pantiaddict
Becerro
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- 23 Oct 2008
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Aquel pequeño local se había convertido en su cobijo cada noche, en un pequeño templo de sus soledades. Sólo siete mesas, un ambiente oscuro, y pequeñas velas de débil llama reinaban aquel santuario de las almas perdidas entre los jirones aterciopelados y, al fondo, iluminado por un foco de escasa potencia, un pequeño escenario gobernado por un viejo micrófono, testigo de voces ausentes y de letras que callaban mucho más de lo que osaban decir.
Cada noche se fundía allí, con otros ojos azulados que en realidad no sabían qué buscaban, pero que vivían con la esperanza de poder llegar a encontrar. Invocadores de sueños y guerreros de causas perdidas. Pero ella, cada noche, sin excepción, se adueñaba del rincón más oscuro de aquel local, con un cigarro teñido de carmín púrpura entre los labios y un vaso medio vacío de bourbon con un solo cubito de hielo.
Hacía tiempo que había decidido teñir su vida de colores oscuros que le permitieran moverse entre la piel de la noche sin ser vista, sin levantar sospechas, pero insinuándose ferozmente tras las cortinas de luz de luna que desdibujaban su silueta.
Esa noche parecía que iba a ser como todas las demás. Otra de esas voces la acompañaría mientras bebía su bourbon y fumaba su cigarro. Pero en una de las mesas que cada noche estaba vacía se sentaba un hombre oscuro, misterioso, que osó retarla en un duelo de miradas.
Él ya se había fijado en ella con anterioridad, aunque estaba seguro de que no sucedía así a la inversa, porque siempre había procurado mantenerse oculto. En realidad le fascinaba, le producía un morbo salvaje la forma de su nariz (se fijaba mucho en las narices) y la caída ligeramente oblicua de sus cejas.
Varias noches, al volver a casa, había pensado en ella y se había masturbado imaginando cada curva de su cuerpo oculto bajo esa ropa eternamente oscura. Aquella vez, por fin, se había decidido a acercarse más, a sentarse en una mesa a pocos metros, con la esperanza de una posible conversación para empezar. Su necesidad sexual había vencido finalmente a su timidez. Pero claro, ese era otro asunto; aquella chica tenía pinta de no buscar nada en especial. O muy al contrario, de buscarlo todo. Parecía del tipo intelectual. Por esa parte no tendría problemas en sostener largas e interesantes conversaciones con ella. Pero no debía perder de vista el objetivo final, que no era otro que llevársela a la cama. Debía andar ojo avizor por si a su lado más sentimental le daba por
enamoriscarse, cosa que no le apetecía en absoluto en ese momento de su vida.
Aunque inconscientemente sabía que le hacía falta dejar a un lado su soledad, que ya llevaba varios años así, pero no quería reconocerlo. Sexo y nada más. Una o dos noches y a otro bar. Lo malo era que las mujeres interesantes eran las únicas que le podían hacer enamorarse de veras. ¿Y si pese a todo acababa sucumbiendo? Lo mejor sería abandonar el local llegados a ese punto. Pero ella le estaba mirando ahora... Fumaba un cigarrillo de un modo tan sensual...
Sabía de muchos otros sitios en los que podría ligar con chicas rematadamente idiotas, pero auténticos volcanes sexuales. Menos complicación. Igual placer. Igual sensación de vacío al final.
Los pros y los contras...
Se levantó mirando el reloj a modo de excusa. Apuró su copa y comenzó a andar con la intención de dirigirse a la puerta, pero en lugar de eso, sus pasos le llevaban directamente a ella.
La mujer miró sorprendida como él se sentaba en su misma mesa, y apagó su cigarro con un gesto casi imperceptible. Era la primera vez que le tenía tan cerca, aunque no era la primera vez que reparaba en él. Le llamaron la atención sus manos, una noche, mientras desde lejos le vio beberse una copa en la mesa más alejada de la suya. Le miró con ansia, con un ansia desconocida que nunca antes había sentido. Y le pareció que él le devolvía esa mirada.
Por un lado estaba ese deseo irrefrenable que, de repente, reinaba en ese local, que salía por cada poro de su cuerpo. Por otro lado, los contras, esos contras que acabarían arrugados en el suelo como su ropa, esa noche. Pidieron otra copa, que dejaron caer dentro de sus cuerpos como lava de un volcán, y sumidos en algo indescriptible
empezaron a hablar. De menos a más, de menor a mayor intensidad, in crescendo. Como si nunca hubiesen hablado con nadie, como si el simple acto del habla fuese un descubrimiento para ellos. Verdades universales, trivialidades, mentiras sinceras y algún que otro tabú. Y el primer roce, bajo la mesa, fugaz... pero intenso. Sin querer, o tal vez queriendo, ella había tocado las piernas de él, y le pareció observar que la miraba con cierta desesperación y duda. Parecía seguro de sí mismo, pero a su vez tenía la sensación de encontrarse ante un hombre completamente perdido y desconcertado. Ella era una de esas mujeres fuertes, cultas e inteligentes a las que probablemente él tuviera miedo. Y además se insinuaba con sus gestos, con sus miradas, con cada calada al cigarrillo y con cada trago de bourbon, el tercero de la noche. Fue a coger su copa, parecía abrumado, y... la mano de ella se posó sobre la de él. Tenía las manos cálidas, suaves, tal y como las
imaginaba en sus fantasías. Le miraba fijamente, le atravesaban sus ojos cargados de erotismo. Le arrebató la copa de manera sensual, bebió el último trago... y salió del bar.
Sí, estaba provocándole, quería que la siguiera, quería ver hasta dónde era capaz de llegar. Él dejó sobre la mesa unos billetes y salió tras ella, que se ocultaba entre la noche, pero que dejaba entrever sólo lo que quería que él viera. Le llevó por unas callejuelas claustrofóbicas, oscuras, frías, y de repente se detuvo ante un cartel roto donde se leía "Old's". Todo oscuro. Él se acercaba a ella, lentamente, por detrás, y le susurró al oído algo que sólo ella logró oír, algo que logró ruborizarla. La pilló desprevenida, había bajado la guardia... pero era lo que llevaba mucho tiempo esperando. Ella, mordiéndose el labio, se acercó lentamente a él, moviendo sus caderas enfundadas en cuero negro, y le besó, agarrando con fuerza su pelo, mientras le sentía suspirar y acariciar su espalda, caricias que la volvían absolutamente loca... su
respiración se aceleraba, y ya no había marcha atrás...
Él la abrazó restregándose contra ella y comenzó a susurrarle palabras obscenas al oído. Aparentemente eso le gustaba a la mujer, porque gemía entrecortadamente mientras sonreía con los ojos cerrados.
'El vicio tiene muchos disfraces, -pensó él- y uno de ellos es la virtud. No hay mujer más fogosa que una intelectual liberada de prejuicios'.
Casi no podía creerse que todo hubiera acabado así. Había tenido suerte, y la habría pillado a ella en horas de necesidad también... Levantó el top y el sujetador y le aferró los pechos de un tamaño normal. Se los estrujó y retorció con fuerza y pasión hasta que los oscuros pezones se endurecieron. Al mismo tiempo le dio una serie de mordisquitos en el cuello y el lóbulo de la oreja, y no cesaba de frotar su miembro contra su entrepierna. Ella debía notar su erección sin duda. La cogió
por el trasero y la sentó sobre una caja de madera. La temperatura de ambos aumentaba por momentos, al dar rienda suelta al deseo. La mujer gemía y él supo que le estaba gustando. Quizá hacerlo en pleno callejón, donde cualquiera les podía ver, aumentaba el morbo de la situación.
-¿Me lo vas a hacer aquí…? -preguntó ella abriendo los ojos- …quiero que sea aquí mismo...
Él sonrió lascivamente y por respuesta la bajó de la caja, le dio la vuelta y se pegó a su trasero. A continuación siguió magreándole las tetas mientras la otra mano se adentraba en su pantalón y en su tanga y encontraba el sexo de ella, comenzando a acariciárselo. La chica echó la cabeza hacia un lado sacudida por oleadas de placer; suspiraba entrecortadamente. Él intentó empatizar con ella y se vio por un momento en su posición: dos manos tocándole la vagina y el pecho con maestría mientras sentía la erección de él. Debía estar sintiendo un placer máximo.
Ella estaba empapada. Los dedos de él resbalaban entre sus flujos buscando su clítoris y encontrándolo. Otras veces introduciéndolos en ella, que ahogaba un grito de placer. La masturbación duró varios minutos hasta que finalmente la mujer, de espaldas, llevó las manos hacia atrás y desabrochó la bragueta de él. Los pantalones y calzoncillos cayeron al sucio y frío suelo. Las manos de ella también eran sabias, y mediante el tacto estudiaba su pene, pero sin volverse. Era bastante grande y se hallaba en su máxima erección y
dureza.
Entonces él le bajó los pantalones a la mujer y atrayéndola hacia sí, la penetró de un golpe y con fuerza. Su miembro entró sin dificultad merced al río de flujos que ella soltaba. No obstante tocaba sus paredes vaginales y la llenaba por completo. Ella tuvo un tremendo orgasmo entre convulsiones mientras él se movía despacio. Luego comenzó a acelerar el ritmo. Las embestidas tenían más potencia cada vez. El placer que sentía era indescriptible y el de ella debía ser igual a juzgar por los grititos que profería.
-Te gusta ¿eh? -susurraba él en su oído mientras movía su pelvis rítmicamente- te excita hacerlo en la calle ¿verdad? Reconoce que te pone cachonda...
-Sssssíiii, no pares, sigue, ¡Diosss!
-¿A que te vuelve loca?
-Ohh, sssí... Ahhh, me corro otra vez, me corroooo....
Ahora el acoplamiento de sexos era total.
-Yo me voy también -gimió él.
-Échamelo dentro. Lléname entera. No te preocupes, tomo la píldora. Quiero sentirlo todo.
-Ssíiiii -gritó él vaciándose por completo y apoyándose rendido en ella, abrazándola por detrás. Su pene palpitaba dentro de aquella tórrida gruta y así estuvieron cinco minutos, recuperando el aliento.
Luego se subieron la ropa y se morrearon salvajemente, sonriéndose bobaliconamente.
-Perdona, ha sido demasiado rápido -dijo él.
-No importa, los dos estábamos muy calientes. Es normal. Además ha sido muy intenso -respondió ella, mientras sacaba un cigarro del bolso. El hombre hizo lo mismo...
El tabaco duró un breve instante que se hizo eterno. Todo había sido muy rápido, todo había ido tal y como querían, habían disfrutado el uno del otro hasta quedarse sin aliento. Cada uno, sentado en una parte distinta del callejón, miraba hacia el otro sin atreverse a articular palabra alguna. Buscaban respuestas en los ojos del otro a preguntas que no osaban formular en voz alta... porque nada les daba derecho a hacerlo. Y, de nuevo, los pros y los contras, que se ponían de acuerdo para hacerles esclavos de la duda. Ella le miraba
con aire derrotado... ¿en qué estaría pensado ese hombre, que había conquistado sus murallas con un simple duelo de miradas en el bar? Y él... no dejaba de preguntarse qué pasaría por la mente de esa mujer misteriosa, que se escondía entre los jirones de la noche con aire descarado.
Noche, que se cernía majestuosa sobre ellos. La oscuridad pesaba más y más, como también pesaban sus silencios, y sus miradas decían más que todo lo que en ese momento pudieran decirse. Las farolas, con su luz, les interrogaban sobre qué pasaba por sus mentes, les iluminaban con luces
acusadoras, pero ansiosas por saber...
Ella se levantó antes que él, y sin dejar de mirarle a los ojos se
acercó lentamente. Parecía cansada, pero se contoneaba tan
sensualmente como al comienzo de la noche. Estaba despeinada, el carmín había desaparecido de sus labios. Cuando estuvo delante de él se inclinó ante su rostro, y le acarició juguetonamente la nariz. E inesperadamente, le besó, y rompió a correr en medio de las laberínticas calles oscuras.
Él intentó seguirla, pero no pertenecía a la noche. Simplemente la perdió. Su ropa negra se fundió con las sombras de la noche, y la oscuridad le ponía obstáculos a su carrera hacia algo que en realidad desconocía. Respiraba con dificultad, apoyado en una esquina sucia y solitaria, consciente de que no la volvería a ver a menos que ella se mostrara. Se sentó en la acera, derrotado, mientras pensaba en cada gesto, en cada mirada, en cada suspiro.
Y ella, dos calles más allá, se preguntaba por qué había huido.
Llevaba siglos sin sentir absolutamente nada, los colores habían desaparecido a los doscientos años, con el color se fue el olor y los sentidos, había pasado cuatrocientos años en las tinieblas, en un vivir sin vivir, ansiando encontrar a su "compañera", la única mujer que podía devolverle los sentidos y el color a su vida.
Ella no había aparecido, no la había encontrado y tras seiscientos años de soledad sólo le quedaban una opción, entregarse al amanecer y morir, pero maldita sea si él estaba dispuesto a acabar de ese modo, tenía infinitos poderes, era capaz de transformase en bruma al igual que en lobo, dominaba a los humanos con sólo empujar un poco sus débiles mentes, al fin y al cabo era de la raza de los Cárpatos y no merecía un final así.
No lo había hecho, había optado por el otro camino, el oscuro, no había enfrentado su camino y ahora era perseguido por los que antes habían sido sus hermanos carpatianos, por los cazadores de su especie. Él se había convertido en la presa, cuando antes fue cazador ¿pero cómo negarse a sentir por última vez? Los de su raza bebían sangre para alimentarse pero no debían matar nunca mientras lo hacían, él había bebido y bebido sin detenerse, ansioso de sentir el placer de la sangre calentando su interior y llenándolo de un placer sensual que hacía siglos que no sentía, se había alimentado de aquella mujer hasta desangrarla y se había convertido en lo que siempre había odiado: un vampiro, pero al menor ahora podía sentir.
Vince entró en el pub ataviado como cualquier mortal, había estado enterrado más de un año bajo la tierra cicatrizante, la transformación a vampiro había sido mucho más dolorosa de lo que imaginaba y ahora, por fin, su cuerpo había sanado y estaba dispuesto a disfrutar de todos los sentidos que habían retornado a él, el color, el olor y la calentura, desde luego que sí, cuatrocientos años sin sexo eran demasiados.
Podía buscar el sexo en cualquier esquina, violar sería tan sencillo como asesinar para él, pero después de cuatro siglos, su mente le decía que ansiaba un espectáculo algo más refinado, se lo merecía, bajó la mano hasta sus pantalones vaqueros y palpó divertido la erección dura que ostentaba. Tenía un cuerpo llamativo, todos los de su raza lo tenían, muy alto y moreno, músculos prominentes, los necesitaba para cazar a vampiros y un buena polla, también la necesitaría para todo lo que iba a follar a partir de ahora.
Se sentó en una mesa junto a la pista que estaba llena a rebosar, buscaba a su víctima sexual, no iba a necesitar alimentarse de ella, había bebido en abundancia cuando había salido de la tierra, sólo la necesitaba para follársela a gusto y a conciencia.
No tardó demasiado en encontrarla, rubia, con ojos oscuros, marrones, pudo determinar el color desde la distancia debido a que podía ver en la oscuridad sin problemas, al igual que pudo alcanzar su olor a hembra, al fin y al cabo, él compartía muchos sentidos de sus hermanos los lobos y el olor a celo le llegó con facilidad. Tenía una boca amplia, de labios carnosos, una boca muy follable, como el resto de la mujer, pechos como melocotones, redondos y altos, ya se veía sosteniéndolos, notó el cosquilleo en sus dedos y sonrió, bajó la vista por el corto y ceñido vestido negro que llevaba hasta sus redondeadas caderas y sus largas piernas sin medias y tacones alto.
- Vuélvete para verte el culito- la empujó mentalmente con suavidad, ella respondió al golpe y se volvió mientras bailaba, Vice notó como su polla apretaba las costuras del pantalón, su culo en forma de corazón invertido era todo un hallazgo, aún mejor que sus tetas.
Dio un trago a su bebida mientras decidía que hacer con ella, no estaba sola, una mujer así nunca lo estaría, la acompañaba un pobre tipo que intentaba meterle mano sin que ella se dejase, demasiado feo y enclenque para una mujer como ésa, ella se lo merendaría en una follada, y ella lo sabía, seguramente la nena era una calientapollas de cuidado, sonrió dejando que una corriente erótica corriese por su cuerpo.
- Quítate las bragas y guárdalas en el bolso
Vince observó como la chica, sin siquiera, pensarlo se levantaba el vestido y se bajaba un tanga negro que llevaba para después guardarlo en el bolso, rompió en carcajadas al ver como el chico que intentaba tirársela se había quedado con la boca abierta mirándola y con la polla como una laza, debido a la cantidad de gente que había nadie más se había percatado.
Le cayó bien el infeliz, él más que nadie sabía lo que era estar sin comerse un buen coño durante años, a lo mejor le daba un poco de alegría, al fin y al cabo, ahora que su abstinencia tenía fecha de caducidad se sentía incluso generoso, o tal vez perverso, esa guarra se merecía que se la follara un tío que ella no miraría la cara un par de veces.
Miguel no podía creer lo que había visto, Vero se había quitado las bragas en medio de la pista, durante unos segundos, había visto su coñito rasurado, mucho más de lo que esperaba en esa cita, ella lo había llamado después de que su novio la dejase plantada unos minutos antes, ella sabía que él estaba loco por ella, tanto que era capaz de recoger las migajas de otros, y se daría por satisfecho si conseguía rozarle una teta esa noche, ver su coño había sido un regalo del cielo, estuvo tentando a salir de allí unos minutos y hacerse un pajazo de los que hacen historias, pero no iba a dejarla allí sola, y sin bragas, la miró a los ojos tentativo, sin saber si ella iba a estar riéndose de su empalme pero ella tenía la mirada desenfocada, como si no estuviese allí y no se hubiese bajado las bragas delante de cien personas ¿le habrían metido algo en la bebida?, estaba seguro que no, lo mismo sólo estaba en las nubes ¿o lo mismo quería que él le metiera mano?
Tímido pero muy caliente se acercó hasta pegar su polla dura hasta su culo prieto, y qué culo, ella no se movió sino que siguió bailando, permitiendo que éste se rozara continuamente por él.
- Abre las piernas un poco mientras bailas, guapa, vamos a dejar que tu amigo te toque el coño- murmuró Vice, mientras sacaba su polla del pantalón y comenzaba a masajeársela debajo de la mesa, no pensaba correrse, al menos hasta haber visto algo más del espectáculo.
Miguel notó cómo ella abría las piernas mientras él seguía con la polla pegada a su culo, esa señal sí era capaz de entenderla, disimuladamente y aprovechando que su vestido era tan corto apoyó las manos en el frontal de sus muslos calientes y subió un poco sin despegarse de su espalda.
Sus manos que habían estado vacilantes, se tensaron cuando vio que ella no se quejaba de la intrusión, su polla palpitó y su respiración se aceleró, pero sus manos no parpadearon, subieron sin miedo hasta encontrar sus labios vaginales abiertos.
- Joder- gimió Miguel al tocar su coño caliente y húmedo totalmente abierto para que él pudiese jugar con él.
- Relájate zorra- empujó mentalmente Vince, al notar resistencia en ella, se ve que el contacto directo de esos dedos intentaba llegar a su conciencia, sin piedad, la manipuló aún más- te sentirás más caliente que nunca, como si llevaras un año sin probar una buena polla y agradecerás cada toque de ese infeliz.
Vero gimió de placer al sentir los dedos tocar su clítoris, no notó las miradas curiosas de algunos tíos del alrededor ante su gemido, estaba tan caliente que se sentía por explotar, se movió buscando un contacto más directo y al notar un dedo cerca de la entrada de su coño, ella misma empujó hacia él para metérselo dentro.
Miguel casi jadeó al ver cómo Vero se follaba con su dedo y perdida la noción del lugar y la espera, le metió el otro dedo con dureza mientras dejaba que su calor húmedo lo rodease y le apretase palpitante, joder, cómo deseaba meter la polla donde ahora estaban sus dedos, miró a su alrededor y vio una esquina un poco más oscura, y con los dedos dentro su coño y su otra mano rodeando su cintura, la condujo hacia esa esquina.
Vero no podía evitar gemir a cada paso, esos dedos mientras caminaba le provocaban una fricción deliciosa, tenía los pechos hinchados, los pezones presionaban libremente su vestido ya que no llevaba sostén y no se daba cuenta de que sus mejillas coloradas y sus ojos brillantes mostraban a todo el que la veía que estaba más caliente que una perra en celo.
Vince observó divertido cómo el chico empujaba a la zorrita a la oscuridad del pub, así que no era tan tonto como parecía, estaba dispuesto a follársela allí en medio antes de que cambiase de opinión, él aplaudía esa idea, pero no se lo iba a poner tan fácil, a ninguno de los dos.
La oscuridad no fue problema para él, veía mejor en la oscuridad que con luz artificial, al fin y al cabo era un vampiro, así que pudo ver cómo el chico empotraba salvajemente a la chica contra la pared, de espaldas a él aún, imaginó que tendría sus dedos bien metidos en el coño de ella, lo dejó hacer y cuando vio que se separaba un poco bajarse la cremallera del pantalón, liberó el hechizo de la chica, divertido.
Vero tomó conciencia de sí misma en unos segundos, no podía dejar de gemir aunque no sabía qué hacía contra la pared, notaba su coño encharcado en jugos y unos dedos que la follaban sin piedad, un tercer dedo se unió martirizando su clítoris, en ese momento y a pesar de no saber quién se la estaba follando, se corrió mientras gritaba de placer.
Miguel sintió las contracciones en sus dedos, el orgasmo de ella retumbaba en sus oídos y su polla parecía que iba a explotar, no iba a durar mucho más, así que terminó de sacarla de sus pantalones y levantando la falda de ella se acercó a la entrada de su coño.
- No- gimió Vero, mientras intentaba recuperarse del orgasmo más fuerte de su vida, la conciencia volvía y casi tenía la certeza de que el que estaba follándola era el desgraciado de Miguel, un tío muy feo que sólo llamaba cuando le faltaba un plan, lo que no tenía ni idea es de cómo había acabado contra la pared, con el culo al aire y con una polla en la entrada de su coño.
- Ahora no me vas de dejar con las ganas- jadeó Miguel mientras con sus rodillas la abría aún más de piernas.
- Déjame, cerdo- gritó Vero- no voy a dejar que me folle un tío como tú.
- Ahí te equivocas, puta- le dijo mientras la apretaba contra la pared sin dificultad, al fin y al cabo, era más fuerte que ella y él estaba embravecido ante la cercanía del orgasmo- te acaba de correr como una zorra, gritando y empapándome- le dijo al oído- y ahora me vas a dejar que te folle delante de toda la discoteca.
Sin dejarla replicar hundió su polla caliente en el charco que era su coño, Miguel se apretó, sacudiéndola con profundas embestidas mientras ella se resistía en vano, por el contrario sus movimientos enardecían aún más al improvisado violador.
Vero gimió angustiada, la estaban violando delante de toda una discoteca y nadie se daba cuenta, notaba la polla de Miguel llegándole casi a la matriz y para su desconcierto se estaba excitando de nuevo, se revolvió intentando escapar y sólo consiguió que él le diera un fuerte cachete en el culo.
- Por favor... por favor- jadeó intentando separarse, con el culo ardiendo.
- Llevas toda la noche calentándome, guarra- le dijo sin control, sus caderas la golpeaban, su polla se hundía en ella y sus huevos arremetían contra sus muslos a cada embestida- te he dejado correrte, pero ahora me toca a mí.
Lo que no esperaba Vero es que su propio cuerpo se volviese contra ella, su cuerpo ya bastante caliente por la follada y el orgasmo de antes se sacudió cuando Miguel adelantó sus dedos y pellizco su clítoris, a partir de ese momento ya no pudo pensar, ella misma se hundía contra esa polla, deseando que la perforara, que la rompiera, mientras sus dedos frotaban sin control su botón ardiente entre los muslos.
Miguel perdió el control en cuanto ella comenzó a follarse sola sobre su polla, utilizándolo como si fuese un consolador, la siguió tocando mientras los dos gemían descontrolados, al sentir otro orgasmo de ella que apretaba su polla en su interior se corrió mientras arqueaba la espalda y gruñía de satisfacción. Quedaron apoyados contra la pared y jadeantes del esfuerzo, limitándose a recuperar la respiración.
Los aplausos de alrededor los desconcertaros a los dos, sin dar crédito se volvieron y vieron a media discoteca mirándolos entre divertidos y excitados, muchos tíos se tocaban las pollas sin recato mientras ellas se reían por lo bajo excitadas. Miguel miró hacia arriba impresionado por la luz que había en ese rincón, estaba seguro que antes había estado oscuro, pero ahora un foco estaba girado hacia ellos, habían follado bajo un foco en medio del pub.
Con la polla flácida aún fuera, se volvió hacia Vero que se bajaba el vestido mientras el semen de Miguel bajaba por sus muslos, ella lloraba sin dar poder creer lo que había pasado, se tomaron de la mano simultáneamente y corrieron hacia la salida.
Vince rió por su pequeña travesura, ese polvazo sólo lo había calentado, su mano inquieta seguía tocando su polla dura, ya estaba bien de mirar, ahora le jugar a él.
Te cuento lo que me pasó este fin de semana. El viernes había estado mirando tu “material”, las fotos que me enviaste a mi mail. Así que estaba muy, muy caliente, tanto que me tuve que cambiar la tanga antes de salir de la oficina y guardarme la tanga empapada en mi pequeño bolso. Así de mojada salí de la oficina a buscar el metro. Llevaba falda, pero esta vez no una minifalda, sino una falda hasta medio muslo y medias altas, de esas con una banda de goma que me permite llevarlas sin liguero. Seguía mojada y excitada por ti, fantaseando con tenerte al lado, con que me enviaras más material para que sea yo la que me “divierta” en mi intimidad visionándolo. El problema es que en vez de relajarme me estaba excitando todavía más mientras esperaba que viniera el metro. Allí, en pie en el andén, estaba volviendo a chorrear.
Y ya sabes que cuando yo me humedezco… huelo a sexo. Así que tomé un pañuelo de papel y, disimuladamente, traté de secarme. Pero era imposible allí en el andén, sólo intentar agacharme un poco y subirme la falda y cien ojos de hombres alrededor se clavaron en mi, como siempre, vaya. Así que decidí esperar al vagón, pero entonces ya los tenía yo a todos curiosos con mis movimientos. Entré en el vagón rodeada de todos ellos y traté de quedarme en pie hacia el final del vagón para poder secarme, pero… pero claro, entonces quedé rodeada de los hombres porque todo el mundo ocupó los asientos.
En fin, que me quedé de pie, rodeada de hombres y con el pañuelo de papel en la mano. Intenté levantar un poco la falda por el lado y secarme, pero no pude llegar ha hacerlo porque enseguida sentí las miradas de todos centradas en mi y en mis movimientos. Los hombres de alrededor aprovecharon que había alzado un poco el borde de la falda para acercarse y aprovechando el vaivén del tren pegarse a mi. Algunas manos me rozaron, los pechos, el culito… y yo caliente y chorreando por tu culpa!
Me volví a erguir y traté de disimular, pero eso ya sólo sirvió para que me rozaran todavía más los pechos los dos de delante, que sonreían satisfechos al ver crecer mis pezones todavía más. Una mano aprovechó que tenía al alcance el borde de mi falda para explorar y subirla un poco mientras otras me rozaban los glúteos. No podía ni protestar, pues estaba claro que todos habían tomado mis movimientos como insinuaciones. Así que traté de salir, pero al moverme hacia delante los dos tipos creyeron que quería incitarlos y todavía acariciaron mis pechos con más descaro. Uno de ellos me pellizcó el pezón derecho y no pude evitar gemir un poco (de dolor o de placer, no se). Así que mis intentos de avanzar sólo resultaron en más tocamientos.
El que sujetaba el borde de mi falda, al yo moverme, resultó que abría mi falda y ya todos aprovecharon para alzármela. Con la mano que no sujetaba el bolso traté de bajarla, pero entonces vino un frenazo del tren y todo se descontroló, casi caigo, pero por la presión de todos ellos me mantuve en pie. Pero claro, las piernas se me abrieron, los contactos se multiplicaron y el resultado fue que la falda se alzó dejando al descubierto de las manos mi interioridad, que rápidamente se vio cubierta de tocamientos cuando no pellizcos o penetraciones. Ahora estaban como descontrolados y eso se iba a convertir en una orgía, así que sin miramientos forcé la situación para salir del vagón y forcejeé hasta la puerta en medio de los tocamientos.
Llegué a la puerta pero todavía faltaba para la estación, con lo que los que me siguieron me penetraron con sus manos por todos mis orificios y me sobaron los pechos hasta que se abrieron las puertas y pude escapar. Escapé, pero sin tanga, con la falda todavía medio levantada y las mejillas rojas de excitación y calor.
Al salir del metro traté de arreglarme, pero el aire en mi chochito bajo la falda me seguía excitando, y ya notaba humedad sobre mis medias, MI humedad, goteando por mis piernas y haciendo brillar las medias. Camino de casa me encontré a Lucía, que me vio con mejillas sonrojadas y me preguntó que qué pasaba. Fuimos a un café y, mientras tomábamos una cerveza, le expliqué lo sucedido en el metro. La excitación de repasar tus fotos, de ver tus correos, el encuentro con mil manos en el metro, el haber perdido la tanga… Uffff…. Mientras lo explicaba me excitaba más y más.
Pese a que hablábamos bajito, creo que nuestra excitación (a ella también se le pusieron los pechos duros, se le marcaron los pezones sobre la blusa) se dejó notar, porque más de un grupo de hombres y alguna mujer, se nos quedaron mirando. De hecho, algunos que estaban en la barra del bar nos miraban con descaro, así que yo crucé las piernas dándoles una buena vista de mis medias, del final de las medias, y del resto del muslo sobre el que no se veía ninguna braguita. . De hecho, decidí comentárselo a Lucía, que sonrió pícaramente (ella también es una perversa) y decidí moverme para que la falda se alzara un poco más todavía y que vieran mi pierna entera mientras Lucía también se abría el escote.
Ahora todo el bar nos miraba y nosotras oíamos los susurros de comentarios de los hombres. Al fin y al cabo, el café era poco más que un bar de barrio. Ahora ya toda yo olía a sexo, así que me levanté para ir al baño a asearme, y Lucía me dijo “No tardes, guarrona, que ya veo que estás muy excitada”, con lo que dejó clavados en sus asientos a todos los hombres. Yo entré en el lavabo del fondo, donde había una puerta de madera que no se cerraba que daba a un pequeñísimo espacio con un lavamanos y dos puertas más para el aseo de hombres y mujeres.
Abrí la puerta del de mujeres y vi que no había papel, así que miré en el de hombres. Pero claro, así quedaba claramente a la vista de todos, porque quedaban abiertas las dos puertas. Haciendo ver que no me daba cuenta me agaché a tomar papel, dando a los que estaban aposentados en la barra del bar una visión perfecta de mi culito mientras tomaba un poco de papel.
Seguidamente, de espaldas a ellos, alcé mi faldita por delante (con lo que también se subió de atrás), y procedí a limpiarme mi chorreante coñito. A través del espejo de al lado veía cómo babeaban desde la barra del bar, así que no pude evitar excitarme aún más (¡no me había masturbado todavía desde que miré tus mails!) y a chorrear de nuevo, con lo que sólo había una solución. Tomé más papel y apreté mi clítoris con lo que rápidamente alcancé un orgasmo.
Entonces me giré y me arreglé la falda y salí, coreada de aplausos de todos los del bar. Lucía me tomó del brazo y salimos juntas. Pero pese a todo, las dos continuábamos muy excitadas, mi rápida caricia no me había satisfecho, y mis pezones estaban duros y reclamaban caricias (y mi chochito chorreaba sobre mis piernas y mi ano se contraía pidiendo guerra). Lucía, por su parte, también estaba excitada y pensé en irnos a su apartamento y satisfacernos mutuamente, pero ella llevaba otra idea, ¡teníamos sed de hombres! Nuestra charla sólo giraba sobre eso una y otra vez, sobre cómo la tendrían los hombres que nos cruzábamos, sobre cómo nos gustaría ser múltiplemente penetradas o exhibirnos y excitarlos a ellos. Las mujeres pueden ser también muy fantasiosas y ¡excitantes!
Caminábamos sin rumbo por las calles del casco antiguo de Barcelona y decidimos sentarnos en una terracita para tomar algo, el ambiente era un poco fresco, pero nuestras temperaturas interiores tan altas que lo compensaban. Nos sentamos en la ¡yo sin bragas! Pero tomamos la lista de comida y buscamos algo que tomar. No tardó mucho en acercarse un camarero, un latino joven de Perú o así, bajito y con cara de indio, pero no somos racistas, así que no le dimos importancia. Ordenamos unos pinchos (carne asada en un palito de madera, sazonada con picante) y dos jarras de cerveza. El chico, muy aplicado, tomó nota mientras miraba nuestros escores y nuestras piernas, como siempre nos pasa. .
Por un momento nos olvidamos del sexo y hablamos de nuestros trabajos y nuestras cosas. Pero claro, como no podía faltar, acabamos volviendo al sexo. Ella había estado tonteando con varios chicos, pero se quejaba que no le cumplían en la cama. Es que es muy fogosa, y necesita tres orgasmos tremendos para estar satisfecha (lo sé, porque cuando nos hemos satisfecho la una a la otra he quedado agotada de tanto penetrarla con el ¡doble consolador! Además, mis labios quedan hinchados después de tanto rato de besarnos y lamernos). Había tratado de excitarlos para que le dieran raciones de sexo prolongado haciéndolo en parkings o en parques para que se excitaran más, pero ellos parecían muy tontitos y se ponían demasiado nerviosos para concentrarse en la tarea y disfrutar del sexo.
Con todo eso sentía mi sexo pringoso de nuevo, es una sensación de urgencia de sexo muy desagradable. Frente a nosotras había un grupo de chicos de 18 o 20 años tomando en las escaleras de la plaza, chicos jóvenes con una cola y whisky compradas en alguna tienda para que fuera más barato. Tenían monopatines y pantalones bajos que mostraban las rajas de sus culos, cuerpos jóvenes y fibrosos. Naturalmente, ellos también se habían fijado en nosotras, y especialmente en mis piernas, que no se podían estar quietas por el deseo de sexo, de acariciarme mi mojada y abultada vulva. Así que les mostré mi brillante y mojado sexo, sin malicia, sólo por diversión.
Sus ojos se abrieron como platos y sus cuchicheos se incrementaron notablemente con excitación. Lucía se percató de todo, me conoce demasiado como para no interesarse por mis silencios. Los miró y rápidamente se percató de todo. “Serás guarra” me dice, y se levanta con movimientos sensuales y felinos y entra en el bar moviendo las caderas para que todos se exciten también con ella. Me quedo sola, con mi cerveza y tomando algún trocito de carne entre mis labios y mordiendo sensualmente para que no se me corra el pintalabios. Los chicos se quedan embobados viendo mi boca como succiona y muerde la carne mientras mis piernas se friegan la una a la otra en un movimiento descaradamente sexual.
Vuelve Lucía y se sienta, sé lo que ha ido ha hacer antes de que me lo cuente. Se ha quitado sus minúsculas braguitas y se une al espectáculo exhibicionista. Pese a los pantalones caídos de los cuatro chicos podemos ver su excitación en las tremendas protuberancias que les han surgido entre las piernas, sexos jóvenes y dispuestos a descargar litros de leche en nuestro honor. Lo harán esta tarde o noche, en sus camas, soñando con nuestros cuerpos sensuales mientras sus manos acarician sus trancas.
Pero hay un espectador más que no pierde detalle, el camarero indio al que el delantal sobre el pantalón le hace una curiosa prominencia y que no nos quita ojo con la excusa que no nos marchemos sin pagar, supongo. Pero lo cierto es que parece tener una boa que le recorre media pernera del ¡pantalón!, tendremos que ir más a ese bar. Nosotras seguimos charlando a media voz de sexo, de compañeros y de situaciones, con lo que ellos no pierden detalle y están extasiados de oír a dos mujeres charlando de sexo sin tabús y sus duras pollas a punto de estallar.
En esto que me saco un cigarrillo de mi bolso y me acerco a los chicos y les pido fuego. No fumo mucho, pero es más una excusa para acercarme sensualmente y flexionar mis rodillas ante ellos y quedarme parada, rodillas flexionadas, con mi falda alzada y dándoles una perfecta vista de mi húmedo coñito y llenarlos con mi aroma de sexo. Los cuatro chicos se quedan embobados mirándome sin saber reaccionar. “¿Tenéis fuego?” repito, hasta que uno de ellos consigue reaccionar y saca un mechero de uno de sus bolsillos y me da lumbre mientras todos miran mi escote y mi chochito abierto que rezuma sus flujos para ellos. Inspiro el humo y se lo tiro a la cara. “Qué pasa? Os gusta la vista? Espero que esta noche os haréis una buena paja en mi honor, no?”. Tan directa que no saben como reaccionar, pero uno, el más lanzado responde: “No sólo una te lo juro”.
-¿Nunca habíais visto una chica sin bragas y con el coñito rezumando? -No fuera de las revistas, dice uno. -Claro que sí, dice otro dándoselas de macho. -Joder… otro.
Se pisan los unos a los otros, tratan de decir algo para no parecer mudos, pero están aún en estado de shock. Me siento a su lado mientras veo que Lucía paga nuestras consumiciones. Alargo mis piernas, ahora la falda se me ha recogido y sentada pueden seguir viendo mis medias, el extremo de la banda que las retiene en mis muslos y, justo enfrente de ellos, una vista de mi chochito brillante de la humedad de la zorra que soy. Les miro a los ojos y a sus paquetes cuando les hablo. Ellos tratan de mirarme a la cara, pero sus miradas se desvían a mi chochito o a mis erectos pezones tras la blusa (no llevo braiser, por supuesto). “¿Y os masturbaréis pensando en mi?”. “Pues claro”, “Sí”, “¡Seguro!”.
-Mmmmm… eso me excita ¿sabéis? Cuatro machos jóvenes que me ven desnuda y se acarician sus gruesas pollas pensando en mi, en que me penetran, en que me llenan de su leche, en que me desgarran y me cubren con su corrida….- Hablo sensual y bajito, susurrando las palabras mientras fumo tranquilamente, seria, pero no demasiado, insinuante, sensual y muy muy guarra.
-Coño! Vaya puta!
Lucía se acerca y se pone a mi lado, agachada en cuclillas, sonriendo y mostrándose también (aunque yo no puedo verlo por estar a su lado). “Qué haces guarrilla? Te están comiendo con los ojos, ya les has preguntado si llevan preservativos?”.
Y ellos con ojos como platos hacen una mueca de desilusión (no llevan). Tienen dos chochos a su alcance y no llevan preservativos y seguro que su economía no da para demasiado! Jajajajajaja… Yo sigo fumando lentamente mientras me acarician con sus lascivas miradas, me recorren el cuerpo entero y noto sus miradas en mi piel, seguro que Lucía también.
-No vas a dejarlos así, verdad?
Dice Lucía acercando su mano a la de uno de los chicos, la toma y la pone en mis muslos, en la parte interior de mis muslos, justo al final de las medias, en contacto con mi carne, casi por debajo de la falda. El chico, ni corto ni perezoso, avanza su mano al ver que yo ni me muevo y sólo miro a Lucía compartiendo nuestra mutua excitación como si no notara el contacto del chico, que llega hasta mi coño y sumerge dos dedos dentro y los empapa en mis fluidos y mi carne. Los otros están viendo cómo sus dedos penetran en mi y oyendo el chap-chap de sus movimientos. Yo, de cuclillas, en esa incómoda posición, hago como que ni me doy cuenta de que me está penetrando con sus dedos.
-“No, no los dejo así, ¿no ves? Ya me están penetrando y dándome placer. De hecho, me están dando mucho placer, noto sus dedos”. Y mientras digo esto presiono con las piernas y encierro su mano, la atrapo, ante lo que él se asusta y la retira, húmeda y se la lleva a la nariz y huele sus dedos. Los otros tres están paralizados, no se creen lo que han visto, ni mi voz sensual y susurrante diciendo eso.
Lucía sonríe y me mira. “Serás guarra”. “Tú sabes lo que debe ser disponer de cuatro pollas tiernas y jóvenes cargadas de semen como estas?” Le digo sin que me importe que estén allí, oyéndolo todo, viendo y tocando mi sexo, mis pezones erectos, y yo fumando relajada y excitada.
-Bueno, creo que ya nos hemos ganado que hoy nos honren cuatro tremendas corridas, ¿no crees? -Seguro.
Así que nos levantamos como si nada, dejándoles nuestro aroma de mujer, nuestro recuerdo, y avanzamos por la calle, no sin dejar de despedirnos del indio que tiene una tremenda boa que le presiona el pantalón y se marca en la pernera derecha! Cuánto debe medir? ¡Eso deben ser más de 30 centímetros! Definitivamente, tendré que volver cuando pueda a ese bar.
Nos marchamos imaginando lo que deben estar viendo, dos majestuosos cuerpos moviendo las caderas que se pierden por una de las callejas del casco antiguo de Barcelona…
Autora: Sandra
Cada noche se fundía allí, con otros ojos azulados que en realidad no sabían qué buscaban, pero que vivían con la esperanza de poder llegar a encontrar. Invocadores de sueños y guerreros de causas perdidas. Pero ella, cada noche, sin excepción, se adueñaba del rincón más oscuro de aquel local, con un cigarro teñido de carmín púrpura entre los labios y un vaso medio vacío de bourbon con un solo cubito de hielo.
Hacía tiempo que había decidido teñir su vida de colores oscuros que le permitieran moverse entre la piel de la noche sin ser vista, sin levantar sospechas, pero insinuándose ferozmente tras las cortinas de luz de luna que desdibujaban su silueta.
Esa noche parecía que iba a ser como todas las demás. Otra de esas voces la acompañaría mientras bebía su bourbon y fumaba su cigarro. Pero en una de las mesas que cada noche estaba vacía se sentaba un hombre oscuro, misterioso, que osó retarla en un duelo de miradas.
Él ya se había fijado en ella con anterioridad, aunque estaba seguro de que no sucedía así a la inversa, porque siempre había procurado mantenerse oculto. En realidad le fascinaba, le producía un morbo salvaje la forma de su nariz (se fijaba mucho en las narices) y la caída ligeramente oblicua de sus cejas.
Varias noches, al volver a casa, había pensado en ella y se había masturbado imaginando cada curva de su cuerpo oculto bajo esa ropa eternamente oscura. Aquella vez, por fin, se había decidido a acercarse más, a sentarse en una mesa a pocos metros, con la esperanza de una posible conversación para empezar. Su necesidad sexual había vencido finalmente a su timidez. Pero claro, ese era otro asunto; aquella chica tenía pinta de no buscar nada en especial. O muy al contrario, de buscarlo todo. Parecía del tipo intelectual. Por esa parte no tendría problemas en sostener largas e interesantes conversaciones con ella. Pero no debía perder de vista el objetivo final, que no era otro que llevársela a la cama. Debía andar ojo avizor por si a su lado más sentimental le daba por
enamoriscarse, cosa que no le apetecía en absoluto en ese momento de su vida.
Aunque inconscientemente sabía que le hacía falta dejar a un lado su soledad, que ya llevaba varios años así, pero no quería reconocerlo. Sexo y nada más. Una o dos noches y a otro bar. Lo malo era que las mujeres interesantes eran las únicas que le podían hacer enamorarse de veras. ¿Y si pese a todo acababa sucumbiendo? Lo mejor sería abandonar el local llegados a ese punto. Pero ella le estaba mirando ahora... Fumaba un cigarrillo de un modo tan sensual...
Sabía de muchos otros sitios en los que podría ligar con chicas rematadamente idiotas, pero auténticos volcanes sexuales. Menos complicación. Igual placer. Igual sensación de vacío al final.
Los pros y los contras...
Se levantó mirando el reloj a modo de excusa. Apuró su copa y comenzó a andar con la intención de dirigirse a la puerta, pero en lugar de eso, sus pasos le llevaban directamente a ella.
La mujer miró sorprendida como él se sentaba en su misma mesa, y apagó su cigarro con un gesto casi imperceptible. Era la primera vez que le tenía tan cerca, aunque no era la primera vez que reparaba en él. Le llamaron la atención sus manos, una noche, mientras desde lejos le vio beberse una copa en la mesa más alejada de la suya. Le miró con ansia, con un ansia desconocida que nunca antes había sentido. Y le pareció que él le devolvía esa mirada.
Por un lado estaba ese deseo irrefrenable que, de repente, reinaba en ese local, que salía por cada poro de su cuerpo. Por otro lado, los contras, esos contras que acabarían arrugados en el suelo como su ropa, esa noche. Pidieron otra copa, que dejaron caer dentro de sus cuerpos como lava de un volcán, y sumidos en algo indescriptible
empezaron a hablar. De menos a más, de menor a mayor intensidad, in crescendo. Como si nunca hubiesen hablado con nadie, como si el simple acto del habla fuese un descubrimiento para ellos. Verdades universales, trivialidades, mentiras sinceras y algún que otro tabú. Y el primer roce, bajo la mesa, fugaz... pero intenso. Sin querer, o tal vez queriendo, ella había tocado las piernas de él, y le pareció observar que la miraba con cierta desesperación y duda. Parecía seguro de sí mismo, pero a su vez tenía la sensación de encontrarse ante un hombre completamente perdido y desconcertado. Ella era una de esas mujeres fuertes, cultas e inteligentes a las que probablemente él tuviera miedo. Y además se insinuaba con sus gestos, con sus miradas, con cada calada al cigarrillo y con cada trago de bourbon, el tercero de la noche. Fue a coger su copa, parecía abrumado, y... la mano de ella se posó sobre la de él. Tenía las manos cálidas, suaves, tal y como las
imaginaba en sus fantasías. Le miraba fijamente, le atravesaban sus ojos cargados de erotismo. Le arrebató la copa de manera sensual, bebió el último trago... y salió del bar.
Sí, estaba provocándole, quería que la siguiera, quería ver hasta dónde era capaz de llegar. Él dejó sobre la mesa unos billetes y salió tras ella, que se ocultaba entre la noche, pero que dejaba entrever sólo lo que quería que él viera. Le llevó por unas callejuelas claustrofóbicas, oscuras, frías, y de repente se detuvo ante un cartel roto donde se leía "Old's". Todo oscuro. Él se acercaba a ella, lentamente, por detrás, y le susurró al oído algo que sólo ella logró oír, algo que logró ruborizarla. La pilló desprevenida, había bajado la guardia... pero era lo que llevaba mucho tiempo esperando. Ella, mordiéndose el labio, se acercó lentamente a él, moviendo sus caderas enfundadas en cuero negro, y le besó, agarrando con fuerza su pelo, mientras le sentía suspirar y acariciar su espalda, caricias que la volvían absolutamente loca... su
respiración se aceleraba, y ya no había marcha atrás...
Él la abrazó restregándose contra ella y comenzó a susurrarle palabras obscenas al oído. Aparentemente eso le gustaba a la mujer, porque gemía entrecortadamente mientras sonreía con los ojos cerrados.
'El vicio tiene muchos disfraces, -pensó él- y uno de ellos es la virtud. No hay mujer más fogosa que una intelectual liberada de prejuicios'.
Casi no podía creerse que todo hubiera acabado así. Había tenido suerte, y la habría pillado a ella en horas de necesidad también... Levantó el top y el sujetador y le aferró los pechos de un tamaño normal. Se los estrujó y retorció con fuerza y pasión hasta que los oscuros pezones se endurecieron. Al mismo tiempo le dio una serie de mordisquitos en el cuello y el lóbulo de la oreja, y no cesaba de frotar su miembro contra su entrepierna. Ella debía notar su erección sin duda. La cogió
por el trasero y la sentó sobre una caja de madera. La temperatura de ambos aumentaba por momentos, al dar rienda suelta al deseo. La mujer gemía y él supo que le estaba gustando. Quizá hacerlo en pleno callejón, donde cualquiera les podía ver, aumentaba el morbo de la situación.
-¿Me lo vas a hacer aquí…? -preguntó ella abriendo los ojos- …quiero que sea aquí mismo...
Él sonrió lascivamente y por respuesta la bajó de la caja, le dio la vuelta y se pegó a su trasero. A continuación siguió magreándole las tetas mientras la otra mano se adentraba en su pantalón y en su tanga y encontraba el sexo de ella, comenzando a acariciárselo. La chica echó la cabeza hacia un lado sacudida por oleadas de placer; suspiraba entrecortadamente. Él intentó empatizar con ella y se vio por un momento en su posición: dos manos tocándole la vagina y el pecho con maestría mientras sentía la erección de él. Debía estar sintiendo un placer máximo.
Ella estaba empapada. Los dedos de él resbalaban entre sus flujos buscando su clítoris y encontrándolo. Otras veces introduciéndolos en ella, que ahogaba un grito de placer. La masturbación duró varios minutos hasta que finalmente la mujer, de espaldas, llevó las manos hacia atrás y desabrochó la bragueta de él. Los pantalones y calzoncillos cayeron al sucio y frío suelo. Las manos de ella también eran sabias, y mediante el tacto estudiaba su pene, pero sin volverse. Era bastante grande y se hallaba en su máxima erección y
dureza.
Entonces él le bajó los pantalones a la mujer y atrayéndola hacia sí, la penetró de un golpe y con fuerza. Su miembro entró sin dificultad merced al río de flujos que ella soltaba. No obstante tocaba sus paredes vaginales y la llenaba por completo. Ella tuvo un tremendo orgasmo entre convulsiones mientras él se movía despacio. Luego comenzó a acelerar el ritmo. Las embestidas tenían más potencia cada vez. El placer que sentía era indescriptible y el de ella debía ser igual a juzgar por los grititos que profería.
-Te gusta ¿eh? -susurraba él en su oído mientras movía su pelvis rítmicamente- te excita hacerlo en la calle ¿verdad? Reconoce que te pone cachonda...
-Sssssíiii, no pares, sigue, ¡Diosss!
-¿A que te vuelve loca?
-Ohh, sssí... Ahhh, me corro otra vez, me corroooo....
Ahora el acoplamiento de sexos era total.
-Yo me voy también -gimió él.
-Échamelo dentro. Lléname entera. No te preocupes, tomo la píldora. Quiero sentirlo todo.
-Ssíiiii -gritó él vaciándose por completo y apoyándose rendido en ella, abrazándola por detrás. Su pene palpitaba dentro de aquella tórrida gruta y así estuvieron cinco minutos, recuperando el aliento.
Luego se subieron la ropa y se morrearon salvajemente, sonriéndose bobaliconamente.
-Perdona, ha sido demasiado rápido -dijo él.
-No importa, los dos estábamos muy calientes. Es normal. Además ha sido muy intenso -respondió ella, mientras sacaba un cigarro del bolso. El hombre hizo lo mismo...
El tabaco duró un breve instante que se hizo eterno. Todo había sido muy rápido, todo había ido tal y como querían, habían disfrutado el uno del otro hasta quedarse sin aliento. Cada uno, sentado en una parte distinta del callejón, miraba hacia el otro sin atreverse a articular palabra alguna. Buscaban respuestas en los ojos del otro a preguntas que no osaban formular en voz alta... porque nada les daba derecho a hacerlo. Y, de nuevo, los pros y los contras, que se ponían de acuerdo para hacerles esclavos de la duda. Ella le miraba
con aire derrotado... ¿en qué estaría pensado ese hombre, que había conquistado sus murallas con un simple duelo de miradas en el bar? Y él... no dejaba de preguntarse qué pasaría por la mente de esa mujer misteriosa, que se escondía entre los jirones de la noche con aire descarado.
Noche, que se cernía majestuosa sobre ellos. La oscuridad pesaba más y más, como también pesaban sus silencios, y sus miradas decían más que todo lo que en ese momento pudieran decirse. Las farolas, con su luz, les interrogaban sobre qué pasaba por sus mentes, les iluminaban con luces
acusadoras, pero ansiosas por saber...
Ella se levantó antes que él, y sin dejar de mirarle a los ojos se
acercó lentamente. Parecía cansada, pero se contoneaba tan
sensualmente como al comienzo de la noche. Estaba despeinada, el carmín había desaparecido de sus labios. Cuando estuvo delante de él se inclinó ante su rostro, y le acarició juguetonamente la nariz. E inesperadamente, le besó, y rompió a correr en medio de las laberínticas calles oscuras.
Él intentó seguirla, pero no pertenecía a la noche. Simplemente la perdió. Su ropa negra se fundió con las sombras de la noche, y la oscuridad le ponía obstáculos a su carrera hacia algo que en realidad desconocía. Respiraba con dificultad, apoyado en una esquina sucia y solitaria, consciente de que no la volvería a ver a menos que ella se mostrara. Se sentó en la acera, derrotado, mientras pensaba en cada gesto, en cada mirada, en cada suspiro.
Y ella, dos calles más allá, se preguntaba por qué había huido.
Llevaba siglos sin sentir absolutamente nada, los colores habían desaparecido a los doscientos años, con el color se fue el olor y los sentidos, había pasado cuatrocientos años en las tinieblas, en un vivir sin vivir, ansiando encontrar a su "compañera", la única mujer que podía devolverle los sentidos y el color a su vida.
Ella no había aparecido, no la había encontrado y tras seiscientos años de soledad sólo le quedaban una opción, entregarse al amanecer y morir, pero maldita sea si él estaba dispuesto a acabar de ese modo, tenía infinitos poderes, era capaz de transformase en bruma al igual que en lobo, dominaba a los humanos con sólo empujar un poco sus débiles mentes, al fin y al cabo era de la raza de los Cárpatos y no merecía un final así.
No lo había hecho, había optado por el otro camino, el oscuro, no había enfrentado su camino y ahora era perseguido por los que antes habían sido sus hermanos carpatianos, por los cazadores de su especie. Él se había convertido en la presa, cuando antes fue cazador ¿pero cómo negarse a sentir por última vez? Los de su raza bebían sangre para alimentarse pero no debían matar nunca mientras lo hacían, él había bebido y bebido sin detenerse, ansioso de sentir el placer de la sangre calentando su interior y llenándolo de un placer sensual que hacía siglos que no sentía, se había alimentado de aquella mujer hasta desangrarla y se había convertido en lo que siempre había odiado: un vampiro, pero al menor ahora podía sentir.
Vince entró en el pub ataviado como cualquier mortal, había estado enterrado más de un año bajo la tierra cicatrizante, la transformación a vampiro había sido mucho más dolorosa de lo que imaginaba y ahora, por fin, su cuerpo había sanado y estaba dispuesto a disfrutar de todos los sentidos que habían retornado a él, el color, el olor y la calentura, desde luego que sí, cuatrocientos años sin sexo eran demasiados.
Podía buscar el sexo en cualquier esquina, violar sería tan sencillo como asesinar para él, pero después de cuatro siglos, su mente le decía que ansiaba un espectáculo algo más refinado, se lo merecía, bajó la mano hasta sus pantalones vaqueros y palpó divertido la erección dura que ostentaba. Tenía un cuerpo llamativo, todos los de su raza lo tenían, muy alto y moreno, músculos prominentes, los necesitaba para cazar a vampiros y un buena polla, también la necesitaría para todo lo que iba a follar a partir de ahora.
Se sentó en una mesa junto a la pista que estaba llena a rebosar, buscaba a su víctima sexual, no iba a necesitar alimentarse de ella, había bebido en abundancia cuando había salido de la tierra, sólo la necesitaba para follársela a gusto y a conciencia.
No tardó demasiado en encontrarla, rubia, con ojos oscuros, marrones, pudo determinar el color desde la distancia debido a que podía ver en la oscuridad sin problemas, al igual que pudo alcanzar su olor a hembra, al fin y al cabo, él compartía muchos sentidos de sus hermanos los lobos y el olor a celo le llegó con facilidad. Tenía una boca amplia, de labios carnosos, una boca muy follable, como el resto de la mujer, pechos como melocotones, redondos y altos, ya se veía sosteniéndolos, notó el cosquilleo en sus dedos y sonrió, bajó la vista por el corto y ceñido vestido negro que llevaba hasta sus redondeadas caderas y sus largas piernas sin medias y tacones alto.
- Vuélvete para verte el culito- la empujó mentalmente con suavidad, ella respondió al golpe y se volvió mientras bailaba, Vice notó como su polla apretaba las costuras del pantalón, su culo en forma de corazón invertido era todo un hallazgo, aún mejor que sus tetas.
Dio un trago a su bebida mientras decidía que hacer con ella, no estaba sola, una mujer así nunca lo estaría, la acompañaba un pobre tipo que intentaba meterle mano sin que ella se dejase, demasiado feo y enclenque para una mujer como ésa, ella se lo merendaría en una follada, y ella lo sabía, seguramente la nena era una calientapollas de cuidado, sonrió dejando que una corriente erótica corriese por su cuerpo.
- Quítate las bragas y guárdalas en el bolso
Vince observó como la chica, sin siquiera, pensarlo se levantaba el vestido y se bajaba un tanga negro que llevaba para después guardarlo en el bolso, rompió en carcajadas al ver como el chico que intentaba tirársela se había quedado con la boca abierta mirándola y con la polla como una laza, debido a la cantidad de gente que había nadie más se había percatado.
Le cayó bien el infeliz, él más que nadie sabía lo que era estar sin comerse un buen coño durante años, a lo mejor le daba un poco de alegría, al fin y al cabo, ahora que su abstinencia tenía fecha de caducidad se sentía incluso generoso, o tal vez perverso, esa guarra se merecía que se la follara un tío que ella no miraría la cara un par de veces.
Miguel no podía creer lo que había visto, Vero se había quitado las bragas en medio de la pista, durante unos segundos, había visto su coñito rasurado, mucho más de lo que esperaba en esa cita, ella lo había llamado después de que su novio la dejase plantada unos minutos antes, ella sabía que él estaba loco por ella, tanto que era capaz de recoger las migajas de otros, y se daría por satisfecho si conseguía rozarle una teta esa noche, ver su coño había sido un regalo del cielo, estuvo tentando a salir de allí unos minutos y hacerse un pajazo de los que hacen historias, pero no iba a dejarla allí sola, y sin bragas, la miró a los ojos tentativo, sin saber si ella iba a estar riéndose de su empalme pero ella tenía la mirada desenfocada, como si no estuviese allí y no se hubiese bajado las bragas delante de cien personas ¿le habrían metido algo en la bebida?, estaba seguro que no, lo mismo sólo estaba en las nubes ¿o lo mismo quería que él le metiera mano?
Tímido pero muy caliente se acercó hasta pegar su polla dura hasta su culo prieto, y qué culo, ella no se movió sino que siguió bailando, permitiendo que éste se rozara continuamente por él.
- Abre las piernas un poco mientras bailas, guapa, vamos a dejar que tu amigo te toque el coño- murmuró Vice, mientras sacaba su polla del pantalón y comenzaba a masajeársela debajo de la mesa, no pensaba correrse, al menos hasta haber visto algo más del espectáculo.
Miguel notó cómo ella abría las piernas mientras él seguía con la polla pegada a su culo, esa señal sí era capaz de entenderla, disimuladamente y aprovechando que su vestido era tan corto apoyó las manos en el frontal de sus muslos calientes y subió un poco sin despegarse de su espalda.
Sus manos que habían estado vacilantes, se tensaron cuando vio que ella no se quejaba de la intrusión, su polla palpitó y su respiración se aceleró, pero sus manos no parpadearon, subieron sin miedo hasta encontrar sus labios vaginales abiertos.
- Joder- gimió Miguel al tocar su coño caliente y húmedo totalmente abierto para que él pudiese jugar con él.
- Relájate zorra- empujó mentalmente Vince, al notar resistencia en ella, se ve que el contacto directo de esos dedos intentaba llegar a su conciencia, sin piedad, la manipuló aún más- te sentirás más caliente que nunca, como si llevaras un año sin probar una buena polla y agradecerás cada toque de ese infeliz.
Vero gimió de placer al sentir los dedos tocar su clítoris, no notó las miradas curiosas de algunos tíos del alrededor ante su gemido, estaba tan caliente que se sentía por explotar, se movió buscando un contacto más directo y al notar un dedo cerca de la entrada de su coño, ella misma empujó hacia él para metérselo dentro.
Miguel casi jadeó al ver cómo Vero se follaba con su dedo y perdida la noción del lugar y la espera, le metió el otro dedo con dureza mientras dejaba que su calor húmedo lo rodease y le apretase palpitante, joder, cómo deseaba meter la polla donde ahora estaban sus dedos, miró a su alrededor y vio una esquina un poco más oscura, y con los dedos dentro su coño y su otra mano rodeando su cintura, la condujo hacia esa esquina.
Vero no podía evitar gemir a cada paso, esos dedos mientras caminaba le provocaban una fricción deliciosa, tenía los pechos hinchados, los pezones presionaban libremente su vestido ya que no llevaba sostén y no se daba cuenta de que sus mejillas coloradas y sus ojos brillantes mostraban a todo el que la veía que estaba más caliente que una perra en celo.
Vince observó divertido cómo el chico empujaba a la zorrita a la oscuridad del pub, así que no era tan tonto como parecía, estaba dispuesto a follársela allí en medio antes de que cambiase de opinión, él aplaudía esa idea, pero no se lo iba a poner tan fácil, a ninguno de los dos.
La oscuridad no fue problema para él, veía mejor en la oscuridad que con luz artificial, al fin y al cabo era un vampiro, así que pudo ver cómo el chico empotraba salvajemente a la chica contra la pared, de espaldas a él aún, imaginó que tendría sus dedos bien metidos en el coño de ella, lo dejó hacer y cuando vio que se separaba un poco bajarse la cremallera del pantalón, liberó el hechizo de la chica, divertido.
Vero tomó conciencia de sí misma en unos segundos, no podía dejar de gemir aunque no sabía qué hacía contra la pared, notaba su coño encharcado en jugos y unos dedos que la follaban sin piedad, un tercer dedo se unió martirizando su clítoris, en ese momento y a pesar de no saber quién se la estaba follando, se corrió mientras gritaba de placer.
Miguel sintió las contracciones en sus dedos, el orgasmo de ella retumbaba en sus oídos y su polla parecía que iba a explotar, no iba a durar mucho más, así que terminó de sacarla de sus pantalones y levantando la falda de ella se acercó a la entrada de su coño.
- No- gimió Vero, mientras intentaba recuperarse del orgasmo más fuerte de su vida, la conciencia volvía y casi tenía la certeza de que el que estaba follándola era el desgraciado de Miguel, un tío muy feo que sólo llamaba cuando le faltaba un plan, lo que no tenía ni idea es de cómo había acabado contra la pared, con el culo al aire y con una polla en la entrada de su coño.
- Ahora no me vas de dejar con las ganas- jadeó Miguel mientras con sus rodillas la abría aún más de piernas.
- Déjame, cerdo- gritó Vero- no voy a dejar que me folle un tío como tú.
- Ahí te equivocas, puta- le dijo mientras la apretaba contra la pared sin dificultad, al fin y al cabo, era más fuerte que ella y él estaba embravecido ante la cercanía del orgasmo- te acaba de correr como una zorra, gritando y empapándome- le dijo al oído- y ahora me vas a dejar que te folle delante de toda la discoteca.
Sin dejarla replicar hundió su polla caliente en el charco que era su coño, Miguel se apretó, sacudiéndola con profundas embestidas mientras ella se resistía en vano, por el contrario sus movimientos enardecían aún más al improvisado violador.
Vero gimió angustiada, la estaban violando delante de toda una discoteca y nadie se daba cuenta, notaba la polla de Miguel llegándole casi a la matriz y para su desconcierto se estaba excitando de nuevo, se revolvió intentando escapar y sólo consiguió que él le diera un fuerte cachete en el culo.
- Por favor... por favor- jadeó intentando separarse, con el culo ardiendo.
- Llevas toda la noche calentándome, guarra- le dijo sin control, sus caderas la golpeaban, su polla se hundía en ella y sus huevos arremetían contra sus muslos a cada embestida- te he dejado correrte, pero ahora me toca a mí.
Lo que no esperaba Vero es que su propio cuerpo se volviese contra ella, su cuerpo ya bastante caliente por la follada y el orgasmo de antes se sacudió cuando Miguel adelantó sus dedos y pellizco su clítoris, a partir de ese momento ya no pudo pensar, ella misma se hundía contra esa polla, deseando que la perforara, que la rompiera, mientras sus dedos frotaban sin control su botón ardiente entre los muslos.
Miguel perdió el control en cuanto ella comenzó a follarse sola sobre su polla, utilizándolo como si fuese un consolador, la siguió tocando mientras los dos gemían descontrolados, al sentir otro orgasmo de ella que apretaba su polla en su interior se corrió mientras arqueaba la espalda y gruñía de satisfacción. Quedaron apoyados contra la pared y jadeantes del esfuerzo, limitándose a recuperar la respiración.
Los aplausos de alrededor los desconcertaros a los dos, sin dar crédito se volvieron y vieron a media discoteca mirándolos entre divertidos y excitados, muchos tíos se tocaban las pollas sin recato mientras ellas se reían por lo bajo excitadas. Miguel miró hacia arriba impresionado por la luz que había en ese rincón, estaba seguro que antes había estado oscuro, pero ahora un foco estaba girado hacia ellos, habían follado bajo un foco en medio del pub.
Con la polla flácida aún fuera, se volvió hacia Vero que se bajaba el vestido mientras el semen de Miguel bajaba por sus muslos, ella lloraba sin dar poder creer lo que había pasado, se tomaron de la mano simultáneamente y corrieron hacia la salida.
Vince rió por su pequeña travesura, ese polvazo sólo lo había calentado, su mano inquieta seguía tocando su polla dura, ya estaba bien de mirar, ahora le jugar a él.
Te cuento lo que me pasó este fin de semana. El viernes había estado mirando tu “material”, las fotos que me enviaste a mi mail. Así que estaba muy, muy caliente, tanto que me tuve que cambiar la tanga antes de salir de la oficina y guardarme la tanga empapada en mi pequeño bolso. Así de mojada salí de la oficina a buscar el metro. Llevaba falda, pero esta vez no una minifalda, sino una falda hasta medio muslo y medias altas, de esas con una banda de goma que me permite llevarlas sin liguero. Seguía mojada y excitada por ti, fantaseando con tenerte al lado, con que me enviaras más material para que sea yo la que me “divierta” en mi intimidad visionándolo. El problema es que en vez de relajarme me estaba excitando todavía más mientras esperaba que viniera el metro. Allí, en pie en el andén, estaba volviendo a chorrear.
Y ya sabes que cuando yo me humedezco… huelo a sexo. Así que tomé un pañuelo de papel y, disimuladamente, traté de secarme. Pero era imposible allí en el andén, sólo intentar agacharme un poco y subirme la falda y cien ojos de hombres alrededor se clavaron en mi, como siempre, vaya. Así que decidí esperar al vagón, pero entonces ya los tenía yo a todos curiosos con mis movimientos. Entré en el vagón rodeada de todos ellos y traté de quedarme en pie hacia el final del vagón para poder secarme, pero… pero claro, entonces quedé rodeada de los hombres porque todo el mundo ocupó los asientos.
En fin, que me quedé de pie, rodeada de hombres y con el pañuelo de papel en la mano. Intenté levantar un poco la falda por el lado y secarme, pero no pude llegar ha hacerlo porque enseguida sentí las miradas de todos centradas en mi y en mis movimientos. Los hombres de alrededor aprovecharon que había alzado un poco el borde de la falda para acercarse y aprovechando el vaivén del tren pegarse a mi. Algunas manos me rozaron, los pechos, el culito… y yo caliente y chorreando por tu culpa!
Me volví a erguir y traté de disimular, pero eso ya sólo sirvió para que me rozaran todavía más los pechos los dos de delante, que sonreían satisfechos al ver crecer mis pezones todavía más. Una mano aprovechó que tenía al alcance el borde de mi falda para explorar y subirla un poco mientras otras me rozaban los glúteos. No podía ni protestar, pues estaba claro que todos habían tomado mis movimientos como insinuaciones. Así que traté de salir, pero al moverme hacia delante los dos tipos creyeron que quería incitarlos y todavía acariciaron mis pechos con más descaro. Uno de ellos me pellizcó el pezón derecho y no pude evitar gemir un poco (de dolor o de placer, no se). Así que mis intentos de avanzar sólo resultaron en más tocamientos.
El que sujetaba el borde de mi falda, al yo moverme, resultó que abría mi falda y ya todos aprovecharon para alzármela. Con la mano que no sujetaba el bolso traté de bajarla, pero entonces vino un frenazo del tren y todo se descontroló, casi caigo, pero por la presión de todos ellos me mantuve en pie. Pero claro, las piernas se me abrieron, los contactos se multiplicaron y el resultado fue que la falda se alzó dejando al descubierto de las manos mi interioridad, que rápidamente se vio cubierta de tocamientos cuando no pellizcos o penetraciones. Ahora estaban como descontrolados y eso se iba a convertir en una orgía, así que sin miramientos forcé la situación para salir del vagón y forcejeé hasta la puerta en medio de los tocamientos.
Llegué a la puerta pero todavía faltaba para la estación, con lo que los que me siguieron me penetraron con sus manos por todos mis orificios y me sobaron los pechos hasta que se abrieron las puertas y pude escapar. Escapé, pero sin tanga, con la falda todavía medio levantada y las mejillas rojas de excitación y calor.
Al salir del metro traté de arreglarme, pero el aire en mi chochito bajo la falda me seguía excitando, y ya notaba humedad sobre mis medias, MI humedad, goteando por mis piernas y haciendo brillar las medias. Camino de casa me encontré a Lucía, que me vio con mejillas sonrojadas y me preguntó que qué pasaba. Fuimos a un café y, mientras tomábamos una cerveza, le expliqué lo sucedido en el metro. La excitación de repasar tus fotos, de ver tus correos, el encuentro con mil manos en el metro, el haber perdido la tanga… Uffff…. Mientras lo explicaba me excitaba más y más.
Pese a que hablábamos bajito, creo que nuestra excitación (a ella también se le pusieron los pechos duros, se le marcaron los pezones sobre la blusa) se dejó notar, porque más de un grupo de hombres y alguna mujer, se nos quedaron mirando. De hecho, algunos que estaban en la barra del bar nos miraban con descaro, así que yo crucé las piernas dándoles una buena vista de mis medias, del final de las medias, y del resto del muslo sobre el que no se veía ninguna braguita. . De hecho, decidí comentárselo a Lucía, que sonrió pícaramente (ella también es una perversa) y decidí moverme para que la falda se alzara un poco más todavía y que vieran mi pierna entera mientras Lucía también se abría el escote.
Ahora todo el bar nos miraba y nosotras oíamos los susurros de comentarios de los hombres. Al fin y al cabo, el café era poco más que un bar de barrio. Ahora ya toda yo olía a sexo, así que me levanté para ir al baño a asearme, y Lucía me dijo “No tardes, guarrona, que ya veo que estás muy excitada”, con lo que dejó clavados en sus asientos a todos los hombres. Yo entré en el lavabo del fondo, donde había una puerta de madera que no se cerraba que daba a un pequeñísimo espacio con un lavamanos y dos puertas más para el aseo de hombres y mujeres.
Abrí la puerta del de mujeres y vi que no había papel, así que miré en el de hombres. Pero claro, así quedaba claramente a la vista de todos, porque quedaban abiertas las dos puertas. Haciendo ver que no me daba cuenta me agaché a tomar papel, dando a los que estaban aposentados en la barra del bar una visión perfecta de mi culito mientras tomaba un poco de papel.
Seguidamente, de espaldas a ellos, alcé mi faldita por delante (con lo que también se subió de atrás), y procedí a limpiarme mi chorreante coñito. A través del espejo de al lado veía cómo babeaban desde la barra del bar, así que no pude evitar excitarme aún más (¡no me había masturbado todavía desde que miré tus mails!) y a chorrear de nuevo, con lo que sólo había una solución. Tomé más papel y apreté mi clítoris con lo que rápidamente alcancé un orgasmo.
Entonces me giré y me arreglé la falda y salí, coreada de aplausos de todos los del bar. Lucía me tomó del brazo y salimos juntas. Pero pese a todo, las dos continuábamos muy excitadas, mi rápida caricia no me había satisfecho, y mis pezones estaban duros y reclamaban caricias (y mi chochito chorreaba sobre mis piernas y mi ano se contraía pidiendo guerra). Lucía, por su parte, también estaba excitada y pensé en irnos a su apartamento y satisfacernos mutuamente, pero ella llevaba otra idea, ¡teníamos sed de hombres! Nuestra charla sólo giraba sobre eso una y otra vez, sobre cómo la tendrían los hombres que nos cruzábamos, sobre cómo nos gustaría ser múltiplemente penetradas o exhibirnos y excitarlos a ellos. Las mujeres pueden ser también muy fantasiosas y ¡excitantes!
Caminábamos sin rumbo por las calles del casco antiguo de Barcelona y decidimos sentarnos en una terracita para tomar algo, el ambiente era un poco fresco, pero nuestras temperaturas interiores tan altas que lo compensaban. Nos sentamos en la ¡yo sin bragas! Pero tomamos la lista de comida y buscamos algo que tomar. No tardó mucho en acercarse un camarero, un latino joven de Perú o así, bajito y con cara de indio, pero no somos racistas, así que no le dimos importancia. Ordenamos unos pinchos (carne asada en un palito de madera, sazonada con picante) y dos jarras de cerveza. El chico, muy aplicado, tomó nota mientras miraba nuestros escores y nuestras piernas, como siempre nos pasa. .
Por un momento nos olvidamos del sexo y hablamos de nuestros trabajos y nuestras cosas. Pero claro, como no podía faltar, acabamos volviendo al sexo. Ella había estado tonteando con varios chicos, pero se quejaba que no le cumplían en la cama. Es que es muy fogosa, y necesita tres orgasmos tremendos para estar satisfecha (lo sé, porque cuando nos hemos satisfecho la una a la otra he quedado agotada de tanto penetrarla con el ¡doble consolador! Además, mis labios quedan hinchados después de tanto rato de besarnos y lamernos). Había tratado de excitarlos para que le dieran raciones de sexo prolongado haciéndolo en parkings o en parques para que se excitaran más, pero ellos parecían muy tontitos y se ponían demasiado nerviosos para concentrarse en la tarea y disfrutar del sexo.
Con todo eso sentía mi sexo pringoso de nuevo, es una sensación de urgencia de sexo muy desagradable. Frente a nosotras había un grupo de chicos de 18 o 20 años tomando en las escaleras de la plaza, chicos jóvenes con una cola y whisky compradas en alguna tienda para que fuera más barato. Tenían monopatines y pantalones bajos que mostraban las rajas de sus culos, cuerpos jóvenes y fibrosos. Naturalmente, ellos también se habían fijado en nosotras, y especialmente en mis piernas, que no se podían estar quietas por el deseo de sexo, de acariciarme mi mojada y abultada vulva. Así que les mostré mi brillante y mojado sexo, sin malicia, sólo por diversión.
Sus ojos se abrieron como platos y sus cuchicheos se incrementaron notablemente con excitación. Lucía se percató de todo, me conoce demasiado como para no interesarse por mis silencios. Los miró y rápidamente se percató de todo. “Serás guarra” me dice, y se levanta con movimientos sensuales y felinos y entra en el bar moviendo las caderas para que todos se exciten también con ella. Me quedo sola, con mi cerveza y tomando algún trocito de carne entre mis labios y mordiendo sensualmente para que no se me corra el pintalabios. Los chicos se quedan embobados viendo mi boca como succiona y muerde la carne mientras mis piernas se friegan la una a la otra en un movimiento descaradamente sexual.
Vuelve Lucía y se sienta, sé lo que ha ido ha hacer antes de que me lo cuente. Se ha quitado sus minúsculas braguitas y se une al espectáculo exhibicionista. Pese a los pantalones caídos de los cuatro chicos podemos ver su excitación en las tremendas protuberancias que les han surgido entre las piernas, sexos jóvenes y dispuestos a descargar litros de leche en nuestro honor. Lo harán esta tarde o noche, en sus camas, soñando con nuestros cuerpos sensuales mientras sus manos acarician sus trancas.
Pero hay un espectador más que no pierde detalle, el camarero indio al que el delantal sobre el pantalón le hace una curiosa prominencia y que no nos quita ojo con la excusa que no nos marchemos sin pagar, supongo. Pero lo cierto es que parece tener una boa que le recorre media pernera del ¡pantalón!, tendremos que ir más a ese bar. Nosotras seguimos charlando a media voz de sexo, de compañeros y de situaciones, con lo que ellos no pierden detalle y están extasiados de oír a dos mujeres charlando de sexo sin tabús y sus duras pollas a punto de estallar.
En esto que me saco un cigarrillo de mi bolso y me acerco a los chicos y les pido fuego. No fumo mucho, pero es más una excusa para acercarme sensualmente y flexionar mis rodillas ante ellos y quedarme parada, rodillas flexionadas, con mi falda alzada y dándoles una perfecta vista de mi húmedo coñito y llenarlos con mi aroma de sexo. Los cuatro chicos se quedan embobados mirándome sin saber reaccionar. “¿Tenéis fuego?” repito, hasta que uno de ellos consigue reaccionar y saca un mechero de uno de sus bolsillos y me da lumbre mientras todos miran mi escote y mi chochito abierto que rezuma sus flujos para ellos. Inspiro el humo y se lo tiro a la cara. “Qué pasa? Os gusta la vista? Espero que esta noche os haréis una buena paja en mi honor, no?”. Tan directa que no saben como reaccionar, pero uno, el más lanzado responde: “No sólo una te lo juro”.
-¿Nunca habíais visto una chica sin bragas y con el coñito rezumando? -No fuera de las revistas, dice uno. -Claro que sí, dice otro dándoselas de macho. -Joder… otro.
Se pisan los unos a los otros, tratan de decir algo para no parecer mudos, pero están aún en estado de shock. Me siento a su lado mientras veo que Lucía paga nuestras consumiciones. Alargo mis piernas, ahora la falda se me ha recogido y sentada pueden seguir viendo mis medias, el extremo de la banda que las retiene en mis muslos y, justo enfrente de ellos, una vista de mi chochito brillante de la humedad de la zorra que soy. Les miro a los ojos y a sus paquetes cuando les hablo. Ellos tratan de mirarme a la cara, pero sus miradas se desvían a mi chochito o a mis erectos pezones tras la blusa (no llevo braiser, por supuesto). “¿Y os masturbaréis pensando en mi?”. “Pues claro”, “Sí”, “¡Seguro!”.
-Mmmmm… eso me excita ¿sabéis? Cuatro machos jóvenes que me ven desnuda y se acarician sus gruesas pollas pensando en mi, en que me penetran, en que me llenan de su leche, en que me desgarran y me cubren con su corrida….- Hablo sensual y bajito, susurrando las palabras mientras fumo tranquilamente, seria, pero no demasiado, insinuante, sensual y muy muy guarra.
-Coño! Vaya puta!
Lucía se acerca y se pone a mi lado, agachada en cuclillas, sonriendo y mostrándose también (aunque yo no puedo verlo por estar a su lado). “Qué haces guarrilla? Te están comiendo con los ojos, ya les has preguntado si llevan preservativos?”.
Y ellos con ojos como platos hacen una mueca de desilusión (no llevan). Tienen dos chochos a su alcance y no llevan preservativos y seguro que su economía no da para demasiado! Jajajajajaja… Yo sigo fumando lentamente mientras me acarician con sus lascivas miradas, me recorren el cuerpo entero y noto sus miradas en mi piel, seguro que Lucía también.
-No vas a dejarlos así, verdad?
Dice Lucía acercando su mano a la de uno de los chicos, la toma y la pone en mis muslos, en la parte interior de mis muslos, justo al final de las medias, en contacto con mi carne, casi por debajo de la falda. El chico, ni corto ni perezoso, avanza su mano al ver que yo ni me muevo y sólo miro a Lucía compartiendo nuestra mutua excitación como si no notara el contacto del chico, que llega hasta mi coño y sumerge dos dedos dentro y los empapa en mis fluidos y mi carne. Los otros están viendo cómo sus dedos penetran en mi y oyendo el chap-chap de sus movimientos. Yo, de cuclillas, en esa incómoda posición, hago como que ni me doy cuenta de que me está penetrando con sus dedos.
-“No, no los dejo así, ¿no ves? Ya me están penetrando y dándome placer. De hecho, me están dando mucho placer, noto sus dedos”. Y mientras digo esto presiono con las piernas y encierro su mano, la atrapo, ante lo que él se asusta y la retira, húmeda y se la lleva a la nariz y huele sus dedos. Los otros tres están paralizados, no se creen lo que han visto, ni mi voz sensual y susurrante diciendo eso.
Lucía sonríe y me mira. “Serás guarra”. “Tú sabes lo que debe ser disponer de cuatro pollas tiernas y jóvenes cargadas de semen como estas?” Le digo sin que me importe que estén allí, oyéndolo todo, viendo y tocando mi sexo, mis pezones erectos, y yo fumando relajada y excitada.
-Bueno, creo que ya nos hemos ganado que hoy nos honren cuatro tremendas corridas, ¿no crees? -Seguro.
Así que nos levantamos como si nada, dejándoles nuestro aroma de mujer, nuestro recuerdo, y avanzamos por la calle, no sin dejar de despedirnos del indio que tiene una tremenda boa que le presiona el pantalón y se marca en la pernera derecha! Cuánto debe medir? ¡Eso deben ser más de 30 centímetros! Definitivamente, tendré que volver cuando pueda a ese bar.
Nos marchamos imaginando lo que deben estar viendo, dos majestuosos cuerpos moviendo las caderas que se pierden por una de las callejas del casco antiguo de Barcelona…
Autora: Sandra