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Judith Amador Tello
11 Agosto, 2018
María Elena Álvarez-Buylla, la próxima titular del Conacyt. Foto: Benjamín Flores
Doctora en biología, Elena Álvarez-Buylla Roces ya sabía que sería propuesta para encabezar el Conacyt. Aun así, la actual coordinadora de investigación del Centro de Estudios de la Complejidad de la UNAM se sorprendió cuando el candidato presidencial de Morena hizo el anuncio durante el segundo debate. Al principio tuvo rechazo en las redes sociales por el asunto del maíz transgénico por lo que tuvo que atajar las críticas pues, dice, no está en contra suya “de manera superficial”. En entrevista con Proceso, habla sobre el “compromiso social y ambiental” de su proyecto.
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Aunque fue durante el segundo debate entre los candidatos a la presidencia, transmitido por televisión, cuando el ahora ganador Andrés Manuel López Obrador nombró públicamente a la doctora Elena Álvarez-Buylla Roces como directora del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) para el próximo gobierno, ya había sido avisada por el doctor Jorge Alcocer Varela, quien encabezará a su vez la Secretaría de Salud.
La doctora se sorprendió. Pero tardó apenas unas horas en resolver que puede asumir la responsabilidad con capacidad y voluntad de compromiso social y ambiental, y al servicio del máximo bienestar social del país, “que es una de las líneas rectoras más importantes” del Proyecto Alternativo de Nación 2018-2014, y lo será también para el organismo al aportar para los sectores energético, de agricultura y salud:
“Ciencia y tecnología para el máximo bienestar social de México.”
Tras la designación de Álvarez-Buylla hubo una movilización en redes sociales que se opuso a su nombramiento; entre algunas causas señalaron su falta de experiencia en la administración pública y su posición de rechazo al maíz transgénico, que podría “bloquear proyectos en favor”.
Aclara que es una lectura equivocada. Ella no está en contra de los transgénicos “de manera tan superficial”, puesto que utiliza organismos genéticamente modificados en condiciones contenidas en su laboratorio. Lo importante, dice, es comprender que no hay ciencia o tecnología “buena o mala”, depende de cómo sean apropiadas y cuál es su finalidad, y considera la discusión sobre el tema del maíz “ya superada”.
En su cubículo del Centro de Estudios de la Complejidad (C3) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde es coordinadora de Investigación, Álvarez-Buylla adelanta a Proceso las líneas del plan de reestructuración estratégica para el Conacyt, que viene elaborando desde el día de su designación.
Miembro de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS), experta en genética molecular y distinguida por la UNAM con la medalla “Gabino Barreda”, admite que por ahora no cuenta con un diagnóstico detallado de las condiciones en las cuales se encuentra el organismo, y sólo podrá elaborarse hasta que se haya realizado el proceso de entrega-recepción con la administración que aún está a cargo.
Sabe, sin embargo, por su experiencia como científica, que a Conacyt se le ha visto como un mero “repartidor de fondos o de becas”. Y ella se propone, en principio, hacer de él un verdadero organismo descentralizado, a través de una mejor comunicación con los 28 centros y las seis direcciones regionales con los que cuenta en el país. Debe ser también un consejo en el cual participen como representantes todos los sectores del gobierno, invitar a aquellos que aún no estén, por ejemplo, la Secretaría de Cultura o la de Desarrollo Social (que ahora será de Bienestar).
“Hasta ahora se han pulverizado los fondos de apoyo a la investigación de Conacyt y se ha generado una competencia tremenda entre los investigadores. Y hay estudios que demuestran que esta estrategia genera una cada vez mayor propensión a que los investigadores simulen –tiene que ver con tu pregunta sobre la corrupción–. Esto no es privativo de México, ocurre en todo el mundo, no sólo que simulen, sino que cometan fraude.”
Al inicio de la entrevista se le preguntó a la científica si había problemas de corrupción, pues hace cuatro años se publicó en estas páginas la denuncia de algunos investigadores en el sentido de que tanto el Conacyt como el Sistema Nacional de Investigadores imponen “criterios productivistas” y una “competencia voraz” por los apoyos económicos, copiados del exterior, y que han resultado “particularmente nefastos para México” (Proceso, 1970).
Expresa que trabajará para encontrar, en conjunto con sus colaboradores y colegas, una propuesta colectiva y bien deliberada para que haya una solidaridad sustantiva, más que una competencia por los incentivos:
“Se analizan distintos mecanismos y enfoques para fomentar una mayor participación de la comunidad científica en el entorno social y educación básica, o en los niveles medio y superior. Es un privilegio poder dedicarnos con bienestar y seguridad salarial a la ciencia, a la generación de nuevo conocimiento. Lo menos que podemos hacer es tener una participación activa en la sociedad de una manera o de otra. Esto sólo puede avivar la imaginación y la voluntad por encontrar nuevas formas de solución a los grandes problemas nacionales y también seguro nos induce a encontrar nuevas preguntas y formas de abordarlas”, dice en un documento entregado a Proceso.
Y con relación a la lucha por los apoyos, señala:
“Para fortalecer la participación de la comunidad científica nacional, se darán cauces a nuevos enfoques de evaluación de los científicos y proyectos, fomentando más los aspectos cualitativos y aportes sociales, y no sólo los cuantitativos, y también buscando mecanismos para generar más colaboración y no tanta competencia a ultranza. Varios artículos científicos recientes muestran que atomizar los fondos y privilegiar esa competencia a ultranza, lejos de coadyuvar a la generación de ciencia de calidad, incentiva el fraude científico.”
¿Para qué la ciencia?
A partir del eje central enfocado al bienestar social, la bióloga plantea tres líneas en su documento:
Salvaguarda de la soberanía nacional en la generación y aplicación del conocimiento científico y de las tecnologías.
Acompañamiento y fortalecimiento de las comunidades rurales en el cuidado de sus territorios y riqueza biocultural: diálogo de saberes. Ciencia orientada a la comprensión profunda, prevención y solución de problemáticas de salud, alimentación, ambiente, inequidad, exclusión y violencia.
Detalla en la entrevista que habrá un impulso a la ciencia de frontera (que aporta elementos desconocidos) en todos los ámbitos del conocimiento: ciencias físico-matemáticas, químico-biológicas, de la tierra, ambientales, biomédicas, sociales, desde luego humanidades. Y se favorecerá la investigación focalizada a la solución de los problemas urgentes y la interdisciplina.
Se formarán nuevos científicos, pues considera, de manera “preliminar”, que hasta ahora no ha habido una articulación suficientemente profunda entre las políticas de formación de nuevos cuadros y las líneas prioritarias de investigación.
Así, habrá transferencia del conocimiento hacia los sectores social y ambiental. En este rubro explica la necesidad de reconocer que en México conviven dos modelos de generación de conocimiento: el occidental y el de la ciencia comunitaria o autóctona, que se da en las comunidades y aporta al conocimiento universal.
El reto para Conacyt, puntualiza, es cómo reconocer este segundo modelo, revalorarlo y cuidarlo para que no se destruya o privatice con los llamados “certificados de origen” o patentes que son una forma de “poner títulos de propiedad”. Y al mismo tiempo seguir apoyando a la ciencia de frontera. Añade que la formación de nuevos científicos no puede estar separada de políticas de repatriación de los grandes talentos mexicanos, jóvenes sobre todo, que no han podido regresar al país:
“En congruencia con el resto de las políticas del nuevo gobierno, dirigidas al bienestar social, es inaceptable que México no pueda asegurar que los investigadores jóvenes, de primer nivel, con mucho que aportar a este bienestar del país no se puedan incorporar y se tengan que ir. Que se vayan si es su opción irse, pero no por obligación y por búsqueda de opciones que no se les están dando en el país.”
Para ello debe construirse una serie de estratégicas y una organización articulada entre el Conacyt, las universidades y el resto de los programas de gobierno. Ya estableció contacto con la doctora Raquel Sosa, quien impulsa un proyecto para generar cien escuelas de educación superior en el país. Se trata de abrir nuevas oportunidades y se puede convocar, apunta Álvarez-Buylla, para que muchos de los jóvenes formados en el extranjero consideren como una opción contribuir a la formación de alta calidad de otros jóvenes que han quedado fuera de las universidades, lo cual redundará en una política de mayor beneficio social.
[CONTINUA EN LA SIGUIENTE ENTRADA]