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CANCÚN

mrzoom

Bovino maduro
Desde
30 Jun 2009
Mensajes
195
Amigos es mi primer aporte, está largo, espero les guste.

CANCÚN
—¿Se irá a tardar mucho tu novia? —Me preguntó mal encarado el taxista.
—¿Cuál es el problema? Se te va a pagar todo el tiempo —Le respondí también de manera mal humorada.
Y es que aparte de la pregunta y la cara del taxista, también yo ya había perdido la paciencia. Llevábamos más de 20 minutos en el carro esperando a que mi amiga Dulce (que para ser honestos no era mi novia como lo suponía el chofer) regresara al auto, sin embargo, ella no terminaba de despedirse de Alejandra, amiga de ella y que yo había conocido apenas esa tarde.
Se encontraban bajo el marco de la puerta de entrada, ésta estaba casi totalmente abierta, pero a estas horas de la madrugada y con la luz apagada, no se lograba apreciar nada al interior. Las dos mujeres estaban en ese momento tomadas de la mano y parecían charlar amenamente. La luz mortecina del alumbrado público las iluminaba tenuemente. Alejandra estaba recargada en el marco de la puerta. De pronto tomó de la mano a Dulce y la metió a la casa.
¡Esto es el colmo! me dije, le pregunté al taxista que cuanto se le debía, me respondió y le pagué. Bajé del carro y se fue. Me quedé parado en la banqueta, miré para todos lados y me sorprendió el silencio que se percibía a esas horas, roto a momentos por el pasar de uno que otro desvelado igual que nosotros.
Caminé por las pequeñas losas de cemento intercalados entre el césped amarillento del pequeño jardín que había en el frente de la casita hasta llegar a la puerta. Me pregunté por qué no habían prendido la luz si habían entrado. Me quedé observando hacia adentro y cuando mis ojos se adaptaron a la oscuridad logré distinguir entre las sombras a Dulce y a Ale propinándose un excitante beso en la boca y acariciándose las espaldas mutuamente.
¡Me quedé helado! La palabra petrificado sería la más correcta. Por unos instantes no supe que hacer, ni siquiera respirar. Me considero un tipo de mente abierta pero nunca me había encontrado en una situación como ésta.
Por mi mente pasó lo que horas antes había sucedido y bueno yo esperaba que hubiera acción con Dulce, mi compañera de trabajo, pero no de esta manera.


Ese día como otros había estado pesado. Yo era el director de una escuela secundaria particular en Cancún, tenía escasos dos meses de serlo y también de haber llegado ahí. Al principio resultó difícil encontrar trabajo, mi idea de “probar suerte” se estaba haciendo realidad y la verdad que muy bien, sólo había algo que ensombrecía todo esto: mi esposa no logró acostumbrarse en dos meses al calor del Caribe y decidió regresarse a nuestra ciudad en el Estado de Veracruz. Ella puso de pretexto que tenía que estar cerca de su papá porque lo soñaba mucho y no quería que algo le sucediera y estando lejos de él. Mencionaba siempre el infarto que había sufrido estando en su salón de clases de nivel primaria hacía un año antes y que del cual, desde mi punto de vista, se estaba recuperando bien. Total que haya sido por el calor o su papá y su familia, lo cierto es que ya no estaba conmigo para emprender ésta aventura juntos.
Yo me sentía dolido. Miraba atrás cuando ella me decía que me seguiría hasta el fin del mundo con tal de estar a mi lado. Pero ni modo, qué le iba a hacer. Tenía un contrato firmado por un año y debía de cumplirlo, estuviera ella o no.
Una mañana, estando en mi privado, revisaba la carga horaria de mis maestros y trabajaba sobre el evento de conmemoración de la ONU, cuando alguien tocó a la puerta.
—Adelante.
—¡Hola niño! ¿Qué haces? —preguntó Dulce, la Miss de Español. Ella era la única que así me decía, tal vez porque la diferencia de edades era mínima en comparación con las demás Misses. Ella tenía 24 y yo 28—. Te he visto un poco pensativo ¿qué tienes?
Le conté lo que había sucedido con mi esposa. Le explicaba que no estábamos enojados pero que no había gustado que se regresara y ella estuviera sola allá y yo sólo acá.
—No te preocupes —me dijo—, un fin de semana no voy a Mérida, me quedo en Cancún y te invito a un lugar para que se te olvide un poco lo que tienes.
—Estaría bien —le comenté—. ¿Dónde me invitarías? ­—le sonreí.
—Pues al Coco Bongo, el ambiente se pone buenísimo.
—Ok, pues me avisas cuando no vas a tu casa y salimos.
—Va —se despidió de mí con un beso. Ese día llevaba puesto un pantalón blanco que dejaba ver sus bragas, también blancas y marcaba su trasero. Algo lascivo pasó por mi mente, pero lo deseché. Tenía otras cosas en que pensar. Sin embargo fue la imagen que estuvo en mi cerebro por toda la tarde de ese día.

Pasaron los días y ese viernes, estaba leyendo en mi cuarto, porque literalmente eso era, un cuarto con baño, nada de depa y aire acondicionado como yo hubiera querido, pero estando solo qué más daba, cuando sonó mi celular. La pantalla marcaba el nombre de “Dulce” de manera intermitente. Tome el aparato y oprimí el botón para contestar.
—¡Hola! ¿Cómo tas?
—¡Bien, niño! ¡Oye este fin me quedo! —me dijo en tono efusivo—, pero no vamos a poder ir al Coco, estoy en casa de unas amigas, ven acompáñanos, les he hablado de ti y quieren que vengas.
—¿De veras? ¿Y qué les dijiste? —contesté con extrañeza—, ¿Quiénes son?
—Sí, les dije que eras mi jefe, pero que eras muy buena onda, y bueno no las conoces, pero no hay ningún problema puedes venir.
Obvio, independientemente de que yo esperaba ver sólo a Dulce algún fin de semana, la curiosidad me picó.
—¿Cuántas son? —pregunté haciendo que mi voz se escuchara con falta de interés.
—Sólo son dos y yo, tres en total, anda ven niño —la indiferencia había hecho efecto, ya que empezó a rogar y eso hizo que se dibujara en mi cara una sonrisa—, anda, por fis, por fis. Me gustaría mucho que estuvieras aquí conmigo.
—Contigo y otras dos ¿qué tal si me roban? —y solté una carcajada al tiempo que revisaba mi ropa para ver que me ponía.
—¿A poco tienes miedo? ¡¿Cómo crees?! Anda, ven, son bien buena onda.
—Ok, ok, ¿Dónde es? ¿Dime como llego? Ya sabes que conozco poco aquí.
—Mira toma un taxi y le dices que pase la Mega Comercial de la López Portillo, y adelante que se meta en la glorieta a mano izquierda… —y siguió dándome santo y seña de cómo llegar. Me bañé y cambié de volada. Mientras eso hacía recordé el pantalón blanco que llevaba puesto Dulce hacía más de tres semanas y que me había quitado el sueño, e hice memoria de algunos otros atuendos que también la hacían verse muy sexi, como el vestido floreado que le llegaba a media pierna con escote en la espalda. Lo cierto es que tenía excelente cuerpo, nada exagerado por ningún lado, su boca era grande y su sonrisa, le decía yo, le llegaba de oreja a oreja.
Salí corriendo, llegué hasta una avenida principal que estaba cerca de mi casa. No me costó nada tomar un taxi. Subí y le explique a dónde me tenía que llevar. Después de unos 20 minutos, debíamos estar acercándonos a donde estaba Dulce y sus amigas esperándome. En efecto, al doblar en una esquina a mano derecha vi a mi amiga en una esquina.
—Es allá —le indiqué al taxista señalando con mi dedo índice.
Nos acercamos, pagué y descendí. Mi amiga me sonrió y me abrazó.
—¡Qué bueno que viniste! —me dijo al oído—, Ya estaba dudando que llegaras, y si no venías créeme que el lunes te mataba —y se rió.
—¿Pero cómo pensaste que no fuera a venir si ya te había dicho que si? —y me separé un poquito de su abrazo y le di un beso en la mejilla. Percibí su riquísimo perfume de la línea Ralph Laurent, el “Ralph Azul” y que unas semanas antes había sido estrenado a nivel mundial ahí precisamente en Cancún. También percibí en su aliento un ligero olor a cerveza, el cual no me extrañaba ya que por el celular también me había dicho que ya habían empezado a “chelear”.
—Ven —me tomó de la mano y cruzamos la calle—, vamos a la tienda por más chelas.
Entramos a la pequeña tiendita, que a esas horas parecía un horno dado que el sol del atardecer le pegaba a plomo. Ella compró un six y yo pagué otro, no sin antes preguntarle si había refri y me contestó que sí.
Salimos, nos tomamos de la mano. Así como íbamos dábamos la apariencia de que éramos algo más. Caminamos, sin decir nada, una cuadrita hacia adelante y media a mano izquierda. Llegamos al pequeño departamento de la amiga de Dulce.
Entró primero ella y sin soltarme de la mano me condujo hacia adentro. Cerré la puerta con la otra. Pasamos la salita y llegamos al comedor. Ahí estaban Alejandra y Carmen.
—Ya estamos aquí —dijo Dulce—, les presento a Eduardo, mi “jefe”.
—Hola, que tal —saludé estirando la mano a las dos mujeres que se encontraban en el comedor—, Eduardo a sus órdenes.
—Hola, Alejandra —me respondió la niña que estaba a mi lado izquierdo.
—Carmen, para servirte —me dijo la que tenía enfrente—, mucho gusto y es verdad lo que nos había dicho Dulce, eres joven y guapito.
Ese comentario así nomás hizo que me sonrojara. Pusimos el six que traía Dulce en el pequeño comedor y pregunté por dónde estaba el refri para meter el otro. Dulce me dijo que ella lo llevaba y entonces me senté al lado de Alejandra. Tomé unas papas y unos chicharrones que había en un platón al centro.
—¿Y de dónde son? —pregunté a las chicas.
—De Monterrey —se apresuró decir Alejandra y reconocí el acento indiscutible del norte del país.
—De Tabasco —contestó Carmen.
A excepción de Dulce que provenía de Mérida y que conocía perfectamente la península y por supuesto Cancún por la cercanía, Alejandra, Carmen y yo estábamos por las mismas circunstancias. Habíamos llegado a probar suerte.
La tarde-noche trascurrió entre pláticas, bromas, cervezas y frituras.
Salí una ocasión más a la tienda con Dulce y otra con Alejandra. Alejandra era una mujer como de nuestra edad casada con un tipo que no le daba buen trato. Ella no trabajaba, estaba en Cancún por su esposo porque lo habían transferido ahí. Pero la carga de trabajo de él, hacía que poco se vieran y más de una vez había llegado borracho a su casa. Alejandra ya se estaba hartando y constantemente tenían problemas.
Era un poco gordita, no mucho. De pelo lacio un poco más debajo de los hombros, teñido de café, que le iba muy bien con su tono de piel claro. Sonrisa sincera y franca al hablar.
—¿Te gusta Dulce? —me preguntó Ale antes de regresar al depa.
—Pues es una mujer muy bonita —le contesté.
—No me vas a decir que no te gusta si es una mujer muy hermosa —insistió.
—¡Claro! —respondí.
—Porque a ella le gustas mucho —concluyó y me guiñó un ojo.
—¿Te lo ha dicho? —la inquirí.
—Por supuesto además habla mucho de ti.
—Espero que cosas buenas.
—Sí, puras cosas buenas, pero no le vayas a decir que te dije —y al decir esto se acercó a mi oído como si fuéramos cómplices de algo.
—Ok —asentí con la cabeza.
Carmen era una mujer como de treinta. Morena de cabello ondulado. Realmente nada fuera de lo común pero muy divertida. Por ella nos la pasamos muy bien.
En más de una ocasión Dulce no perdió la oportunidad de abrazarme, pasar sus dedos por mi cabello, darme besitos, a lo cual yo correspondía haciéndole arrumacos también.
Eran la una de la mañana cuando decidimos irnos. Yo me sentía ebrio pero todavía me mantenía firme. Mis amigas salieron con su lata de cerveza cada una y abrazadas. Ellas si iban mal y se mantenían de pie con dificultad. Salimos Ale, Dulce y yo a buscar un taxi. Carmen ahí vivía y nos despedimos de ella agradeciéndole y quedando en que nos volveríamos a reunir.
En el taxi Dulce me dijo que llevaríamos a Ale primero y después yo la llevaría a ella a su casa. Al decirme esto me sonrió y en su sonrisa pude ver que algo tramaba. Comprendí que no la llevaría precisamente a su casa.
—A la Av. Bonampak —dijo Ale, arrastrando las palabras, efecto de las cervezas ingeridas en gran cantidad y soltó una carcajada.
A estas alturas a mis amigas todo les parecía gracioso.
—Sshhhhhh —la calló Dulce y le puso un dedo en la boca y se soltaron a reír.
El taxista zigzagueó por diferentes calles hasta llegar a la Av. Tulum, la cruzó y se incorporó a la Av. Bonampak que corre paralela a la primera. Se dirigió como si fuera a Puerto Juárez y dio la vuelta en un retorno y se orilló cuando Ale le indicó cuál era su casa.


Avancé un paso y con cuidado cerré la puerta. La oscuridad volvió a invadir casi por completo la pequeña sala. Yo estaba muy nervioso y ya no sé si eran los latidos del corazón de ellas o los míos los que escuchaba, pero parecía que se oían hasta el otro lado de la avenida. Desde que salimos de la casa de Carmen tenía ganas de orinar, pero ya no quise regresarme porque conseguimos el taxi rápido.
Otra vez mis ojos se tuvieron que adaptar a la casi total oscuridad y logre ver, al finalizar la salita, una puerta debajo de la escalera. Ese debe de ser el baño, pensé.
Caminé tratando de pasar desapercibido, pero en ese momento era un cero a la izquierda. El silencio era roto por pequeños gemidos, besos y frases cortas como “besas muy rico mami”, “estás bien buena corazón”.
Llegué a la puerta, abrí y entré sin prender la luz. Cerré y a tientas busqué el apagador. Prendí la luz y fue como si volviera a la realidad. Mi rostro ojeroso y sudado se reflejaba en el espejo. Me detuve del lavabo y me miré a los ojos. ¿Cómo llegaste hasta aquí? ¿Qué está sucediendo allá afuera? La presión en mi vejiga hizo que desatendiera esas preguntas y me dirigí a la taza. Sentí que orinaba lo de toda una Laguna Nichupté y cuando quería que terminara pronto, más sentía que faltaba.
Al finalizar sentí un descanso. El baño me empezó a dar vueltas y se instaló en mi sien derecha un pequeño dolor como un taladro.
Me lavé las manos y la cara. Pasé mis dedos mojados por mi cabello y me sequé con la toalla guinda que estaba colgada en un aro plateado.
Volví a detenerme en el lavabo. “No me vas a decir que no te gusta si es una mujer muy hermosa”, recordé las palabras de Ale. Me quedé pensativo. Al parecer, no nada más me gustaba a mí.
Me giré a la derecha para salir y me percaté de que la puerta tenía una ventana con cristales translúcidos. Decidí dejar la luz prendida y salir. Tampoco quería andarme cayendo, más si estaba oscuro, ahora que sentí que el montón de néctar de la cebada que había ingerido se había ido a acurrucar en mi cerebro.
Cerré la puerta tras de mí y pude ver todo el panorama.
Mis amigas seguían de pie. La intensidad de los besos había bajado un poco, sin embargo seguían siendo muy eróticos.
Las dos se desvestían mutuamente. Ale ya había perdido la blusa y Dulce la tenía casi desabotonada por enfrente. Los dedos de Ale luchaban con los dos últimos botones cuando Dulce le empezó a acariciar los senos por encima del bra.
Volteé hacia todos lados como queriéndome asegurar que la casa estaba sola. Cerca de mi estaba un sillón y ahí me arrellané. Era espectador de algo insólito para mí y me encontraba en primera fila. Seguí observando.
Cuando Dulce se deshizo también de su blusa, Ale le metió las manos debajo de su sostén y le tomó los dos pequeños pezones. Dulce se lanzó un gemido y la abrazó por el cuello.
La intensidad de los besos fueron in crescendo nuevamente y las dos buscaron los respectivos seguros de los pantalones.
Rápido se deshicieron de ellos bajándolos hasta donde pudieron sin despegar sus bocas.
Se volvieron a abrazar y se ahora las caricias hacia las nalgas y respectivas conchitas por encima de sus bragas. Se besaban en el cuello y en las orejas. Se decían palabras obscenas y gemían.
Por mi parte yo ya me había puesto a mil. Había quitado mi cinturón y me acariciaba arriba del bóxer.
De pronto Ale bajo su boca y empezó a besar los pezones de Dulce. Sus senos eran pequeños pero bien formados, duros. Sus pezones eran pequeños y su aureola era casi del mismo tono que su piel. Dulce la acariciaba de su cabello la empujaba hacia sus pechos invitándola a acabárselos a besos y chupadas. De pronto Ale, se sentó en el sillón que tenía a sus espaldas y siguió besando de manera deliciosa a Dulce en el estómago, el ombligo y por encima de las bragas, mientras le estrujaba las nalgas y metía las manos entre la minúscula prenda y la piel.
Se terminó por acostar en el sillón jalando a su amante sobre de ella con las piernas abiertas. En esa posición no le fue difícil de quitarse su calzón mientras Dulce la cabalgaba tomándola de sus enormes senos. Logré ver perfectamente la raja de Ale, la cual se notaba un incipiente bello, signo que tendría a lo mucho tres días de haberla depilado. Lo que me encantó ver fue que su labios hinchados se asomaban grotescamente hacia fuera y los movimientos de su pelvis hacia arriba y hacia abajo, producto de la enorme excitación que sentía, hacía que su vulva se abriera y se cerrara al ritmo de sus gemidos. Parecía que tendría un orgasmo en ese momento.
Trató de quitarle las bragas a Dulce pero por la posición montada no podía, entonces se Dulce se puso de pie con mucho cuidado porque estaba muy mareada y bajó su prenda hasta la mitad de la pierna a lo cual Ale terminó por quitársela de un jalón. Se recostó sobre ella y empezaron a besarse de manera apasionada. Las dos estaban ya completamente desnudas. Ale con la piernas abiertas y sobándose las conchas mutuamente. Empezaron a agitarse mas y mas, hasta que Ale tuvo un orgasmo fuertísimo. De su vulva chorreaban líquidos fruto de ese desfogue de energía.
Yo me masturbaba sin remordimientos, pero por culpa de la cerveza, mi pene se mantenía duro y con poca sensibilidad. Era muy difícil que eyaculara así en las condiciones en que me encontraba.
—Eres una niña lindísima, te quiero mucho bebé —Le dijo Ale a Dulce mientras la abrazaba, agradeciéndole el gran placer que la había hecho sentir—. Acuéstate muñeca, ahora te toca a ti.
Se incorporó Ale al mismo tiempo que acomodaba a Dulce con las piernas abiertas. Acercó su rostro a la pequeña vulva cerrada de Dulce y le dio un lengüetazo, Dulce se agarró de la cabecera del sillón y levantó su pubis. Ale le pasaba la lengua de arriba abajo, dando generosos besitos en la parte donde se encuentra el clítoris, haciendo que Dulce levantara por instinto aun más sus piernas. El frenesí se lamer y meter y sacar la lengua rindió sus frutos de manera rápida, ya que Dulce empezó a tener un orgasmo, si no desquiciado como el de Ale si se ve que lo disfrutó, además que sus gemidos hacían que se enchinara la piel.
Habiendo terminado Ale se subió al lado de Dulce, se acostó como pudo a su costado y la besó en la boca. Se susurraron dos o tres cosas, se tomaron de las manos, se besaban la nariz, la frente, se acariciaban el pelo, sus cuerpos desnudos y empezaron a quedarse dormidas.
Yo seguía observando esa masa de carnes entrelazada y mi pene ya me dolía de la erección tan grande que tenía. En eso Dulce se separó como pudo de Ale y trató en ponerse de pie, trastrabilló y se golpeó la espinilla con la pequeña mesita de centro de bambú y cristal que había a mitad de la salita. Me levanté rápido para tratar de que no se cayera y ahora fui yo el que se enredó con los pantalones que tenía hasta abajo. Logramos sostenernos y me dio un inesperado beso en la boca y con su mano me tomó de mi miembro y me dijo al oído:
—Se ve que te ha gustado lo que viste. —Y sin darme tiempo a decir algo, me sentó en el sillón en el que antes había sido espectador. Se abrió de piernas, se hincó de frente hacia a mí y con su mano se acomodó mi pene en la entrada de su rajita que lucía un depilado perfecto, suave. Se penetró lentamente y me dijo —me gustó mucho lo que me hizo Ale, pero más me excitó que nos estuvieras viendo, sin embargo, no me siento satisfecha, necesito de esto que me estás dando —mientras se mordía los labios y hacia su cabeza para atrás, al tiempo que la sostenía por la espalda.
Mis manos recorrían desde sus hombros hasta sus nalgas, las cuales las abría y tocaba tímidamente su ano. Al parecer eran como choques eléctricos lo que le hacía sentir porque me apretaba mi cabeza y metía con fuerza sus dedos entre mi cabello mientras mi boca se deleitaba con sus pezones, a succiones, a mordidas, a lengüetazos.
Su movimiento de su cadera hacia adelante y hacia atrás y se su cuerpo en un mete y saca, recorriendo mi miembro desde la base hasta la punta, logró sacarme de ese estado de poca sensibilidad. La tomé de la cintura y cada vez que ella bajaba, la empujaba más, la ayudaba a subir y la volvía a penetrar hasta lo más profundo de su intimidad. Empecé a sentir que llegaba al tope y eso como que le incomodaba ya que daba gritos ahogados pero para mí produjeron efecto contrario. Trató de detener un poco el movimiento pero ya no había vuelta de hoja. Cada vez la empujaba con más fuerza y le dije que estaba a punto de eyacular, me asintió con la cabeza dando un gemido largo y haciéndose hacia atrás. De pronto el pronto ese tope que sentía con la punta de mi pene, cedió. Su cuello uterino se rindió para dejar entrar la mayor parte de mi glande en él y descargar con una energía desconocida, chorros calientes de semen, que golpeaban en las paredes, una y otra vez, al tiempo que con mis manos sostenía su cuerpo para que no se moviera ni un milímetro y tratase de salirse.
Su grito empezó a bajar de tono, pero ella estaba perdida, poseída. Giraba su cabeza como una loca y sin dejar de jalar mi cuello se hizo hacia adelante, hacia mí. Logre ver que de la comisura de sus labios salía baba que terminó embarrando en mí frente al tiempo que me golpeaba con su mentón. Me dolió y a ella también, pero no podía controlar sus movimientos. Trataba de decirme algo pero nomás salían gesticulaciones sin control. El alcohol ingerido y lo que acababa de sentir había producido una bomba. Con su lengua limpió su saliva que había dejado en mi frente. Con sus manos me tomo de mis mejillas y las apretó y nos fundimos en un beso enorme. Mis manos ya habían cedido la presión, pero mi falo seguía incrustado en lo más recóndito de su ser.
Le acariciaba las nalgas y por curiosidad trataba de tocar mi pene, pero no lo encontraba, había desaparecido en sus entrañas. La erección no cedía y ella no tenía fuerzas para levantarse. Me pidió, me rogó que la ayudara a incorporarse y con mis manos la tomé de sus nalgas y la levanté un poco solamente. Ella hizo su parte y logró sacarse la daga que la acababa de mancillar de una forma que jamás pensó que pudiera suceder. Chilló de dolor y se tomó del estómago al tiempo que corrió, arrastrando los pies hacia al baño para vomitar.
Le pregunté si quería ayuda y me pidió papel higiénico. Yo estaba estupefacto. Se limpió la cara. Le jaló la palanca para descargar el agua y como pudo se incorporó. El baño era pequeño y al salir me despeinó mi melena, y me besó. Su beso era salado. —Eres un semental —dejó dicho y se dirigió hacia la recámara. Pasaron unos segundos y la seguí como autómata. Cuando llegué ella ya dormía. Me acosté a su lado y me dormí.
 
un relato bueno
aunque al parecer hay 2a o hasta 3a parte
ojala y puedas comprtirlo, tu forma de escribir es interesante, con muchos elelemento auxiliares en la lectura, muy chido en realidad
Saludos¡¡
 
muy buen relato carnal si sigues en cancun aver cuando presentas alas nenas jajajjajajaj ke yo soy de cancun ajajajajajaja
 
Very good

Exelente relato, escribes bien se ve que eres profesor.

Saludos a las dos chicas.:metal:
 
exelente anecdota...soy de chetumal a 4 horas de cancun ire a conocer a Dulce jeje
 
Que afortunado, pero yo esta maquinando un trio jajajajaja, pero si aun no lo hay seguro lo existira en poco tiempo. A pues no esta demás que nos digas donde ver a esa 3 mujercitas jajajaja.
 
mae k guen relato, de verdad, bien narrado, con muchos elementos que hacian agil la lectura
 
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