alcanet
Bovino maduro
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- 16 Feb 2009
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Una de las chicas que África contrató le acabó hablando de una página web local llamada Top Company, en la que se anunciaban chicas de compañía jóvenes y de alto standing, con grandes aptitudes y conocimientos. La chica le comentó que eran todas universitarias que buscaban ingresos extras. Eso sí, cobraban el doble al menos.
Para visionar la página comentada, África tuvo que registrarse y abonar una pequeña cantidad como cuota, sin duda una argucia para quitarse de encima a fisgones. Una vez registrada, tuvo acceso a unas docenas de fichas personales con abundante material fotográfico. La prostituta tenía razón. Todas eran jóvenes y atractivas, con cuerpos bien cuidados. Se ofrecía como acompañantes en viajes y, claro estaba, mantenían una relación íntima con el debido incremento de sus honorarios.
Tras repasar todas las fichas, África se decantó por algo nuevo: una chica rubia y de ojos azules que parecía más californiana que venezolana. Aunque no existía ningún dato sobre ello, sin duda uno de sus padres era yankee o quizás escandinavo.
Se llamaba Eireen, lo que sonaba más falso que Judas pero evidentemente exótico. En la ficha ponía que tenía veintidós años y estudiaba varios idiomas. Por las fotos en traje de baño, poseía un cuerpo de modelo, bien trabajado, e incluso era más alta que Tony.
África miró detenidamente aquel rostro sonriente de tez nívea y delicada y asintió, escogiéndola definitivamente. Tenía un fuerte pálpito sobre ella… quizás se decidiera a dar el paso. Los negocios habían marchado bien para Tony en estos últimos meses, en parte porque ella lo mantenía controlado. Así que se dijo que podrían darse un capricho como aquel.
Reservó una habitación en la posada Tempera, una casona colonial reformada en pleno centro histórico de la ciudad, para el fin de semana y llamó al número de contacto de Eireen. Le dejó un mensaje y su número de celular en el contestador.
Para la hora del almuerzo, la chica se puso en contacto con ella. Debía estar en clase, sin duda. Quedó un poco asombrada de que la llamara una mujer y que, encima, la contratara para cenar con ella y su marido, pero como buena profesional aceptó y trataron sus honorarios.
Quedaron citados para el viernes, en un restaurante de moda del centro de Cumaná. Sería una cena informal así que no se estipuló etiqueta alguna pero sí buen gusto, recalcó África.
Aquella tarde, cuando Tony llegó del puerto, su esposa le comentó, risueña, que tenía una cita sorpresa para el viernes noche. El rostro de Tony se iluminó como el de un niño en una feria, felicitándose mentalmente por cuanto había cambiado su vida desde que su esposa tomó las riendas. Nunca hubiera creído que África se mostrara tan morbosa en aquellas citas casi semanales. Desde la ocasión en que compartió cama con aquella puta, lo había repetido en cada cita; unas veces participaba más activamente que en otras, pero se solía desnudar y mantener a su lado, en la misma cama. En ocasiones, no le importaba pegarse al cuerpo desnudo de la puta para acariciarle, e incluso había besado suavemente a una o dos chicas. Aún no se había confesado con él pero se la veía mucho más animada y coqueta y, al parecer, no se sentía cortada por la presencia de ninguna chica. Desde luego, su vida marital había mejorado considerablemente.
El viernes se personaron puntuales a la cita. Tony vestía un traje de chaqueta gris marengo, África un vestido de Dior, rosáceo y con transparencias en brazos y espalda. Ambos estaban radiantes y África llevaba su frondosa melena estructurada en un elaborado moño alto que dejaba al descubierto su delicada nuca.
Eireen les estaba esperando en la barra del restaurante, tomando un Martini seco. África la señaló a su esposo con un movimiento de la barbilla.
― Es ella – susurró.
Tony no contestó pero su expresión fue suficiente. La chica era joven, quizás la más joven que habían contratado, pero tenía los ademanes de una diva. El cabello muy rubio le caía sobre los desnudos hombros y su piel relucía casi nacarada. Poseía una tez que no se solía ver por aquellas latitudes, pálida e inmaculada, sobre la que no incidía apenas el sol. Su delgado cuerpo estaba enfundado en un estrecho vestido casi sin espalda, que reverberaba bajo las luces del contra mostrador, reflejándolas en varias tiras de escamas de metal azulado que descendían por los contornos femeninos.
África tironeó del brazo de su marido para acercarse a la barra. Eireen tampoco les conocía, así que cuando África se plantó ante ella, aferrada al brazo de Tony, y dijo: “Buenas noches, Eireen”, el entusiasmo fue mutuo. Tony observó las limpias y celestes pupilas de la joven escort recorrer tanto su cuerpo como el de África y supo que también habían aprobado el examen.
La verdad es que África y su marido constituían una bella pareja, joven, dinámica y atractiva. Ella era una de esas bombas latinas, de caderas marcadas y culo respingón, y él solía tener una pinta de gigoló aficionado con mueca burlona en su sonrisa que solía encandilar a más de una.
África hizo las presentaciones oportunas y todos repartieron besos en las mejillas. Tony le hizo una seña al maître y pronto estuvieron sentados a su mesa. Mientras el camarero abría una botella de Cabernet chileno, preguntaron a la rubia acompañante por sus estudios de idiomas. Ésta se explayó sobre sus planes de viajar a Europa al año siguiente y permanecer un año en diversas ciudades de Italia y Francia.
Por su parte, Tony no tuvo ningún reparo en hablarle de su trabajo en el puerto y sacó a relucir algunas divertidas anécdotas. La cena fue amena y vivificante. Eireen resultó ser una conversadora muy experimentada que no dejó que los silencios se hicieran ominosos, sacando diversos temas de conversación. África pensó que, por el momento, valía el dinero que cobraba. Se terminaron el vino y pidieron algo más fuerte tras el postre, entre risas cada vez más confiadas y sinceras. Pasearon un trecho por las animadas calles del centro al término de la cena, en dirección a la posada Tempera, y las risas y bromas fueron continuas.
África estaba deseando ver desnuda a Eireen. Cada vez estaba más segura de haber acertado plenamente con su elección. Decidieron tomar una última copa en el lujurioso jardín que crecía en el vasto patio interior. Bajo luces indirectas que iluminaban macizos de flores, aspirando el aroma floral y manoteando de vez en cuando para apartar alguna que otra luciérnaga, África permitió que su esposo comenzara con la verdadera velada. Abrazado a Eireen sobre un balancín techado, le besaba suavemente el esbelto y pálido cuello. La rubia tenía la cabeza ladeada, los ojos cerrados, y una sonrisa beatífica en los labios.
África pensó en las preguntas que posó la escort durante la cena, sobre cómo habían decidido dar un paso así en su relación. Eireen parecía encantada con haber sido elegida para ello. En suma, la rubia sólo había estado con ciertos maduros caballeros que buscaban básicamente lo mismo: poseer a una muñeca como ella. Que una mujer tan atractiva como África la buscara para divertir a su apuesto marido y que encima no les quitara el ojo la estaba poniendo verdaderamente mala, como nunca lo había estado…
Tras preparar una copa para todos, África le ofreció un vaso a la universitaria. Tony ya tenía una de sus manos introducidas en el escote de la rubia. Ésta enrojeció al aceptar el vaso y mirar a África, como si la hubiera pillado en falta, pero la morena sonrió para hacerla sentirse cómoda. Tony le dio un buen trago a su vaso y, tras dejarlo sobre la mesita auxiliar, se lanzó a mordisquear los brillantes y rosados labios de Eireen.
África se quedó en pie, mirándoles y dando pequeños sorbos a su gin tonic. Debía calmarse, ya que lo que clamaba su cuerpo era subirse a horcajadas sobre el regazo de la chica y plantarle un buen beso en la boca. Tony no debía darse de lo que realmente sentía ya que todo el planteamiento podría venirse abajo. Todo el asunto había surgido para enmendar el derroche y la culpabilidad de su marido. ¡Por Dios! Si llegara a sospechar que ella se sentía más ansiosa que él por participar en la cita de los viernes…
Tony había bajado el escote de palabra de honor del vestido de Eireen, dejando al descubierto un hermoso sujetador de encaje, en color crudo, que comprimía y elevaba un pecho menudo y lechoso. La escort alargó una mano hacia África pero no llegaba a tocarla sin levantar el trasero del balancín. África dio un paso hacia delante, manteniendo los brazos cruzados y el vaso en una mano. Los dedos de Eireen la cosquillearon detrás de la rodilla, suavemente, iniciando así un escalofrío en todo el cuerpo de la latina. Tragó saliva cuando notó que la mano ascendía por su pierna, aprovechando la raja del vestido.
¡Eireen era tan decidida!, pensó. Su esposo también fue consciente del recorrido de la mano de la universitaria pero intentó disimular aunque sus ojos no perdieron detalle. La rubia sonrió al tocar delicadamente la prenda íntima de África y descubrir lo mojada que ya estaba.
En un segundo, África tomó la decisión que había estado aplazando durante tantas semanas. Era el momento adecuado con la persona perfecta. Así que, mordiéndose el labio, separó las piernas y cerró los ojos, aceptando aquellos dedos que acosaban su entrepierna. Tony se separó del cuello de la pálida chica, observando el mohín placentero que el rostro de su esposa había asumido. ¡África se estaba dejando sobar por otra mujer! El corazón del hombre aumentó su ritmo, a medida que la idea calaba en su mente. ¡Era un deseo hecho realidad! Se preguntó cual sería el límite de África… ¿Hasta dónde llegaría experimentando con Eireen?
Él también tomó una decisión repentina. Si quería que África se desinhibiera con Eireen tenía que dejarlas a solas. No podía pretender que su esposa se entregara a una nueva experiencia ante sus ojos abiertos como platos. Se puso en pie. Aún cuando lo hizo despacio y con cuidado, Eireen sacó su mano de debajo de la falda de África. Las dos le miraron, parpadeando confusas.
― Voy a subir a la habitación y darme una ducha – les dijo, esgrimiendo una de sus devastadoras sonrisas. – Os espero allí en unos minutos.
― Está bien, cariño – su esposa le dedicó otra sonrisa. – Subiremos en un ratito…
Sin que una gran sonrisa abandonara sus labios, Tony se adentró en el encalado edificio de galería cubierta en el primer piso por un porche de madera rústica.
― Nos hemos quedado solas – susurró Eireen, poniéndose en pie. África asintió, sujetando aún el vacío vaso en su mano. – Me has contratado para atender a tu esposo…
― Sí.
― Pero… ¿puedo besarte?
― Prueba a ver – sonrió la latina.
La joven rubia apoyó las palmas de sus manos sobre las mejillas de África, suavemente. La miró fijamente a los ojos con aquellas pupilas celestes que conseguían aumentar su pulso y, sin cerrar los ojos, inclinó la cabeza hasta rozar sus labios con los de la morena. África abrió la boca y pellizcó aquellos atrevidos labios con los suyos propios, haciendo que Eireen sonriera durante el beso. La lengua de la rubia no tardó en introducirse lentamente, conectando con el apéndice rosado de África. Las manos se despegaron de las mejillas, dejándolas encendidas, y se cruzaron sobre la nuca de la morena. Eireen prácticamente se colgó de ella, pegando su delgado y sensual cuerpo al de su cliente.
África ya había besado a otras prostitutas en el calor de la aventura, pero siempre había sido algo encadenado a su estado, a la situación, algo pasajero, una caricia a la que no ponía reparo, pero tampoco demasiado énfasis. Esta vez no era igual; no, nada parecido de hecho. Era un beso consentido, voluntarioso, al que ella había accedido conscientemente; un beso que ella llevaba deseando realmente desde que empezaron a cenar. Eireen la había cautivado con su encanto, con su naturalidad. En esa atracción se mezclaba la lujuria con la necesidad de una amistad sincera, como un demonio que se disfrazara de amigo.
África aspiró la lengua de la escort, deleitándose con su textura, con su esponjosidad. Nunca había degustado una lengua de aquella forma, ni siquiera la de su marido, y se maravilló con ella. Sus brazos abarcaron mejor la diminuta cintura de la chica, apretando el cálido cuerpo contra su pelvis. Se reafirmó en lo que había pensado antes, en lo que deseaba secretamente. Sí, Eireen era la persona ideal para dar el paso definitivo.
Dio un paso de lado, arrastrando a la prostituta con ella hasta caer sentadas en el balancín, todo ello sin apenas separar los labios. Bufaron de risa al quedar sentadas y Eireen levantó una pierna para enredarla entre las de África.
― No he estado nunca con otra mujer – musitó África, despegando apenas los labios de los de Eireen.
― Yo nunca he tenido a una mujer por cliente – confesó la rubia, apartando un largo mechón de oscuro cabello que se había soltado del alto moño y que caía sobre el rostro de África.
― Entonces… ambas somos novatas…
― Bueno, no haber tenido una mujer como cliente no significa que no haya tenido mis líos con alguna compañera universitaria – se rió la escort.
― Bien… mejor… así me enseñarás – África se hundió nuevamente en su boca entreabierta.
Las manos de ambas se atarearon en acariciar y retirar ropa de su prójima. Entre besos y piernas enroscadas, pronto quedaron desnudas en el solitario jardín, sobre el cada vez más chirriante balancín. Se detuvieron, mirándose a escasos centímetros, desnudas y febriles.
― Creo que deberíamos subir con tu esposo – dijo Eireen en un susurro.
― Sí, yo también. El pobre debe estar aburridísimo.
― Sólo han pasado quince minutos – comentó la rubia, mirando la pequeña esfera dorada de su muñeca.
― ¿Sólo? – jadeó África, que creía haber estado inmersa en aquella vorágine de besos al menos un par de horas.
Eireen se rió suavemente, casi de forma infantil. Nadie diría a qué se dedicaba sin verla así de desnuda. Ambas se levantaron, abandonando el balancín y se dirigieron hacia la puerta que conducía al interior de la posada. Se cogían de las manos y sus caderas desnudas se ondularon al andar descalzas. Subieron de la misma forma una escalera secundaria galvanizada que conducía a las habitaciones.
Tony estaba tumbado en la gran cama, vistiendo tan solo un slip blanco, esperándolas pacientemente. No se había aburrido para nada, pues las había estado observando desde la ventana, asombrado del ímpetu de su mujer. Sonrió cuando Eireen colocó su rodilla sobre el colchón, avanzando a cuatro patas hacia él. África la imitó al segundo. El pene de Tony se endureció aún más bajo la tela de algodón. Su esposa estaba guapísima bajo aquella luz.
Eireen miró a su compañera de cama un segundo y encontró en sus ojos la aprobación que necesitaba. Se subió a horcajadas sobre uno de los muslos masculinos y sus dedos buscaron el elástico de la cintura del calzoncillo. Tony pudo notar la humedad del sexo de la prostituta contra su piel. Se debía haber calentado bien con su mujer porque el flujo parecía abundante.
Eireen tiró hacia abajo de la prenda, revelando el erguido falo de cabeza bien descubierta que esperaba, impaciente. África acarició con una mano el pecho de su marido haciendo que éste le pusiera una mano sobre la cadera. Se miraron a los ojos y África le preguntó:
― ¿Estás dispuesto a dejar que te adoremos, mi vida?
― Soy todo vuestro – respondió con una sonrisa. Jamás hubiera pensado que llegaría a contemplar una situación así en su vida marital.
Tras retirar el slip, Eireen se inclinó y besó a Tony con pasión, devorando labios y lengua. Las fuertes manos del hombre la abarcaron por la cintura subiéndola hasta poder alcanzar la cúspide de sus menudos senos con su lengua. Tony se dedicó a lamer y mordisquear aquellos pezones tan rosados como pétalos frescos, haciendo que su poseedora gimiese roncamente. Mientras, la mano de África se había apoderado del miembro de su marido, pajeándole suavemente, irguiendo y endureciendo aún más el príapo en espera que Eireen descendiera de su postura.
Tony no se hizo esperar demasiado. Llevó hacia atrás las caderas de la chica y ésta alargó una mano hasta su entrepierna, con la que aferró el deseoso émbolo y lo introdujo con pericia y decisión en su vagina. África, que no había apartado en lo más mínimo la vista, se asombró de lo fácil que había parecido.
“¿O es que Eireen posee uno de esos coños adaptables?”, pensó con una mueca divertida.
Acabó de deshacer su elaborado moño y recogió la oscura cabellera sobre uno de sus hombros. Entonces, se inclinó apoyada sobre rodillas y manos y lamió en una larga pasada los depilados testículos de su esposo, sintiendo como las nalgas saltarinas de la prostituta golpeaban su frente suavemente.
Tony casi se corrió al sentir aquella caricia. No se esperaba algo así de directo por parte de su esposa, no tan pronto, al menos. Apretó los dientes y fijó la mirada en el rostro arrebolado de Eireen, la cual, con las manos apoyadas en el cabecero de la cama, mantenía erguido y con los ojos cerrados. No parecía que estuviera simulando el goce que demostraba. Tony pensó que, sin duda, era más amateur que profesional y, como tal, gozaba de un buen macho. Además, el hombre se dijo que no podía ver si su mujer estaba haciendo algo con ella mientras le acariciaba los huevos. ¿Quién sabía lo que África pretendía esta vez? Parecía realmente desatada…
Eireen arreció su cabalgada, agitando más rápidamente sus caderas. Sus gemidos aumentaron de intensidad al correrse largamente. Como era de costumbre en ella, procuró no dar signos evidenciadores de ello para así poder seguir disfrutando de su cliente. Eireen podía correrse fácilmente tres o cuatro veces por cada encuentro sexual con un cliente, sin tener en cuenta si el hombre era mejor o peor amante. Era su don, su secreto, su comodín. El tremendo morbo que sentía al ser follada por aquellos hombres poderosos y maduros la hacía correrse con apenas unas caricias.
África, abrumada por la pasión de la rubia, se apartó de su sitio y reptó por la cama hasta tumbarse al lado de Tony. Allí, más relajada, descubrió el goce absoluto en el rostro de la rubia, pero no supo interpretarlo. Sin embargo, aquella bellísima mueca de placer llevó sus dedos a su propia vagina, ávida de tormento sexual.
Eireen, más relajada, abrió los ojos, acomodando su ritmo a los envistes de Tony. Sonrió al observar el manoseo de los dedos de África y se inclinó hacia delante, apartando la mano y reemplazándola con la suya.
― Déjame a mí – susurró, clavando sus ojos en los ambarinos de África.
La morena solo pudo entreabrir la boca y fruncir el ceño cuando aquellos marfileños dedos exploraron el interior de su coño. No apartó la vista del semblante de la prostituta. Ambas asumieron, empáticamente, el gesto de placer que vieron reflejado en el rostro de la otra. Era como si lo que sintiera una se transmitiera a través de su piel hasta la otra. Era la primera vez que África experimentaba que otra mujer la tocara tan íntimamente, que la estuviera masturbando mientras se follaba a su marido.
¡Y por Dios, que le gustaba, y mucho! ¿Se estaba volviendo tan puta por estar cediendo a las fantasías de su esposo, o bien lo había sido siempre pero no lo había descubierto hasta ahora?
“¿Qué más da, tonta?”, se recriminó, mordiéndose el labio para no dejar brotar aquellas palabras en voz alta.
Bajó su mano hasta conducir la de la prostituta sobre su hinchado clítoris. Bramó como nunca lo había hecho al recibir un apasionado pellizco que hizo vibrar sus caderas con fuerza. Eireen retiró la mano y volvió a tomar un ritmo desenfrenado en su cabalgata. Giró el rostro hacia el otro lado, condicionada por el éxtasis que subía por su columna vertebral. Se encaminaba hacia otro orgasmo, esta vez más poderoso que el anterior, y sabía que no había forma de ocultarlo.
Colocó las palmas de sus manos sobre el pecho de Tony y sus dedos se engarfiaron allí poco a poco, clavando las uñas en la piel del hombre, a medida que el placer la abrumaba. Nunca se había corrido tan seguidamente con un cliente, pero aquella velada no podía compararse con ninguna de sus otras citas laborales, ya que la sola presencia de África la tenía loca. En el umbral del estallido, giró de nuevo la cabeza hasta contemplar como la bella latina se estaba masturbando ferozmente con una mano mientras que la otra estaba aferrada a la parte más alta del cabecero.
África ondulaba sus caderas en un ritmo que marcaba su mano sobre el clítoris. Tenía los ojos entrecerrados, pero Eireen sabía que la estaba mirando a ella, que quería verla corriéndose, y esa misma certeza impulsó definitivamente el tremendo orgasmo que la traspasó. Hizo que los dedos de sus pies se curvaran tan fuertemente que fueron garras por un segundo, que la espalda, a la altura de los riñones, se hundiera tan profundamente, que no tuvo más remedio que levantar la cabeza y estirar el cuello, en un intento de dejar salir la ola sensorial por la boca.
― Me corro… Madre mía… oooh, jodeeeer… como me c-corrooooo…
África intentó seguirla al escuchar el murmullo que surgió de la boca de la rubia. Sus dedos pellizcaron tan duramente su sensible botón que cortó su propio placer por la intensidad de la presión pero no le importó. Se maravilló al comprender cómo se corría la joven rubia, con qué abandono se entregaba a ello.
La prostituta se bajó de encima de Tony, el cual mantenía su polla temblorosa y erguida. África, conociéndole, supo que su marido se había hecho una paja mientras ellas estaban abajo besándose porque nunca aguantaba tanto. ¿O quizás se había tomado una de esas pastillas azules?
El caso es que Tony quería correrse ya y si una de ellas se había quedado un momento fuera de competición siempre tenía a su mujercita para ello, ¿no? Hizo girar a su esposa hasta dejarla de bruces, las nalgas hacia arriba. Con un fuerte azote la obligó a ponerse a cuatro patas. África gimió pero, lejos de molestarse, meneó sus posaderas, animando a su marido.
Tony hundió la boca entre los cachetes, paseando la lengua de arriba abajo, de forma continuada y presionando bastante en los puntos adecuados. África se encabritó como una yegua en celo. Nunca se había sentido tan exaltada como en este ocasión, nada se le podía comparar, y sus deseos y sus fantasías se entremezclaban bajo la piel, disponiéndola para aceptar cualquier cosa.
El ariete de su marido empujó con fuerza, abriendo las paredes de su elástica vagina. Sintió como sus carnes íntimas se separaban, aceptando el pene con el que se había casado. Cuando llegó al fondo, cercano a su cerviz, se sintió feliz y llena. Empujó hacia atrás con las caderas, haciéndole comprender que quería sentir su empuje. Tony no la hizo esperar y puso toda su voluntad en no correrse aún. La penetraba lenta y profundamente, arrancándole en cada movimiento un largo gemido que tuvo la virtud de despertar a la adormilada Eireen. Eran unos gemidos de hembra en celo, de mujer traspasada visceralmente por una pasión febril, que no dejaban a nadie indiferente.
Gateó hasta ponerse a su lado, en la misma posición, sobre rodillas y manos. Sus nalgas quedaban paralelas a las de África, sus cabezas a la misma altura. Eireen contempló como su clienta dejaba asomar la punta de su lengua por la entreabierta boca, dejando caer algunas gotas de saliva sobre la sábana. Tenía los ojos fuertemente apretados, concentrada en el golpeteo interno de la polla de su marido. Eireen sintió envidia de ello, por una vez.
De repente, Eireen notó un dedo hurgando delicadamente en su trasero, dilatando lentamente su esfínter. Miró por encima de su hombro. Tony mantenía su ritmo, golpeando su pubis contra las nalgas de su esposa, pero una de sus manos estaba ocupada entre las de la puta.
La rubia se relajó, permitiendo que los dedos del cliente invadieran la oscuridad de sus tripas y pronto imitó los movimientos de la cabeza de África, la cual pendía entre sus hombros, apoyada sobre la sábana. Por un instante, apenas un segundo, el rostro de África volteó hacia ella y una mirada acuosa entre párpados entornados impactó en el corazón de la prostituta.
La clienta se estaba corriendo y la había buscado a ella con la mirada justo en ese momento. Aquello no era normal, ¿qué razón tenía? ¿Sentía así más morbo? ¿Significaba algo especial?
― África… mi vid-da… — balbuceó Tony, incrementando radicalmente sus movimientos.
― Córrete… macho mío… lléname el vientre de tu semilla – susurró África, notando el primer chorro en el interior de su vagina.
Cuando su marido se salió de ella, lucía una polla aún tiesa y enrojecida. Asintió, reconociendo el efecto de una de aquellas pastillas del estilo Viagra. Según le había comentado en alguna ocasión, Tony pensaba sacarle partido a lo que pagaban a aquellas fulanas. África solía protestar pero, interiormente, se alegraba mucho de ello.
Tony se levantó de la cama y caminó desnudo hasta el pequeño frigorífico de donde sacó una botellita de agua. Abrió el tapón de plástico y se bebió media de un trago. Sudaba copiosamente lo que hacía brillar su bronceada piel y marcaba aún más sus definidos músculos.
Eireen se abrazó a la latina y rodaron por la cama, entre besos y suaves cosquillas. África quedó encima y Eireen enlazó sus talones a la espalda de la primera. Tony sonrió al acercarse a la cama.
― Tenéis cinco minutos para jugar, niñas. Después de eso, pienso metérsela por el culo a la rubia – les dijo, haciéndolas reír.
Las chicas volvieron a su juego, incrementando los roces y caricias, hasta que una mano de África se posó sobre la cabeza de la prostituta, impulsándola hacia abajo, hacia su exigente raja que le susurraba en un mudo idioma sensorial que deseaba probar esos suaves labios sobre ella, por primera vez. Y si su esposo tenía que esperarse, que así fuera.
Para visionar la página comentada, África tuvo que registrarse y abonar una pequeña cantidad como cuota, sin duda una argucia para quitarse de encima a fisgones. Una vez registrada, tuvo acceso a unas docenas de fichas personales con abundante material fotográfico. La prostituta tenía razón. Todas eran jóvenes y atractivas, con cuerpos bien cuidados. Se ofrecía como acompañantes en viajes y, claro estaba, mantenían una relación íntima con el debido incremento de sus honorarios.
Tras repasar todas las fichas, África se decantó por algo nuevo: una chica rubia y de ojos azules que parecía más californiana que venezolana. Aunque no existía ningún dato sobre ello, sin duda uno de sus padres era yankee o quizás escandinavo.
Se llamaba Eireen, lo que sonaba más falso que Judas pero evidentemente exótico. En la ficha ponía que tenía veintidós años y estudiaba varios idiomas. Por las fotos en traje de baño, poseía un cuerpo de modelo, bien trabajado, e incluso era más alta que Tony.
África miró detenidamente aquel rostro sonriente de tez nívea y delicada y asintió, escogiéndola definitivamente. Tenía un fuerte pálpito sobre ella… quizás se decidiera a dar el paso. Los negocios habían marchado bien para Tony en estos últimos meses, en parte porque ella lo mantenía controlado. Así que se dijo que podrían darse un capricho como aquel.
Reservó una habitación en la posada Tempera, una casona colonial reformada en pleno centro histórico de la ciudad, para el fin de semana y llamó al número de contacto de Eireen. Le dejó un mensaje y su número de celular en el contestador.
Para la hora del almuerzo, la chica se puso en contacto con ella. Debía estar en clase, sin duda. Quedó un poco asombrada de que la llamara una mujer y que, encima, la contratara para cenar con ella y su marido, pero como buena profesional aceptó y trataron sus honorarios.
Quedaron citados para el viernes, en un restaurante de moda del centro de Cumaná. Sería una cena informal así que no se estipuló etiqueta alguna pero sí buen gusto, recalcó África.
Aquella tarde, cuando Tony llegó del puerto, su esposa le comentó, risueña, que tenía una cita sorpresa para el viernes noche. El rostro de Tony se iluminó como el de un niño en una feria, felicitándose mentalmente por cuanto había cambiado su vida desde que su esposa tomó las riendas. Nunca hubiera creído que África se mostrara tan morbosa en aquellas citas casi semanales. Desde la ocasión en que compartió cama con aquella puta, lo había repetido en cada cita; unas veces participaba más activamente que en otras, pero se solía desnudar y mantener a su lado, en la misma cama. En ocasiones, no le importaba pegarse al cuerpo desnudo de la puta para acariciarle, e incluso había besado suavemente a una o dos chicas. Aún no se había confesado con él pero se la veía mucho más animada y coqueta y, al parecer, no se sentía cortada por la presencia de ninguna chica. Desde luego, su vida marital había mejorado considerablemente.
El viernes se personaron puntuales a la cita. Tony vestía un traje de chaqueta gris marengo, África un vestido de Dior, rosáceo y con transparencias en brazos y espalda. Ambos estaban radiantes y África llevaba su frondosa melena estructurada en un elaborado moño alto que dejaba al descubierto su delicada nuca.
Eireen les estaba esperando en la barra del restaurante, tomando un Martini seco. África la señaló a su esposo con un movimiento de la barbilla.
― Es ella – susurró.
Tony no contestó pero su expresión fue suficiente. La chica era joven, quizás la más joven que habían contratado, pero tenía los ademanes de una diva. El cabello muy rubio le caía sobre los desnudos hombros y su piel relucía casi nacarada. Poseía una tez que no se solía ver por aquellas latitudes, pálida e inmaculada, sobre la que no incidía apenas el sol. Su delgado cuerpo estaba enfundado en un estrecho vestido casi sin espalda, que reverberaba bajo las luces del contra mostrador, reflejándolas en varias tiras de escamas de metal azulado que descendían por los contornos femeninos.
África tironeó del brazo de su marido para acercarse a la barra. Eireen tampoco les conocía, así que cuando África se plantó ante ella, aferrada al brazo de Tony, y dijo: “Buenas noches, Eireen”, el entusiasmo fue mutuo. Tony observó las limpias y celestes pupilas de la joven escort recorrer tanto su cuerpo como el de África y supo que también habían aprobado el examen.
La verdad es que África y su marido constituían una bella pareja, joven, dinámica y atractiva. Ella era una de esas bombas latinas, de caderas marcadas y culo respingón, y él solía tener una pinta de gigoló aficionado con mueca burlona en su sonrisa que solía encandilar a más de una.
África hizo las presentaciones oportunas y todos repartieron besos en las mejillas. Tony le hizo una seña al maître y pronto estuvieron sentados a su mesa. Mientras el camarero abría una botella de Cabernet chileno, preguntaron a la rubia acompañante por sus estudios de idiomas. Ésta se explayó sobre sus planes de viajar a Europa al año siguiente y permanecer un año en diversas ciudades de Italia y Francia.
Por su parte, Tony no tuvo ningún reparo en hablarle de su trabajo en el puerto y sacó a relucir algunas divertidas anécdotas. La cena fue amena y vivificante. Eireen resultó ser una conversadora muy experimentada que no dejó que los silencios se hicieran ominosos, sacando diversos temas de conversación. África pensó que, por el momento, valía el dinero que cobraba. Se terminaron el vino y pidieron algo más fuerte tras el postre, entre risas cada vez más confiadas y sinceras. Pasearon un trecho por las animadas calles del centro al término de la cena, en dirección a la posada Tempera, y las risas y bromas fueron continuas.
África estaba deseando ver desnuda a Eireen. Cada vez estaba más segura de haber acertado plenamente con su elección. Decidieron tomar una última copa en el lujurioso jardín que crecía en el vasto patio interior. Bajo luces indirectas que iluminaban macizos de flores, aspirando el aroma floral y manoteando de vez en cuando para apartar alguna que otra luciérnaga, África permitió que su esposo comenzara con la verdadera velada. Abrazado a Eireen sobre un balancín techado, le besaba suavemente el esbelto y pálido cuello. La rubia tenía la cabeza ladeada, los ojos cerrados, y una sonrisa beatífica en los labios.
África pensó en las preguntas que posó la escort durante la cena, sobre cómo habían decidido dar un paso así en su relación. Eireen parecía encantada con haber sido elegida para ello. En suma, la rubia sólo había estado con ciertos maduros caballeros que buscaban básicamente lo mismo: poseer a una muñeca como ella. Que una mujer tan atractiva como África la buscara para divertir a su apuesto marido y que encima no les quitara el ojo la estaba poniendo verdaderamente mala, como nunca lo había estado…
Tras preparar una copa para todos, África le ofreció un vaso a la universitaria. Tony ya tenía una de sus manos introducidas en el escote de la rubia. Ésta enrojeció al aceptar el vaso y mirar a África, como si la hubiera pillado en falta, pero la morena sonrió para hacerla sentirse cómoda. Tony le dio un buen trago a su vaso y, tras dejarlo sobre la mesita auxiliar, se lanzó a mordisquear los brillantes y rosados labios de Eireen.
África se quedó en pie, mirándoles y dando pequeños sorbos a su gin tonic. Debía calmarse, ya que lo que clamaba su cuerpo era subirse a horcajadas sobre el regazo de la chica y plantarle un buen beso en la boca. Tony no debía darse de lo que realmente sentía ya que todo el planteamiento podría venirse abajo. Todo el asunto había surgido para enmendar el derroche y la culpabilidad de su marido. ¡Por Dios! Si llegara a sospechar que ella se sentía más ansiosa que él por participar en la cita de los viernes…
Tony había bajado el escote de palabra de honor del vestido de Eireen, dejando al descubierto un hermoso sujetador de encaje, en color crudo, que comprimía y elevaba un pecho menudo y lechoso. La escort alargó una mano hacia África pero no llegaba a tocarla sin levantar el trasero del balancín. África dio un paso hacia delante, manteniendo los brazos cruzados y el vaso en una mano. Los dedos de Eireen la cosquillearon detrás de la rodilla, suavemente, iniciando así un escalofrío en todo el cuerpo de la latina. Tragó saliva cuando notó que la mano ascendía por su pierna, aprovechando la raja del vestido.
¡Eireen era tan decidida!, pensó. Su esposo también fue consciente del recorrido de la mano de la universitaria pero intentó disimular aunque sus ojos no perdieron detalle. La rubia sonrió al tocar delicadamente la prenda íntima de África y descubrir lo mojada que ya estaba.
En un segundo, África tomó la decisión que había estado aplazando durante tantas semanas. Era el momento adecuado con la persona perfecta. Así que, mordiéndose el labio, separó las piernas y cerró los ojos, aceptando aquellos dedos que acosaban su entrepierna. Tony se separó del cuello de la pálida chica, observando el mohín placentero que el rostro de su esposa había asumido. ¡África se estaba dejando sobar por otra mujer! El corazón del hombre aumentó su ritmo, a medida que la idea calaba en su mente. ¡Era un deseo hecho realidad! Se preguntó cual sería el límite de África… ¿Hasta dónde llegaría experimentando con Eireen?
Él también tomó una decisión repentina. Si quería que África se desinhibiera con Eireen tenía que dejarlas a solas. No podía pretender que su esposa se entregara a una nueva experiencia ante sus ojos abiertos como platos. Se puso en pie. Aún cuando lo hizo despacio y con cuidado, Eireen sacó su mano de debajo de la falda de África. Las dos le miraron, parpadeando confusas.
― Voy a subir a la habitación y darme una ducha – les dijo, esgrimiendo una de sus devastadoras sonrisas. – Os espero allí en unos minutos.
― Está bien, cariño – su esposa le dedicó otra sonrisa. – Subiremos en un ratito…
Sin que una gran sonrisa abandonara sus labios, Tony se adentró en el encalado edificio de galería cubierta en el primer piso por un porche de madera rústica.
― Nos hemos quedado solas – susurró Eireen, poniéndose en pie. África asintió, sujetando aún el vacío vaso en su mano. – Me has contratado para atender a tu esposo…
― Sí.
― Pero… ¿puedo besarte?
― Prueba a ver – sonrió la latina.
La joven rubia apoyó las palmas de sus manos sobre las mejillas de África, suavemente. La miró fijamente a los ojos con aquellas pupilas celestes que conseguían aumentar su pulso y, sin cerrar los ojos, inclinó la cabeza hasta rozar sus labios con los de la morena. África abrió la boca y pellizcó aquellos atrevidos labios con los suyos propios, haciendo que Eireen sonriera durante el beso. La lengua de la rubia no tardó en introducirse lentamente, conectando con el apéndice rosado de África. Las manos se despegaron de las mejillas, dejándolas encendidas, y se cruzaron sobre la nuca de la morena. Eireen prácticamente se colgó de ella, pegando su delgado y sensual cuerpo al de su cliente.
África ya había besado a otras prostitutas en el calor de la aventura, pero siempre había sido algo encadenado a su estado, a la situación, algo pasajero, una caricia a la que no ponía reparo, pero tampoco demasiado énfasis. Esta vez no era igual; no, nada parecido de hecho. Era un beso consentido, voluntarioso, al que ella había accedido conscientemente; un beso que ella llevaba deseando realmente desde que empezaron a cenar. Eireen la había cautivado con su encanto, con su naturalidad. En esa atracción se mezclaba la lujuria con la necesidad de una amistad sincera, como un demonio que se disfrazara de amigo.
África aspiró la lengua de la escort, deleitándose con su textura, con su esponjosidad. Nunca había degustado una lengua de aquella forma, ni siquiera la de su marido, y se maravilló con ella. Sus brazos abarcaron mejor la diminuta cintura de la chica, apretando el cálido cuerpo contra su pelvis. Se reafirmó en lo que había pensado antes, en lo que deseaba secretamente. Sí, Eireen era la persona ideal para dar el paso definitivo.
Dio un paso de lado, arrastrando a la prostituta con ella hasta caer sentadas en el balancín, todo ello sin apenas separar los labios. Bufaron de risa al quedar sentadas y Eireen levantó una pierna para enredarla entre las de África.
― No he estado nunca con otra mujer – musitó África, despegando apenas los labios de los de Eireen.
― Yo nunca he tenido a una mujer por cliente – confesó la rubia, apartando un largo mechón de oscuro cabello que se había soltado del alto moño y que caía sobre el rostro de África.
― Entonces… ambas somos novatas…
― Bueno, no haber tenido una mujer como cliente no significa que no haya tenido mis líos con alguna compañera universitaria – se rió la escort.
― Bien… mejor… así me enseñarás – África se hundió nuevamente en su boca entreabierta.
Las manos de ambas se atarearon en acariciar y retirar ropa de su prójima. Entre besos y piernas enroscadas, pronto quedaron desnudas en el solitario jardín, sobre el cada vez más chirriante balancín. Se detuvieron, mirándose a escasos centímetros, desnudas y febriles.
― Creo que deberíamos subir con tu esposo – dijo Eireen en un susurro.
― Sí, yo también. El pobre debe estar aburridísimo.
― Sólo han pasado quince minutos – comentó la rubia, mirando la pequeña esfera dorada de su muñeca.
― ¿Sólo? – jadeó África, que creía haber estado inmersa en aquella vorágine de besos al menos un par de horas.
Eireen se rió suavemente, casi de forma infantil. Nadie diría a qué se dedicaba sin verla así de desnuda. Ambas se levantaron, abandonando el balancín y se dirigieron hacia la puerta que conducía al interior de la posada. Se cogían de las manos y sus caderas desnudas se ondularon al andar descalzas. Subieron de la misma forma una escalera secundaria galvanizada que conducía a las habitaciones.
Tony estaba tumbado en la gran cama, vistiendo tan solo un slip blanco, esperándolas pacientemente. No se había aburrido para nada, pues las había estado observando desde la ventana, asombrado del ímpetu de su mujer. Sonrió cuando Eireen colocó su rodilla sobre el colchón, avanzando a cuatro patas hacia él. África la imitó al segundo. El pene de Tony se endureció aún más bajo la tela de algodón. Su esposa estaba guapísima bajo aquella luz.
Eireen miró a su compañera de cama un segundo y encontró en sus ojos la aprobación que necesitaba. Se subió a horcajadas sobre uno de los muslos masculinos y sus dedos buscaron el elástico de la cintura del calzoncillo. Tony pudo notar la humedad del sexo de la prostituta contra su piel. Se debía haber calentado bien con su mujer porque el flujo parecía abundante.
Eireen tiró hacia abajo de la prenda, revelando el erguido falo de cabeza bien descubierta que esperaba, impaciente. África acarició con una mano el pecho de su marido haciendo que éste le pusiera una mano sobre la cadera. Se miraron a los ojos y África le preguntó:
― ¿Estás dispuesto a dejar que te adoremos, mi vida?
― Soy todo vuestro – respondió con una sonrisa. Jamás hubiera pensado que llegaría a contemplar una situación así en su vida marital.
Tras retirar el slip, Eireen se inclinó y besó a Tony con pasión, devorando labios y lengua. Las fuertes manos del hombre la abarcaron por la cintura subiéndola hasta poder alcanzar la cúspide de sus menudos senos con su lengua. Tony se dedicó a lamer y mordisquear aquellos pezones tan rosados como pétalos frescos, haciendo que su poseedora gimiese roncamente. Mientras, la mano de África se había apoderado del miembro de su marido, pajeándole suavemente, irguiendo y endureciendo aún más el príapo en espera que Eireen descendiera de su postura.
Tony no se hizo esperar demasiado. Llevó hacia atrás las caderas de la chica y ésta alargó una mano hasta su entrepierna, con la que aferró el deseoso émbolo y lo introdujo con pericia y decisión en su vagina. África, que no había apartado en lo más mínimo la vista, se asombró de lo fácil que había parecido.
“¿O es que Eireen posee uno de esos coños adaptables?”, pensó con una mueca divertida.
Acabó de deshacer su elaborado moño y recogió la oscura cabellera sobre uno de sus hombros. Entonces, se inclinó apoyada sobre rodillas y manos y lamió en una larga pasada los depilados testículos de su esposo, sintiendo como las nalgas saltarinas de la prostituta golpeaban su frente suavemente.
Tony casi se corrió al sentir aquella caricia. No se esperaba algo así de directo por parte de su esposa, no tan pronto, al menos. Apretó los dientes y fijó la mirada en el rostro arrebolado de Eireen, la cual, con las manos apoyadas en el cabecero de la cama, mantenía erguido y con los ojos cerrados. No parecía que estuviera simulando el goce que demostraba. Tony pensó que, sin duda, era más amateur que profesional y, como tal, gozaba de un buen macho. Además, el hombre se dijo que no podía ver si su mujer estaba haciendo algo con ella mientras le acariciaba los huevos. ¿Quién sabía lo que África pretendía esta vez? Parecía realmente desatada…
Eireen arreció su cabalgada, agitando más rápidamente sus caderas. Sus gemidos aumentaron de intensidad al correrse largamente. Como era de costumbre en ella, procuró no dar signos evidenciadores de ello para así poder seguir disfrutando de su cliente. Eireen podía correrse fácilmente tres o cuatro veces por cada encuentro sexual con un cliente, sin tener en cuenta si el hombre era mejor o peor amante. Era su don, su secreto, su comodín. El tremendo morbo que sentía al ser follada por aquellos hombres poderosos y maduros la hacía correrse con apenas unas caricias.
África, abrumada por la pasión de la rubia, se apartó de su sitio y reptó por la cama hasta tumbarse al lado de Tony. Allí, más relajada, descubrió el goce absoluto en el rostro de la rubia, pero no supo interpretarlo. Sin embargo, aquella bellísima mueca de placer llevó sus dedos a su propia vagina, ávida de tormento sexual.
Eireen, más relajada, abrió los ojos, acomodando su ritmo a los envistes de Tony. Sonrió al observar el manoseo de los dedos de África y se inclinó hacia delante, apartando la mano y reemplazándola con la suya.
― Déjame a mí – susurró, clavando sus ojos en los ambarinos de África.
La morena solo pudo entreabrir la boca y fruncir el ceño cuando aquellos marfileños dedos exploraron el interior de su coño. No apartó la vista del semblante de la prostituta. Ambas asumieron, empáticamente, el gesto de placer que vieron reflejado en el rostro de la otra. Era como si lo que sintiera una se transmitiera a través de su piel hasta la otra. Era la primera vez que África experimentaba que otra mujer la tocara tan íntimamente, que la estuviera masturbando mientras se follaba a su marido.
¡Y por Dios, que le gustaba, y mucho! ¿Se estaba volviendo tan puta por estar cediendo a las fantasías de su esposo, o bien lo había sido siempre pero no lo había descubierto hasta ahora?
“¿Qué más da, tonta?”, se recriminó, mordiéndose el labio para no dejar brotar aquellas palabras en voz alta.
Bajó su mano hasta conducir la de la prostituta sobre su hinchado clítoris. Bramó como nunca lo había hecho al recibir un apasionado pellizco que hizo vibrar sus caderas con fuerza. Eireen retiró la mano y volvió a tomar un ritmo desenfrenado en su cabalgata. Giró el rostro hacia el otro lado, condicionada por el éxtasis que subía por su columna vertebral. Se encaminaba hacia otro orgasmo, esta vez más poderoso que el anterior, y sabía que no había forma de ocultarlo.
Colocó las palmas de sus manos sobre el pecho de Tony y sus dedos se engarfiaron allí poco a poco, clavando las uñas en la piel del hombre, a medida que el placer la abrumaba. Nunca se había corrido tan seguidamente con un cliente, pero aquella velada no podía compararse con ninguna de sus otras citas laborales, ya que la sola presencia de África la tenía loca. En el umbral del estallido, giró de nuevo la cabeza hasta contemplar como la bella latina se estaba masturbando ferozmente con una mano mientras que la otra estaba aferrada a la parte más alta del cabecero.
África ondulaba sus caderas en un ritmo que marcaba su mano sobre el clítoris. Tenía los ojos entrecerrados, pero Eireen sabía que la estaba mirando a ella, que quería verla corriéndose, y esa misma certeza impulsó definitivamente el tremendo orgasmo que la traspasó. Hizo que los dedos de sus pies se curvaran tan fuertemente que fueron garras por un segundo, que la espalda, a la altura de los riñones, se hundiera tan profundamente, que no tuvo más remedio que levantar la cabeza y estirar el cuello, en un intento de dejar salir la ola sensorial por la boca.
― Me corro… Madre mía… oooh, jodeeeer… como me c-corrooooo…
África intentó seguirla al escuchar el murmullo que surgió de la boca de la rubia. Sus dedos pellizcaron tan duramente su sensible botón que cortó su propio placer por la intensidad de la presión pero no le importó. Se maravilló al comprender cómo se corría la joven rubia, con qué abandono se entregaba a ello.
La prostituta se bajó de encima de Tony, el cual mantenía su polla temblorosa y erguida. África, conociéndole, supo que su marido se había hecho una paja mientras ellas estaban abajo besándose porque nunca aguantaba tanto. ¿O quizás se había tomado una de esas pastillas azules?
El caso es que Tony quería correrse ya y si una de ellas se había quedado un momento fuera de competición siempre tenía a su mujercita para ello, ¿no? Hizo girar a su esposa hasta dejarla de bruces, las nalgas hacia arriba. Con un fuerte azote la obligó a ponerse a cuatro patas. África gimió pero, lejos de molestarse, meneó sus posaderas, animando a su marido.
Tony hundió la boca entre los cachetes, paseando la lengua de arriba abajo, de forma continuada y presionando bastante en los puntos adecuados. África se encabritó como una yegua en celo. Nunca se había sentido tan exaltada como en este ocasión, nada se le podía comparar, y sus deseos y sus fantasías se entremezclaban bajo la piel, disponiéndola para aceptar cualquier cosa.
El ariete de su marido empujó con fuerza, abriendo las paredes de su elástica vagina. Sintió como sus carnes íntimas se separaban, aceptando el pene con el que se había casado. Cuando llegó al fondo, cercano a su cerviz, se sintió feliz y llena. Empujó hacia atrás con las caderas, haciéndole comprender que quería sentir su empuje. Tony no la hizo esperar y puso toda su voluntad en no correrse aún. La penetraba lenta y profundamente, arrancándole en cada movimiento un largo gemido que tuvo la virtud de despertar a la adormilada Eireen. Eran unos gemidos de hembra en celo, de mujer traspasada visceralmente por una pasión febril, que no dejaban a nadie indiferente.
Gateó hasta ponerse a su lado, en la misma posición, sobre rodillas y manos. Sus nalgas quedaban paralelas a las de África, sus cabezas a la misma altura. Eireen contempló como su clienta dejaba asomar la punta de su lengua por la entreabierta boca, dejando caer algunas gotas de saliva sobre la sábana. Tenía los ojos fuertemente apretados, concentrada en el golpeteo interno de la polla de su marido. Eireen sintió envidia de ello, por una vez.
De repente, Eireen notó un dedo hurgando delicadamente en su trasero, dilatando lentamente su esfínter. Miró por encima de su hombro. Tony mantenía su ritmo, golpeando su pubis contra las nalgas de su esposa, pero una de sus manos estaba ocupada entre las de la puta.
La rubia se relajó, permitiendo que los dedos del cliente invadieran la oscuridad de sus tripas y pronto imitó los movimientos de la cabeza de África, la cual pendía entre sus hombros, apoyada sobre la sábana. Por un instante, apenas un segundo, el rostro de África volteó hacia ella y una mirada acuosa entre párpados entornados impactó en el corazón de la prostituta.
La clienta se estaba corriendo y la había buscado a ella con la mirada justo en ese momento. Aquello no era normal, ¿qué razón tenía? ¿Sentía así más morbo? ¿Significaba algo especial?
― África… mi vid-da… — balbuceó Tony, incrementando radicalmente sus movimientos.
― Córrete… macho mío… lléname el vientre de tu semilla – susurró África, notando el primer chorro en el interior de su vagina.
Cuando su marido se salió de ella, lucía una polla aún tiesa y enrojecida. Asintió, reconociendo el efecto de una de aquellas pastillas del estilo Viagra. Según le había comentado en alguna ocasión, Tony pensaba sacarle partido a lo que pagaban a aquellas fulanas. África solía protestar pero, interiormente, se alegraba mucho de ello.
Tony se levantó de la cama y caminó desnudo hasta el pequeño frigorífico de donde sacó una botellita de agua. Abrió el tapón de plástico y se bebió media de un trago. Sudaba copiosamente lo que hacía brillar su bronceada piel y marcaba aún más sus definidos músculos.
Eireen se abrazó a la latina y rodaron por la cama, entre besos y suaves cosquillas. África quedó encima y Eireen enlazó sus talones a la espalda de la primera. Tony sonrió al acercarse a la cama.
― Tenéis cinco minutos para jugar, niñas. Después de eso, pienso metérsela por el culo a la rubia – les dijo, haciéndolas reír.
Las chicas volvieron a su juego, incrementando los roces y caricias, hasta que una mano de África se posó sobre la cabeza de la prostituta, impulsándola hacia abajo, hacia su exigente raja que le susurraba en un mudo idioma sensorial que deseaba probar esos suaves labios sobre ella, por primera vez. Y si su esposo tenía que esperarse, que así fuera.