alcanet
Bovino maduro
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- 16 Feb 2009
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Regularmente solo soy lector, y admirador de la mayoría de los aportes que se hacen en este lugar. deambulando por la red encontré éste relato y quise compartirlo con ustedes. Vuelvo a aclarar no lo escribí yo, solo soy el medio para compartirlo con el foro...
África conducía el coche de su marido por el centro de Cumaná, también llamada la primogénita de América por ser la primera ciudad en fundarse en el continente. Las luces de la avenida Bermúdez iluminaban fugazmente su rostro, otorgándole esa palidez amarillenta de las luces de mercurio. Sin embargo, a pesar de ello, quedaban de manifiesto sus rasgos altivos y atractivos, dignos de una mujer venezolana joven y, sobre todo, decidida. Los oscuros rizos de su frondosa cabellera caían sobre sus hombros y se agitaban al cambiar de marcha. Sus grandes ojos del color de la miel estaban atentos tanto al tráfico como a la búsqueda de un elemento en particular.
Finalmente, al cruzar el puente Bermúdez y acercarse a la plaza Miranda encontró el elemento buscado: largas piernas desnudas sobre zapatos de altas plataformas. Se encontraba en la famosa esquina frecuentada por las prostitutas de la ciudad. Le hubiera gustado contar con más presupuesto para escoger a alguna fulana de lujo, pero era final de mes y tenía que mirar por la economía de su casa.
Detuvo el coche una veintena de metros más allá, intentando conseguir llenarse de valor. Sus manos sudaban, aferradas al volante, a pesar que la temperatura era suave. Miró hacia las mujeres públicas, observando sus contoneos sobre la acera, sus charlas y risas soeces. Era temprano, apenas la hora de la cena, y había bastante gente andando por la calle. Eso no la animaba en exceso a acercarse… ¡Si la veía alguien que la conociera!
A pesar de la decisión que había tomado, su mente volvió a repasar los pasos que la habían conducido hasta aquel lugar, en un intento de reafirmarse. Quizás la culpa de todo la tuvo casarse tan joven, pues África apenas tenía diecisiete años cuando entonces y estaba muy, pero que muy enamorada de Tony. Ciega de amor se había escapado con él y se habían casado en Caracas, sin pensar en familia ni en responsabilidades. Tony era algunos años mayor que ella, metido en la veintena, y trabajaba con el padre de África en el puerto.
Cuando regresaron y tras las explicaciones oportunas, África estuvo muy feliz con su minúsculo apartamento alquilado y ocupándose de su flamante marido. Se guardó para sí las aburridas horas del día que pasaba a solas. Charlaba con sus vecinas pero, a medida que sus maridos iban echándole el ojo al bonito cuerpo de África, ella iba dejando sus compañías, molesta por las miradas y los comentarios vulgares. Como apenas había terminado secundaria, tampoco tenía grandes hobbys que ocuparan su tiempo. En realidad, su marido era todo su mundo.
Por eso, dos años después, cuando su marido ascendió con ayuda de su suegro y consiguió un puesto responsable en la oficina del puerto, estuvo muy feliz de mudarse a una bonita casa cercana al nuevo Museo del Mar. Pero la dicha duró poco. Apenas un año después, Tony se vio envuelto en los vicios propios de los funcionarios: timbas ilegales y malas compañías. África no era tonta, ni mucho menos. Sabía que su marido apercibía comisiones y sobornos en su nuevo puesto, dejando colar ciertos cargamentos cuando estaba al cargo. A más ingresos, mayores vicios, se dice. Tony se reunía con sus nuevas amistades, ciertos individuos sin demasiados escrúpulos que le llevaban a partidas de póquer selectivas, donde rondaban siempre mujeres de dilatada moral.
Ella solía oler el tufo de su perfume en el cuello de las camisas de su hombre y tras un tiempo callándolo, acabó recriminándole sus engaños. Tony no se lo tomó muy bien, la verdad. El primer bofetón la tomó totalmente por sorpresa. Nunca hubiera creído que su amado la golpeara y gritara de aquella manera, ya no parecía el mismo hombre con el que se había casado. Al día siguiente, calmado y arrepentido, trató de explicarle que sus nuevas responsabilidades le obligaban a estar en aquellos lugares, codeándose con cierta gente. La instó a que comprendiera su situación, que de aquella forma podía traer mucho más dinero a casa.
Y así siguió la cosa. Ella se mordía la lengua cuando Tony regresaba bebido y apestando a mujeres, y él, a su vez, se embrutecía más y más, perdiendo toda ética. La cosa fue empeorando y el dinero empezó a faltar en casa, dilapidado cada vez más por su marido. Entonces, África consiguió un trabajo a media jornada, necesario para mantener los gastos de la casa y, sobre todo, para ocupar el tiempo muerto que pasaba preocupándose por sus desgracias.
Un día, un mes atrás, el desprecio de Tony llegó a niveles inusuales y llegó a casa abrazado a una mujer teñida de rubia, que llevaba los senos casi en la calle. Supo que era una prostituta. Una nueva bofetada de Tony la envió al dormitorio de invitados, donde estuvo llorando muy asustada por la actitud de su esposo. Le escuchaba reírse a través de la pared, acariciando soezmente a la puta sobre su cama de matrimonio, sobre la colcha que su propia madre había bordado amorosamente. Dio gracias a Dios por no tener hijos que pudieran contemplar aquella ignominia. Por mucho que lo intentaron, África no quedaba en buen estado y, ahora, le pareció lo mejor que le podía ocurrir.
Sin embargo, minutos después, los ruidos amorosos cambiaron sutilmente, despertando en ella una curiosidad que jamás había sentido antes. Cansada de llorar, su mente derivó hasta imaginarse a su marido copulando con aquella ramera al otro lado de la pared, y su sangre se inflamó. Descalza y con todo sigilo, salió del dormitorio y les espió por una rendija de la puerta. Con un ojo pegado a la hoja, se mordió el labio con fuerza, más excitada de lo que quisiera reconocer. El blanco trasero de su esposo arremetía con fuerza y deseo, botando sobre aquella neumática mujer, que se deshacía en fingidos gemidos que parecían espolear a su jadeante marido. Debió controlar su propia mano para que no se perdiera en el interior de su bata. Finalmente, perdió la batalla y sus dedos se adentraron en la intimidad de su mojada braguita, pellizcando con anhelo el endurecido clítoris.
Entonces, allí, espiando cómo su marido retozaba sobre la meretriz que le había arrebatado su cama, alcanzó uno de los mejores orgasmos de su vida, con las caderas agitándose, las piernas flojas y temblorosas, y los labios bien apretados para no dejar escapar ni un solo suspiro. Y justo después, con la relajación de su cuerpo, llegó la inspiración.
Regresó al cuarto de invitados y esperó a que la chica se marchara y que su marido durmiera la resaca. Aquella noche, durante la cena, con un arrojo que antes nunca sintió, se encaró con él y le dijo lo que ella estaba dispuesta a hacer por él:
— Tony, vas a dejar de ir a esas timbas y te quedarás en casa conmigo. Puedes dar buenas excusas para ello, como que te han diagnosticado una úlcera o que te hago chantaje, lo que prefieras, pero ya no saldrás más con esos amigotes – dijo ella, con las manos apretadas sobre su regazo. Tony dejó de tomar su sopa y la miró con una ceja enarcada.
— Cariño, de verdad que… – respondió él, con el rostro congestionado.
— A cambio, me comprometo a conseguir cada viernes una profesional que te espere aquí, en casa, a tu regreso del trabajo – en ese momento, la sopa cremosa surgió por las fosas nasales del esposo, que comenzó una larga serie de tosidos y ahogamientos lacrimosos.
África esperó pacientemente a que la crisis de tos de su esposo se calmara. Se mantuvo seria y con la espalda erecta, mirándole.
— ¿De qué estás hablando? – consiguió musitar él, limpiándose los ojos con la servilleta.
— De que no tienes que estar fuera de casa para estar con esas mujeres que tanto te gustan. Te conseguiré las mejores prostitutas que existan en la ciudad, y las traeré a casa, de forma discreta. Pero no puedes seguir gastándote el dinero en vicios desenfrenados, Tony. Yo administraré ese gasto como si fuese uno más de la casa y así no pasaremos penurias.
— ¿Te has vuelto loca? ¿Por qué ibas a hacer algo así? – Tony se puso en pie, las manos sobre la mesa.
— Si eres feliz así, no seré yo quien te lo impida… pero debes respetar mi buen nombre mientras sigamos bajo el mismo techo. No pienso acabar tan miserable como si estuviera en uno de esos degenerados hogares de los arrabales – su marido se quedó alucinado.
— ¿Lo estás diciendo en serio, África? – preguntó él, sentándose de nuevo.
— Totalmente. Me he dado cuenta que esas mujeres de mala vida te pierden, que no puedes estar sin ellas, aunque no sepa el motivo. Así que he comprendido que vas a seguir frecuentándolas, haga lo que yo haga. Así que prefiero que nadie te vea… claro está que tengo ciertas condiciones…
— ¿Cuáles? – balbuceó él.
— De momento, solo dos. La primera ya la he comentado. Las putas las traeré yo, escogidas por mí. En el momento en que tú traigas una por tu cuenta, o me entere de que andas con alguna, te dejaré.
— De acuerdo.
— La segunda es que… tengo que estar delante cuando… lo hagáis – titubeó ella.
— ¿QUÉ? – Tony saltó, poniéndose de pie de nuevo.
— Tengo que comprobar que sólo se trata de sexo lo que hagáis.
— ¿Y qué va a ser? ¿Una charla sociológica? – exclamó el marido, irritado.
— No lo sé, Tony. Has estado con muchas putas, conoces a mucha gente – se encogió de hombros su esposa. – Debes dejar que me convenza de tus intenciones, de que aceptas mis condiciones. De no ser así… me vuelvo con mi padre y se lo cuento todo.
El semblante de Tony se quedó blanco. Esa opción no le gustaba ni un pelo. Si África le contaba sus aventuras a su padre, podría perder su puesto y todas sus ventajas.
— Está bien. Probemos a tu manera – musitó, dejándose caer sobre la silla.
Al viernes siguiente, África hizo su primera incursión al mundo de la prostitución. No conocía nada sobre ello, salvo lo que había visto en la tele. En la red local encontró varios anuncios de chicas que se ofrecían y de otras que atendían llamadas. Fue duro entablar una conversación telefónica con una de las chicas y contratar sus servicios, pero lo consiguió.
Aquella noche, Tony no dejó de echarle rápidos vistazos por encima del hombro de la mulatona que había contratado, intentando comprobar que no se trataba de ningún engaño. Por su parte, África casi no pudo aguantarse quieta en el sillón, viendo los dos cuerpos desnudos abrazados, amándose. Al final, tuvo que encerrarse en el cuarto de baño para masturbarse a placer, mordiéndose los labios para no chillar. La segunda vez que trajo a una puta a casa, se levantó de su sillón y tocó ambos cuerpos, con la excusa de retirar más las sábanas. El escalofrío que recorrió su cuerpo al acariciar la piel desnuda fue suficiente como estímulo para gozar tres veces, en la soledad del cuarto de invitados.
Ahora, se encontraba allí, en su coche, para contratar una furcia por tercera vez, pero esta vez pretendía escoger el físico de la mujer. No quería dejarlo de nuevo al azar. Sabía el tipo de mujer que le gustaba a su marido y necesitaba tenerle contento esta vez, porque pensaba dar un paso muy importante en la nueva relación.
Abrió la puerta del vehículo y se bajó. Inspiró un par de veces hondamente y dirigió sus pasos hacia la esquina donde remoloneaba una docena de chicas, vestidas con la mínima expresión de ropa. Al acercarse, las putas la miraron con cierta aprensión. No la conocían y temían la nueva competencia.
África se detuvo frente a una de las más jóvenes, que portaba su oscura cabellera en un alto copete cuya cola caía hasta la mitad de su espalda. La chica la miró con sus negros ojos mientras encendía un cigarrillo. Sus tersos muslos quedaban al descubierto gracias al extremo vestido negro que vestía.
— Hola – sonrió África ante ella.
— Hola – contestó la profesional, echándole una bocanada de humo a la cara.
— ¿Cuánto quieres por venirte a mi casa?
— ¿Para ti? – alzó las cejas la ramera.
— No, para mi esposo.
— Vaya… había escuchado hablar de estas cosas, pero nunca me había pasado – rio la prostituta.
— ¿Qué cosas? – preguntó África, tensando el cuello.
— Señoras que buscan diversión para sus maridos. ¿Está impedido?
— No, nada de eso. Mi marido está absolutamente sano. Solo se trata… de un arreglo – respondió África, notando como su rostro enrojecía.
— Está bien. No soy nadie para saber los motivos. 150 bolívares por hora es el precio.
— Está bien. Tengo el carro allí – señaló África.
La prostituta taconeó hábilmente a su lado, caminando hacia el coche. Cuando estuvieron sentadas en el interior, África le alargó unos billetes.
— Te pagaré una hora por adelantado. Después, ya veremos.
— Vaya – parpadeó la prostituta, sorprendida. — ¡Qué considerada! Gracias.
— ¿Cómo te llamas?
— Malena.
— Bonito nombre – murmuró África, arrancando.
Mientras conducía, África admiró de reojo las morenas piernas de la furcia. Podía incluso entrever el vértice de la prenda interior, que asomaba bajo el diminuto vestido. Sobre su ombligo ostentaba un más que generoso escote, por el cual se podían ver gran parte de los jóvenes y poderosos senos, aprisionados en el interior de un sujetador de media copa que los ponía aún más de relieve. La joven era un poco más joven que la propia África y hubiera resultado mucho más atractiva si se maquillara de otra forma menos agresiva. Pero África estaba contenta con su elección. Sin duda, era el tipo de mujer que agradaba bastante a su esposo.
— Este es un buen barrio – reconoció la prostituta al detenerse el coche contra una de las aceras.
— Sí, está bien – dijo África, cortando el encendido. – Esa es mi casa – señaló con un dedo en el cristal de la ventanilla.
— Bonita.
— Gracias.
Ambas se bajaron y Malena estiró el borde de su minivestido para cubrirse las nalgas. África miró hacia las ventanas vecinas pero no vio a nadie. No podía estar segura de que nadie las observara y el estilo de la fulana era inconfundible, pero no podía hacer nada para cubrir su presencia. Se metieron rápidamente en casa.
África comprobó inmediatamente que su marido aún no había regresado de su trabajo. Los viernes, al contrario que en otros empleos, se acababa más tarde en las oficinas del puerto, cerrando diarios de cargas.
— ¿Quieres una copa, comer algo, o darte una ducha? – le preguntó África a Malena. – Mi marido no tardará en llegar.
— Una copa me vendría bien –agitó una mano de uñas pintadas con purpurinas de fantasía.
África sirvió un par de vasos con ron dulce y añejo, y la instó a sentarse en el sofá de cuero rojo de la salita.
— ¿En qué trabaja tu marido? – le preguntó la prostituta, mirando a su alrededor. Parecía apreciar la calidad de los muebles y el estilo del gran cuadro de la pared norte.
— En las oficinas del puerto, como administrador.
— Ah, un burócrata – asintió Malena.
— Sí – África dejó escapar una sonrisa.
— Entonces… ¿solo será tu marido quien… me use? ¿O acaso puede que la cosa se convierta en un trío?
— Solo mi marido – respondió África, poniéndose roja.
— Una lástima. Eres hermosa – dijo Malena, mirándola fijamente.
África prefirió apurar su ron a responder. Se sentía muy agitada. Nunca hubiera pensado que una mujer se la insinuase y menos una prostituta. En ese instante, el característico ruido del motor del Chrysler de Tony se detuvo frente a casa. África suspiró, aliviada.
Tony entró en casa y soltó las llaves en el cuenco de cristal de la mesita de la entrada. África le vio sonreír al descubrir el par de piernas desconocidas que tenía a su lado; también supo apreciar en su expresión facial cuanto le agradaba aquella hembra. Su esposa se felicitó interiormente por ello.
Aún se asombraba de toda aquella situación, de no sentir ni una pizca de celos en su interior. De hecho, África se tenía por una mujer celosa y posesiva, pero, sin duda, no quería admitir que el morbo que hervía en su alma, esa excitante y permanente excitación que no la había abandonado en todas estas últimas semanas, había desarraigado toda traza de celos, con la efectividad de un antiséptico.
— Hola, cariño – le recibió ella, poniéndose en pie. — ¿Cansado?
— No, hastiado más bien. He tenido que aguantar las confidencias de mi jefe como si fuese su asesor espiritual. – contestó él, besándola fugazmente, sin quitar los ojos de la prostituta.
— Te presento a Malena.
— Encantado, señorita – dijo Tony, inclinándose para besar el dorso de la mano de la joven y asomarse al vertiginoso escote. La pelandusca dejó escapar una risita, satisfecha por el trato.
— ¿Te sirvo una copa? – le preguntó su esposa.
— Sí, por favor, un gin tonic me sentaría de lujo – contestó él, sentándose al lado de la puta, muy pegadito a ella.
Mientras África preparaba el combinado, Tony repasó el cuerpo de la chica, de la cabeza a los pies, sin perder la sonrisa que adornaba sus labios. El alto copete dejaba caer la lisa cabellera como el agua de una fuente, cubriendo sobradamente sus hombros. Las cejas, finamente delineadas sobre un par de ojos del color del cuero viejo y curtido, se alzaban hacia atrás, prestando una apariencia algo felina a su rostro. Una nariz chata, de dilatadas fosas nasales de la que una – la izquierda— estaba ocupada por un pequeño aro dorado, prestaba armonía a sus facciones. Los labios eran gruesos y turgentes, manifestando así que la sangre de la mujer tenía cierta proporción indígena, aunque el mestizaje resultaba exótico y hermoso. En cuanto a su cuerpo, Tony estaba seguro de su lozanía nada más ver aquellos muslos que se apretaban contra él y los senos que parecían expandirse a cada inspiración.
África le puso el frío vaso en la mano, sacándole de su escrutinio. Su esposa se sentó al otro lado de la buscona, mirando a su esposo de reojo.
— ¿De dónde eres? – preguntó suavemente Tony.
— De Caliche – respondió Malena, abanicando las largas y falsas pestañas.
— No lo conozco.
— Ni nadie. Apenas es una aldea con muchos perros – se rió ella, con un sonido casi cristalino, nada apropiado para una golfa. – Llevo ocho meses en la ciudad…
— ¿Y tienes alguna especialización? – le preguntó Tony, como si hablara de un título universitario.
— Oh, sí… dicen que tengo una buena garganta – dijo, acariciando su largo cuello.
— Vaya, que interesante. ¿Qué te parece si lo probamos?
— Claro – y, en ese momento, giró la cabeza para mirar furtivamente a África, pero no vio nada que le indicara malestar en su rostro.
Así que se inclinó sobre Tony y se atareó en desabrochar la bragueta del hombre. Extrajo un miembro morcillón, de gruesa cabeza y largura media, que temblaba bajo su tacto. Tony se estaba excitando sin ninguna necesidad de juegos preliminares. Tener a su esposa al lado, sentir su mirada puesta en él, era suficiente. Aún no entendía cómo no había descubierto antes esa extraña debilidad. Que su esposa fuera testigo de su adulterio le ponía muchísimo, le convertía en un macho mucho más dinámico y exigente.
Los suaves labios de la puta atraparon su hombría con indudable maestría. Lamió largamente el glande, ensalivándolo antes de meterlo en su boca. Tony se mordió el labio inferior, ahogando un temprano quejido. Aquella boca ardía como un horno. Instintivamente, empujó con las caderas para adentrarse en esa húmeda sedosidad que le acogía delicadamente.
África quería ver el trabajo de Malena, pero el propio cuerpo de la puta ocultaba el regazo de su marido. Así que empujó la espalda de la puta para forzarla a resbalarse sobre el sofá hasta quedar arrodillada en la alfombra. Tony abrió las piernas para acogerla en su interior y Malena se acomodó allí, sin sacar el pene de su boca. África se acercó más a su marido, con los ojos clavados en el trabajito bucal que la chica estaba realizando. Sin duda, había que reconocer su afán y pericia.
África no ponía reparos a tomar el miembro de su esposo en la boca, no era tan remilgada, pero sí tenía dificultades para tragar más de la mitad y las arcadas se apoderaban de ella en cuanto rozaba su glotis, pero Malena parecía hecha a la medida. Lentamente, enfundaba todo el erecto pene en su garganta hasta que su chata nariz rozaba el vello del pubis masculino. Con maestría, comprimía su garganta para que atrapase el glande, en una especial caricia, todo sin respirar, y cuando extraía el órgano, aspiraba aire con fruición, dejando brotar largas hebras de saliva y líquido seminal, que unían obscenamente su boca y el hinchado prepucio.
Alargó la mano y apartó los lisos cabellos que se afanaban en pegarse a toda aquella humedad. Peinaba casi amorosamente la cabeza de la puta que se tragaba a su marido, dejando sus hermosos rasgos bien expuestos. Tony la miraba, el ceño fruncido, evidentemente concentrado en aguantar la deliciosa tortura. Por su enfebrecida mente, pasaba una sola idea: ¡que bella estaba su mujercita, acariciando el pelo de la puta!
Lentamente, inclinó la cabeza, acercándola a la de su esposa. Sus labios se rozaron y África aspiró de repente su boca, introduciendo su ágil lengua en el interior de su marido. Aquel fue el primer beso sincero y ardiente entre ellos, en mucho tiempo. Los dedos de ella se hundieron en la cascada negra que caía sobre la nuca de Malena, obligándola a tragar el pene en profundidad. Esta vez, Tony sí gimió largamente.
— Estás disfrutando con esto – susurró ella. No fue una pregunta, sino una aseveración.
— Me pone muy burro que… estés mirando – confesó él.
— ¿De veras? – preguntó su esposa, con una gran sonrisa. Tony asintió con un gran movimiento de cabeza. — ¿Te la está comiendo bien?
Un dedo de África jugueteó sobre los labios de Malena, quien no dudó en tragarlo junto al pene del marido. África casi envidió lo que estuviera sintiendo Tony, al notar la calidez del estuche bucal.
— Diossss… como nadie me lo había hecho – siseó Tony.
— Me alegro, cariño. ¿A que es muy guapa? – musitó ella al oído, pasando su lengua por el lóbulo masculino.
— Gracias por todo esto, África… no sabía que pudiera… sentir esto.
— Vamos… no hables ahora… llévatela a la cama – le dijo ella, sintiendo un estremecimiento en sus ingles. Pensaba en desnudarse en cuanto se fueran al dormitorio y meterse tres dedos al menos en la chorreante vagina que pulsaba entre sus piernas.
Tony levantó el rostro de Malena, aferrándola por las mejillas. La puta se les quedó mirando, la lengua medio asomando, goteando saliva sobre el pantalón del hombre. África pensó que ahora sí tenía rostro de puta.
— Vamos a la cama, nena – le indicó Tony, ayudándola a ponerse en pie.
África sonrió al ver la tremenda erección de su marido al levantarse. Se echó hacia atrás, recostándose en el sofá. Su marido se giró hacia ella, abrazando la cintura de la puta.
— ¿Vienes? – le dijo, sorprendiéndola.
— ¿Quieres que…? – murmuró ella, parpadeando.
— Solo si estás dispuesta. Tú la has pagado… deberías disfrutar de lo que puede aportar, ¿no? – respondió Tony, divertido.
A su lado, Malena les miraba, silenciosa, pero sus ojos chispeaban. Su minifalda amarilla estaba subida hasta las caderas, mostrando el vértice de una diminuta braguita. África suspiró y se puso en pie, siguiéndoles.
Sin una palabra, los tres se desnudaron nada más entrar en el dormitorio conyugal. Tanto África como su marido admiraron el cuerpazo de la prostituta y Tony se inclinó para ver más de cerca el pequeño tatuaje que llevaba en una nalga, representando un duende juguetón.
— Me la voy a coger – dijo Tony con una risita, pellizcando aquellas nalgas con ambas manos. — ¿Quieres verlo de cerca, África?
Ella asintió, como boca, sintiendo enrojecer su rostro. En aquel momento, era lo único que quería: ver a su marido clavarle su miembro. Tony se colocó un condón y arrastró a la puta hasta la cama, tumbándose en el ella de costado. Malena se colocó por delante de él, quedando pegados como dos cucharas. Tony le alzó una pierna, deslizando su propia cadera hacia delante y entrando en ella con decisión.
Se dio cuenta que aquella vagina estaba húmeda y dispuesta para ser penetrada, lo que venía a significar que Malena estaba excitada con todo aquello, o que era una excelente artista del sexo. El caso es que la mujer agitaba los músculos de su coño con una maestría que no parecía adecuada a su corta edad, haciendo que el hombre se hundiera más y más en ella.
África se subió a la cama, recostándose frente a ellos. Observaba atentamente, sin darse cuenta que una de sus manos estaba pellizcando cada vez más fuerte uno de sus erguidos pezones. Tony la miraba a la cara, al par que besaba el cuello de la prostituta. Él a su vez contemplaba las muestras de excitación en su esposa: la punta de la lengua asomaba a cada instante, paseándose por los resecos labios, los oscuros pezones parecían querer despegar de las aureolas, los dedos de los pies no dejaban de contraerse en un tic peculiar.
Malena llevó una mano atrás, aferrándose a la nuca de Tony, y dejó escapar un quejido. Tenía los ojos entrecerrados y la boca abierta en un mudo grito. Su vientre ondulaba en una especie de danza terriblemente erótica que estaba llevando a Tony al espasmo final con rapidez. La puta se confesó, para sí misma, que si una belleza como aquella se dignara a pasar su lengua por entre sus piernas, se correría aullando en un segundo. Debía tener cuidado, nunca se había excitado así con un cliente. No había estado jamás con una pareja así y no sabía cómo acabaría el asunto. El marido follaba bien, no podía negarlo. Se notaba que tenía mucha experiencia con mujeres, pero la que la estaba volviendo loca era aquella ama de casa joven que parecía sentir mucha curiosidad por todo. Aquellos ojos que se clavaban en su cuerpo, atentos a sus pequeños gestos de placer, a los arrumacos propios de su arte, la ponían frenética, y, entonces, se volcaba aún más en el marido, para gozar como no lo había hecho con cliente alguno.
Metió el pulgar en la boca del marido, en el preciso momento en que se corría. La lengua masculina se apoderó de su dedo mientras un gran escalofrío recorría su espalda. Segundos después, Tony se apretaba contra su trasero, eyaculando en el depósito del profiláctico y gimiendo sordamente. La mano de África había descendido hasta su propio pubis, venciendo la vergüenza y el complejo finalmente. Su dedo corazón recorría toda la vulva, muy lentamente, friccionando el clítoris a cada pasada. Ella tampoco sabía dónde la conducía todo aquello, pero sólo quería gozar.
Malena se despegó y se giró, retirando el condón. Se metió el mojado pene en la boca, limpiándolo en toda su extensión con la lengua. África gateó hasta situarse al otro costado de su esposo, abrazándose a él. Tony la besó largamente mientras las manos de ambos coincidían sobre la cabeza de la prostituta.
Malena se ocupó de lamer los testículos del cliente, notando como el pene no había decrecido apenas tras la eyaculación. Pronto, Tony estaría dispuesto de nuevo, se dijo. Ahora que la esposa estaba tan cerca de ellos, quizás podría acariciarla con disimulo… Se tragó el cada vez más hinchado pene, frotando su cabeza contra el interior de su mejilla. Una de sus manos subió lentamente por la suave pierna de África.
— Siéntate sobre mi cara, cariño. Voy a comerte como nunca – le dijo Tony a su esposa.
Ésta, sonrojada pero feliz, no se hizo de rogar. Colocó una rodilla a cada lado de la cabeza de su marido y descendió la pelvis hasta colocar su sexo a la altura ideal para la lengua de Tony. Encaraba a Malena, que se atareaba de nuevo sobre la enrojecida polla de Tony. La lengua de su media naranja le arrancó un hondo suspiro al entrar en contacto con su sexo. Era como un gusano ciego buscando alimento. Estuvo segura que estaba goteando flujo en su boca, pues nunca había tenido su vagina tan anegada.
No pudo mantener las caderas quietas y acabó frotando su vulva contra toda la cara de su marido, llenándole de fluido. Llegaba a conectar la punta de su nariz con su hirviente clítoris cuando levantaba el trasero y el esfínter contra su barbilla cuando contraía la pelvis. A cada pasada dejaba escapar bufidos y gemidos dignos de una epopeya del porno. África no se reconocía, nunca había actuado así, con tanta entrega y descaro, pero ya todo le daba igual.
Sus manos subieron hasta sus pechos para apretar con saña los pezones, retorciéndoles para buscar ese espasmo, a caballo entre el dolor y el placer, que la llevaba aún más lejos. De repente, su mirada reparó en la de Malena. Fue consciente que la puta la estaba mirando fijamente mientras devoraba el miembro de su esposo.
Algo se rompió en su interior, alguna especie de dique o muro que contenía todos sus reparos morales, sus miedos y vergüenzas más ocultos, se resquebrajó al mismo tiempo que notaba ascender el orgasmo desde los dedos de los pies. No pudo más que estremecerse y gemir, los pezones chillando de dolor entre sus dedos, recorrida por el orgasmo más fastuoso e impresionante de su vida. A través de las pestañas entornadas, contemplaba el rostro arrebolado de la puta, que presionando el glande con sus labios, no le quitaba los ojos de encima. Estaba asistiendo a su éxtasis más íntimo, sin perderse detalle, y sin que África pudiera disimular o hacer algo.
Hasta días después, no comprendió cual era la razón de haber obtenido aquel orgasmo impactante que la derrumbó sobre la cama, entre jadeos.
— Ven… ayúdame – murmuró Malena, sacándose la polla de la boca. – Entre las dos… hagamos que acabe…
África no había dejado que su marido se corriera nunca en su boca. No era una cuestión de asco, sino más bien de autoestima. Era como si, al dejarle hacer eso, la convirtiera en alguien inferior. Sin embargo, en esta ocasión, ni se le pasó por la cabeza este motivo. Con una sonrisa, avanzó con los codos hasta situarse al lado de Malena, las cabezas casi pegadas, y atrapó el miembro de Tony con una larga pasada de lengua.
El esposo, por un momento, creyó haber muerto de un fulminante infarto y haber entrado en el cielo. Colocó una mano sobre cada nuca femenina y admiró cómo se ocupaban de su falo, disputando cada región del mismo.
Tener la lengua de África tan cerca de la suya propia estaba volviendo loca a Malena. Quería degustar aquel apéndice rosado y húmedo, aunque sólo fuera rozarlo. No resistió mucho. Con cierto disimulo, hizo coincidir un par de veces las dos lenguas y sonrió mentalmente al notar que África no ponía reparo alguno por el roce. Lentamente, fue acercando más su boca hasta el glande compartido, donde los labios de la esposa se atareaban, y comenzó a succionar también.
El pene vibraba, avisando de su pronta erupción.
África miró el cercano rostro de la furcia. No habían separado las miradas desde que se corrió y no le importaba en absoluto. Tampoco le importó rozar sus lenguas. De hecho, era algo que se le había pasado por la cabeza, como un relámpago, como si fuese algo obligado de hacer. Jamás, en su vida, había deseado una chica, ni besado a una amiga. Esas cosas no se hacían en su familia, punto.
Sin embargo, no le había caído ningún rayo del cielo al superponer su lengua a la de Malena, ni tampoco había notado algún sabor asqueroso, o le habían salido ronchas en la piel. Era una lengua humana, cálida y vibrante, tan igual a la de su marido como pudiera imaginar, y ahora, en plena agitación de la pelvis de Tony, estaba deseando probar más… profundamente aquella boca.
Las dos mujeres unieron sus bocas, con las barbillas rozando el prepucio del hombre. Las lenguas se agitaron con vida propia, como si el deseo que ambas sentían sirviera de nexo entre ellas. Tony se quedó con la boca abierta, los ojos desorbitados por un segundo, contemplando aquella escena que jamás hubiera imaginado. Pero no duró demasiado, la misma visión de las dos mujeres besándose con pasión desató su propio orgasmo y el semen brotó con más fuerza aún que la primera vez, salpicando mejillas y bocas de las chicas. Sin embargo, éstas no despegaron sus labios, aún sorprendidas por la descarga. Estaban demasiado ilusionadas con la nueva experiencia, fuese cual fuese el motivo de cada una.
— Deja que te limpie – dijo Malena, al despegarse de la boca de su clienta.
Pasó su lengua en una larga pasada por la mejilla de África, llevándose todo rastro de esperma. Ésta sonrió, mirando de reojo a su marido, que respiraba con dificultad y las observaba, atónito.
— Ahora yo…
Y África degustó, por primera vez, el sabor de la esencia de su esposo, sin hacer ninguna mueca. Tony no quiso decir nada, pero se dijo que, quizás, con aquellos encuentros, África aprendiera a divertirse mucho más.
África conducía el coche de su marido por el centro de Cumaná, también llamada la primogénita de América por ser la primera ciudad en fundarse en el continente. Las luces de la avenida Bermúdez iluminaban fugazmente su rostro, otorgándole esa palidez amarillenta de las luces de mercurio. Sin embargo, a pesar de ello, quedaban de manifiesto sus rasgos altivos y atractivos, dignos de una mujer venezolana joven y, sobre todo, decidida. Los oscuros rizos de su frondosa cabellera caían sobre sus hombros y se agitaban al cambiar de marcha. Sus grandes ojos del color de la miel estaban atentos tanto al tráfico como a la búsqueda de un elemento en particular.
Finalmente, al cruzar el puente Bermúdez y acercarse a la plaza Miranda encontró el elemento buscado: largas piernas desnudas sobre zapatos de altas plataformas. Se encontraba en la famosa esquina frecuentada por las prostitutas de la ciudad. Le hubiera gustado contar con más presupuesto para escoger a alguna fulana de lujo, pero era final de mes y tenía que mirar por la economía de su casa.
Detuvo el coche una veintena de metros más allá, intentando conseguir llenarse de valor. Sus manos sudaban, aferradas al volante, a pesar que la temperatura era suave. Miró hacia las mujeres públicas, observando sus contoneos sobre la acera, sus charlas y risas soeces. Era temprano, apenas la hora de la cena, y había bastante gente andando por la calle. Eso no la animaba en exceso a acercarse… ¡Si la veía alguien que la conociera!
A pesar de la decisión que había tomado, su mente volvió a repasar los pasos que la habían conducido hasta aquel lugar, en un intento de reafirmarse. Quizás la culpa de todo la tuvo casarse tan joven, pues África apenas tenía diecisiete años cuando entonces y estaba muy, pero que muy enamorada de Tony. Ciega de amor se había escapado con él y se habían casado en Caracas, sin pensar en familia ni en responsabilidades. Tony era algunos años mayor que ella, metido en la veintena, y trabajaba con el padre de África en el puerto.
Cuando regresaron y tras las explicaciones oportunas, África estuvo muy feliz con su minúsculo apartamento alquilado y ocupándose de su flamante marido. Se guardó para sí las aburridas horas del día que pasaba a solas. Charlaba con sus vecinas pero, a medida que sus maridos iban echándole el ojo al bonito cuerpo de África, ella iba dejando sus compañías, molesta por las miradas y los comentarios vulgares. Como apenas había terminado secundaria, tampoco tenía grandes hobbys que ocuparan su tiempo. En realidad, su marido era todo su mundo.
Por eso, dos años después, cuando su marido ascendió con ayuda de su suegro y consiguió un puesto responsable en la oficina del puerto, estuvo muy feliz de mudarse a una bonita casa cercana al nuevo Museo del Mar. Pero la dicha duró poco. Apenas un año después, Tony se vio envuelto en los vicios propios de los funcionarios: timbas ilegales y malas compañías. África no era tonta, ni mucho menos. Sabía que su marido apercibía comisiones y sobornos en su nuevo puesto, dejando colar ciertos cargamentos cuando estaba al cargo. A más ingresos, mayores vicios, se dice. Tony se reunía con sus nuevas amistades, ciertos individuos sin demasiados escrúpulos que le llevaban a partidas de póquer selectivas, donde rondaban siempre mujeres de dilatada moral.
Ella solía oler el tufo de su perfume en el cuello de las camisas de su hombre y tras un tiempo callándolo, acabó recriminándole sus engaños. Tony no se lo tomó muy bien, la verdad. El primer bofetón la tomó totalmente por sorpresa. Nunca hubiera creído que su amado la golpeara y gritara de aquella manera, ya no parecía el mismo hombre con el que se había casado. Al día siguiente, calmado y arrepentido, trató de explicarle que sus nuevas responsabilidades le obligaban a estar en aquellos lugares, codeándose con cierta gente. La instó a que comprendiera su situación, que de aquella forma podía traer mucho más dinero a casa.
Y así siguió la cosa. Ella se mordía la lengua cuando Tony regresaba bebido y apestando a mujeres, y él, a su vez, se embrutecía más y más, perdiendo toda ética. La cosa fue empeorando y el dinero empezó a faltar en casa, dilapidado cada vez más por su marido. Entonces, África consiguió un trabajo a media jornada, necesario para mantener los gastos de la casa y, sobre todo, para ocupar el tiempo muerto que pasaba preocupándose por sus desgracias.
Un día, un mes atrás, el desprecio de Tony llegó a niveles inusuales y llegó a casa abrazado a una mujer teñida de rubia, que llevaba los senos casi en la calle. Supo que era una prostituta. Una nueva bofetada de Tony la envió al dormitorio de invitados, donde estuvo llorando muy asustada por la actitud de su esposo. Le escuchaba reírse a través de la pared, acariciando soezmente a la puta sobre su cama de matrimonio, sobre la colcha que su propia madre había bordado amorosamente. Dio gracias a Dios por no tener hijos que pudieran contemplar aquella ignominia. Por mucho que lo intentaron, África no quedaba en buen estado y, ahora, le pareció lo mejor que le podía ocurrir.
Sin embargo, minutos después, los ruidos amorosos cambiaron sutilmente, despertando en ella una curiosidad que jamás había sentido antes. Cansada de llorar, su mente derivó hasta imaginarse a su marido copulando con aquella ramera al otro lado de la pared, y su sangre se inflamó. Descalza y con todo sigilo, salió del dormitorio y les espió por una rendija de la puerta. Con un ojo pegado a la hoja, se mordió el labio con fuerza, más excitada de lo que quisiera reconocer. El blanco trasero de su esposo arremetía con fuerza y deseo, botando sobre aquella neumática mujer, que se deshacía en fingidos gemidos que parecían espolear a su jadeante marido. Debió controlar su propia mano para que no se perdiera en el interior de su bata. Finalmente, perdió la batalla y sus dedos se adentraron en la intimidad de su mojada braguita, pellizcando con anhelo el endurecido clítoris.
Entonces, allí, espiando cómo su marido retozaba sobre la meretriz que le había arrebatado su cama, alcanzó uno de los mejores orgasmos de su vida, con las caderas agitándose, las piernas flojas y temblorosas, y los labios bien apretados para no dejar escapar ni un solo suspiro. Y justo después, con la relajación de su cuerpo, llegó la inspiración.
Regresó al cuarto de invitados y esperó a que la chica se marchara y que su marido durmiera la resaca. Aquella noche, durante la cena, con un arrojo que antes nunca sintió, se encaró con él y le dijo lo que ella estaba dispuesta a hacer por él:
— Tony, vas a dejar de ir a esas timbas y te quedarás en casa conmigo. Puedes dar buenas excusas para ello, como que te han diagnosticado una úlcera o que te hago chantaje, lo que prefieras, pero ya no saldrás más con esos amigotes – dijo ella, con las manos apretadas sobre su regazo. Tony dejó de tomar su sopa y la miró con una ceja enarcada.
— Cariño, de verdad que… – respondió él, con el rostro congestionado.
— A cambio, me comprometo a conseguir cada viernes una profesional que te espere aquí, en casa, a tu regreso del trabajo – en ese momento, la sopa cremosa surgió por las fosas nasales del esposo, que comenzó una larga serie de tosidos y ahogamientos lacrimosos.
África esperó pacientemente a que la crisis de tos de su esposo se calmara. Se mantuvo seria y con la espalda erecta, mirándole.
— ¿De qué estás hablando? – consiguió musitar él, limpiándose los ojos con la servilleta.
— De que no tienes que estar fuera de casa para estar con esas mujeres que tanto te gustan. Te conseguiré las mejores prostitutas que existan en la ciudad, y las traeré a casa, de forma discreta. Pero no puedes seguir gastándote el dinero en vicios desenfrenados, Tony. Yo administraré ese gasto como si fuese uno más de la casa y así no pasaremos penurias.
— ¿Te has vuelto loca? ¿Por qué ibas a hacer algo así? – Tony se puso en pie, las manos sobre la mesa.
— Si eres feliz así, no seré yo quien te lo impida… pero debes respetar mi buen nombre mientras sigamos bajo el mismo techo. No pienso acabar tan miserable como si estuviera en uno de esos degenerados hogares de los arrabales – su marido se quedó alucinado.
— ¿Lo estás diciendo en serio, África? – preguntó él, sentándose de nuevo.
— Totalmente. Me he dado cuenta que esas mujeres de mala vida te pierden, que no puedes estar sin ellas, aunque no sepa el motivo. Así que he comprendido que vas a seguir frecuentándolas, haga lo que yo haga. Así que prefiero que nadie te vea… claro está que tengo ciertas condiciones…
— ¿Cuáles? – balbuceó él.
— De momento, solo dos. La primera ya la he comentado. Las putas las traeré yo, escogidas por mí. En el momento en que tú traigas una por tu cuenta, o me entere de que andas con alguna, te dejaré.
— De acuerdo.
— La segunda es que… tengo que estar delante cuando… lo hagáis – titubeó ella.
— ¿QUÉ? – Tony saltó, poniéndose de pie de nuevo.
— Tengo que comprobar que sólo se trata de sexo lo que hagáis.
— ¿Y qué va a ser? ¿Una charla sociológica? – exclamó el marido, irritado.
— No lo sé, Tony. Has estado con muchas putas, conoces a mucha gente – se encogió de hombros su esposa. – Debes dejar que me convenza de tus intenciones, de que aceptas mis condiciones. De no ser así… me vuelvo con mi padre y se lo cuento todo.
El semblante de Tony se quedó blanco. Esa opción no le gustaba ni un pelo. Si África le contaba sus aventuras a su padre, podría perder su puesto y todas sus ventajas.
— Está bien. Probemos a tu manera – musitó, dejándose caer sobre la silla.
Al viernes siguiente, África hizo su primera incursión al mundo de la prostitución. No conocía nada sobre ello, salvo lo que había visto en la tele. En la red local encontró varios anuncios de chicas que se ofrecían y de otras que atendían llamadas. Fue duro entablar una conversación telefónica con una de las chicas y contratar sus servicios, pero lo consiguió.
Aquella noche, Tony no dejó de echarle rápidos vistazos por encima del hombro de la mulatona que había contratado, intentando comprobar que no se trataba de ningún engaño. Por su parte, África casi no pudo aguantarse quieta en el sillón, viendo los dos cuerpos desnudos abrazados, amándose. Al final, tuvo que encerrarse en el cuarto de baño para masturbarse a placer, mordiéndose los labios para no chillar. La segunda vez que trajo a una puta a casa, se levantó de su sillón y tocó ambos cuerpos, con la excusa de retirar más las sábanas. El escalofrío que recorrió su cuerpo al acariciar la piel desnuda fue suficiente como estímulo para gozar tres veces, en la soledad del cuarto de invitados.
Ahora, se encontraba allí, en su coche, para contratar una furcia por tercera vez, pero esta vez pretendía escoger el físico de la mujer. No quería dejarlo de nuevo al azar. Sabía el tipo de mujer que le gustaba a su marido y necesitaba tenerle contento esta vez, porque pensaba dar un paso muy importante en la nueva relación.
Abrió la puerta del vehículo y se bajó. Inspiró un par de veces hondamente y dirigió sus pasos hacia la esquina donde remoloneaba una docena de chicas, vestidas con la mínima expresión de ropa. Al acercarse, las putas la miraron con cierta aprensión. No la conocían y temían la nueva competencia.
África se detuvo frente a una de las más jóvenes, que portaba su oscura cabellera en un alto copete cuya cola caía hasta la mitad de su espalda. La chica la miró con sus negros ojos mientras encendía un cigarrillo. Sus tersos muslos quedaban al descubierto gracias al extremo vestido negro que vestía.
— Hola – sonrió África ante ella.
— Hola – contestó la profesional, echándole una bocanada de humo a la cara.
— ¿Cuánto quieres por venirte a mi casa?
— ¿Para ti? – alzó las cejas la ramera.
— No, para mi esposo.
— Vaya… había escuchado hablar de estas cosas, pero nunca me había pasado – rio la prostituta.
— ¿Qué cosas? – preguntó África, tensando el cuello.
— Señoras que buscan diversión para sus maridos. ¿Está impedido?
— No, nada de eso. Mi marido está absolutamente sano. Solo se trata… de un arreglo – respondió África, notando como su rostro enrojecía.
— Está bien. No soy nadie para saber los motivos. 150 bolívares por hora es el precio.
— Está bien. Tengo el carro allí – señaló África.
La prostituta taconeó hábilmente a su lado, caminando hacia el coche. Cuando estuvieron sentadas en el interior, África le alargó unos billetes.
— Te pagaré una hora por adelantado. Después, ya veremos.
— Vaya – parpadeó la prostituta, sorprendida. — ¡Qué considerada! Gracias.
— ¿Cómo te llamas?
— Malena.
— Bonito nombre – murmuró África, arrancando.
Mientras conducía, África admiró de reojo las morenas piernas de la furcia. Podía incluso entrever el vértice de la prenda interior, que asomaba bajo el diminuto vestido. Sobre su ombligo ostentaba un más que generoso escote, por el cual se podían ver gran parte de los jóvenes y poderosos senos, aprisionados en el interior de un sujetador de media copa que los ponía aún más de relieve. La joven era un poco más joven que la propia África y hubiera resultado mucho más atractiva si se maquillara de otra forma menos agresiva. Pero África estaba contenta con su elección. Sin duda, era el tipo de mujer que agradaba bastante a su esposo.
— Este es un buen barrio – reconoció la prostituta al detenerse el coche contra una de las aceras.
— Sí, está bien – dijo África, cortando el encendido. – Esa es mi casa – señaló con un dedo en el cristal de la ventanilla.
— Bonita.
— Gracias.
Ambas se bajaron y Malena estiró el borde de su minivestido para cubrirse las nalgas. África miró hacia las ventanas vecinas pero no vio a nadie. No podía estar segura de que nadie las observara y el estilo de la fulana era inconfundible, pero no podía hacer nada para cubrir su presencia. Se metieron rápidamente en casa.
África comprobó inmediatamente que su marido aún no había regresado de su trabajo. Los viernes, al contrario que en otros empleos, se acababa más tarde en las oficinas del puerto, cerrando diarios de cargas.
— ¿Quieres una copa, comer algo, o darte una ducha? – le preguntó África a Malena. – Mi marido no tardará en llegar.
— Una copa me vendría bien –agitó una mano de uñas pintadas con purpurinas de fantasía.
África sirvió un par de vasos con ron dulce y añejo, y la instó a sentarse en el sofá de cuero rojo de la salita.
— ¿En qué trabaja tu marido? – le preguntó la prostituta, mirando a su alrededor. Parecía apreciar la calidad de los muebles y el estilo del gran cuadro de la pared norte.
— En las oficinas del puerto, como administrador.
— Ah, un burócrata – asintió Malena.
— Sí – África dejó escapar una sonrisa.
— Entonces… ¿solo será tu marido quien… me use? ¿O acaso puede que la cosa se convierta en un trío?
— Solo mi marido – respondió África, poniéndose roja.
— Una lástima. Eres hermosa – dijo Malena, mirándola fijamente.
África prefirió apurar su ron a responder. Se sentía muy agitada. Nunca hubiera pensado que una mujer se la insinuase y menos una prostituta. En ese instante, el característico ruido del motor del Chrysler de Tony se detuvo frente a casa. África suspiró, aliviada.
Tony entró en casa y soltó las llaves en el cuenco de cristal de la mesita de la entrada. África le vio sonreír al descubrir el par de piernas desconocidas que tenía a su lado; también supo apreciar en su expresión facial cuanto le agradaba aquella hembra. Su esposa se felicitó interiormente por ello.
Aún se asombraba de toda aquella situación, de no sentir ni una pizca de celos en su interior. De hecho, África se tenía por una mujer celosa y posesiva, pero, sin duda, no quería admitir que el morbo que hervía en su alma, esa excitante y permanente excitación que no la había abandonado en todas estas últimas semanas, había desarraigado toda traza de celos, con la efectividad de un antiséptico.
— Hola, cariño – le recibió ella, poniéndose en pie. — ¿Cansado?
— No, hastiado más bien. He tenido que aguantar las confidencias de mi jefe como si fuese su asesor espiritual. – contestó él, besándola fugazmente, sin quitar los ojos de la prostituta.
— Te presento a Malena.
— Encantado, señorita – dijo Tony, inclinándose para besar el dorso de la mano de la joven y asomarse al vertiginoso escote. La pelandusca dejó escapar una risita, satisfecha por el trato.
— ¿Te sirvo una copa? – le preguntó su esposa.
— Sí, por favor, un gin tonic me sentaría de lujo – contestó él, sentándose al lado de la puta, muy pegadito a ella.
Mientras África preparaba el combinado, Tony repasó el cuerpo de la chica, de la cabeza a los pies, sin perder la sonrisa que adornaba sus labios. El alto copete dejaba caer la lisa cabellera como el agua de una fuente, cubriendo sobradamente sus hombros. Las cejas, finamente delineadas sobre un par de ojos del color del cuero viejo y curtido, se alzaban hacia atrás, prestando una apariencia algo felina a su rostro. Una nariz chata, de dilatadas fosas nasales de la que una – la izquierda— estaba ocupada por un pequeño aro dorado, prestaba armonía a sus facciones. Los labios eran gruesos y turgentes, manifestando así que la sangre de la mujer tenía cierta proporción indígena, aunque el mestizaje resultaba exótico y hermoso. En cuanto a su cuerpo, Tony estaba seguro de su lozanía nada más ver aquellos muslos que se apretaban contra él y los senos que parecían expandirse a cada inspiración.
África le puso el frío vaso en la mano, sacándole de su escrutinio. Su esposa se sentó al otro lado de la buscona, mirando a su esposo de reojo.
— ¿De dónde eres? – preguntó suavemente Tony.
— De Caliche – respondió Malena, abanicando las largas y falsas pestañas.
— No lo conozco.
— Ni nadie. Apenas es una aldea con muchos perros – se rió ella, con un sonido casi cristalino, nada apropiado para una golfa. – Llevo ocho meses en la ciudad…
— ¿Y tienes alguna especialización? – le preguntó Tony, como si hablara de un título universitario.
— Oh, sí… dicen que tengo una buena garganta – dijo, acariciando su largo cuello.
— Vaya, que interesante. ¿Qué te parece si lo probamos?
— Claro – y, en ese momento, giró la cabeza para mirar furtivamente a África, pero no vio nada que le indicara malestar en su rostro.
Así que se inclinó sobre Tony y se atareó en desabrochar la bragueta del hombre. Extrajo un miembro morcillón, de gruesa cabeza y largura media, que temblaba bajo su tacto. Tony se estaba excitando sin ninguna necesidad de juegos preliminares. Tener a su esposa al lado, sentir su mirada puesta en él, era suficiente. Aún no entendía cómo no había descubierto antes esa extraña debilidad. Que su esposa fuera testigo de su adulterio le ponía muchísimo, le convertía en un macho mucho más dinámico y exigente.
Los suaves labios de la puta atraparon su hombría con indudable maestría. Lamió largamente el glande, ensalivándolo antes de meterlo en su boca. Tony se mordió el labio inferior, ahogando un temprano quejido. Aquella boca ardía como un horno. Instintivamente, empujó con las caderas para adentrarse en esa húmeda sedosidad que le acogía delicadamente.
África quería ver el trabajo de Malena, pero el propio cuerpo de la puta ocultaba el regazo de su marido. Así que empujó la espalda de la puta para forzarla a resbalarse sobre el sofá hasta quedar arrodillada en la alfombra. Tony abrió las piernas para acogerla en su interior y Malena se acomodó allí, sin sacar el pene de su boca. África se acercó más a su marido, con los ojos clavados en el trabajito bucal que la chica estaba realizando. Sin duda, había que reconocer su afán y pericia.
África no ponía reparos a tomar el miembro de su esposo en la boca, no era tan remilgada, pero sí tenía dificultades para tragar más de la mitad y las arcadas se apoderaban de ella en cuanto rozaba su glotis, pero Malena parecía hecha a la medida. Lentamente, enfundaba todo el erecto pene en su garganta hasta que su chata nariz rozaba el vello del pubis masculino. Con maestría, comprimía su garganta para que atrapase el glande, en una especial caricia, todo sin respirar, y cuando extraía el órgano, aspiraba aire con fruición, dejando brotar largas hebras de saliva y líquido seminal, que unían obscenamente su boca y el hinchado prepucio.
Alargó la mano y apartó los lisos cabellos que se afanaban en pegarse a toda aquella humedad. Peinaba casi amorosamente la cabeza de la puta que se tragaba a su marido, dejando sus hermosos rasgos bien expuestos. Tony la miraba, el ceño fruncido, evidentemente concentrado en aguantar la deliciosa tortura. Por su enfebrecida mente, pasaba una sola idea: ¡que bella estaba su mujercita, acariciando el pelo de la puta!
Lentamente, inclinó la cabeza, acercándola a la de su esposa. Sus labios se rozaron y África aspiró de repente su boca, introduciendo su ágil lengua en el interior de su marido. Aquel fue el primer beso sincero y ardiente entre ellos, en mucho tiempo. Los dedos de ella se hundieron en la cascada negra que caía sobre la nuca de Malena, obligándola a tragar el pene en profundidad. Esta vez, Tony sí gimió largamente.
— Estás disfrutando con esto – susurró ella. No fue una pregunta, sino una aseveración.
— Me pone muy burro que… estés mirando – confesó él.
— ¿De veras? – preguntó su esposa, con una gran sonrisa. Tony asintió con un gran movimiento de cabeza. — ¿Te la está comiendo bien?
Un dedo de África jugueteó sobre los labios de Malena, quien no dudó en tragarlo junto al pene del marido. África casi envidió lo que estuviera sintiendo Tony, al notar la calidez del estuche bucal.
— Diossss… como nadie me lo había hecho – siseó Tony.
— Me alegro, cariño. ¿A que es muy guapa? – musitó ella al oído, pasando su lengua por el lóbulo masculino.
— Gracias por todo esto, África… no sabía que pudiera… sentir esto.
— Vamos… no hables ahora… llévatela a la cama – le dijo ella, sintiendo un estremecimiento en sus ingles. Pensaba en desnudarse en cuanto se fueran al dormitorio y meterse tres dedos al menos en la chorreante vagina que pulsaba entre sus piernas.
Tony levantó el rostro de Malena, aferrándola por las mejillas. La puta se les quedó mirando, la lengua medio asomando, goteando saliva sobre el pantalón del hombre. África pensó que ahora sí tenía rostro de puta.
— Vamos a la cama, nena – le indicó Tony, ayudándola a ponerse en pie.
África sonrió al ver la tremenda erección de su marido al levantarse. Se echó hacia atrás, recostándose en el sofá. Su marido se giró hacia ella, abrazando la cintura de la puta.
— ¿Vienes? – le dijo, sorprendiéndola.
— ¿Quieres que…? – murmuró ella, parpadeando.
— Solo si estás dispuesta. Tú la has pagado… deberías disfrutar de lo que puede aportar, ¿no? – respondió Tony, divertido.
A su lado, Malena les miraba, silenciosa, pero sus ojos chispeaban. Su minifalda amarilla estaba subida hasta las caderas, mostrando el vértice de una diminuta braguita. África suspiró y se puso en pie, siguiéndoles.
Sin una palabra, los tres se desnudaron nada más entrar en el dormitorio conyugal. Tanto África como su marido admiraron el cuerpazo de la prostituta y Tony se inclinó para ver más de cerca el pequeño tatuaje que llevaba en una nalga, representando un duende juguetón.
— Me la voy a coger – dijo Tony con una risita, pellizcando aquellas nalgas con ambas manos. — ¿Quieres verlo de cerca, África?
Ella asintió, como boca, sintiendo enrojecer su rostro. En aquel momento, era lo único que quería: ver a su marido clavarle su miembro. Tony se colocó un condón y arrastró a la puta hasta la cama, tumbándose en el ella de costado. Malena se colocó por delante de él, quedando pegados como dos cucharas. Tony le alzó una pierna, deslizando su propia cadera hacia delante y entrando en ella con decisión.
Se dio cuenta que aquella vagina estaba húmeda y dispuesta para ser penetrada, lo que venía a significar que Malena estaba excitada con todo aquello, o que era una excelente artista del sexo. El caso es que la mujer agitaba los músculos de su coño con una maestría que no parecía adecuada a su corta edad, haciendo que el hombre se hundiera más y más en ella.
África se subió a la cama, recostándose frente a ellos. Observaba atentamente, sin darse cuenta que una de sus manos estaba pellizcando cada vez más fuerte uno de sus erguidos pezones. Tony la miraba a la cara, al par que besaba el cuello de la prostituta. Él a su vez contemplaba las muestras de excitación en su esposa: la punta de la lengua asomaba a cada instante, paseándose por los resecos labios, los oscuros pezones parecían querer despegar de las aureolas, los dedos de los pies no dejaban de contraerse en un tic peculiar.
Malena llevó una mano atrás, aferrándose a la nuca de Tony, y dejó escapar un quejido. Tenía los ojos entrecerrados y la boca abierta en un mudo grito. Su vientre ondulaba en una especie de danza terriblemente erótica que estaba llevando a Tony al espasmo final con rapidez. La puta se confesó, para sí misma, que si una belleza como aquella se dignara a pasar su lengua por entre sus piernas, se correría aullando en un segundo. Debía tener cuidado, nunca se había excitado así con un cliente. No había estado jamás con una pareja así y no sabía cómo acabaría el asunto. El marido follaba bien, no podía negarlo. Se notaba que tenía mucha experiencia con mujeres, pero la que la estaba volviendo loca era aquella ama de casa joven que parecía sentir mucha curiosidad por todo. Aquellos ojos que se clavaban en su cuerpo, atentos a sus pequeños gestos de placer, a los arrumacos propios de su arte, la ponían frenética, y, entonces, se volcaba aún más en el marido, para gozar como no lo había hecho con cliente alguno.
Metió el pulgar en la boca del marido, en el preciso momento en que se corría. La lengua masculina se apoderó de su dedo mientras un gran escalofrío recorría su espalda. Segundos después, Tony se apretaba contra su trasero, eyaculando en el depósito del profiláctico y gimiendo sordamente. La mano de África había descendido hasta su propio pubis, venciendo la vergüenza y el complejo finalmente. Su dedo corazón recorría toda la vulva, muy lentamente, friccionando el clítoris a cada pasada. Ella tampoco sabía dónde la conducía todo aquello, pero sólo quería gozar.
Malena se despegó y se giró, retirando el condón. Se metió el mojado pene en la boca, limpiándolo en toda su extensión con la lengua. África gateó hasta situarse al otro costado de su esposo, abrazándose a él. Tony la besó largamente mientras las manos de ambos coincidían sobre la cabeza de la prostituta.
Malena se ocupó de lamer los testículos del cliente, notando como el pene no había decrecido apenas tras la eyaculación. Pronto, Tony estaría dispuesto de nuevo, se dijo. Ahora que la esposa estaba tan cerca de ellos, quizás podría acariciarla con disimulo… Se tragó el cada vez más hinchado pene, frotando su cabeza contra el interior de su mejilla. Una de sus manos subió lentamente por la suave pierna de África.
— Siéntate sobre mi cara, cariño. Voy a comerte como nunca – le dijo Tony a su esposa.
Ésta, sonrojada pero feliz, no se hizo de rogar. Colocó una rodilla a cada lado de la cabeza de su marido y descendió la pelvis hasta colocar su sexo a la altura ideal para la lengua de Tony. Encaraba a Malena, que se atareaba de nuevo sobre la enrojecida polla de Tony. La lengua de su media naranja le arrancó un hondo suspiro al entrar en contacto con su sexo. Era como un gusano ciego buscando alimento. Estuvo segura que estaba goteando flujo en su boca, pues nunca había tenido su vagina tan anegada.
No pudo mantener las caderas quietas y acabó frotando su vulva contra toda la cara de su marido, llenándole de fluido. Llegaba a conectar la punta de su nariz con su hirviente clítoris cuando levantaba el trasero y el esfínter contra su barbilla cuando contraía la pelvis. A cada pasada dejaba escapar bufidos y gemidos dignos de una epopeya del porno. África no se reconocía, nunca había actuado así, con tanta entrega y descaro, pero ya todo le daba igual.
Sus manos subieron hasta sus pechos para apretar con saña los pezones, retorciéndoles para buscar ese espasmo, a caballo entre el dolor y el placer, que la llevaba aún más lejos. De repente, su mirada reparó en la de Malena. Fue consciente que la puta la estaba mirando fijamente mientras devoraba el miembro de su esposo.
Algo se rompió en su interior, alguna especie de dique o muro que contenía todos sus reparos morales, sus miedos y vergüenzas más ocultos, se resquebrajó al mismo tiempo que notaba ascender el orgasmo desde los dedos de los pies. No pudo más que estremecerse y gemir, los pezones chillando de dolor entre sus dedos, recorrida por el orgasmo más fastuoso e impresionante de su vida. A través de las pestañas entornadas, contemplaba el rostro arrebolado de la puta, que presionando el glande con sus labios, no le quitaba los ojos de encima. Estaba asistiendo a su éxtasis más íntimo, sin perderse detalle, y sin que África pudiera disimular o hacer algo.
Hasta días después, no comprendió cual era la razón de haber obtenido aquel orgasmo impactante que la derrumbó sobre la cama, entre jadeos.
— Ven… ayúdame – murmuró Malena, sacándose la polla de la boca. – Entre las dos… hagamos que acabe…
África no había dejado que su marido se corriera nunca en su boca. No era una cuestión de asco, sino más bien de autoestima. Era como si, al dejarle hacer eso, la convirtiera en alguien inferior. Sin embargo, en esta ocasión, ni se le pasó por la cabeza este motivo. Con una sonrisa, avanzó con los codos hasta situarse al lado de Malena, las cabezas casi pegadas, y atrapó el miembro de Tony con una larga pasada de lengua.
El esposo, por un momento, creyó haber muerto de un fulminante infarto y haber entrado en el cielo. Colocó una mano sobre cada nuca femenina y admiró cómo se ocupaban de su falo, disputando cada región del mismo.
Tener la lengua de África tan cerca de la suya propia estaba volviendo loca a Malena. Quería degustar aquel apéndice rosado y húmedo, aunque sólo fuera rozarlo. No resistió mucho. Con cierto disimulo, hizo coincidir un par de veces las dos lenguas y sonrió mentalmente al notar que África no ponía reparo alguno por el roce. Lentamente, fue acercando más su boca hasta el glande compartido, donde los labios de la esposa se atareaban, y comenzó a succionar también.
El pene vibraba, avisando de su pronta erupción.
África miró el cercano rostro de la furcia. No habían separado las miradas desde que se corrió y no le importaba en absoluto. Tampoco le importó rozar sus lenguas. De hecho, era algo que se le había pasado por la cabeza, como un relámpago, como si fuese algo obligado de hacer. Jamás, en su vida, había deseado una chica, ni besado a una amiga. Esas cosas no se hacían en su familia, punto.
Sin embargo, no le había caído ningún rayo del cielo al superponer su lengua a la de Malena, ni tampoco había notado algún sabor asqueroso, o le habían salido ronchas en la piel. Era una lengua humana, cálida y vibrante, tan igual a la de su marido como pudiera imaginar, y ahora, en plena agitación de la pelvis de Tony, estaba deseando probar más… profundamente aquella boca.
Las dos mujeres unieron sus bocas, con las barbillas rozando el prepucio del hombre. Las lenguas se agitaron con vida propia, como si el deseo que ambas sentían sirviera de nexo entre ellas. Tony se quedó con la boca abierta, los ojos desorbitados por un segundo, contemplando aquella escena que jamás hubiera imaginado. Pero no duró demasiado, la misma visión de las dos mujeres besándose con pasión desató su propio orgasmo y el semen brotó con más fuerza aún que la primera vez, salpicando mejillas y bocas de las chicas. Sin embargo, éstas no despegaron sus labios, aún sorprendidas por la descarga. Estaban demasiado ilusionadas con la nueva experiencia, fuese cual fuese el motivo de cada una.
— Deja que te limpie – dijo Malena, al despegarse de la boca de su clienta.
Pasó su lengua en una larga pasada por la mejilla de África, llevándose todo rastro de esperma. Ésta sonrió, mirando de reojo a su marido, que respiraba con dificultad y las observaba, atónito.
— Ahora yo…
Y África degustó, por primera vez, el sabor de la esencia de su esposo, sin hacer ninguna mueca. Tony no quiso decir nada, pero se dijo que, quizás, con aquellos encuentros, África aprendiera a divertirse mucho más.