necronomicon78
Bovino maduro
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Reunión familiar anual, sábado, 4 de la tarde, calor y humadad. Erección… corazón lleno. Junto a la alberca, contemplando el espectáculo que es mi prima Anita. Risa casi infantil, tierna y profunda. Cuerpo ya perfectamente formado. Senos más bien pequeños, casi puntiagudos queriendo asomarse por arriba del top. Pezoncitos apenas perceptibles bajo la tela mojada. Abdomen perfectamente plano y cintura delgada. Glúteos firmes y redonditos, muslos bien torneados, y piernas largas… un poema, vamos.
Y conste que Anita siempre ha sido mucho más que una carita angelical, y ahora además un cuerpecito delicioso... mucho más.
***
Capítulo I
Tenemos la tradición de hacer una gran reunión familiar al final de cada verano. Todos los primos, tíos y sobrinos, unos 70 en total, nos reunimos en un centro vacacional rentado en exclusiva –o casi- para nosotros. La fecha es esperada, pues es momento de revivir aventuras pasadas, de actualizarnos sobre lo que han hecho los demás en el último año, de compartir con los primos, de jugar y de agasajarnos. Realmente la pasamos bien, creo que somos una familia muy unida. Para mí, además de todo esto, tiene el enorme aliciente de que me encuentro con quien es mi amor platónico desde los doce años. … Pero la historia va aún más atrás.
Desde pequeñitos mi prima Anita y yo jugábamos mucho, generalmente solos cuando, siendo ella hija única, mis tíos y ella nos visitaban en la casa para quedarse unos días. Yo veía llegar a esa niña tan linda que me hacía sentir tan bien. Nos veíamos apenas unas cuantas veces al año, pues la distancia entre la ciudad donde nosotros vivíamos y la de ellos implicaba un viaje en toda forma. Sin embargo, mi tío llevaba una muy buena relación con mis padres y se divertían mucho platicando, dejando así que Anni y yo jugáramos solos sin que nos prestaran ninguna atención. Jugar con ella era siempre divertido, pues tiene un carácter muy alegre y mucha imaginación, además de ser de presencia muy agradable: delgada, rasgos finos, ojos claros, cabello castaño y su sonrisa… su eterna sonrisa entre juguetona y coqueta. Todo ello rematado con una voz suave, melodiosa y muy dulce. La verdad es que mi nombre nunca me ha gustado mucho, sin embargo se escucha bien cuando es en la voz de Anni:
- te toca a ti, Garo - gracias, Garo.
Jugábamos a toda clase de juegos, a veces era con mis soldaditos y mis carritos, otras eran con sus muñecas y su juego de té. Ocasionalmente algún jueguito electrónico o de la computadora, aunque eso realmente no era lo nuestro, no cuando estábamos juntos, pues el tiempo era escaso y pasaba volando, había que aprovecharlo.
Desde antes que llegaran, para mi era gran emoción el saber que vendrían. Contaba los días y las horas Algunos juegos podían ser un poco más físicos, por ejemplo, recuerdo cuando jugábamos “al robot”. En ese juego –inventado por nosotros- quien hacía de esperando poder jugar como mi prima… y abrazarla… y olerla? -extraño, pero en fin-.
Cuando llegaban, era todo el tiempo prestarle atención; decirle que qué bueno que estuviera aquí, que me daba mucho gusto verla y… que los quería mucho –a ella y a mi tío , se entiende. Mientreas estaba en a casa, la abrazaba por delante, por detrás, le tomaba la mano, le toma el brazo, me acercaba a disfrutar de su aroma.
Me encantaba que jugáramos juntos, y algunos de los juegos eran un poco más físicos, recuerdo jugar por ejemplo, a “los robots” Este juego consistía en que uno de nosotros era el “robot”, que caminaba hacia el otro – sin detenerse pues no tenía “ freno”-, lo empujaba con el cuerpo –no se valía usar las manos- hasta llevarlo a donde quería. Así era que entonces era perseguir, empujar y presionar. Era repegar mi cuerpo contra su frente, su costado o su trasero y empujarla por media casa. Ese podía ser el fin del juego: llevar al otro a empujones de estómago y pecho hasta, por ejemplo, la cocina o al cuarto de visitas. El otro fin alternativo –frecuente- era que el perseguido terminara sometiendo al robot, pues si lograba tirarlo al piso, como no podía usar las manos, bastaba subirse arriba de él, a veces sentado sobre el robot, a veces acostado y usando las manos para que no pudiera moverse.
Este último juego – y algunos otros- que involucraban estrecho contacto físico, teníamos que jugarlos al menos un par de veces en cada visita. A mí me gustaba la tensión que generaban y el calorcito del cuerpo de mi prima contra el mío. Aunque yo dijera lo contrario, me encantaba que se subiera sobre mí para “someterme”: Generalmente yo me ponía boca arriba y ella se sentaba –bueno, así era- entre mi abdomen y mis piernas. Esa sensación yo la disfrutaba mucho, pues como no podía usar las manos, para tratar de quitármela de encima tenía que tratar de impulsar su traserito con mi pelvis –vaya con el jueguito infantil-. Otro posible final para rematar era hacernos cosquillas, que quienes lo hayan experimentado sabrán, que terminaban en, además de risas, un buen repasón de cuerpo con las manos, produciendo una cierta excitación sudorosa. Me encantaba… y por lo que veía en su mirada, a ella más que le agradaba. Tengo muy claro que me extrañaba que mi pequeño miembro se “pusiera tieso” jugando así con Anita. Yo la buscaba, la conseguía y la disfrutaba. Era muy rico cómo el calorcito de su cuerpecito pasaba al mío a través de ese pedacito de dureza.
También supongo tenía ella conciencia de lo que era la coquetería, su ropa solía ser muy ligera y hacía uso del contacto físico más allá del apretón de manos. Me gustaba ver sus piernitas bajo sus vestiditos cortos y sin mangas. Tenía una mirada penetrante y sus movimientos –no podría describirlos ahora- me parecían sexy’s. Contemplarla era querer abrazarla, aún más: apachurrarla. De alguna manera –infantil- yo pensaba que tenía que ser mía, sólo mía. Cuando usaba jeans, ajustaditos, sus nalguitas redonditas llamaban poderosamente mi atención, era cuando entonces la abrazaba desde atrás iniciando algún juego inventado en ese momento y obteniendo una erección con e contacto y a presión. También recuerdo en varias ocasiones yo acariciando sus hombros desnudos o incluso sus rodillas y muslos por alguna razón –ahora no se si pretexto- de otro de nuestros jueguitos. Otras veces era yo quien, nuevamente por el juego, me despojaba de mi camisa y Anita frotaba mi espalda o mi pecho; particularmente, la recuerdo jugando con mis tetillas, sobando y pellizcándolas suavemente, y yo con la piel chinita por la sensación tan agradable y buscando formas de prolongar la exploración todo lo posible. La ocasión más extrema quizá, fue cuando yo quedé, en un juego, por una serie de instrucciones que debían ser obedecidas, en calzoncillos. Anita me hizo acostar boca abajo y auscultó toda mi parte posterior. En la masajeada –o su equivalente- de glúteos me provocó excitación que se hubiera notado de estar yo boca arriba. Después de volverme a vestir, intenté reciprocar el juego para que ella quedara en ropa interior y yo poder recorrer su cuerpo –realmente tenía ganas- pero no pude convencerla –en fin-, me quedé con las ganas.
Por supuesto que algunos de esos momentos infantiles podían ser amargos, o más bien de un amargo dulce, si puede valerse la expresión. Recuerdo cuando una vez estando los dos en casa Anita –de las pocas que yo iba, pues su casa era siempre un desorden emocional y mi mamá no era afecta a visitarnos- su mamá, mi tía Bertha, regañó a mi prima, pensé yo, horrible e injustamente. Cuando el regaño y los gritos hubieron terminado, Anita se acercó a mí, me miró con esos ojazos tiernos, vidriados por el inminente llanto:
- Garo. –y corrió hacia mí
Mientras yo extendía mis brazos:
- Ven aquí.
Me abrazó tierna pero fuertemente. Pegó su mejilla contra mi hombro En ese instante supe que la protegería toda mi vida. Que yo sería su caballero cuando necesitara un hombro, un brazo, una mano. Me percaté además que su cabello olía como a flor de manzanilla; y mientras me abrazaba, yo me deleitaba olisqueando con mi nariz revolviéndole su cabello. El aroma era de alguna manera embriagador. No suena razonable, pero aún con esa corta edad, asentí a los impulsos de besar su cabello y acariciar su espalda sobre su blusa y con mucho más suavidad su cuello desnudo, con mis manos y con mi nariz. Ella por su parte estrechaba su cuerpecito contra el mío, como si nunca me fuera a dejar ir. No se cuanto tiempo pasó, pero estuvimos abrazados y pegaditos media eternidad. Esa vez vaya que me excité, recuerdo que tuve que convertir el abrazo frontal en uno un poco lateral para que no notara mi erección. Disfruté enormemente el contacto de su pecho con el mío y sus manos apretando mi espalda mientras yo acariciaba la suya. Me pareció que entre mis brazos, en un momento, mientras me estrechaba fuertemente y sentía mis caricias alocadas, todo su cuerpo se estremeció:
- lo bueno es que te tengo a ti Garo, gracias. Es genial.
- claro, y siempre me tendrás Anita, siempre
completó:
- me llevarías a vivir contigo?
- claro que sí.
Aunque estaba convencido que sería capaz de llevarla conmigo, tragué saliva al comprender que el único sitio que yo tenía era mi casa, o sea la casa de mis padres y titubeé acerca de que ellos estuvieran de acuerdo en que ella viviera con nosotros. Pero sentí alivio en pensar que eso no ocurriría, que simplemente lo de ella y su madre era un enojo pasajero como los miles anteriores y que ahora tocaba la fortuna de que yo estuviera cerca. Sin embargo, ese día, de alguna forma, entre los dos sellamos el vínculo de que estaríamos el uno por el otro por siempre. Mirando el horizonte pensé… cuando seamos grandes.
Capitulo II
Durante los meses siguientes, las visitas de Anita a mi casa se hicieron más frecuentes. Empezaba yo a intuir que la situación entre sus padres no funcionaba bien, pues solamente su padre, mi tío Carlos, venía con mi prima a visitar. El permanecía sólo un día, a veces una sola tarde, y dejaba a su hija en nuestra casa todo el fin de semana. Yo notaba la tristeza de Anita, sin embargo, cuando nos sumíamos en nuestros juegos su carácter alegre florecía nuevamente. Las horas se hacían minutos y se llegaba la hora de la merienda. Mi madre nos daba de cenar y terminando nos decía, es hora de lavarse los dientes e irse a la cama. Antes de partir, Anita me sonreía y decía cosas como:
- gracias primo, mañana seguiremos el juego. O mejor: - Eres súper!, Garo.
No he platicado sobre mi familia, diré que mis padres se llevan bien, tienen una situación económica, creo yo, desahogada, pero sin lujos. La casa es grande y tenemos siempre una recámara para visitas, donde se quedaba mi tío Carlos y Anita. Si mi tío no se quedaba, mi madre le preparaba la cama a mi prima en ese cuarto. Recuerdo haberle preguntado en varias ocasiones a mi madre:
- ¿se puede quedar Anita conmigo?, los dos cabemos en mi cama
Mi madre nunca accedió, me decía cosas como que Anita estaría más cómoda en su propia cama y en su cuarto, que las niñas necesitaban privacidad, y que ultimadamente no estaba bien que durmiéramos en la misma cama, que cuando fuera más grande yo lo entendería.
Hasta este momento, ya he dicho que para mí Anita sería la doncella a la que yo protegería: yo era su caballero armado, pero no –todavía- su príncipe azul. Quisa nuestro destino que eso empezara a cambiar en la primera noche de una de sus visitas. Recuerdo estaba yo terminando –y ella también- el sexto grado. El sentimiento por mi prima habría de tomar una nueva dimensión, para ser mucho más completo, de alguna manera menos tierno y más intenso.
Era un viernes por la tarde cuando mi tío Carlos llegó con Anita. Saludaron a mis padres, mi tío charló un poco con ellos, parecía un poco agitado; algo raro en él, pues cuando estaba en nuestra casa solía ser muy relajado, evidentemente más que en la suya. En cuanto a mí, me dio, como siempre, muchísimo gusto, y tan sólo vernos con mi prima preferida, fue abrazarnos; yo con una gran sonrisa, Anita casi hasta el llanto:
- le dije a mi papá que me trajera
- que bueno, me alegro. –dije
Mi tío Carlos se dirigió a mí:
- Garo, tu prima me dijo que le haría bien platicar contigo. Yo no puedo quedarme, vendré por ella el domingo.
- Sí tío, yo la cuidaré.
Todos sonrieron, aunque yo no le vi la gracia. Mientras mis padres se despedían de mi tío, Anita y yo nos metimos a la casa. Aunque estaba visiblemente afectada, me fue imposible no darme cuenta de sus pantalones de gabardina delgada color blanco, entallados, a través de los cuales se traslucían unos calzoncitos blancos también más bien pequeños. Su playerita era a rayas y muy ajustada al cuerpo; sus curvas eran perfectamente distinguibles, dos montañitas a frente, un valle abajo y dos estrechas líneas que entornaban su frágil cintura. Era pues un angelito muy llamativo que me causaba inquietud en mi nobleza. Inmediatamente imaginé su calorcito… sabía que si me repegaba a ella desde atrás, podría sentirla, alcanzar esa dureza de mi cuerpo que tanto placer me causaba con ella…
Anita me tomó de la mano y la apretaba con suavidad. La calidez de su manita en la mía me hizo recordar mi promesa de protegerla, y yo ya me sentía para ese entonces, un hombre para hacerlo. La llevé a mi cuarto y nos sentamos en mi cama, yo estaba convencido de que yo ya era el hombre que podía resolver todos los problemas de mi prima:
- ¿Qué me querías decir? ¿Qué pasa?
- Nada… bueno, no mucho, pero después te platico, después de cenar.
- Pero, ¿estás bien?
- Mmsí, más o menos… pero no te preocupes
Claro que estaba preocupado, aunque me sentía en control de la situación, incluso le tenía pasado el brazo sobre su hombro. En un momento, Anita volteó a verme. Nuestras miradas se encontraron, fue decirnos muchas cosas con la mirada. Estábamos quizá a escasos15 centímetros uno del otro, me pareció que bajó la mirada para ver mi boca –hasta entonces yo no tenía la distinción entre boca y labios, pero bueno-. No se bien porqué, pero sentí un repentino desasosiego; desvié la mirada, mi pulso se aceleró, por un momento me puse un poco nervioso. –Nervioso con Anita? – imposible, pensé. ¿Qué tenía mi boca? Lo cierto es que sentí calor, le propuse que fuéramos a tomar algo a la cocina, y así pude volver a ser yo.
La cena transcurrió sin mucha novedad, Anita tenía hambre y mi mamá se esmeró en preparar algo sabroso. Terminada la cena, mi mamá dijo, como siempre:
- hijos, hora de irse a dormir
- pero mamá, -dije, - queríamos platicar con Anita.
- Será mañana, -dijo mi madre. –Seguro puede esperar a mañana, ¿no Anita?
Mi prima hizo un gesto nada convincente, al cual mi madre no prestó atención. De manera que todo dicho, se fue cada quien a su cuarto. Yo me quedé un poco molesto por la negativa de mamá y apenado por no poder escuchar a Anita, que era obvio que estaba inquieta.
Estaba yo en mi cuarto, acostado, ya con a luz apagada y cerca de dormirme, cuando se abrió sin hacer ruido la puerta de mi habitación. Escuche la voz dulce de Anita:
- Garo, ya te dormiste?
- No, pasa.
Mi prima se acercó y se sentó en la cama junto a mí. Yo ya iba a hacer lo mismo, pero me di cuenta que estaba solo en bóxers. No sabía que hacer, quedarme acostado era rudo como no queriendo atender a mi prima; pero levantarme era quedar en ropa interior. Opté por permanecer acostado, pero dije rápidamente para no parecer descortés:
- ¿Que pasa Anita? ¿De que querías hablarme?
- Tantas cosas Garo.
- ¿estás bien?
- Ja, si muy bien, demasiado bien dirían algunas
- ¿cómo es eso?
- Verás. –me dijo. –vamos por el principio. Mis padres se están separando, lo cual por cierto ya era hora. El problema, ya sabes, será que quien se queda con la casa… que pasará conmigo. Si al menos ya pudiera manejar y vivir sola… pero apenas entrando a secundaria… bueno, me faltan varios años.
Anita me siguió platicando sobre los pleitos en su casa y su deseo de no vivir con su madre. Pero en esa solución, quedarse con su padre, era que mi tío Carlos estaba casi todo el día fuera de su casa y viajaba con frecuencia y en ocasiones un viaje podía durar varias semanas, todo por motivos de su trabajo.
Mientras esto decía, yo seguía acostado bajo las sábanas. Anita se fue reclinando poco a poco, quizá por el cansancio y para poder hablar en voz más baja. Hasta que estuvo acostada junto a mí:
- Primo, y ése no es mi único problema. También está Mauricio
- ¿Mauricio? ¿Cuál Mauricio?.- Mi voz seguramente sonó entre desconcertada y molesta. -¿Quién es Mauricio?. –Repetí.
- Mauricio era mi novio –dijo, y después continuó con un hilo de voz que se fue haciendo casi imperceptible: - ya llevábamos 8 meses
- ¡ocho meses!... y ¿porqué no me dijiste?!... nos vimos en Diciembre!. –seguro soné más molesto que desconcertado
- No sé… pensé que te ibas a molestar… no quería que te enojaras conmigo. Mauricio es compañero de la escuela, bueno, un poco más grande porque ya va en primero de secundaria. Era lindo… me gustaba.
Yo no decía nada. Por supuesto estaba molesto, más bien celoso de ese Mauricio. Era yo quien protegía a mi prima, yo debía ser el único hombre en su vida ¿no? Además ¿no yo la conocía desde antes… y la quería más?. Permanecía callado.
- no te enojes Garo, por eso vine a decirte, además, ya lo terminé
- ¿En serio? –dije con voz mucho más amable
Mientras hablaba, Anita me puso una mano encima. El cuarto estaba muy oscuro, pues no prendimos la luz para no ser descubiertos por mis padres. Su mano cayó en mi abdomen… justo debajo de mi ombligo. Movió un poco su manita, como acariciando. Yo me congelé. Por supuesto que pensé inmediatamente lo cerca que estaba mi miembro de la mano de mi prima. Mi visión de la situación cambió inmediatamente, de estar charlando sobre los problemas y las preocupaciones de mi prima, pasó a la expectativa de que si movía más su mano podía tocar mi miembro. Pasé de un estado de entendimiento a un estado de agitación, casi nerviosismo, vaya.
- Verás. -continuó como si nada estuviera pasando.- Con Mauricio ya no me estaban gustando las cosas, -dijo para felicidad mía, -sentía que algo no cuadraba. Algunas veces nos dimos besos, de esos rápidos. El quería más…
Mi prima hizo una pausa, yo había vuelto a la conversación con esta última frase. Necesitaba saber que había hecho mi Anita. Por un momento me atormentó el pensar que había entregado todo.
- ¿más?. –dije tratando de hacerlo con la voz más serena e indiferente posible
- Sí, ya sabes… besos de lengüita
- Oh!
Nuevamente el silencio. Se veía que mi prima estaba avergonzada, y me dio pena, porque sabía que su vergüenza era por mí. Me dio la impresión que Anita iba llorar, así que intenté pasarle el brazo, por debajo de su cabeza y posarlo sobre su hombro. La jalé hacia mí. Ella no se sorprendió, al contrario, se acercó a mí y recargó su cabeza en mi hombro.
Así estuvimos largo tiempo, callados, acostados uno junto al otro, ambos mirando al techo oscuro de mi habitación. Yo acariciaba levemente su hombro, ella ocasionalmente movía su mano y acariciaba la parte baja de mi abdomen hasta mi cadera, del lado que estaba próxima hacia ella. El ambiente en mi cama parecía sereno, sin embargo, creo que los dos sabíamos que faltaba algo. Finalmente dijo:
- No quería besarlo de lengüita porque pensé que te ibas a enojar.
- ¿yo?. - largo silencio otra vez. Era evidente que Anita quería decir algo que necesitaba salir, pero yo tenía miedo de que no fuera lo que yo pensaba, así que también callé.
- Sí, - dijo vacilante, nuevamente con un hilillo de voz: - pensé que… quizá sería mejor contigo… bueno… me daría menos pena…. Y no se….
Wow! Mi corazón se llenó de emoción y atraje aún más a mi prima hacia mí, bajé un poco mi cara y levemente posé mis labios sobre su frente. Creo que besé un poco, o más bien acaricié su frente con mis labios. Otra vez su aroma exquisito, que atraía como un poderoso imán. Después se dio el más mágico de los momentos: sentí que Anita levantaba su vista hacia mí, pero fue más bien que sus labios se acercaron lentamente a los míos. Podía escuchar su respiración y sentir su aliento cálido en mis labios… cada vez más. Yo no sabía que hacer… ¿acaso debía besarla? ¿o esperar a que me besara? ¿o era yo un pasado que estaba imaginando cosas prohibidas?... en este tormento mental estaba cuando de dio por fin: nuestros labios se encontraron en apenas un roce. Un rayo de corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo. Mis dudas desaparecieron, la atraje con más fuerza hacia mí. Los dos nos giramos de manera que ya estábamos de frente. Pasé mi otro brazo sobre ella, lo puse en su espalda, la atraje y nuestros labios se encontraron más francamente, después se presionaron y empezaron a moverse. ¡Qué delicia de beso! Nuestros labios se acariciaron largo tiempo, secos, se sentían secos. La humedad llegó de una de las lenguas, después de la otra. Abracé con más fuerza a mi prima, nuestras lenguas se encontraban y acariciaban tímidamente en un extasiante momento de dulzor. Me dí cuenta que sus pechitos se oprimían contra mí, por primera vez los sentí. Las puntitas de sus pechos, sus pezoncitos rozaban mi pecho y se sentían al mismo tiempo duritos y calientes. Su camisón debió ser delgado, al frotar su espalda con mis manos a través de él, su piel se sentía tibia y tersa.
Nos abrazamos más y más, ambos acariciábamos nuestras espaldas y nuestros cuerpos se pegaban más, yo ya levantaba un poco su camisón, no estaba pensando, me estaba… lo notó.
Anita pareció hacerse súbitamente hacia atrás, dejó de acariciar mi espalda y también retiró sus labios de los míos. Fue entonces que hice consiente: mi pene completamente erecto, caliente, estaba empujando su bajo vientre. Sus muslos estaban a cada lado, alcancé a sentir el roce y el calor de sus muslos alrededor de mi glande. También hice consiente que me estaba gustando muchísimo y que quería más, mucho más.
Aunque quería seguir besándola de una forma más intensa todavía, también me asusté; rápidamente, aunque con esfuerzo, hice mis caderas hacia atrás, y sólo atiné a balbucear:
- Perdón…
Anita no dijo nada, permaneció inmóvil un momento y dijo:
- creo que es mejor que me vaya, ya se hizo tarde.
No atiné a detenerla, ni siquiera a decir nada. Me dolía que se fuera. Pero en ese momento, me recriminé el haberme excitado y presionar mi pelvis a su cuerpo, aunque no podía reprochármelo del todo… me había gustado y habría querido que se prolongara… más bien si hubiera ido más despacio y sido más discreto, todavía tendría las piernitas de mi prima masajeado de tan deliciosa manera mi…. bueno, pero no fue. Quizá, pensé, se habría ido molesta…
Capítulo III
Pasaron dos años más antes de que los padres de Anita se separaran. Mi tía se quedó con la casa y mi tío con Anita. Creo que fue un buen arreglo. Ellos nos seguían visitando. En ese tiempo nunca volvimos a besarnos ni a abrazarnos en la cama. Los besos eran de primos y los abrazos… bueno, esos sí eran más prolongados y más estrechos que de primos normales. Yo seguía aspirando el aroma de su cabello y su cuello, y bueno, sí, con ello alguna vez obtuve una erección. Creo que ella lo notaba, y seguramente no le molestaba, pues se dejaba hacer, incluso me parece que acercaba su cuerpo al mío, aunque nunca me acarició activamente, era yo quien pasaba mis manos por su espalda y sus hombros. Ya no era raro que como sin darle importancia, yo la abrazara desde atrás y recargara mi pelvis en su traserito, como decía, mi erección era casi instantánea. Así podíamos permanecer un rato, no era raro que nos balanceáramos un poco para acrecentar la tentación. Cuando estábamos así, generalmente ella no hablaba, no se muy bien porqué.
Platicábamos mucho, de la escuela, sus amigas, sus intereses, películas, sus clases de pintura y de francés. Curiosamente –o quizá no tanto- estaba sobreentendido que ella no tendría novio –ni yo novia-. Parecía que se había establecido un acuerdo de exclusividad, algo así como que si iba a haber besos, sería entre nosotros.
El tercer capítulo de nuestra relación se forjó en el verano en el que terminamos tercero de secundaria. Mi tío Carlos habría de viajar 7 semanas a China, Anita se quedaba con nosotros. Cuando lo supe, además del gusto natural, tuve oportunidad de contarme este razonamiento: Anita y yo no habíamos tenido una relación más personal porque vivimos en ciudades diferentes, y es muy difícil llevarla en esas circunstancias; pero ahora que viviremos en la misma ciudad, se nos permite intimar un poco más… digamos, por ejemplo, como una pareja.
Ya no era hora de mentirme: Anita tenía un cuerpito delicioso que me quitaba el hipo. Su calorcito corporal casi sin excepción me causaba excitaciones visibles. Finalmente, yo no me veía con ninguna mujer que no fuera Anita… peeeroooo… era mi prima, y sobretodo no sabía si ella pensaría de la misma forma: y más viviendo bajo el mismo techo, pues eso nos haría más hermanos que primos. Nooo, quizá lo mejor era seguir con nuestra buena relación de primos. Bueno… ya veríamos lo que pasaría. Mientras tanto yo, para esa edad obviamente, pasaba buenas calenturas imaginando a Anita, y con un poco de pena debo confesar: teniendo a Anita. La verdad la imaginaba nuevamente, como hacía tres años, en mi cama, pero esta vez yo no retrocedería al tener mi pene entre sus piernas. Al contrario, pensaba que ese sería el momento de ir hasta el fondo… bueno… literalmente.
Cuando Anita llegó a instalarse a la casa, en lugar de mi habitual salir corriendo a abrazarla, la saludé cortésmente con un simple beso en a mejilla y ofrecí subir su equipaje. No se si sería por no parecer demasiado obvio o si en el fondo me asustaba un posible rechazo de mi prima, que no puedo decir menos que sería devastador. Pero eran casi dos meses; tendría todo el tiempo para hacer ese abrazo lento por atrás, por adelante, en la sala cuando estuviéramos solos, en la cama…. Ehh!... bueno todo eso pensaba…
Ese primer fin de semana transcurrió normal, como si mi prima y yo fuéramos hermanos. Mi madre le prestaba todo tipo de atenciones, pensando probablemente que mi prima podría sentirse triste. Sin embargo, Anita parecía todo menos triste; en todo caso, eso sí, un poco distraída para mi gusto. Yo hubiera preferido que ella estuviera solícita conmigo, pero no. El Domingo fuimos a comer fuera y a misa, las conversaciones eran lentas y anodinas. Me asustó el pensar que tendría que estar atendiendo a mi prima en esas condiciones todo el tiempo. Pero otra posibilidad era hacer vida normal con mis amigos, claro que para ello tendría que llevar a Anni, porque ella no conocía a nadie en la ciudad, pues cada vez que venía de visita nos quedábamos encerrados todo el tiempo.
Siguiente con estos planes, el lunes quedamos de ir a comer y luego al cine con dos de mis amigos, Erick y Rodrigo, y Anita. Desde el momento en que Erik vio a mi prima, se notó que quedó impresionado. Toda la tarde fue estar, Erick y yo, compitiendo por la atención de Anita. Yo claro, con cierta ventaja, aprovechaba para ocasionalmente pasarle el brazo o tomarle la mano. Ella recibía estas familiaridades mías con toda naturalidad, me encantó que ella aceptara –o al menos eso quería pensar yo- que yo la tratara como si fuera mi novia. Bueno, es cierto que esa tarde no la besé enfrente de mis amigos, por supuesto, aunque me hubiera encantado. Supongo que no quería arriesgarme a que ella me bateara, y la verdad, menos frente a mis amigos. Este episodio me sirvió para darme cuenta de que mi prima sería codiciadísima en la ciudad y con mis amigos, y que yo tendría que aplicarme si no quería perderla.
Por la noche le preparé la cena y me ofrecí a lavar los platos. Mi madre estaba encantada y Anita parecía que me miraba con orgullo.
- ¿cómo les fue hoy en el cine?. –preguntó mi madre. -¿Qué tal estuvo a película?
- Muy bien tía, los amigos de Garo son buena onda. La peli no estuvo mal.
- Sí, y Erick no le quitaba la vista a Anita; creo que ni la película vio.
Los tres nos reímos. Y le dije a Anita en voz baja:
- Así que lo eliminamos de la lista. Que ni piense.
Anita sonrió enigmáticamente, como preguntando qué quería yo decir con eso o porqué. Yo simplemente voltee para otro lado y cambié de tema. Más tarde nos sentamos a ver televisión y me senté al lado de mi prima en el mismo sofá. Ella se recargó en mí y yo empecé a acariciar su cabello mientras veíamos una película romántica. Mis padres se fueron a dormir y nos quedamos los dos ahí acurrucados.
- Garo, ya me está dando sueño
- ¡Cómo! –dije en tono de broma: - ¿y me vas a dejar aquí plantado?
Y para hacer énfasis, jugueteando, la sujeté con los dos brazos como reteniéndola, y la jalé hacia a mí…de repente: ¡otra vez ese aroma de Anita!, me perturbaba, no me dejaba pensar bien. Acerqué mi nariz a su cuello:
- Que rico hueles!
- ¿de verdad?
- Claro! Me encanta!
Entonces clavé mi nariz en su cuello y lo empecé a olisquear mientas frotaba mi nariz por su cuello, su orejita y la parte de atrás del cuello. ¡que aroma delicioso!... y más excitante. Noté que me vino una erección. Quería besar a mi prima, así sin más, sin decir nada, rocé mis labios en su cuello. Mis labios se paseaban por todo el cuellito de mi prima, la excitación me hizo atreverme a más y llegaba desde la nuca hasta a barbilla. Al llegar ahí como que besaba, primero disimuladamente, con suavidad. Mas bien mordisqueaba con mis labios. Se notaba que Anita estaba también impresionada, no decía nada, pero si contraía su cuello y me aprisionaba entre su cabeza y hombro. Sentía sus vellitos crispados al roce de mis labios. Era una tensión deliciosa que me impulsaba a seguir, cada vez más audaz. Yo sentí como Anita se estremecía y hacia levísimos ruiditos con la boca, sin abrirla. Mis manos se empezaron también a mover; empecé a acariciar sus brazos, sus hombros. Me atrevía a más y acaricié su estomaguito, subía un poco más. Ella seguramente se excitó también y en un momento se volteó más hacia mí y también me abrazó, acercó sus labios a los míos hasta que hicieron un leve contacto. ¡Era el paraíso! Nuestros labios empezaron a acariciarse y pronto se dieron un beso, y luego dos, y luego tres…
Yo no podía –ni quería- parar. Mis manos subieron más. Primero tímidamente, se pasearon alrededor de los senos de Anita, sin tocarlos; daban vueltas y acariciaban entre ellos, por la mitad del pecho, sin atreverse a más. Su respiración la noté agitada, ella ya estaba presionando fuertemente su cuerpo al mío. Los besos eran deliciosamente húmedos. Anita ya no aguantó más y tomó una de mis manos y la colocó francamente en uno de sus senos. ¡wow! Masajeé con frucción, después casi con desesperación: se sentían suaves pero firmes, justo del tamaño de mis manos, podía sentir los bordes del bra, que pensé en arrancar para sentir la piel. Metí mi mano por el escote y abarqué los senos por encima del bra, sin dejar de acariciar con decisión. Tímidamente al principio, deslicé uno y luego dos dedos por debajo de la tela del bra. Llegó el resto de la mano y sentí en toda la palma su tibieza: indescriptible!¡ohhh! las areolas eran súper suaves, los pezoncitos duros, yo acariciaba, mi respiración estaba desbocada, la suya también, sentía sus manos clavadas en mi espalda, atrayéndome hacia ella como si quisiera que nuestros dos cuerpos ocuparan un mismo espacio… se sentía el calor, el olor, la excitación, los jadeos, las lenguas entrelazadas… fue demasiado: su cuerpo se tensó, se estremeció hasta temblar; mi virilidad también se tensó y descargué en la ropa la excitación desbordada. Nos miramos a los ojos, sorprendidos los dos de la reacción de nuestros cuerpos. No sabíamos que decir, que hacer… Relajamiento, permanecimos juntos, aflojando lentamente el abrazo, cada vez más, hasta que casi soltamos.
- ohh! Anitaaaaaa… -murmuré.
- Garo… ¿sentiste?.
- Mmm mmm!
Estuvimos un rato más así, uno junto al otro, apenas en contacto físico, pero abarcando todo el universo. La laxitud se apoderó de los dos. Ella se adormiló… luego medio despertó:
- Ya me voy a acostar primo
- Mmm mmm. –asentí.
Se levantó y me quedé sentado mirando como se alejaba a su cuarto, era bellísima.
- te quiero, -murmuré, ¿habrá oído?
Capítulo IV
Habían sido ya cinco semanas de mi prima viviendo en la casa, solamente dos más. Sabiendo que nuestro paraíso particular podría verse amenazado, Anita y yo tratábamos de ser muy discretos en nuestra relación frente a nuestros padres; aunque veo difícil que pudieran sustraerse a mi cara de embobado enamorado –y de mi calentura casi permanente-. Sin haber dicho las palabras, nos sentíamos de facto una pareja. En esas semanas hubo más contactos físicos, aunque ninguno me volvió a llevar a la eyaculación sin estimulación directa. Sí, hubo incluso algunas tardes en las que nos despojamos de casi toda la ropa para sentirnos mejor, para acariciarnos completos. Conocí la textura de su piel y la forma de su cuerpo, su aroma personal se tatuó en mi cerebro para siempre, aprendí las caricias de su agrado, memoricé cada uno de sus rincones. Sus montañitas, areolas y pezoncitos los sentía permanentemente en mis manos, como si los llevara conmigo. Ella conoció mis dimensiones, sintió mi pulso y mi temperatura… entendió anatomía, descubrió su cuerpo… lo que su maravilloso cuerpo podía sentir… y quizá, lo que quería recibir.
No sabíamos que pasaría cumpliéndose el plazo de su visita en mi casa. No queríamos pensar en ello pero era evidente que sabíamos que iba a llegar. No habíamos hablado de cuando sería el momento de entregarnos completos, pero, sabíamos sin decirlo… que sería antes de que la visita concluyera. Los dos teníamos la seguridad. Tenía que ser.
Fue!…
Una tarde, solos en casa… calor… ternura… silencios… ligero nerviosismo…
- Me voy a bañar –dije.
Antes de entrar, le dirigí una mirada que me esforcé fuera especial… ella correspondió.
Estoy en la regadera, agua recorriendo mi cuerpo, Dove, Heno de Pravia, expectación, sensaciones. … Pudorosamente, pero decidida, Anita entra a la bañera… junto a mí. Cuerpo tibio… fragante… suave… dulce… … Tantos años preparándonos… por fin … todo completo …
… Después, nos enjabonamos mutuamente: el cuello, la espalda, el pecho, los pies… …
Epílogo
Estoy conciente de que vivo con mis padres y de que debo, quiero y voy a seguir estudiando. Ella vive con su padre que la quiere y la cuida. No será tan sencillo, lo sé, habrá que hacer compromisos. Pero … vamos a vivir un día a la vez.
Hoy. Reunión familiar anual, clima caluroso y húmedo. Corazón lleno. Junto a la alberca. Anita, mi mujer. Risa casi infantil, tierna y profunda. Cuerpo ya perfectamente formado. Senos más bien pequeños. Pezoncitos apenas perceptibles bajo la tela mojada. Abdomen plano y cintura delgada. Glúteos firmes, redondos, muslos bien torneados, piernas largas… un poema.
Y conste que Anita siempre ha sido mucho más que una carita angelical y ahora además un cuerpecito delicioso... mucho más. esperen la segunta parte
Y conste que Anita siempre ha sido mucho más que una carita angelical, y ahora además un cuerpecito delicioso... mucho más.
***
Capítulo I
Tenemos la tradición de hacer una gran reunión familiar al final de cada verano. Todos los primos, tíos y sobrinos, unos 70 en total, nos reunimos en un centro vacacional rentado en exclusiva –o casi- para nosotros. La fecha es esperada, pues es momento de revivir aventuras pasadas, de actualizarnos sobre lo que han hecho los demás en el último año, de compartir con los primos, de jugar y de agasajarnos. Realmente la pasamos bien, creo que somos una familia muy unida. Para mí, además de todo esto, tiene el enorme aliciente de que me encuentro con quien es mi amor platónico desde los doce años. … Pero la historia va aún más atrás.
Desde pequeñitos mi prima Anita y yo jugábamos mucho, generalmente solos cuando, siendo ella hija única, mis tíos y ella nos visitaban en la casa para quedarse unos días. Yo veía llegar a esa niña tan linda que me hacía sentir tan bien. Nos veíamos apenas unas cuantas veces al año, pues la distancia entre la ciudad donde nosotros vivíamos y la de ellos implicaba un viaje en toda forma. Sin embargo, mi tío llevaba una muy buena relación con mis padres y se divertían mucho platicando, dejando así que Anni y yo jugáramos solos sin que nos prestaran ninguna atención. Jugar con ella era siempre divertido, pues tiene un carácter muy alegre y mucha imaginación, además de ser de presencia muy agradable: delgada, rasgos finos, ojos claros, cabello castaño y su sonrisa… su eterna sonrisa entre juguetona y coqueta. Todo ello rematado con una voz suave, melodiosa y muy dulce. La verdad es que mi nombre nunca me ha gustado mucho, sin embargo se escucha bien cuando es en la voz de Anni:
- te toca a ti, Garo - gracias, Garo.
Jugábamos a toda clase de juegos, a veces era con mis soldaditos y mis carritos, otras eran con sus muñecas y su juego de té. Ocasionalmente algún jueguito electrónico o de la computadora, aunque eso realmente no era lo nuestro, no cuando estábamos juntos, pues el tiempo era escaso y pasaba volando, había que aprovecharlo.
Desde antes que llegaran, para mi era gran emoción el saber que vendrían. Contaba los días y las horas Algunos juegos podían ser un poco más físicos, por ejemplo, recuerdo cuando jugábamos “al robot”. En ese juego –inventado por nosotros- quien hacía de esperando poder jugar como mi prima… y abrazarla… y olerla? -extraño, pero en fin-.
Cuando llegaban, era todo el tiempo prestarle atención; decirle que qué bueno que estuviera aquí, que me daba mucho gusto verla y… que los quería mucho –a ella y a mi tío , se entiende. Mientreas estaba en a casa, la abrazaba por delante, por detrás, le tomaba la mano, le toma el brazo, me acercaba a disfrutar de su aroma.
Me encantaba que jugáramos juntos, y algunos de los juegos eran un poco más físicos, recuerdo jugar por ejemplo, a “los robots” Este juego consistía en que uno de nosotros era el “robot”, que caminaba hacia el otro – sin detenerse pues no tenía “ freno”-, lo empujaba con el cuerpo –no se valía usar las manos- hasta llevarlo a donde quería. Así era que entonces era perseguir, empujar y presionar. Era repegar mi cuerpo contra su frente, su costado o su trasero y empujarla por media casa. Ese podía ser el fin del juego: llevar al otro a empujones de estómago y pecho hasta, por ejemplo, la cocina o al cuarto de visitas. El otro fin alternativo –frecuente- era que el perseguido terminara sometiendo al robot, pues si lograba tirarlo al piso, como no podía usar las manos, bastaba subirse arriba de él, a veces sentado sobre el robot, a veces acostado y usando las manos para que no pudiera moverse.
Este último juego – y algunos otros- que involucraban estrecho contacto físico, teníamos que jugarlos al menos un par de veces en cada visita. A mí me gustaba la tensión que generaban y el calorcito del cuerpo de mi prima contra el mío. Aunque yo dijera lo contrario, me encantaba que se subiera sobre mí para “someterme”: Generalmente yo me ponía boca arriba y ella se sentaba –bueno, así era- entre mi abdomen y mis piernas. Esa sensación yo la disfrutaba mucho, pues como no podía usar las manos, para tratar de quitármela de encima tenía que tratar de impulsar su traserito con mi pelvis –vaya con el jueguito infantil-. Otro posible final para rematar era hacernos cosquillas, que quienes lo hayan experimentado sabrán, que terminaban en, además de risas, un buen repasón de cuerpo con las manos, produciendo una cierta excitación sudorosa. Me encantaba… y por lo que veía en su mirada, a ella más que le agradaba. Tengo muy claro que me extrañaba que mi pequeño miembro se “pusiera tieso” jugando así con Anita. Yo la buscaba, la conseguía y la disfrutaba. Era muy rico cómo el calorcito de su cuerpecito pasaba al mío a través de ese pedacito de dureza.
También supongo tenía ella conciencia de lo que era la coquetería, su ropa solía ser muy ligera y hacía uso del contacto físico más allá del apretón de manos. Me gustaba ver sus piernitas bajo sus vestiditos cortos y sin mangas. Tenía una mirada penetrante y sus movimientos –no podría describirlos ahora- me parecían sexy’s. Contemplarla era querer abrazarla, aún más: apachurrarla. De alguna manera –infantil- yo pensaba que tenía que ser mía, sólo mía. Cuando usaba jeans, ajustaditos, sus nalguitas redonditas llamaban poderosamente mi atención, era cuando entonces la abrazaba desde atrás iniciando algún juego inventado en ese momento y obteniendo una erección con e contacto y a presión. También recuerdo en varias ocasiones yo acariciando sus hombros desnudos o incluso sus rodillas y muslos por alguna razón –ahora no se si pretexto- de otro de nuestros jueguitos. Otras veces era yo quien, nuevamente por el juego, me despojaba de mi camisa y Anita frotaba mi espalda o mi pecho; particularmente, la recuerdo jugando con mis tetillas, sobando y pellizcándolas suavemente, y yo con la piel chinita por la sensación tan agradable y buscando formas de prolongar la exploración todo lo posible. La ocasión más extrema quizá, fue cuando yo quedé, en un juego, por una serie de instrucciones que debían ser obedecidas, en calzoncillos. Anita me hizo acostar boca abajo y auscultó toda mi parte posterior. En la masajeada –o su equivalente- de glúteos me provocó excitación que se hubiera notado de estar yo boca arriba. Después de volverme a vestir, intenté reciprocar el juego para que ella quedara en ropa interior y yo poder recorrer su cuerpo –realmente tenía ganas- pero no pude convencerla –en fin-, me quedé con las ganas.
Por supuesto que algunos de esos momentos infantiles podían ser amargos, o más bien de un amargo dulce, si puede valerse la expresión. Recuerdo cuando una vez estando los dos en casa Anita –de las pocas que yo iba, pues su casa era siempre un desorden emocional y mi mamá no era afecta a visitarnos- su mamá, mi tía Bertha, regañó a mi prima, pensé yo, horrible e injustamente. Cuando el regaño y los gritos hubieron terminado, Anita se acercó a mí, me miró con esos ojazos tiernos, vidriados por el inminente llanto:
- Garo. –y corrió hacia mí
Mientras yo extendía mis brazos:
- Ven aquí.
Me abrazó tierna pero fuertemente. Pegó su mejilla contra mi hombro En ese instante supe que la protegería toda mi vida. Que yo sería su caballero cuando necesitara un hombro, un brazo, una mano. Me percaté además que su cabello olía como a flor de manzanilla; y mientras me abrazaba, yo me deleitaba olisqueando con mi nariz revolviéndole su cabello. El aroma era de alguna manera embriagador. No suena razonable, pero aún con esa corta edad, asentí a los impulsos de besar su cabello y acariciar su espalda sobre su blusa y con mucho más suavidad su cuello desnudo, con mis manos y con mi nariz. Ella por su parte estrechaba su cuerpecito contra el mío, como si nunca me fuera a dejar ir. No se cuanto tiempo pasó, pero estuvimos abrazados y pegaditos media eternidad. Esa vez vaya que me excité, recuerdo que tuve que convertir el abrazo frontal en uno un poco lateral para que no notara mi erección. Disfruté enormemente el contacto de su pecho con el mío y sus manos apretando mi espalda mientras yo acariciaba la suya. Me pareció que entre mis brazos, en un momento, mientras me estrechaba fuertemente y sentía mis caricias alocadas, todo su cuerpo se estremeció:
- lo bueno es que te tengo a ti Garo, gracias. Es genial.
- claro, y siempre me tendrás Anita, siempre
completó:
- me llevarías a vivir contigo?
- claro que sí.
Aunque estaba convencido que sería capaz de llevarla conmigo, tragué saliva al comprender que el único sitio que yo tenía era mi casa, o sea la casa de mis padres y titubeé acerca de que ellos estuvieran de acuerdo en que ella viviera con nosotros. Pero sentí alivio en pensar que eso no ocurriría, que simplemente lo de ella y su madre era un enojo pasajero como los miles anteriores y que ahora tocaba la fortuna de que yo estuviera cerca. Sin embargo, ese día, de alguna forma, entre los dos sellamos el vínculo de que estaríamos el uno por el otro por siempre. Mirando el horizonte pensé… cuando seamos grandes.
Capitulo II
Durante los meses siguientes, las visitas de Anita a mi casa se hicieron más frecuentes. Empezaba yo a intuir que la situación entre sus padres no funcionaba bien, pues solamente su padre, mi tío Carlos, venía con mi prima a visitar. El permanecía sólo un día, a veces una sola tarde, y dejaba a su hija en nuestra casa todo el fin de semana. Yo notaba la tristeza de Anita, sin embargo, cuando nos sumíamos en nuestros juegos su carácter alegre florecía nuevamente. Las horas se hacían minutos y se llegaba la hora de la merienda. Mi madre nos daba de cenar y terminando nos decía, es hora de lavarse los dientes e irse a la cama. Antes de partir, Anita me sonreía y decía cosas como:
- gracias primo, mañana seguiremos el juego. O mejor: - Eres súper!, Garo.
No he platicado sobre mi familia, diré que mis padres se llevan bien, tienen una situación económica, creo yo, desahogada, pero sin lujos. La casa es grande y tenemos siempre una recámara para visitas, donde se quedaba mi tío Carlos y Anita. Si mi tío no se quedaba, mi madre le preparaba la cama a mi prima en ese cuarto. Recuerdo haberle preguntado en varias ocasiones a mi madre:
- ¿se puede quedar Anita conmigo?, los dos cabemos en mi cama
Mi madre nunca accedió, me decía cosas como que Anita estaría más cómoda en su propia cama y en su cuarto, que las niñas necesitaban privacidad, y que ultimadamente no estaba bien que durmiéramos en la misma cama, que cuando fuera más grande yo lo entendería.
Hasta este momento, ya he dicho que para mí Anita sería la doncella a la que yo protegería: yo era su caballero armado, pero no –todavía- su príncipe azul. Quisa nuestro destino que eso empezara a cambiar en la primera noche de una de sus visitas. Recuerdo estaba yo terminando –y ella también- el sexto grado. El sentimiento por mi prima habría de tomar una nueva dimensión, para ser mucho más completo, de alguna manera menos tierno y más intenso.
Era un viernes por la tarde cuando mi tío Carlos llegó con Anita. Saludaron a mis padres, mi tío charló un poco con ellos, parecía un poco agitado; algo raro en él, pues cuando estaba en nuestra casa solía ser muy relajado, evidentemente más que en la suya. En cuanto a mí, me dio, como siempre, muchísimo gusto, y tan sólo vernos con mi prima preferida, fue abrazarnos; yo con una gran sonrisa, Anita casi hasta el llanto:
- le dije a mi papá que me trajera
- que bueno, me alegro. –dije
Mi tío Carlos se dirigió a mí:
- Garo, tu prima me dijo que le haría bien platicar contigo. Yo no puedo quedarme, vendré por ella el domingo.
- Sí tío, yo la cuidaré.
Todos sonrieron, aunque yo no le vi la gracia. Mientras mis padres se despedían de mi tío, Anita y yo nos metimos a la casa. Aunque estaba visiblemente afectada, me fue imposible no darme cuenta de sus pantalones de gabardina delgada color blanco, entallados, a través de los cuales se traslucían unos calzoncitos blancos también más bien pequeños. Su playerita era a rayas y muy ajustada al cuerpo; sus curvas eran perfectamente distinguibles, dos montañitas a frente, un valle abajo y dos estrechas líneas que entornaban su frágil cintura. Era pues un angelito muy llamativo que me causaba inquietud en mi nobleza. Inmediatamente imaginé su calorcito… sabía que si me repegaba a ella desde atrás, podría sentirla, alcanzar esa dureza de mi cuerpo que tanto placer me causaba con ella…
Anita me tomó de la mano y la apretaba con suavidad. La calidez de su manita en la mía me hizo recordar mi promesa de protegerla, y yo ya me sentía para ese entonces, un hombre para hacerlo. La llevé a mi cuarto y nos sentamos en mi cama, yo estaba convencido de que yo ya era el hombre que podía resolver todos los problemas de mi prima:
- ¿Qué me querías decir? ¿Qué pasa?
- Nada… bueno, no mucho, pero después te platico, después de cenar.
- Pero, ¿estás bien?
- Mmsí, más o menos… pero no te preocupes
Claro que estaba preocupado, aunque me sentía en control de la situación, incluso le tenía pasado el brazo sobre su hombro. En un momento, Anita volteó a verme. Nuestras miradas se encontraron, fue decirnos muchas cosas con la mirada. Estábamos quizá a escasos15 centímetros uno del otro, me pareció que bajó la mirada para ver mi boca –hasta entonces yo no tenía la distinción entre boca y labios, pero bueno-. No se bien porqué, pero sentí un repentino desasosiego; desvié la mirada, mi pulso se aceleró, por un momento me puse un poco nervioso. –Nervioso con Anita? – imposible, pensé. ¿Qué tenía mi boca? Lo cierto es que sentí calor, le propuse que fuéramos a tomar algo a la cocina, y así pude volver a ser yo.
La cena transcurrió sin mucha novedad, Anita tenía hambre y mi mamá se esmeró en preparar algo sabroso. Terminada la cena, mi mamá dijo, como siempre:
- hijos, hora de irse a dormir
- pero mamá, -dije, - queríamos platicar con Anita.
- Será mañana, -dijo mi madre. –Seguro puede esperar a mañana, ¿no Anita?
Mi prima hizo un gesto nada convincente, al cual mi madre no prestó atención. De manera que todo dicho, se fue cada quien a su cuarto. Yo me quedé un poco molesto por la negativa de mamá y apenado por no poder escuchar a Anita, que era obvio que estaba inquieta.
Estaba yo en mi cuarto, acostado, ya con a luz apagada y cerca de dormirme, cuando se abrió sin hacer ruido la puerta de mi habitación. Escuche la voz dulce de Anita:
- Garo, ya te dormiste?
- No, pasa.
Mi prima se acercó y se sentó en la cama junto a mí. Yo ya iba a hacer lo mismo, pero me di cuenta que estaba solo en bóxers. No sabía que hacer, quedarme acostado era rudo como no queriendo atender a mi prima; pero levantarme era quedar en ropa interior. Opté por permanecer acostado, pero dije rápidamente para no parecer descortés:
- ¿Que pasa Anita? ¿De que querías hablarme?
- Tantas cosas Garo.
- ¿estás bien?
- Ja, si muy bien, demasiado bien dirían algunas
- ¿cómo es eso?
- Verás. –me dijo. –vamos por el principio. Mis padres se están separando, lo cual por cierto ya era hora. El problema, ya sabes, será que quien se queda con la casa… que pasará conmigo. Si al menos ya pudiera manejar y vivir sola… pero apenas entrando a secundaria… bueno, me faltan varios años.
Anita me siguió platicando sobre los pleitos en su casa y su deseo de no vivir con su madre. Pero en esa solución, quedarse con su padre, era que mi tío Carlos estaba casi todo el día fuera de su casa y viajaba con frecuencia y en ocasiones un viaje podía durar varias semanas, todo por motivos de su trabajo.
Mientras esto decía, yo seguía acostado bajo las sábanas. Anita se fue reclinando poco a poco, quizá por el cansancio y para poder hablar en voz más baja. Hasta que estuvo acostada junto a mí:
- Primo, y ése no es mi único problema. También está Mauricio
- ¿Mauricio? ¿Cuál Mauricio?.- Mi voz seguramente sonó entre desconcertada y molesta. -¿Quién es Mauricio?. –Repetí.
- Mauricio era mi novio –dijo, y después continuó con un hilo de voz que se fue haciendo casi imperceptible: - ya llevábamos 8 meses
- ¡ocho meses!... y ¿porqué no me dijiste?!... nos vimos en Diciembre!. –seguro soné más molesto que desconcertado
- No sé… pensé que te ibas a molestar… no quería que te enojaras conmigo. Mauricio es compañero de la escuela, bueno, un poco más grande porque ya va en primero de secundaria. Era lindo… me gustaba.
Yo no decía nada. Por supuesto estaba molesto, más bien celoso de ese Mauricio. Era yo quien protegía a mi prima, yo debía ser el único hombre en su vida ¿no? Además ¿no yo la conocía desde antes… y la quería más?. Permanecía callado.
- no te enojes Garo, por eso vine a decirte, además, ya lo terminé
- ¿En serio? –dije con voz mucho más amable
Mientras hablaba, Anita me puso una mano encima. El cuarto estaba muy oscuro, pues no prendimos la luz para no ser descubiertos por mis padres. Su mano cayó en mi abdomen… justo debajo de mi ombligo. Movió un poco su manita, como acariciando. Yo me congelé. Por supuesto que pensé inmediatamente lo cerca que estaba mi miembro de la mano de mi prima. Mi visión de la situación cambió inmediatamente, de estar charlando sobre los problemas y las preocupaciones de mi prima, pasó a la expectativa de que si movía más su mano podía tocar mi miembro. Pasé de un estado de entendimiento a un estado de agitación, casi nerviosismo, vaya.
- Verás. -continuó como si nada estuviera pasando.- Con Mauricio ya no me estaban gustando las cosas, -dijo para felicidad mía, -sentía que algo no cuadraba. Algunas veces nos dimos besos, de esos rápidos. El quería más…
Mi prima hizo una pausa, yo había vuelto a la conversación con esta última frase. Necesitaba saber que había hecho mi Anita. Por un momento me atormentó el pensar que había entregado todo.
- ¿más?. –dije tratando de hacerlo con la voz más serena e indiferente posible
- Sí, ya sabes… besos de lengüita
- Oh!
Nuevamente el silencio. Se veía que mi prima estaba avergonzada, y me dio pena, porque sabía que su vergüenza era por mí. Me dio la impresión que Anita iba llorar, así que intenté pasarle el brazo, por debajo de su cabeza y posarlo sobre su hombro. La jalé hacia mí. Ella no se sorprendió, al contrario, se acercó a mí y recargó su cabeza en mi hombro.
Así estuvimos largo tiempo, callados, acostados uno junto al otro, ambos mirando al techo oscuro de mi habitación. Yo acariciaba levemente su hombro, ella ocasionalmente movía su mano y acariciaba la parte baja de mi abdomen hasta mi cadera, del lado que estaba próxima hacia ella. El ambiente en mi cama parecía sereno, sin embargo, creo que los dos sabíamos que faltaba algo. Finalmente dijo:
- No quería besarlo de lengüita porque pensé que te ibas a enojar.
- ¿yo?. - largo silencio otra vez. Era evidente que Anita quería decir algo que necesitaba salir, pero yo tenía miedo de que no fuera lo que yo pensaba, así que también callé.
- Sí, - dijo vacilante, nuevamente con un hilillo de voz: - pensé que… quizá sería mejor contigo… bueno… me daría menos pena…. Y no se….
Wow! Mi corazón se llenó de emoción y atraje aún más a mi prima hacia mí, bajé un poco mi cara y levemente posé mis labios sobre su frente. Creo que besé un poco, o más bien acaricié su frente con mis labios. Otra vez su aroma exquisito, que atraía como un poderoso imán. Después se dio el más mágico de los momentos: sentí que Anita levantaba su vista hacia mí, pero fue más bien que sus labios se acercaron lentamente a los míos. Podía escuchar su respiración y sentir su aliento cálido en mis labios… cada vez más. Yo no sabía que hacer… ¿acaso debía besarla? ¿o esperar a que me besara? ¿o era yo un pasado que estaba imaginando cosas prohibidas?... en este tormento mental estaba cuando de dio por fin: nuestros labios se encontraron en apenas un roce. Un rayo de corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo. Mis dudas desaparecieron, la atraje con más fuerza hacia mí. Los dos nos giramos de manera que ya estábamos de frente. Pasé mi otro brazo sobre ella, lo puse en su espalda, la atraje y nuestros labios se encontraron más francamente, después se presionaron y empezaron a moverse. ¡Qué delicia de beso! Nuestros labios se acariciaron largo tiempo, secos, se sentían secos. La humedad llegó de una de las lenguas, después de la otra. Abracé con más fuerza a mi prima, nuestras lenguas se encontraban y acariciaban tímidamente en un extasiante momento de dulzor. Me dí cuenta que sus pechitos se oprimían contra mí, por primera vez los sentí. Las puntitas de sus pechos, sus pezoncitos rozaban mi pecho y se sentían al mismo tiempo duritos y calientes. Su camisón debió ser delgado, al frotar su espalda con mis manos a través de él, su piel se sentía tibia y tersa.
Nos abrazamos más y más, ambos acariciábamos nuestras espaldas y nuestros cuerpos se pegaban más, yo ya levantaba un poco su camisón, no estaba pensando, me estaba… lo notó.
Anita pareció hacerse súbitamente hacia atrás, dejó de acariciar mi espalda y también retiró sus labios de los míos. Fue entonces que hice consiente: mi pene completamente erecto, caliente, estaba empujando su bajo vientre. Sus muslos estaban a cada lado, alcancé a sentir el roce y el calor de sus muslos alrededor de mi glande. También hice consiente que me estaba gustando muchísimo y que quería más, mucho más.
Aunque quería seguir besándola de una forma más intensa todavía, también me asusté; rápidamente, aunque con esfuerzo, hice mis caderas hacia atrás, y sólo atiné a balbucear:
- Perdón…
Anita no dijo nada, permaneció inmóvil un momento y dijo:
- creo que es mejor que me vaya, ya se hizo tarde.
No atiné a detenerla, ni siquiera a decir nada. Me dolía que se fuera. Pero en ese momento, me recriminé el haberme excitado y presionar mi pelvis a su cuerpo, aunque no podía reprochármelo del todo… me había gustado y habría querido que se prolongara… más bien si hubiera ido más despacio y sido más discreto, todavía tendría las piernitas de mi prima masajeado de tan deliciosa manera mi…. bueno, pero no fue. Quizá, pensé, se habría ido molesta…
Capítulo III
Pasaron dos años más antes de que los padres de Anita se separaran. Mi tía se quedó con la casa y mi tío con Anita. Creo que fue un buen arreglo. Ellos nos seguían visitando. En ese tiempo nunca volvimos a besarnos ni a abrazarnos en la cama. Los besos eran de primos y los abrazos… bueno, esos sí eran más prolongados y más estrechos que de primos normales. Yo seguía aspirando el aroma de su cabello y su cuello, y bueno, sí, con ello alguna vez obtuve una erección. Creo que ella lo notaba, y seguramente no le molestaba, pues se dejaba hacer, incluso me parece que acercaba su cuerpo al mío, aunque nunca me acarició activamente, era yo quien pasaba mis manos por su espalda y sus hombros. Ya no era raro que como sin darle importancia, yo la abrazara desde atrás y recargara mi pelvis en su traserito, como decía, mi erección era casi instantánea. Así podíamos permanecer un rato, no era raro que nos balanceáramos un poco para acrecentar la tentación. Cuando estábamos así, generalmente ella no hablaba, no se muy bien porqué.
Platicábamos mucho, de la escuela, sus amigas, sus intereses, películas, sus clases de pintura y de francés. Curiosamente –o quizá no tanto- estaba sobreentendido que ella no tendría novio –ni yo novia-. Parecía que se había establecido un acuerdo de exclusividad, algo así como que si iba a haber besos, sería entre nosotros.
El tercer capítulo de nuestra relación se forjó en el verano en el que terminamos tercero de secundaria. Mi tío Carlos habría de viajar 7 semanas a China, Anita se quedaba con nosotros. Cuando lo supe, además del gusto natural, tuve oportunidad de contarme este razonamiento: Anita y yo no habíamos tenido una relación más personal porque vivimos en ciudades diferentes, y es muy difícil llevarla en esas circunstancias; pero ahora que viviremos en la misma ciudad, se nos permite intimar un poco más… digamos, por ejemplo, como una pareja.
Ya no era hora de mentirme: Anita tenía un cuerpito delicioso que me quitaba el hipo. Su calorcito corporal casi sin excepción me causaba excitaciones visibles. Finalmente, yo no me veía con ninguna mujer que no fuera Anita… peeeroooo… era mi prima, y sobretodo no sabía si ella pensaría de la misma forma: y más viviendo bajo el mismo techo, pues eso nos haría más hermanos que primos. Nooo, quizá lo mejor era seguir con nuestra buena relación de primos. Bueno… ya veríamos lo que pasaría. Mientras tanto yo, para esa edad obviamente, pasaba buenas calenturas imaginando a Anita, y con un poco de pena debo confesar: teniendo a Anita. La verdad la imaginaba nuevamente, como hacía tres años, en mi cama, pero esta vez yo no retrocedería al tener mi pene entre sus piernas. Al contrario, pensaba que ese sería el momento de ir hasta el fondo… bueno… literalmente.
Cuando Anita llegó a instalarse a la casa, en lugar de mi habitual salir corriendo a abrazarla, la saludé cortésmente con un simple beso en a mejilla y ofrecí subir su equipaje. No se si sería por no parecer demasiado obvio o si en el fondo me asustaba un posible rechazo de mi prima, que no puedo decir menos que sería devastador. Pero eran casi dos meses; tendría todo el tiempo para hacer ese abrazo lento por atrás, por adelante, en la sala cuando estuviéramos solos, en la cama…. Ehh!... bueno todo eso pensaba…
Ese primer fin de semana transcurrió normal, como si mi prima y yo fuéramos hermanos. Mi madre le prestaba todo tipo de atenciones, pensando probablemente que mi prima podría sentirse triste. Sin embargo, Anita parecía todo menos triste; en todo caso, eso sí, un poco distraída para mi gusto. Yo hubiera preferido que ella estuviera solícita conmigo, pero no. El Domingo fuimos a comer fuera y a misa, las conversaciones eran lentas y anodinas. Me asustó el pensar que tendría que estar atendiendo a mi prima en esas condiciones todo el tiempo. Pero otra posibilidad era hacer vida normal con mis amigos, claro que para ello tendría que llevar a Anni, porque ella no conocía a nadie en la ciudad, pues cada vez que venía de visita nos quedábamos encerrados todo el tiempo.
Siguiente con estos planes, el lunes quedamos de ir a comer y luego al cine con dos de mis amigos, Erick y Rodrigo, y Anita. Desde el momento en que Erik vio a mi prima, se notó que quedó impresionado. Toda la tarde fue estar, Erick y yo, compitiendo por la atención de Anita. Yo claro, con cierta ventaja, aprovechaba para ocasionalmente pasarle el brazo o tomarle la mano. Ella recibía estas familiaridades mías con toda naturalidad, me encantó que ella aceptara –o al menos eso quería pensar yo- que yo la tratara como si fuera mi novia. Bueno, es cierto que esa tarde no la besé enfrente de mis amigos, por supuesto, aunque me hubiera encantado. Supongo que no quería arriesgarme a que ella me bateara, y la verdad, menos frente a mis amigos. Este episodio me sirvió para darme cuenta de que mi prima sería codiciadísima en la ciudad y con mis amigos, y que yo tendría que aplicarme si no quería perderla.
Por la noche le preparé la cena y me ofrecí a lavar los platos. Mi madre estaba encantada y Anita parecía que me miraba con orgullo.
- ¿cómo les fue hoy en el cine?. –preguntó mi madre. -¿Qué tal estuvo a película?
- Muy bien tía, los amigos de Garo son buena onda. La peli no estuvo mal.
- Sí, y Erick no le quitaba la vista a Anita; creo que ni la película vio.
Los tres nos reímos. Y le dije a Anita en voz baja:
- Así que lo eliminamos de la lista. Que ni piense.
Anita sonrió enigmáticamente, como preguntando qué quería yo decir con eso o porqué. Yo simplemente voltee para otro lado y cambié de tema. Más tarde nos sentamos a ver televisión y me senté al lado de mi prima en el mismo sofá. Ella se recargó en mí y yo empecé a acariciar su cabello mientras veíamos una película romántica. Mis padres se fueron a dormir y nos quedamos los dos ahí acurrucados.
- Garo, ya me está dando sueño
- ¡Cómo! –dije en tono de broma: - ¿y me vas a dejar aquí plantado?
Y para hacer énfasis, jugueteando, la sujeté con los dos brazos como reteniéndola, y la jalé hacia a mí…de repente: ¡otra vez ese aroma de Anita!, me perturbaba, no me dejaba pensar bien. Acerqué mi nariz a su cuello:
- Que rico hueles!
- ¿de verdad?
- Claro! Me encanta!
Entonces clavé mi nariz en su cuello y lo empecé a olisquear mientas frotaba mi nariz por su cuello, su orejita y la parte de atrás del cuello. ¡que aroma delicioso!... y más excitante. Noté que me vino una erección. Quería besar a mi prima, así sin más, sin decir nada, rocé mis labios en su cuello. Mis labios se paseaban por todo el cuellito de mi prima, la excitación me hizo atreverme a más y llegaba desde la nuca hasta a barbilla. Al llegar ahí como que besaba, primero disimuladamente, con suavidad. Mas bien mordisqueaba con mis labios. Se notaba que Anita estaba también impresionada, no decía nada, pero si contraía su cuello y me aprisionaba entre su cabeza y hombro. Sentía sus vellitos crispados al roce de mis labios. Era una tensión deliciosa que me impulsaba a seguir, cada vez más audaz. Yo sentí como Anita se estremecía y hacia levísimos ruiditos con la boca, sin abrirla. Mis manos se empezaron también a mover; empecé a acariciar sus brazos, sus hombros. Me atrevía a más y acaricié su estomaguito, subía un poco más. Ella seguramente se excitó también y en un momento se volteó más hacia mí y también me abrazó, acercó sus labios a los míos hasta que hicieron un leve contacto. ¡Era el paraíso! Nuestros labios empezaron a acariciarse y pronto se dieron un beso, y luego dos, y luego tres…
Yo no podía –ni quería- parar. Mis manos subieron más. Primero tímidamente, se pasearon alrededor de los senos de Anita, sin tocarlos; daban vueltas y acariciaban entre ellos, por la mitad del pecho, sin atreverse a más. Su respiración la noté agitada, ella ya estaba presionando fuertemente su cuerpo al mío. Los besos eran deliciosamente húmedos. Anita ya no aguantó más y tomó una de mis manos y la colocó francamente en uno de sus senos. ¡wow! Masajeé con frucción, después casi con desesperación: se sentían suaves pero firmes, justo del tamaño de mis manos, podía sentir los bordes del bra, que pensé en arrancar para sentir la piel. Metí mi mano por el escote y abarqué los senos por encima del bra, sin dejar de acariciar con decisión. Tímidamente al principio, deslicé uno y luego dos dedos por debajo de la tela del bra. Llegó el resto de la mano y sentí en toda la palma su tibieza: indescriptible!¡ohhh! las areolas eran súper suaves, los pezoncitos duros, yo acariciaba, mi respiración estaba desbocada, la suya también, sentía sus manos clavadas en mi espalda, atrayéndome hacia ella como si quisiera que nuestros dos cuerpos ocuparan un mismo espacio… se sentía el calor, el olor, la excitación, los jadeos, las lenguas entrelazadas… fue demasiado: su cuerpo se tensó, se estremeció hasta temblar; mi virilidad también se tensó y descargué en la ropa la excitación desbordada. Nos miramos a los ojos, sorprendidos los dos de la reacción de nuestros cuerpos. No sabíamos que decir, que hacer… Relajamiento, permanecimos juntos, aflojando lentamente el abrazo, cada vez más, hasta que casi soltamos.
- ohh! Anitaaaaaa… -murmuré.
- Garo… ¿sentiste?.
- Mmm mmm!
Estuvimos un rato más así, uno junto al otro, apenas en contacto físico, pero abarcando todo el universo. La laxitud se apoderó de los dos. Ella se adormiló… luego medio despertó:
- Ya me voy a acostar primo
- Mmm mmm. –asentí.
Se levantó y me quedé sentado mirando como se alejaba a su cuarto, era bellísima.
- te quiero, -murmuré, ¿habrá oído?
Capítulo IV
Habían sido ya cinco semanas de mi prima viviendo en la casa, solamente dos más. Sabiendo que nuestro paraíso particular podría verse amenazado, Anita y yo tratábamos de ser muy discretos en nuestra relación frente a nuestros padres; aunque veo difícil que pudieran sustraerse a mi cara de embobado enamorado –y de mi calentura casi permanente-. Sin haber dicho las palabras, nos sentíamos de facto una pareja. En esas semanas hubo más contactos físicos, aunque ninguno me volvió a llevar a la eyaculación sin estimulación directa. Sí, hubo incluso algunas tardes en las que nos despojamos de casi toda la ropa para sentirnos mejor, para acariciarnos completos. Conocí la textura de su piel y la forma de su cuerpo, su aroma personal se tatuó en mi cerebro para siempre, aprendí las caricias de su agrado, memoricé cada uno de sus rincones. Sus montañitas, areolas y pezoncitos los sentía permanentemente en mis manos, como si los llevara conmigo. Ella conoció mis dimensiones, sintió mi pulso y mi temperatura… entendió anatomía, descubrió su cuerpo… lo que su maravilloso cuerpo podía sentir… y quizá, lo que quería recibir.
No sabíamos que pasaría cumpliéndose el plazo de su visita en mi casa. No queríamos pensar en ello pero era evidente que sabíamos que iba a llegar. No habíamos hablado de cuando sería el momento de entregarnos completos, pero, sabíamos sin decirlo… que sería antes de que la visita concluyera. Los dos teníamos la seguridad. Tenía que ser.
Fue!…
Una tarde, solos en casa… calor… ternura… silencios… ligero nerviosismo…
- Me voy a bañar –dije.
Antes de entrar, le dirigí una mirada que me esforcé fuera especial… ella correspondió.
Estoy en la regadera, agua recorriendo mi cuerpo, Dove, Heno de Pravia, expectación, sensaciones. … Pudorosamente, pero decidida, Anita entra a la bañera… junto a mí. Cuerpo tibio… fragante… suave… dulce… … Tantos años preparándonos… por fin … todo completo …
… Después, nos enjabonamos mutuamente: el cuello, la espalda, el pecho, los pies… …
Epílogo
Estoy conciente de que vivo con mis padres y de que debo, quiero y voy a seguir estudiando. Ella vive con su padre que la quiere y la cuida. No será tan sencillo, lo sé, habrá que hacer compromisos. Pero … vamos a vivir un día a la vez.
Hoy. Reunión familiar anual, clima caluroso y húmedo. Corazón lleno. Junto a la alberca. Anita, mi mujer. Risa casi infantil, tierna y profunda. Cuerpo ya perfectamente formado. Senos más bien pequeños. Pezoncitos apenas perceptibles bajo la tela mojada. Abdomen plano y cintura delgada. Glúteos firmes, redondos, muslos bien torneados, piernas largas… un poema.
Y conste que Anita siempre ha sido mucho más que una carita angelical y ahora además un cuerpecito delicioso... mucho más. esperen la segunta parte