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Becerro
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- 1 Abr 2013
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Mis sienes latían aceleradas, la piel me ardía afiebrada, el enorme pedazo que tenía en mi boca, casi no me dejaba respirar, sin embargo continuaba intentando el engullirlo todo. Oía un ronquido suave que acompañaba los movimientos que empezaron a acelerarse hasta convulsionar, retiré la cabeza unos centímetros, eso me permitió estabilizar la respiración a la vez que recibía una descarga de líquido caliente en la garganta, fui retirando la cabeza, poco más, solo su glande estaba dentro. Que la descarga continuara en mi boca. Comencé a utilizar la lengua para impedir se me escapara una gota, mientras tragaba ese espeso, salado, tibio y delicioso elixir.
En la semi penumbra, la única luz que entraba lo hacía por la puerta ventana y provenía de la calle, en un segundo piso con balcón, los focos del alumbrado estaban ahí. Arrodillada entre sus piernas abiertas, el único contacto piel a piel, era el que tenía mi boca con su pene que asomaba desde la bragueta de su pantalón, con ambas manos tomaba ambas piernas de los pantalones, procurando no se retirara. No podía, esta recargado contra una cómoda, medio sentado, con las palmas de las manos apoyadas en el mueble. Su participación había sido simplemente mover la cintura hacia atrás y adelante, según la urgencia que yo provocaba. Un constante ronroneo que manifestaba su satisfacción, la respiración entrecortada y agitada para terminar con una eyaculación que provocaba gemidos contenidos de agrado, seguidos por el jadeo irregular según sorbiera, lamiera o mordiera su empapado y caliente pene que latía en mi boca. La adrenalina me apuraba hasta perder la noción del peligro que revestía la situación. En la habitación de al lado, en las de abajo, incluso en los balcones, estaba el resto de mi familia, mi marido entre ellos, en pleno festejo de año nuevo.
Así comenzaba mi año, este era mi primer festejo. Me puse de pie, mientras él se subía el cierre del pantalón, estiraba la camisa y ajustaba el cinturón. Me arregle la ropa, sacudí con las palmas de mis manos las rodillas de mi pantalón, suavemente con la lengua recorrí mis labios buscando residuos, mientras mi atención comenzaba a tomar control. Nos besamos suavemente en los labios y salimos de la habitación de mi hermana. El, por la puerta que daba al pasillo interior y la sala, yo, por el balcón que une todas las habitaciones y la sala en el piso superior, que permite ver la calle. Todo había ocurrido en cinco minutos. Allí estaban mi madre, mi abuela y quienes preferían ver los fuegos artificiales sin necesidad de salir a la calle, ni bajar las escaleras. Me les uní, al momento llegó Jorge. Nos dimos el beso de ¡Feliz Año Nuevo! El apoyo su mano en mi cintura, electrizante sensación, no por lo que sentía, si no por lo que acababa de ocurrir, aún me sentía acalorada y seguramente ruborizada, pero ya se sabe, soy pésima con el alcohol.
Esa mañana en nuestra casa, mientras repasábamos las cosas que debíamos llevar a la cena de fin de año, mi esposo, que no socializa fácilmente, pasaba revista en voz alta de quienes concurrirían, mis padres, mi abuela, mi hermana, mis tías y sus maridos, los chicos eran seis.
A mi padre no le gusta asar, aunque tiene en el patio una churrasquera muy bien dispuesta. La comida era abundante, todas las mujeres habían contribuido con algún plato, según mi madre iba indicando las necesidades. Yo llevaba ensalada de fruta. El asado es casi obligatorio en las reuniones familiares. La sorpresa fue encontrarnos con Jorge, su esposa y sus dos hijos. Mi padre lo había invitado con la intención que hiciera el asado. Algo de lo que Jorge su ufanaba. Me corrió un escalofrío cuando lo vi, se sintió agradable. Nos saludamos, mi marido desde que hicimos el negocio de la moto, lo encuentra más simpático. Saludamos a todos y nos dirigimos a la mesa que se había armado en el patio, en realidad dos mesas de comedor que permitían unos doce comensales, éramos más de quince contando los chicos. En la sala del segundo piso, mi madre había dispuesto de la mesa del comedor, mucho más formal y adornada con espíritu navideño. Los chicos habían ido arriba, les gustaba asomarse al balcón que abarcaba de punta a punta el ancho de la casa, uniendo la sala y los dormitorios, el de mis padres, el de mi hermana y otro que había sido el mío. Los dormitorios, internamente daban a un corredor que terminaba en la sala, donde estaba la escalera, en frente del de mis padres se encontraba el baño superior. El corredor interior finalizada en la sala pero en un punto ciego donde la estufa a leña, impedía ver hacia el pasillo interno, reforzando la intimidad.
Nos quedamos en el patio interno, en la mesa éramos mayoría mujeres. Los hombres estaban juntos cerca del fuego. Jorge me lanzaba miradas cargadas de intención y yo procuraba evitarlas, sentía calor en lo que suponía era su mirada sobre mí.
Para las once de la noche ya habíamos agotado los temas familiares y de trabajo, el asado estaba pronto, había que distribuirse en las mesas. Me senté de espaldas a la pared, desde donde podía tener panorama de todo el patio, incluso el garaje y las escaleras. Mi padre y Jorge comenzaron a servir, mi marido estaba en la punta más alejada, con mi hija y mi mamá. Mientras comíamos, Jorge iba y venía hasta la parrilla y mi padre acarreaba las bebidas desde la cocina. Yo observaba atenta y Jorge no paraba de tratar de encontrar nuestras miradas. A mi izquierda se sentaba uno de sus hijos y luego su mujer, yo era la última en un lugar que no permitía pasar por detrás. Entonces se acercó a su hijo, quedando a mi lado, se inclinó para decirle algo, cuando sentí su mano en mi espalda y deslizándose hacia abajo, me puse tensa, esperando se retirara, siguió hablando con su hijo, la cabeza volteada hacia el otro lado, pero su mano se había ya metido entre mi ropa y mi cola, sin pudor alguno, se inclinó más y volteando hacia mi lado me preguntó; - ¿Cómo está el asado? Mientras deslizaba más abajo su mano y el dedo mayor habría mis nalgas buscando el ano, a pesar de los nervios me mantuve la tranquilidad, buscando ver las caras de los demás, era inquietante, me incliné hacia adelante y pretendiendo acomodarme me incorporé apenas, eso fue suficiente para que situara su dedo presionando mi ano, era estimulante. Increíblemente, me serené y miré uno a uno en una rápida recorrida a todos los comensales, nadie percibía nada, ni siquiera prestaban atención. Mi marido comentaba no sé qué cosa de trabajo con mi padre, los demás comían e intercambiaban comentarios. Jorge ya había introducido la punta del dedo y presionaba hacia arriba. Sin sacar la mano izquierda del hombro de su hijo, presiono más con la derecha, haciendo que levantara la cola de la silla, aunque imperceptible alcanzó para que lograra introducir más de la mitad del dedo en mi cola. Me sonreí, no solo por la sensación de satisfacción. Mucho mejor era la sensación que recorría todo mi cuerpo, provocada por ese sentimiento de ilegalidad por lo que estaba ocurriendo.
- ¿Y los postres? ¡¿para cuándo?!, preguntaban, casi al unísono mis padres. Me levanté, a todo esto Jorge estaba en otra punta de la mesa comiendo, me dirigí a la cocina. Enseguida llegó mamá a ayudarme y mi hermana, había varios postres además de mi ensalada de frutas, uno era un torta con mucho merengue. Servía los potes con ensalada y mi hermana los repartía en la mesa, mi madre cortaba la torta y la colocaba en porciones en pequeños platos de postre. – ¡Vengan a buscar! Dijo, asomándose a la puerta de la cocina. Inmediatamente acudieron los interesados. Jorge parado detrás mío, elogiaba la torta y se recargaba sobre mí.
– Andá al baño. Me dijo.
Volví a la mesa y mientras comía mi ensalada de frutas, pensaba que hacer. Era una verdadera locura, pero la adrenalina que corría dentro de mí, era bien excitante. Pensé: el baño de abajo está muy accesible, era peligroso pero a la vez no despertaría sospechas que estuviéramos en los alrededores. El de arriba era más discreto.
Faltaban unos minutos para la medianoche, para el nuevo año. Me dirigí al piso superior luego de evaluar que la mayoría se quedaría abajo. Además estaban bebiendo copiosamente. Invité a mi abuela a subir a la terraza, en realidad a la mesa que estaba esperando con los pandulces, los turrones y demás. La abuela aceptó contenta, la escalera le costaba. Sabía que mi marido no me acompañaría si iba con mi abuela. Pero se sumó mamá. Subimos y mientras nos acomodábamos en la mesa, me dirigí al borde de la escalera, ví hacia el patio y Jorge caminaba hacia la escalera.
Me senté en la silla más cerca del balcón, casi de espaldas a la calle, ví cuando Jorge pasó hacia el pasillo que conducía al baño. Me puse de pie y salí al balcón. Observe que no me miraran, volví a entrar y pretendiendo bajar, rápidamente me fui por el corredor. Llegué al baño y Jorge me abrazó fuertemente y me besó, esperá le dije, volví a salir, nadie estaba en el pasillo. Volví a entrar y le dije, dame un momento y seguime al cuarto del medio.
El cuarto de mi hermana quedaba entre el de mis padres y el que había sido mío. Elegí ese porque me pareció que podía ir hacia los dos lados si alguien aparecía. Entre al cuarto e inmediatamente me dirigí a la puerta ventana que comunicaba con el balcón, quería despejar las vías de escape. La abrí un poco y la deje así. Cuando estaba en eso, sentí que desde atrás me tocaban. Jorge me abrazaba y presionaba mis senos mientras besaba mi cuello y orejas. Era un manojo de nervios, pero esas caricias me tranquilizaron, me dio vuelta nos besamos, quiso bajarme el pantalón mientras desprendía el suyo. Lo detuve. Bajé su cierre y me arrodillé entre sus piernas mientras lo empujaba obligándolo a recostarse, al encontrar donde apoyarse se quedó quieto, bajé el slip y apareció de un salto su hermoso pene, brillaba de húmedo, se veía delicioso… ya saben que pasó después.
En la semi penumbra, la única luz que entraba lo hacía por la puerta ventana y provenía de la calle, en un segundo piso con balcón, los focos del alumbrado estaban ahí. Arrodillada entre sus piernas abiertas, el único contacto piel a piel, era el que tenía mi boca con su pene que asomaba desde la bragueta de su pantalón, con ambas manos tomaba ambas piernas de los pantalones, procurando no se retirara. No podía, esta recargado contra una cómoda, medio sentado, con las palmas de las manos apoyadas en el mueble. Su participación había sido simplemente mover la cintura hacia atrás y adelante, según la urgencia que yo provocaba. Un constante ronroneo que manifestaba su satisfacción, la respiración entrecortada y agitada para terminar con una eyaculación que provocaba gemidos contenidos de agrado, seguidos por el jadeo irregular según sorbiera, lamiera o mordiera su empapado y caliente pene que latía en mi boca. La adrenalina me apuraba hasta perder la noción del peligro que revestía la situación. En la habitación de al lado, en las de abajo, incluso en los balcones, estaba el resto de mi familia, mi marido entre ellos, en pleno festejo de año nuevo.
Así comenzaba mi año, este era mi primer festejo. Me puse de pie, mientras él se subía el cierre del pantalón, estiraba la camisa y ajustaba el cinturón. Me arregle la ropa, sacudí con las palmas de mis manos las rodillas de mi pantalón, suavemente con la lengua recorrí mis labios buscando residuos, mientras mi atención comenzaba a tomar control. Nos besamos suavemente en los labios y salimos de la habitación de mi hermana. El, por la puerta que daba al pasillo interior y la sala, yo, por el balcón que une todas las habitaciones y la sala en el piso superior, que permite ver la calle. Todo había ocurrido en cinco minutos. Allí estaban mi madre, mi abuela y quienes preferían ver los fuegos artificiales sin necesidad de salir a la calle, ni bajar las escaleras. Me les uní, al momento llegó Jorge. Nos dimos el beso de ¡Feliz Año Nuevo! El apoyo su mano en mi cintura, electrizante sensación, no por lo que sentía, si no por lo que acababa de ocurrir, aún me sentía acalorada y seguramente ruborizada, pero ya se sabe, soy pésima con el alcohol.
Esa mañana en nuestra casa, mientras repasábamos las cosas que debíamos llevar a la cena de fin de año, mi esposo, que no socializa fácilmente, pasaba revista en voz alta de quienes concurrirían, mis padres, mi abuela, mi hermana, mis tías y sus maridos, los chicos eran seis.
A mi padre no le gusta asar, aunque tiene en el patio una churrasquera muy bien dispuesta. La comida era abundante, todas las mujeres habían contribuido con algún plato, según mi madre iba indicando las necesidades. Yo llevaba ensalada de fruta. El asado es casi obligatorio en las reuniones familiares. La sorpresa fue encontrarnos con Jorge, su esposa y sus dos hijos. Mi padre lo había invitado con la intención que hiciera el asado. Algo de lo que Jorge su ufanaba. Me corrió un escalofrío cuando lo vi, se sintió agradable. Nos saludamos, mi marido desde que hicimos el negocio de la moto, lo encuentra más simpático. Saludamos a todos y nos dirigimos a la mesa que se había armado en el patio, en realidad dos mesas de comedor que permitían unos doce comensales, éramos más de quince contando los chicos. En la sala del segundo piso, mi madre había dispuesto de la mesa del comedor, mucho más formal y adornada con espíritu navideño. Los chicos habían ido arriba, les gustaba asomarse al balcón que abarcaba de punta a punta el ancho de la casa, uniendo la sala y los dormitorios, el de mis padres, el de mi hermana y otro que había sido el mío. Los dormitorios, internamente daban a un corredor que terminaba en la sala, donde estaba la escalera, en frente del de mis padres se encontraba el baño superior. El corredor interior finalizada en la sala pero en un punto ciego donde la estufa a leña, impedía ver hacia el pasillo interno, reforzando la intimidad.
Nos quedamos en el patio interno, en la mesa éramos mayoría mujeres. Los hombres estaban juntos cerca del fuego. Jorge me lanzaba miradas cargadas de intención y yo procuraba evitarlas, sentía calor en lo que suponía era su mirada sobre mí.
Para las once de la noche ya habíamos agotado los temas familiares y de trabajo, el asado estaba pronto, había que distribuirse en las mesas. Me senté de espaldas a la pared, desde donde podía tener panorama de todo el patio, incluso el garaje y las escaleras. Mi padre y Jorge comenzaron a servir, mi marido estaba en la punta más alejada, con mi hija y mi mamá. Mientras comíamos, Jorge iba y venía hasta la parrilla y mi padre acarreaba las bebidas desde la cocina. Yo observaba atenta y Jorge no paraba de tratar de encontrar nuestras miradas. A mi izquierda se sentaba uno de sus hijos y luego su mujer, yo era la última en un lugar que no permitía pasar por detrás. Entonces se acercó a su hijo, quedando a mi lado, se inclinó para decirle algo, cuando sentí su mano en mi espalda y deslizándose hacia abajo, me puse tensa, esperando se retirara, siguió hablando con su hijo, la cabeza volteada hacia el otro lado, pero su mano se había ya metido entre mi ropa y mi cola, sin pudor alguno, se inclinó más y volteando hacia mi lado me preguntó; - ¿Cómo está el asado? Mientras deslizaba más abajo su mano y el dedo mayor habría mis nalgas buscando el ano, a pesar de los nervios me mantuve la tranquilidad, buscando ver las caras de los demás, era inquietante, me incliné hacia adelante y pretendiendo acomodarme me incorporé apenas, eso fue suficiente para que situara su dedo presionando mi ano, era estimulante. Increíblemente, me serené y miré uno a uno en una rápida recorrida a todos los comensales, nadie percibía nada, ni siquiera prestaban atención. Mi marido comentaba no sé qué cosa de trabajo con mi padre, los demás comían e intercambiaban comentarios. Jorge ya había introducido la punta del dedo y presionaba hacia arriba. Sin sacar la mano izquierda del hombro de su hijo, presiono más con la derecha, haciendo que levantara la cola de la silla, aunque imperceptible alcanzó para que lograra introducir más de la mitad del dedo en mi cola. Me sonreí, no solo por la sensación de satisfacción. Mucho mejor era la sensación que recorría todo mi cuerpo, provocada por ese sentimiento de ilegalidad por lo que estaba ocurriendo.
- ¿Y los postres? ¡¿para cuándo?!, preguntaban, casi al unísono mis padres. Me levanté, a todo esto Jorge estaba en otra punta de la mesa comiendo, me dirigí a la cocina. Enseguida llegó mamá a ayudarme y mi hermana, había varios postres además de mi ensalada de frutas, uno era un torta con mucho merengue. Servía los potes con ensalada y mi hermana los repartía en la mesa, mi madre cortaba la torta y la colocaba en porciones en pequeños platos de postre. – ¡Vengan a buscar! Dijo, asomándose a la puerta de la cocina. Inmediatamente acudieron los interesados. Jorge parado detrás mío, elogiaba la torta y se recargaba sobre mí.
– Andá al baño. Me dijo.
Volví a la mesa y mientras comía mi ensalada de frutas, pensaba que hacer. Era una verdadera locura, pero la adrenalina que corría dentro de mí, era bien excitante. Pensé: el baño de abajo está muy accesible, era peligroso pero a la vez no despertaría sospechas que estuviéramos en los alrededores. El de arriba era más discreto.
Faltaban unos minutos para la medianoche, para el nuevo año. Me dirigí al piso superior luego de evaluar que la mayoría se quedaría abajo. Además estaban bebiendo copiosamente. Invité a mi abuela a subir a la terraza, en realidad a la mesa que estaba esperando con los pandulces, los turrones y demás. La abuela aceptó contenta, la escalera le costaba. Sabía que mi marido no me acompañaría si iba con mi abuela. Pero se sumó mamá. Subimos y mientras nos acomodábamos en la mesa, me dirigí al borde de la escalera, ví hacia el patio y Jorge caminaba hacia la escalera.
Me senté en la silla más cerca del balcón, casi de espaldas a la calle, ví cuando Jorge pasó hacia el pasillo que conducía al baño. Me puse de pie y salí al balcón. Observe que no me miraran, volví a entrar y pretendiendo bajar, rápidamente me fui por el corredor. Llegué al baño y Jorge me abrazó fuertemente y me besó, esperá le dije, volví a salir, nadie estaba en el pasillo. Volví a entrar y le dije, dame un momento y seguime al cuarto del medio.
El cuarto de mi hermana quedaba entre el de mis padres y el que había sido mío. Elegí ese porque me pareció que podía ir hacia los dos lados si alguien aparecía. Entre al cuarto e inmediatamente me dirigí a la puerta ventana que comunicaba con el balcón, quería despejar las vías de escape. La abrí un poco y la deje así. Cuando estaba en eso, sentí que desde atrás me tocaban. Jorge me abrazaba y presionaba mis senos mientras besaba mi cuello y orejas. Era un manojo de nervios, pero esas caricias me tranquilizaron, me dio vuelta nos besamos, quiso bajarme el pantalón mientras desprendía el suyo. Lo detuve. Bajé su cierre y me arrodillé entre sus piernas mientras lo empujaba obligándolo a recostarse, al encontrar donde apoyarse se quedó quieto, bajé el slip y apareció de un salto su hermoso pene, brillaba de húmedo, se veía delicioso… ya saben que pasó después.