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Cierta tarde calurosa andaba por Paseo de la Reforma, una conocida avenida del D.F. Había salido de mí trabajo y caminaba por ahí, para distraerme después de un día muy pesado, mirando las chicas bonitas que a veces puede uno encontrarse en esas calles. Serían como las 4 o 5 de la tarde y el calor aún se sentía con fuerza. Entonces descubrí, caminando delante de mí a una chica como de 20 años, bajita, morena, de cabello largo. Lo primero que me llamó la atención fueron sus piernas y sus anchas caderas, ajustadas por unos jeans azul claro.
El pantalón estaba tan ajustado, que hacía resaltar su figura. No soy muy afecto a las mujeres voluptuosas, pero esta chica tenía algo que desde el principio me pareció muy atractivo. Caminé detrás de ella unas calles, mientras la observaba con atención. Ella parecía buscar una dirección, pues volteaba a todos lados, fijándose en los números de los edificios y los nombres de las calles. Mientras, yo la seguía, tomaba nota de todos los detalles que me gustaban de ella: el color de su piel, la forma de su espalda, cómo se le transparentaba, a través de su playera de algodón azul claro, su brasier de color blanco, cómo se le marcaban las costuras de su calzoncito a través de la tela del pantalón y cómo se movían sus caderas, al ritmo de sus pasos algo inseguros.
También pude ver la reacción que ella causaba en los hombres que se cruzaban en su camino. Casi todos, sin importar edad o clase social, volteaban a verla. Algunos con un disimulado interés, otros con cierta urgencia, como tratando de verla antes de perderla de vista y algunos, con lujuria apenas disimulaba, descaradamente, la desnudaban con la mirada. Yo no se si ella era consciente de las reacciones que iba causando por la calle, pero yo estaba más atento en admirarla y, no lo negaré, yo también era uno de los que ya la había desnudado con la imaginación varias veces durante su caminata. Llegamos a una esquina y vi que la chica se acercaba a un policía y le preguntaba por una calle. El oficial le señaló hacia el otro lado y le decía que por allí estaba la calle que buscaba.
Yo, sin pensar mucho en lo que hacía, en cuanto la chica cruzó la avenida, la seguí. Cuando llegamos al otro lado, no pude creer mi suerte. Estábamos en un camellón que quedaba aislado de las demás aceras y en ese momento sólo estábamos la chica y yo en ese lugar. No lo pensé dos veces y me acerqué a ella con la intención de hacerle la plática y ver qué lograba con ella, pues, si ustedes no lo saben, soy un voyerista y la verdad, en ese momento me quedó claro que desde que había visto a esta chica, había comenzado a darme vueltas por la cabeza la idea de convencerla para que fuéramos a un hotel, para admirarla, primero en ropa interior y después completamente desnuda. Si podía lograr algo más, pues qué mejor.
Con toda la seguridad que pude reunir en ese instante, me acerqué a ella, la salude y le dije que si me permitía decirle unas palabras. Cuando volteó la pude ver de frente y me pareció todavía más bonita de lo que esperaba. Su cara era de rasgos finos, con labios gruesos y carnosos. Sus ojos eran de color café, sus pechos grandes y redondos. Dado el ancho de sus caderas, la medida de sus senos armonizaba perfectamente con el resto de su figura. Cuando vi su cadera, pude ver cómo en su entrepierna se hacían dos pliegues simétricos que formaban un ángulo que enmarcaba el área de su sexo y sólo pude pensar: “Es mas guapa de lo que pensaba”. Ella me respondió: “Sí, dime”. Yo comencé a decirle que me parecía una mujer muy guapa. Ella me dijo: “Ay, gracias”. Después le dije que deseaba preguntarle si aceptaría una propuesta para ganar dinero. Ella preguntó: “¿Dinero? ¿Cómo? ¿De qué se trata?”.
Le pregunté que si había oído hablar del voyerismo y qué opinaba al respecto y ella me miró muy extrañada y me dijo: “Sí, se qué es el voyerismo y aunque nunca lo he hecho, no tengo nada en contra de esa práctica. Cada quién es libre de hacer lo que quiera en su vida privada, si no afecta a otros. Pero ¿a qué viene la pregunta y que tiene que ver con eso de que me ofreces dinero?”.
Le dije que yo soy un voyerista, que disfruto mucho de esta práctica y que tengo una fantasía que deseo cumplir. Que consiste en ofrecerle a alguna chica desconocida que encuentro por la calle, que me parezca guapa y de mente abierta, una cantidad de dinero por ir a un cuarto de hotel conmigo y que ahí me permita tomarle fotos mientras se desnuda para mí. Ella se quedó como sacada de onda unos segundos y después me preguntó: “¿Me lo estás proponiendo a mí?”. Le dije que sí y ella se quedó pensativa. En ese momento empezó a pasar gente junto a nosotros y eso nos distrajo un poco, pero ella volteó a verme y como que recordó lo que le había dicho. Me dijo: “No se, es que estoy en la escuela y tengo que regresar a tomar una clase en una hora. No tendría mucho tiempo. Si quieres podríamos quedar para más tarde, hoy mismo”. Le pregunté si no podía en ese momento, le dije que igual y alguien podría pasarle los apuntes de la clase. Ella me dijo: “Estoy empezando el semestre, casi no le hablo a nadie y la verdad, no me gusta faltar a clases. Tu propuesta me suena interesante, pero como te dije, no tengo tiempo sino hasta más tarde. Además dijiste algo de fotos ¿No? Como que en eso sí, no estaría de acuerdo”. Le expliqué que las fotos sólo eran para mí, pero ella no aceptó. Me dijo: “No. Fotos no. Si lo hacemos sin fotos, acepto”. Yo no capté su respuesta en todo su sentido, así que le di las gracias por escuchar una propuesta tan rara de un desconocido en la calle y me disculpé si lo que le había dicho la había ofendido. Ella me dijo: “No, está bien. Sí, es algo raro, pero no me ofendió”. Me despedí de ella y cada quien tomo su camino.
Unos minutos más tarde, cuando repasaba lo ocurrido, me di cuenta de mi error: ella me había dicho: “Si lo hacemos sin fotos, acepto”. Ya sólo pude decirme: “¡Ah cómo soy pendejo! Tenía la oportunidad de llevarme a esta chava tan buenota al hotel, aunque fuera para admirarla a mis anchas y desnudita, algo que no iba a poder hacer ninguno de los otros güeyes que la habían andado perreando por la calle”. Ya sólo me quedó resignarme y tomar nota de mi error, pues no había pensado en pedirle ni su nombre, ni su teléfono, para ver si nos poníamos de acuerdo para otra ocasión. De ahí aprendí a ser más flexible con mis propuestas y esto me ayudó más tarde a cumplir mi fantasía sexual. Ese episodio se convirtió en el primer relato que aporté en esta página (Cumpliendo una fantasía).