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Becerro
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María de la Luz era una mujer en la segunda mitad de los cuarenta, de aproximadamente metro ochenta, complexión delgada, hombros estrechos, con el cabello de color rubio, siempre recogido en una larga cola que le llegaba casi a media espalda. Su pecho, para su constitución era bastante proporcionado, así que hacía poco menos de la talla 80. En cuanto a su forma de vestir, se podría decir que era más tirando a clásica que otra cosa. Habitualmente vestía pantalones tejanos y una blusa, pero no era infrecuente que viniera a trabajar con algún pantalón estampado que, dicho sea de paso, parecía le había quitado a su abuela.
Había llegado a jefa de departamento porque no tenía ningún tipo de escrúpulos, ni apuñalando a los compañeros ni a la hora de ponerse de rodillas ante los superiores, ya fuera de manera figurada o literal. Se rumoreaba que no eran pocas las veces que había acabado en el asiento de atrás del coche de un jefe cuando se hacían las cenas de empresa y que allí, después de vaciarlos bien, se ganaba el favor para poder ascender.
Como toda persona que llega al poder sin currárselo ni merecérselo, su visión del trabajo era muy particular y no dudaba en exprimir a sus compañeros para que se cumplieran los objetivos con creces. Si las cosas salían bien, era su responsabilidad, pero si no se cumplían los plazos, las broncas, la mayor parte de las veces injustificadas, eran terribles. Vamos, que era lo que se suele decir, una jefa incomoda y como no podía ser de otra forma, a mí, también me toco recibir alguna que otra de estas reprimendas. La diferencia es que al menda, no le acobardaba una rubia caprichosa, así que empecé a realizar gestiones para ver que tenia aquella malcriada en el armario. Y allí había oro.
Poco a poco empecé a reunir las pruebas necesarias para demostrar que había pasado información a otra compañía, rival directa de la nuestra, en la que se explicaban los planes de desarrollo de ciertos proyectos clave. Aquello de por si, era totalmente demoledor, pero conocedor de que con una sola piedra no puedes levantar una muralla, seguí escarbando. Comprobé sus correos electrónicos, sus llamadas de teléfono desde la empresa y desde su privado e incluso pude colar un troyano en su ordenador para poder monitorizar su actividad diaria.
De esta forma descubrí, que la pija de Mariluz era adicta al whatsapp y que se pasaba gran cantidad de horas usando este programa en su ordenador, mientras que para el resto de la planta, parecía estar trabajando. Y las conversaciones calientes que mantenía no solo eran con el pobre cornudo de su marido, si no con algunos superiores, llegando a enviarles alguna foto ligerita de ropa, pero por desgracia, ninguna desnuda.
Todos esos datos los compile en un PowerPoint, al que añadí fotos de algunas vigilancias que le hice durante las horas de trabajo y que de cara a la empresa justificaba como visitas comerciales y de relaciones públicas, pero en realidad eran entradas y salidas de un famoso hotel en el que no se suelen pedir los documentos para poder acceder a una habitación junto con directivos tanto de nuestra empresa como de la competencia.
Un domingo por la mañana, sobre las 10:00, mi teléfono emitió una señal. Era el aviso que tenia predeterminado para que me informara cuando la pija encendía el ordenador y se ponía en él. Me extraño tremendamente y me conecte, vía PC a su terminal, para supervisar lo que estaba haciendo. Puedo comprobar que estaba copiando archivos clasificados y los estaba trasladando a una unidad USB. Aquella transferencia estaba totalmente prohibida y era lo que necesitaba para agarrarla como si fuera una bola de bolos: con los dedos metidos en los agujeros.
Así que me vestí y me cogiendo la moto, me dirigí a la empresa. Una vez pasado el control de seguridad, subí hasta la planta donde trabajábamos y en la que estaba seguro que íbamos a estar solos. Los fines de semana, aquellos despachos no tienen a nadie trabajando. Cuando salí del ascensor, escuche la voz de Mariluz, hablando por teléfono
Había llegado a jefa de departamento porque no tenía ningún tipo de escrúpulos, ni apuñalando a los compañeros ni a la hora de ponerse de rodillas ante los superiores, ya fuera de manera figurada o literal. Se rumoreaba que no eran pocas las veces que había acabado en el asiento de atrás del coche de un jefe cuando se hacían las cenas de empresa y que allí, después de vaciarlos bien, se ganaba el favor para poder ascender.
Como toda persona que llega al poder sin currárselo ni merecérselo, su visión del trabajo era muy particular y no dudaba en exprimir a sus compañeros para que se cumplieran los objetivos con creces. Si las cosas salían bien, era su responsabilidad, pero si no se cumplían los plazos, las broncas, la mayor parte de las veces injustificadas, eran terribles. Vamos, que era lo que se suele decir, una jefa incomoda y como no podía ser de otra forma, a mí, también me toco recibir alguna que otra de estas reprimendas. La diferencia es que al menda, no le acobardaba una rubia caprichosa, así que empecé a realizar gestiones para ver que tenia aquella malcriada en el armario. Y allí había oro.
Poco a poco empecé a reunir las pruebas necesarias para demostrar que había pasado información a otra compañía, rival directa de la nuestra, en la que se explicaban los planes de desarrollo de ciertos proyectos clave. Aquello de por si, era totalmente demoledor, pero conocedor de que con una sola piedra no puedes levantar una muralla, seguí escarbando. Comprobé sus correos electrónicos, sus llamadas de teléfono desde la empresa y desde su privado e incluso pude colar un troyano en su ordenador para poder monitorizar su actividad diaria.
De esta forma descubrí, que la pija de Mariluz era adicta al whatsapp y que se pasaba gran cantidad de horas usando este programa en su ordenador, mientras que para el resto de la planta, parecía estar trabajando. Y las conversaciones calientes que mantenía no solo eran con el pobre cornudo de su marido, si no con algunos superiores, llegando a enviarles alguna foto ligerita de ropa, pero por desgracia, ninguna desnuda.
Todos esos datos los compile en un PowerPoint, al que añadí fotos de algunas vigilancias que le hice durante las horas de trabajo y que de cara a la empresa justificaba como visitas comerciales y de relaciones públicas, pero en realidad eran entradas y salidas de un famoso hotel en el que no se suelen pedir los documentos para poder acceder a una habitación junto con directivos tanto de nuestra empresa como de la competencia.
Un domingo por la mañana, sobre las 10:00, mi teléfono emitió una señal. Era el aviso que tenia predeterminado para que me informara cuando la pija encendía el ordenador y se ponía en él. Me extraño tremendamente y me conecte, vía PC a su terminal, para supervisar lo que estaba haciendo. Puedo comprobar que estaba copiando archivos clasificados y los estaba trasladando a una unidad USB. Aquella transferencia estaba totalmente prohibida y era lo que necesitaba para agarrarla como si fuera una bola de bolos: con los dedos metidos en los agujeros.
Así que me vestí y me cogiendo la moto, me dirigí a la empresa. Una vez pasado el control de seguridad, subí hasta la planta donde trabajábamos y en la que estaba seguro que íbamos a estar solos. Los fines de semana, aquellos despachos no tienen a nadie trabajando. Cuando salí del ascensor, escuche la voz de Mariluz, hablando por teléfono