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BUSCANDO EMPLEO

pudul1971

Becerro
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3 Ago 2009
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BUSCANDO EMPLEO

Después de un mes de estar desempleada mi marido estaba ya a punto del infarto, no porque necesitáramos el dinero sino porque no soportaba verme sin hacer nada, según él la ociosidad es madre de muchos vicios. Imbécil.

Una mañana caminaba por una zona populosa, y me detuve frente a un pequeño restaurante. Ahí había un anuncio de -se solicita empleada con ganas de trabajar- y pues no es mi estilo de trabajo pero entré decida, al fin y al cabo la monotonía de mis vida no tenía ningún aliciente…hasta ese día.

No fue difícil que me contrataran, habían tenido algunas semanas el anuncio y nadie había acudido por el puesto que era de mesera, así que al fin me lo dieron. Es un lugar pequeño, los empleados son una cocinera ya cincuentona, dos ayudantes cuarentones, el dueño de unos sesenta y tantos años y una mesera. Ella me llamó la atención porque no tenía más de 18 años y ya se le veía una pequeña pancita signo de un incipiente embarazo.

El primer día sufrí un poco para adaptarme al ritmo del restaurante; a ciertas horas el trabajo es intenso y es cuando es hora de la comida y en otras no se paran ni las moscas. Dos días después ya me había acostumbrado a los gritos y órdenes, llevando y trayendo platos de la mesa a la cocina y viceversa.

Puedo presumir que soy observadora hasta cierto grado y esto lo digo porque una semana después de haber estado sirviendo mesas me di cuenta de algunas cosas, y puedo apostar que pasan a muchos lugares pero no lo había tomado en cuenta. Creo que si la ociosidad nos hacer notar los vicios de la gente y sus rutinas.

Llegaba a las seis y media de la mañana, era la segunda en llegar ya que el dueño siempre madrugaba. Después llegaba la cocinera, los ayudantes y la última en llegar era la jovencita, que muchos clientes llamaban “la meserita” por lo pequeñita de estatura que era y su edad.

A ella la llevaba tal vez su esposo, un joven que siempre la dejaba en la entrada con su motoneta, y al bajarse siempre enseñaba algo más que los muslos debido a lo corto de su falda. Yo no me había atrevido a usar falda así que había estado utilizando pantalón.

Nada más se arrancaba el chico en la motoneta y “la meserita” entraba. En la cocina saludaba con un beso en la mejilla a todos, incluso a mí, pero esa vez note como uno de los ayudantes después de que ella le diera la espalda le propinaba una palmada en el trasero y ella, ante mi asombro, no dijo ni hizo nada.

Durante el resto del día me dí a la tarea de observar con más detalle a la chica y pude comprobar como en varias ocasiones los ayudantes y hasta el dueño utilizaban cualquier excusa para acercarse a ella y palpar su trasero. Los sobeteos iban desde una ligera palmada hasta un agarrón de nalgas. Ella ni se inmutaba, únicamente les retiraba las manos con discreción cuando una mano traviesa no se retiraba por sí sola y se reía nerviosamente, volteando para todos lados.

También pude escuchar cómo le hacía bromas subidas de tono, en donde le decía: -oye de que color traes los calzones- -cuánto por tu culito- y si bien no me escandalice si comencé s sospechar que disfrutaba de los acosos de los compañeros del trabajo, porque no solo se conformaban con eso, también los pude observar mientras le levantaban la falda o le daban ligeros empujones en las nalgas mientras la tomaban de la cintura y ella como podía se libraba de sus acosos.

Claro que no era la única que recibía ese trato, ya que la cocinera también era sobada por todos lados, pero a diferencia de la meserita, ella no cortaba sus avances, al contrario, permitía que fueran más osados, ya que le subían la blusa dejando ver sus enormes senos cubiertos por su brassiere.

Tan acostumbrados estaban a esos escarceos que en la ocasión en que entré a la bodega y la meserita estaba recargada sobre una mesita, con la cara pegada a la mesa y con su trasero levantado y la falda hasta la cintura, y uno de los ayudantes atrás de ella intentando bajarle las bragas, tomé lo que necesitaba y salí de ahí, sin prisa alguna y sin inmutarme, simplemente escuche unas risas ahogadas en el interior de la bodega y yo, con una excitación al haber presenciado algo prohibido.

Ese día al salir del trabajo me alcanzó la meserita al doblar la esquina, y comenzó a charlar conmigo, más o menos fue algo así, pero no exacto:
-hola Guille, para dónde vas?
-hola Lucero, a tomar el autobús, si quieres vamos un rato juntas para hacernos compañía-
- oye se que nos viste, pero no vayas a decir nada, por fis-
-no te asustes, no soy una soplona, pero dime, ¿te estaba forzando o…estaban de acuerdo los dos?-
-jajajaja, no pasó nada, son juguetones, además no pasa de juegos y es todo-
-pero dime ¿te gusta que te hagan eso?-
-pues…si, siempre he sido así de juguetona, jajaja, y tú ¿juegas también así?-
- ya llega mi autobús nos vemos mañana…-

Nos despedimos al llegar a la parada del autobús y la deje. Estaba decida a ser un juguete en manos de mis compañeros de trabajo; además si se iba de las manos bien podía dejar ese trabajo de poca paga y desgastante.

Al día siguiente llegue como todos los días, sólo que pasé al baño a cambiarme y salí con una falda oscura que me llega hasta las rodillas, una falda amplía que pudiera permitir que se levantara con facilidad.

Ese día transcurrió con normalidad, hasta que unos dos días después, comenzaron con sus avances, primero fu pasándome un brazo por los hombros, después la mano a la espalda y bajaba hasta la cintura hasta que uno de ellos fue más osado y se atrevió a darme una palmada en el trasero, simple y sencilla pero que no dejo dudas de que mi sonrisa ante esa acción implicaba que no habría queja por mí parte de ser tratada como a mis otras dos compañeras.

Ya desde ese momento los tres aprovechaban para estar cerca de mí y tocarme el trasero pero a diferencia de ellas, yo no les ponía límite al tiempo de sus toqueteos. Todos ellos no perdieron la oportunidad para sobarme las nalgas a su antojo y ante mi nula resistencia seguían haciéndolo cada vez más constante.

El día en que me tuve que quedar para ayudar con el inventario de la pequeña bodega tuve el primer encuentro consensual. Tal vez se habían puesto de acuerdo porque en un momento me quedé a solas con uno de ellos, Víctor por llamarle de algún modo. La charla era un tanto de preguntas y respuestas de mi parte, y tal vez yo lo provoque y no me arrepiento, ya que al darle la espalda él se colocó tras de mí y sus manos llegaron a mi cintura. Hablábamos y no me movía de esa posición y tampoco retiraba sus manos, al contrario, comenzó a bajarlas por los costados hasta llegar a mis muslos, iniciando un ligero masaje, hasta que inevitablemente sus manos quedaron en mis nalgas.

Guardamos silencio y la mirada la tenía en el piso, mientras él, sin prisa alguna, me manoseaba el trasero a dos manos; solo escuchaba su agitada respiración y mi corazón palpitaba a mil por hora. Cuando me dio la vuelta y quede frente a él, nuestras miradas se encontraron y sus dedos comenzaron a desabrochar los botones de mi blusa.

De pronto la tenía abierta, mostrando mi brassiere que tapaba mis senos, y mi falda ya estaba a la cintura levantada; sus manos se dirigieron a su pantalón que de manera rápida ya tenía abajo, mostrándome su sexo en todo su esplendor, y sosteniéndome de las nalgas me junto a su cuerpo. Sentí como su miembro se ponía a la altura de mi vagina, haciendo movimientos de atrás hacia adelante, humedeciendo mis piernas de una sustancia viscosa.

No puse resistencia cuando se agachó y bajo de un tiro mi pantaleta y quedó a la altura de mis tobillos, mientras sus dedos comenzaron a explorar mis labios vaginales, introduciéndose lentamente, sintiendo como mi humedad le empapaba sus dedos. Él guío mi mano a su miembro y lo aprisione con la mano, sintiendo un calor enorme y maravilloso, y sin que me pidiera inicie un movimiento de arriba hacia abajo con mi mano.

Colocó su pene en la entrada de mi vagina y estaba lista para sentirlo dentro de mí cuando escuchamos voces en la puerta, solo atinamos a recomponernos la ropa y salió como rayo hacia afuera de la bodega.

Cuando salí a ver que ocurría me percate que no eran más que un par de borrachos que habían querido entrar y como no estábamos de servicio hicieron un alboroto. Se marcharon y me despedí de todos ellos, que con unas sonrisas discretas me indicaban que suponían que había estado ocurriendo en la pequeña bodega.

Mientras les iba dando el beso en la mejilla de despedida cada uno de ellos me despidió con un agarrón de nalgas, que respondí con una ligera sonrisa. Iba tratando de calmarme camino a la parada del autobús fui alcanzada por Víctor. No medio palabra alguna y después de tomarme de la mano me condujo a una calle oscura. No tenía miedo, solo deseo y cuando dejo al aire su miembro no fue necesario usar palabras, únicamente mi mano, que fue la encargada de acariciar su falo de manera desesperada, como si fuera lo último que iba a hacer en mi vida, y aún y cuando saltó su semen en mi mano y escurría por mis dedos, no dejaba de seguir moviendo la mano.

Me entregó un trozo de servilleta y con el limpie mis dedos. No nos dijimos nada pero entendí que era la primera vez que masturbaba a un hombre y que lo había disfrutado. Tal vez este loca pero cuando llegue a casa y prepare la cena no me lave las manos, y discretamente llevaba mis dedos a mi nariz para seguir percibiendo ese olor que me entraba por todos los poros de mi cuerpo.

Perdona si no es una historia fantástica con escenas de sexo desmedido pero no soy buena inventando cosas así, tal vez te aburrí pero es una vivencia que comparto contigo. Antes de que me preguntes te voy a decir amiga que ahí trabaje año y medio y todavía falta por contarte lo que paso después.
Gracias por escucharme.
 
Muy buen relato, se agradece que seas tu los oidos que lo escucharon y las manos que lo escribieron, esperando más aventuras de nuestra recien conocida pero muy pronto famosa Guillermina. Saludos.
 
Caray, cómo quisiera tener una compañera así. Pero aquí hay puro hombre en la ofician, y las contadoras, pues se sienten intocables....
 
Fue un relato excelente, con suspense y descripciones que aún siendo detalladas no cayeron en la vulgaridad. Y además nos dejaste con ganas de saber más, tal como hacen los buenos narradores. Enhorabuena.
 
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