Alej17
Bovino de la familia
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¿Cómo era la vida en un harén?
Pese a que la idea de tener muchas damas al servicio de un solo hombre lo sugiera, no se trataba de un bacanal desenfrenado. Todo lo contrario, el asunto era tan organizado, que incluso se contaba con una escala para elegir a la mujer que pasaría la noche con el dueño del harén.
Existía también una jerarquía que clasificaba a las mujeres en esclavas, amantes y esposas oficiales. Actualmente, pese a que hay cierto tabú sobre el tema, aún se mantienen funcionado esquemas semejantes a harenes en las regiones más conservadoras de los países árabes.
Sin embargo, nada se compara con lo sucedido en el Palacio de Topkapi entre los siglos XVI y XVII. Situado en la actual ciudad de Estambul, en Turquía, el Palacio, que era sede del Imperio Otomano, dio abrigo al harén más famoso del mundo, que llegó a contar con nada menos que mil mujeres al servicio. La mayoría de estas llegaban como prisioneras de guerra, vendidas como esclavas y hasta como regalos de otros líderes hacía el poderoso sultán otomano. En la actualidad, las centenas de aposentos donde se refugiaba ese histórico harén se encuentran abiertas a la visita pública.
La casa de la suegra.
La mujer más poderosa en el palacio no era ni la esposa, ni mucho menos una odalisca, sino la madre del sultán.
Las otras.
Estas generalmente provocaban menos atención que la esposa “favorita”, pero otras tres mujeres del harén tenían derecho de ser esposas del sultán. Dicho estatus le garantizaba lujos como habitaciones particulares y eunucos para cada una de ellas.
Cuidado con los hermanos.
Para evitar que le pudieran echar un ojo al trono (aun así lo hacían), los hermanos del sultán eran confinados a descansar en aposentos aislados, con vista hacía el harén, pero sin acceso al mujerío. Por otro lado, algunos invitados del sultán podían recibir el honor de ganar una odalisca como presente.
El primer empleo.
Las odaliscas ocupaban un cargo jerárquicamente inferior entre las mujeres del sultán y también tenían que realizar servicios domésticos, como cuidar de la limpieza. Las más destacadas podían ser “ascendidas” a concubinas.
Amantes oficiales.
Las concubinas eran las esclavas más bellas y educadas, que cantaban y bailaban para el placer del sultán. En general, tenían derecho a una sola noche de amor con él. Pero, en caso de resultar embarazadas, se convertían en amantes regulares – supuestamente por ser más fértiles para producir herederos.
Fuera bolas.
Para evitar que las mujeres engendraran hijos que no fueran del sultán, los funcionarios del palacio eran castrados siendo despojados de sus testículos. Había tantos eunucos negros como blancos. Estos últimos, normalmente capturados en Europa, asumían las funciones administrativas del palacio.
Pérdida total.
Los eunucos negros eran esclavos africanos que cuidaban y protegían a las mujeres. Esta convivencia próxima a ellas les costaba la eliminación de sus testículos y del miembro. El responsable de llevar a las amantes hasta los aposentos del sultán era el jefe de los eunucos negros.
El todo poderoso sultán.
Durante el día, preocupado por liderar el imperio, el sultán casi no tenía contacto con las mujeres a su disposición. Las relaciones ocurrían casi siempre durante la noche y con una mujer a la vez – nada de llamar a varias odaliscas para un bacanal.
Jefa de familia.
La verdadera dueña del lugar era la madre del sultán. Además de participar activamente en la administración del palacio como consejera, se encargaba de seleccionar a las candidatas a ingresar en el harén y escogía a las mujeres que tendrían derecho a una noche de amor con su hijo, en la suite del imperio.
La favorita.
Entre las esposas oficiales, existía una “favorita”, que era la segunda mujer más poderosa del harén. Su sueño más grande era ver a su retoño asumir el trono cuando el sultán muriera. Pero siempre existía el riesgo de que el sultán designara como heredero a un hijo de otra esposa.
Pese a que la idea de tener muchas damas al servicio de un solo hombre lo sugiera, no se trataba de un bacanal desenfrenado. Todo lo contrario, el asunto era tan organizado, que incluso se contaba con una escala para elegir a la mujer que pasaría la noche con el dueño del harén.
Existía también una jerarquía que clasificaba a las mujeres en esclavas, amantes y esposas oficiales. Actualmente, pese a que hay cierto tabú sobre el tema, aún se mantienen funcionado esquemas semejantes a harenes en las regiones más conservadoras de los países árabes.
Sin embargo, nada se compara con lo sucedido en el Palacio de Topkapi entre los siglos XVI y XVII. Situado en la actual ciudad de Estambul, en Turquía, el Palacio, que era sede del Imperio Otomano, dio abrigo al harén más famoso del mundo, que llegó a contar con nada menos que mil mujeres al servicio. La mayoría de estas llegaban como prisioneras de guerra, vendidas como esclavas y hasta como regalos de otros líderes hacía el poderoso sultán otomano. En la actualidad, las centenas de aposentos donde se refugiaba ese histórico harén se encuentran abiertas a la visita pública.
La casa de la suegra.
La mujer más poderosa en el palacio no era ni la esposa, ni mucho menos una odalisca, sino la madre del sultán.
Las otras.
Estas generalmente provocaban menos atención que la esposa “favorita”, pero otras tres mujeres del harén tenían derecho de ser esposas del sultán. Dicho estatus le garantizaba lujos como habitaciones particulares y eunucos para cada una de ellas.
Cuidado con los hermanos.
Para evitar que le pudieran echar un ojo al trono (aun así lo hacían), los hermanos del sultán eran confinados a descansar en aposentos aislados, con vista hacía el harén, pero sin acceso al mujerío. Por otro lado, algunos invitados del sultán podían recibir el honor de ganar una odalisca como presente.
El primer empleo.
Las odaliscas ocupaban un cargo jerárquicamente inferior entre las mujeres del sultán y también tenían que realizar servicios domésticos, como cuidar de la limpieza. Las más destacadas podían ser “ascendidas” a concubinas.
Amantes oficiales.
Las concubinas eran las esclavas más bellas y educadas, que cantaban y bailaban para el placer del sultán. En general, tenían derecho a una sola noche de amor con él. Pero, en caso de resultar embarazadas, se convertían en amantes regulares – supuestamente por ser más fértiles para producir herederos.
Fuera bolas.
Para evitar que las mujeres engendraran hijos que no fueran del sultán, los funcionarios del palacio eran castrados siendo despojados de sus testículos. Había tantos eunucos negros como blancos. Estos últimos, normalmente capturados en Europa, asumían las funciones administrativas del palacio.
Pérdida total.
Los eunucos negros eran esclavos africanos que cuidaban y protegían a las mujeres. Esta convivencia próxima a ellas les costaba la eliminación de sus testículos y del miembro. El responsable de llevar a las amantes hasta los aposentos del sultán era el jefe de los eunucos negros.
El todo poderoso sultán.
Durante el día, preocupado por liderar el imperio, el sultán casi no tenía contacto con las mujeres a su disposición. Las relaciones ocurrían casi siempre durante la noche y con una mujer a la vez – nada de llamar a varias odaliscas para un bacanal.
Jefa de familia.
La verdadera dueña del lugar era la madre del sultán. Además de participar activamente en la administración del palacio como consejera, se encargaba de seleccionar a las candidatas a ingresar en el harén y escogía a las mujeres que tendrían derecho a una noche de amor con su hijo, en la suite del imperio.
La favorita.
Entre las esposas oficiales, existía una “favorita”, que era la segunda mujer más poderosa del harén. Su sueño más grande era ver a su retoño asumir el trono cuando el sultán muriera. Pero siempre existía el riesgo de que el sultán designara como heredero a un hijo de otra esposa.
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