punto de que nunca jamás había disfrutado de mi mujer como aquella noche. Nunca jamás la había visto retorcerse de placer de aquella forma tan salvaje, yendo de orgasmo en orgasmo, disfrutando de nosotros dos de todas las formas posibles. Sin embargo, de madrugada, mi amigo y yo rendidos entre las sábanas revueltas, ella se levantó, se duchó, se vistió y salió de casa. Y no volvimos a saber de ella. No se llevó nada. Allí quedó su ropa y todas sus cosas. Allí siguen como en un santuario. Desde entonces, hace ya dos años, deambulo por cualquier local que me acoja a tan intempestivas horas en busca de algún consuelo. Tal vez, en busca de un perdón que nunca llegará, lo se.
Para entonces, a pesar de la cara de disgusto del camarero, ya habíamos pedido otras tres rondas y tal vez mi desamparo, o tal vez el alcohol, desató también la lengua de Lidia. Fue como casual. Muy natural. Cogió mi cabeza entre sus manos y sus labios carnosos, cálidos, sensuales, con sabor a tónica y vodka, se aplastaron sobre los míos. Su lengua los separó, traspasó la barrrera de los dientes y se enredó con la mía en una danza loca. Para entonces, mis manos ya se habían perdido por debajo de su jersey en busca de unos pezones que querían romper el tejido.
-Hummmmm, hummmmmm -el camarero nos miraba con cara cansada- Disculpad. Me gustaría irme a casa. También a vosotros os convendría...
Saqué aceleradamente las manos de debajo del jersey de Lidia como un niño al que pillan en una fechoría. Busqué en mis bolsillos y tendí a aquel hombre dos billetes de cincuenta euros.
-Perdona amigo. Quedate con el cambio -le dije a él y cogiéndola a ella de la mano, añadí:
-Vamos. Me muero por descubrir qué oculta esa falda.
Salimos. Lidia se paró en medio de la calle y, enredándo bajo la falda, se quitó las bragas y me las puso en la mano.
-Toma. Espero que te gusten.
Las lleve a mi cara y las olí.
-Espero que me guste más lo que prometen -dije acariciando su vulva por encima de la ligera tela.
Se apretó a mi susurrándome mientras me mordisqueaba la oreja:
-Pues tendremos que darnos prisa. Nunca me acuesto con nadie si el día me sorprende en la calle.
-¡Oye! ¡No me asustes! Tú no serás una vampira ¿no?
-¿Cómo lo has adivinado? ¡Anda, vamos listo! No es tu sangre lo que más deseo esta madrugada.
Nos ceñimos por la cintura y, abrazados, dimos la espalda a la noche para saludar la incipiente claridad del día desbordados por la pasión de mil besos en las esquinas.
©Dorvas, 2015
 
Es el segundo relato tuyo que tengo el gusto de leer, en realidad espero que haya más, son un agasajo.

Definitivamente, gracias por compartir.
 
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