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Compañeros bakunos, soy un novato en esto de los relatos, traje este desde de10.com, haber que les parece, muchas
Durante mi vida he tenido sexo en las escaleras de emergencia, en la piscina de un hotel de playa en vacaciones, en un auto, en el mar, pero nunca había estado en un tren. En México hace mucho que dejaron de existir. Pero acá, en Europa, lo he tenido en el vagón. En mi último día en Ámsterdam, ciudad del sexo y los excesos, luego de un viaje agotador de trabajo, compré unas medias, un vestido de látex, un dildo, algunas revistas Fetish, así como un disfraz de enfermera sexy. A ver cómo y con quién uso todo eso llegando a mi ciudad. Por cierto, no traigo conmigo ninguna peluca negra. Ya veremos en México.
En Europa he probado una nueva experiencia de sexo, a campo abierto sin usar ninguno de esos artilugios y, digámoslo así, con el peligro a tope, en la noche en el tren que me conectaría de Ámsterdam a París, mi última parada rápida antes de regresar a mi país.
Luego del paisaje, de ese escenario encantador holandés, perfectamente armado, digno de una puesta en escena donde todo es realmente perfecto (incluso las pelucas de las sexoservidoras), el sexo se antoja igual: perfecto con un hombre salido como de revista.
Yo iba sentada, bastante ocupada, leyendo algunos papeles de trabajo. No me di cuenta de su presencia. De verdad. Apenas pensaba reponerme un poco del cansancio, del jet lag, del sueño, de la comida (que en Holanda es horrible), leer, dormir un poco y luego llegar a mi destino y tomar rápidamente el avión de regreso a México cuando no sé en qué momento, al mirar unos molinos de viento a mi derecha, lo vi. Ahí, sentado, mirándome, enfundado en una playera blanca con motivos morados, un pantalón de mezclilla y unos converse color caki.
Nada de lo que quería hacer anteriormente ocurriría. Al menos no en ese orden. Yo iba sentada en ese vagón de tren con cero glamour, no llevaba ni mis tacones altos, ni falda, ni un gran maquillaje y además creo que iba bastante despeinada. Cuando más desarreglada te sientes, más sencilla, ojerosa y menos glamourosa, ya está: te encuentras con el chico guapo de tus sueños.
Es como cuando sabes que en esa fiesta a la que te invitan irán muchos chicos guapos, y justo ese día, y no uno antes ni uno después, hay una gran espinilla en tu frente o te ha bajado la regla y tienes un estómago inflamado de embarazada y tu pantalón no entra, o debes ponerte un vestido sexy y te golpeaste un día anterior y ahora tienes un gran moretón en la rodilla. Bueno, pues así. Esas cosas me pasan a mí todo el tiempo y, bueno, una las enfrenta con cierta dignidad.
Pero jamás piensas que en un tren en medio de la nada en Europa, donde lo más lindo que llevas puesto es tu anillo y tu bolsa de mano, conocerás a alguien. Bueno, ahora pensaré dos veces qué usar antes de viajar.
El caso es que él estaba allí mirándome con cierta sonrisa, mientras yo me hacía pelotas con esos papeles en mi mochila, tratando de quitarme el cabello de la cara y haciendo berrinche porque el chocolate que me habían regalado unos compañeros de trabajo se había derretido y manchado los papeles más importantes.
Antes de que la oscuridad cayera, llamaron mi atención en el paisaje unos imponentes molinos de viento a mi derecha. Y ahí lo vi, a él, de ojos azules, de un azul celeste maravilloso. Es el más guapo de los hombres que haya visto en mucho tiempo. Años podría decir. No sé, me gustó mucho.
¿Cómo pude concentrarme más de media hora en mis papeles y en el maldito chocolate derretido que en esta belleza masculina a mi lado mirándome tal vez todo el tiempo? Riendo, tal vez, de cómo ésta latina intentaba sobrevivir al chocolate sin una servilleta para limpiarse.
Hay un aire en él de cercanía que me inspira mucha confianza. ¿Quieres un papel?, me dice en su español perfecto. Y luego de sobreponerme a la sorpresa de su pregunta en español: "No, gracias, ya tengo muchos aquí", le contesto con una sonrisa. Toma, me dice con otra sonrisa y me ofrece una servilleta. "Gracias", le contesto.
Y así fue. Comenzamos a hablar. ¿De dónde eres? ¿De dónde vienes? ¿A dónde vas? ¿Qué haces aquí? ¿Por cuánto tiempo? ¿Por qué sabes español tan bien? De pronto, me pidió sentarse a mi lado. Por supuesto, le dije.
Así platicamos durante al menos unas dos horas. Él es parisino y es un monumento a la belleza por eso es que quizá sucumbí y caí sin siquiera poner las manos. No había nadie en ese vagón. De pronto se acercó para besarme y así sucedió todo en las próximas dos horas más que restaban.
Dejamos la mochila en el asiento de enfrente y comenzó a quitarme la sudadera, bajar el cierre del pantalón y tocar mis senos y mi sexo húmedo. El tren a toda velocidad con sus luces prendidas y afuera la oscuridad total, conmigo montada encima de él, me hace humedecerme tan sólo recordarlo.
Y luego, yo, con mis manos sobre el cristal y él de espaldas a mí, penetrando por detrás, con nuestro reflejo en esa gran ventana es una delas imágenes más eróticas que mi memoria recuerde de mí misma.
Al final no dormí, por supuesto, y quedé más despeinada de lo que ya estaba y con su líquido seminal en mis manos, en lugar de chocolate. Nos despedimos con grandes besos, como si de tiempo atrás nos conociéramos. Le dije que estaríamos en contacto. Me encantaría, me dijo. ¡Wow, es tan salvaje en el sexo pero tan caballero al final. Me encanta!
Hoy escribo esto desde el aeropuerto Charles de Gaulle de París. Pensando en él, con un café latte al lado y esperando abordar el avión de regreso. De él sólo tengo su tarjeta de trabajo, su nombre, su teléfono celular, su mail y ya. La guardo en mi cartera celosamente. Me llevo también su aroma. Creo que las 11 horas de vuelo de regreso soñaré con este chico parisino del tren cuyo recuerdo llevo aún en mis cavidades femeninas y en mis labios.
Pienso que le escribiré en cuanto regrese. Y claro, con nuestro clásico tu casa es mi casa, lo invitaré a México. O tal vez no lo vuelva a ver en mi vida como casi siempre ocurre con estos encuentros fortuitos. A ver. Mientras tanto sé que iré plácidamente dormida en el vuelo, con una sonrisa en los labios y un aroma a sexo en toda mi piel gracias a mi chico guapo parisino del tren.
Durante mi vida he tenido sexo en las escaleras de emergencia, en la piscina de un hotel de playa en vacaciones, en un auto, en el mar, pero nunca había estado en un tren. En México hace mucho que dejaron de existir. Pero acá, en Europa, lo he tenido en el vagón. En mi último día en Ámsterdam, ciudad del sexo y los excesos, luego de un viaje agotador de trabajo, compré unas medias, un vestido de látex, un dildo, algunas revistas Fetish, así como un disfraz de enfermera sexy. A ver cómo y con quién uso todo eso llegando a mi ciudad. Por cierto, no traigo conmigo ninguna peluca negra. Ya veremos en México.
En Europa he probado una nueva experiencia de sexo, a campo abierto sin usar ninguno de esos artilugios y, digámoslo así, con el peligro a tope, en la noche en el tren que me conectaría de Ámsterdam a París, mi última parada rápida antes de regresar a mi país.
Luego del paisaje, de ese escenario encantador holandés, perfectamente armado, digno de una puesta en escena donde todo es realmente perfecto (incluso las pelucas de las sexoservidoras), el sexo se antoja igual: perfecto con un hombre salido como de revista.
Yo iba sentada, bastante ocupada, leyendo algunos papeles de trabajo. No me di cuenta de su presencia. De verdad. Apenas pensaba reponerme un poco del cansancio, del jet lag, del sueño, de la comida (que en Holanda es horrible), leer, dormir un poco y luego llegar a mi destino y tomar rápidamente el avión de regreso a México cuando no sé en qué momento, al mirar unos molinos de viento a mi derecha, lo vi. Ahí, sentado, mirándome, enfundado en una playera blanca con motivos morados, un pantalón de mezclilla y unos converse color caki.
Nada de lo que quería hacer anteriormente ocurriría. Al menos no en ese orden. Yo iba sentada en ese vagón de tren con cero glamour, no llevaba ni mis tacones altos, ni falda, ni un gran maquillaje y además creo que iba bastante despeinada. Cuando más desarreglada te sientes, más sencilla, ojerosa y menos glamourosa, ya está: te encuentras con el chico guapo de tus sueños.
Es como cuando sabes que en esa fiesta a la que te invitan irán muchos chicos guapos, y justo ese día, y no uno antes ni uno después, hay una gran espinilla en tu frente o te ha bajado la regla y tienes un estómago inflamado de embarazada y tu pantalón no entra, o debes ponerte un vestido sexy y te golpeaste un día anterior y ahora tienes un gran moretón en la rodilla. Bueno, pues así. Esas cosas me pasan a mí todo el tiempo y, bueno, una las enfrenta con cierta dignidad.
Pero jamás piensas que en un tren en medio de la nada en Europa, donde lo más lindo que llevas puesto es tu anillo y tu bolsa de mano, conocerás a alguien. Bueno, ahora pensaré dos veces qué usar antes de viajar.
El caso es que él estaba allí mirándome con cierta sonrisa, mientras yo me hacía pelotas con esos papeles en mi mochila, tratando de quitarme el cabello de la cara y haciendo berrinche porque el chocolate que me habían regalado unos compañeros de trabajo se había derretido y manchado los papeles más importantes.
Antes de que la oscuridad cayera, llamaron mi atención en el paisaje unos imponentes molinos de viento a mi derecha. Y ahí lo vi, a él, de ojos azules, de un azul celeste maravilloso. Es el más guapo de los hombres que haya visto en mucho tiempo. Años podría decir. No sé, me gustó mucho.
¿Cómo pude concentrarme más de media hora en mis papeles y en el maldito chocolate derretido que en esta belleza masculina a mi lado mirándome tal vez todo el tiempo? Riendo, tal vez, de cómo ésta latina intentaba sobrevivir al chocolate sin una servilleta para limpiarse.
Hay un aire en él de cercanía que me inspira mucha confianza. ¿Quieres un papel?, me dice en su español perfecto. Y luego de sobreponerme a la sorpresa de su pregunta en español: "No, gracias, ya tengo muchos aquí", le contesto con una sonrisa. Toma, me dice con otra sonrisa y me ofrece una servilleta. "Gracias", le contesto.
Y así fue. Comenzamos a hablar. ¿De dónde eres? ¿De dónde vienes? ¿A dónde vas? ¿Qué haces aquí? ¿Por cuánto tiempo? ¿Por qué sabes español tan bien? De pronto, me pidió sentarse a mi lado. Por supuesto, le dije.
Así platicamos durante al menos unas dos horas. Él es parisino y es un monumento a la belleza por eso es que quizá sucumbí y caí sin siquiera poner las manos. No había nadie en ese vagón. De pronto se acercó para besarme y así sucedió todo en las próximas dos horas más que restaban.
Dejamos la mochila en el asiento de enfrente y comenzó a quitarme la sudadera, bajar el cierre del pantalón y tocar mis senos y mi sexo húmedo. El tren a toda velocidad con sus luces prendidas y afuera la oscuridad total, conmigo montada encima de él, me hace humedecerme tan sólo recordarlo.
Y luego, yo, con mis manos sobre el cristal y él de espaldas a mí, penetrando por detrás, con nuestro reflejo en esa gran ventana es una delas imágenes más eróticas que mi memoria recuerde de mí misma.
Al final no dormí, por supuesto, y quedé más despeinada de lo que ya estaba y con su líquido seminal en mis manos, en lugar de chocolate. Nos despedimos con grandes besos, como si de tiempo atrás nos conociéramos. Le dije que estaríamos en contacto. Me encantaría, me dijo. ¡Wow, es tan salvaje en el sexo pero tan caballero al final. Me encanta!
Hoy escribo esto desde el aeropuerto Charles de Gaulle de París. Pensando en él, con un café latte al lado y esperando abordar el avión de regreso. De él sólo tengo su tarjeta de trabajo, su nombre, su teléfono celular, su mail y ya. La guardo en mi cartera celosamente. Me llevo también su aroma. Creo que las 11 horas de vuelo de regreso soñaré con este chico parisino del tren cuyo recuerdo llevo aún en mis cavidades femeninas y en mis labios.
Pienso que le escribiré en cuanto regrese. Y claro, con nuestro clásico tu casa es mi casa, lo invitaré a México. O tal vez no lo vuelva a ver en mi vida como casi siempre ocurre con estos encuentros fortuitos. A ver. Mientras tanto sé que iré plácidamente dormida en el vuelo, con una sonrisa en los labios y un aroma a sexo en toda mi piel gracias a mi chico guapo parisino del tren.