bbikarus
Bovino maduro
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- 15 Sep 2008
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- #1
Muchas veces se han citado sus palabras en diferentes contextos, sus vivencias han sido plasmadas por grandes escritores como Antoine de Saint-Exupéry. Sin embargo, este personaje podría catalogarse como un ser incomprendido ó que quizás no encaja en nuestro planeta.
De pie, junto a su amada rosa y con la mirada perdida hacia la Tierra, El Principito nos invita a sentarnos sobre algún cráter del asteroide B-612, pidiendo disculpas por el no tan espacioso lugar. Después de unos minutos, aparece la primera pregunta en relación a su estancia en la Tierra, a lo cual contesta con una gran sonrisa que le parece un lugar hermoso.
- ¿Qué es lo que más extrañas de ella?
- No lo sé. Si me hubiera quedado más tiempo quizás pude haberla conocido mejor e incluso admirar más puestas de sol, pero mi rosa depende de mí y no la puedo abandonar. Además, si no regresara, los baobabs crecerían tanto que terminarían por sacar a mi rosa de su lugar, y mi rosa es muy delicada. Necesita un cuidado muy especial. ¿Sabes algo? Ahora que lo pienso mejor, lo que más extrañaría de la Tierra sería estar con mi amigo.
- ¿Te refieres al que conociste en el desierto?
- Definitivamente sí. Él me enseñó muchas cosas que yo no conocía y además fue él quien me ayudó a regresar hasta aquí. Sin embargo, detestaba cuando se portaba como un adulto.
El semblante del entrevistado cambia al mencionar la palabra adulto. Ahora camina de un lado a otro y con un tono un poco agresivo, continúa...
- ¿Por qué tiene que ser así? Los adultos siempre metidos en sus asuntos, esos a los que llaman “cosas serias”. Me molesta demasiado recordar a aquel señor gordo y colorado, sumido siempre en hacer sus sumas y restas. Luego están aquellos adultos como el rey, quien vivía ensimismado o aquel alcohólico ahogado en su depresión.
- ¿Y tú porque consideras que pase eso? Es decir ¿Por qué crees que las personas cambian cuando dejan de ser niños y comienzan a ser adultos?
- Porque olvidan su inocencia. Porque el mundo está contaminado de mentalidad de otros adultos, de esos que te mencioné. Y esa misma contaminación invade las mentes de los niños, y es entonces cuando “maduran”. Pierden la capacidad de imaginar cosas tan hermosas o inventar juegos, prefieren imaginar guerras e inventar armas. Cada quien se vuelve egoísta y se vuelven solitarios, buscando estar siempre con alguien que llene el vacío que llevan en su interior. Siento pena por la soledad que habita en los adultos.
Cesa el vaivén de su paso. Se sienta a mi lado, cabizbajo. Finalmente, después de dejar unos momentos de silencio para que se relaje, le pregunto cómo podemos los adultos rescatar nuestra inocencia. Una mirada pasiva hacia las estrellas que nos rodean da paso a su respuesta:
- No creo que sea cuestión de rescatarla. Más bien, se trata de no perderla nunca. En vez de darle importancia al dinero y a otras cosas materiales, que son las que provocan esa pérdida, deberían abrir los ojos y darse cuenta de lo hermoso que es el mundo en que habitan. Convivir más unos con otros, conocerse y establecer lazos en común en vez de destrozarse, hacer menos a los demás y hablando a espaldas de las personas. Hay tantas cosas que admirar, como las cascadas, los desiertos, el bosque, la vida misma... Incluso el sólo hecho de que puedan contemplar el cielo y admirar su belleza rodeándolos. Mirar la luna y las estrellas, y darnos cuenta de que el universo es infinitamente grande y que espera por ser descubierto en su totalidad algún día. Algún día...
Los motores del pequeño cohete se han encendido y agradezco al Principito por su tiempo. Su imagen diciendo adiós con la mano se hace cada vez más pequeña mientras nos alejamos de su asteroide. Abro el papelito que me dio al despedirnos y lo leo: “Cuando por las noches mires al cielo, al pensar que en una de aquellas estrellas estoy yo riendo, será para ti como si todas las estrellas riesen”
De pie, junto a su amada rosa y con la mirada perdida hacia la Tierra, El Principito nos invita a sentarnos sobre algún cráter del asteroide B-612, pidiendo disculpas por el no tan espacioso lugar. Después de unos minutos, aparece la primera pregunta en relación a su estancia en la Tierra, a lo cual contesta con una gran sonrisa que le parece un lugar hermoso.
- ¿Qué es lo que más extrañas de ella?
- No lo sé. Si me hubiera quedado más tiempo quizás pude haberla conocido mejor e incluso admirar más puestas de sol, pero mi rosa depende de mí y no la puedo abandonar. Además, si no regresara, los baobabs crecerían tanto que terminarían por sacar a mi rosa de su lugar, y mi rosa es muy delicada. Necesita un cuidado muy especial. ¿Sabes algo? Ahora que lo pienso mejor, lo que más extrañaría de la Tierra sería estar con mi amigo.
- ¿Te refieres al que conociste en el desierto?
- Definitivamente sí. Él me enseñó muchas cosas que yo no conocía y además fue él quien me ayudó a regresar hasta aquí. Sin embargo, detestaba cuando se portaba como un adulto.
El semblante del entrevistado cambia al mencionar la palabra adulto. Ahora camina de un lado a otro y con un tono un poco agresivo, continúa...
- ¿Por qué tiene que ser así? Los adultos siempre metidos en sus asuntos, esos a los que llaman “cosas serias”. Me molesta demasiado recordar a aquel señor gordo y colorado, sumido siempre en hacer sus sumas y restas. Luego están aquellos adultos como el rey, quien vivía ensimismado o aquel alcohólico ahogado en su depresión.
- ¿Y tú porque consideras que pase eso? Es decir ¿Por qué crees que las personas cambian cuando dejan de ser niños y comienzan a ser adultos?
- Porque olvidan su inocencia. Porque el mundo está contaminado de mentalidad de otros adultos, de esos que te mencioné. Y esa misma contaminación invade las mentes de los niños, y es entonces cuando “maduran”. Pierden la capacidad de imaginar cosas tan hermosas o inventar juegos, prefieren imaginar guerras e inventar armas. Cada quien se vuelve egoísta y se vuelven solitarios, buscando estar siempre con alguien que llene el vacío que llevan en su interior. Siento pena por la soledad que habita en los adultos.
Cesa el vaivén de su paso. Se sienta a mi lado, cabizbajo. Finalmente, después de dejar unos momentos de silencio para que se relaje, le pregunto cómo podemos los adultos rescatar nuestra inocencia. Una mirada pasiva hacia las estrellas que nos rodean da paso a su respuesta:
- No creo que sea cuestión de rescatarla. Más bien, se trata de no perderla nunca. En vez de darle importancia al dinero y a otras cosas materiales, que son las que provocan esa pérdida, deberían abrir los ojos y darse cuenta de lo hermoso que es el mundo en que habitan. Convivir más unos con otros, conocerse y establecer lazos en común en vez de destrozarse, hacer menos a los demás y hablando a espaldas de las personas. Hay tantas cosas que admirar, como las cascadas, los desiertos, el bosque, la vida misma... Incluso el sólo hecho de que puedan contemplar el cielo y admirar su belleza rodeándolos. Mirar la luna y las estrellas, y darnos cuenta de que el universo es infinitamente grande y que espera por ser descubierto en su totalidad algún día. Algún día...
Los motores del pequeño cohete se han encendido y agradezco al Principito por su tiempo. Su imagen diciendo adiós con la mano se hace cada vez más pequeña mientras nos alejamos de su asteroide. Abro el papelito que me dio al despedirnos y lo leo: “Cuando por las noches mires al cielo, al pensar que en una de aquellas estrellas estoy yo riendo, será para ti como si todas las estrellas riesen”